– Así que aceptaste encubrirlo y decir que te lo habían robado -dijo Molly.
Anna Marie se ciñó con más fuerza la rebeca.
– Paul siempre tiene soluciones para todo, siempre resuelve las cosas. Pensé que él se ocuparía de todo, como ha hecho siempre.
– Pero vino la policía y te habló del tiroteo -dijo Molly-. Y te asustaste.
– Claro que me asusté. Desde entonces no he podido comer, ni dormir. No podía reconocer que mentí, o que había sido su cómplice -dijo-. Y, si les decía que Paul se había llevado el coche, lo detendrían por disparar a Marc Dumont, y yo no sé si fue él o no.
Molly le dio unas palmaditas en la mano, llena de compasión.
– Pero sabes que te pidió que mintieras, así que tuvo que tener algo que ver con el tiroteo, ¿no?
La otra mujer movió la cabeza de arriba abajo.
– Y me involucró a mí. Su única hermana. ¡Su hermana pequeña! Pero era demasiado tarde para que yo dijera la verdad, o eso pensaba. Quería hablar primero con Paul. Luego, pensaba ir a la policía por mi propio pie.
– ¿Has hablado con Paul desde entonces? -preguntó Ty.
Ella negó con la cabeza.
– No, desde que me llamó para pedirme que dijera que me habían robado el coche.
– ¿Dónde está el coche? -preguntó Lilly.
Anna Marie se encogió de hombros.
– No lo sé. Y tampoco sé dónde está Paul. Me dejó aquí, con todas esas preguntas sin respuesta y esas mentiras -se interrumpió y puso la cabeza entre las manos. Sus hombros comenzaron a sacudirse.
Mientras Molly la consolaba, Ty se llevó a Lacey aparte y le habló en voz baja.
– Ahora sabemos que Anna Marie le dejó el coche a su hermano. Eso significa que la policía tiene un motivo justificado para registrar el garaje de la casa de Dunne.
Lilly asintió con la cabeza. En su cabeza se atropellaban datos e informaciones fragmentadas. Quería hablar de todo aquello con Ty y establecer las conexiones necesarias.
– ¿Qué más has sacado en claro?
Él se pasó la mano por la cara sin afeitar. Tenía que estar agotado por haber pasado toda la noche en pie, en el hospital, y Lilly se sintió fatal porque tuviera también que ocuparse de sus problemas. Pero sabía que no debía sugerirle que se marchara a descansar un poco.
– En este momento no estoy seguro de nada al cien por cien. Pero los jugadores tienen que sacar dinero de alguna parte -dijo Ty.
– Quizá Paul tuviera dinero suficiente para cubrir sus deudas de juego -dijo Lacey.
– No lo tenía -Anna Marie se levantó de su silla-. Lleva años arruinado, se gasta todo lo que tiene. Yo no gano lo suficiente para ayudarlo y mis hermanos no quieren saber nada de él desde el año pasado. Pero Paul siempre ha dicho que tenía una red de seguridad.
Ty entornó la mirada.
– ¿Sabes a qué se refería? ¿De dónde sacaba el dinero para pagar su adicción? -Anna Marie negó con la cabeza-. Apuesto a que yo sí -añadió Ty de repente-. Durante los últimos diez años, Paul ha tenido acceso a un fondo fiduciario al que nadie podría acceder hasta que Lilly Dumont fuera declarada legalmente muerta o Marc Dumont reclamara el dinero.
– Pero estoy viva -dijo Lacey.
– Y Paul Dunne quería asegurarse de que no seguías viva el tiempo suficiente para reclamar el dinero y descubrir que lo había estado robando -dijo Ty con una mirada brillante.
– ¡No! Paul no sería capaz de matar a nadie. No haría daño a nadie -insistió Anna Marie, alzando la voz.
Molly la tomó de la mano.
– Las adicciones cambian a la gente -dijo con suavidad.
Lacey se sintió aturdida mientras intentaba asimilar aquella historia.
– Si hubiera logrado matarme, el tío Marc habría heredado el dinero y habría sido él quien descubriera el desfalco.
Ty asintió con la cabeza.
– Exacto.
– Así que quizás el tío Marc nunca estuvo detrás de los intentos contra mi vida -Lacey apenas podía creer el alivio que sentía al decir aquello en voz alta.
Molly dio un paso adelante.
– Tal vez Paul quisiera veros muertos a los dos -sugirió.
– Pero Derek y yo aparecimos a tiempo de detenerlo -dijo Ty.
Lacey se sintió mareada.
– Aun así, eso no explica por qué el tío Marc fue a verme el otro día.
Ty se encogió de hombros.
– Algunas respuestas tendremos que encontrarlas nosotros mismos, pero entre tanto… -abrió su teléfono móvil y marcó un número-. ¿Comisario? -dijo-. Soy Ty Benson.
Diez minutos después, el jefe de policía se presentó en casa de Anna Marie acompañado del fiscal del distrito. Escucharon a una Anna Marie llorosa, pero ya más calmada, decir la verdad acerca de cómo su hermano le había pedido prestado el coche que la policía había identificado en el lugar del tiroteo.
El comisario y el fiscal del distrito estuvieron de acuerdo en que tenían pruebas suficientes para arrestar a Paul Dunne por intento de asesinato y obstrucción a la justicia por pedir a su hermana que mintiera a la policía acerca del coche. Emitieron una orden de busca y captura sobre Paul Dunne.
El fiscal del distrito se marchó al juzgado para solicitar una orden de registro del garaje de Dunne con objeto de buscar el coche de Anna Marie, y otra orden para registrar su casa y su oficina, a fin de requisar los archivos y documentos referentes al fondo fiduciario. Si Dunne había sustraído dinero de la herencia de Lacey para pagar sus deudas de juego, su móvil para disparar a Marc Dumont e incluso para prender fuego al apartamento de Ty quedaría claro.
En cuanto a Anna Marie, no se presentaron cargos contra ella porque había confesado por propia voluntad. Sabiendo lo mucho que quería a su hermano, entregarlo a la policía era ya castigo suficiente para ella. Al igual que sus habladurías, aquella mentira había salido de su boca sin mala intención.
Pero, hasta que Paul Dunne fuera detenido, y él y Marc Dumont desvelaran sus motivos y el papel que habían desempeñado en todo lo ocurrido, Lacey seguía confusa y a oscuras.
Como lo estaba respecto a su vida y su futuro.
Capítulo 16
Marc acabó de declarar ante la policía. No había dejado nada en el tintero. No tenía ya nada que esconder.
Con un taquígrafo presente en la habitación del hospital, había confesado todo, hasta el momento de su tiroteo, desde el día en que se enamoró de Rhona, a la que perdió por culpa de su hermano Eric, el niño bonito, y se convirtió en tutor de su sobrina Lilly.
Había incluido en su relato su plan para dejar a Lilly en un hogar de acogida, y sus esperanzas de que, asustándola, regresara a él dócil y dispuesta a cederle el fondo fiduciario. Por supuesto, durante el tiempo, todavía corto, de su abstinencia, se había dado cuenta de que probablemente Lilly no podría renunciar legalmente hasta que hubiera heredado, a la edad de veintisiete años, pero el alcohol había embotado su entendimiento y le había hecho creer que podría hacerse con el dinero. Explicó también cómo supo que Paul Dunne estaba desviando fondos de la herencia, aunque ignoraba su cuantía.
Y admitió que le había pedido dinero del fondo fiduciario a Dunne con el fin de pagar a Flo Benson para que acogiera a Lilly en su casa y dijera que estaba en régimen de acogida. Aquella información había hecho proferir a Lilly un gemido de sorpresa y a Tyler Benson un gruñido. Naturalmente, Tyler y su amigo Hunter se habían alegrado enormemente de oírle admitir que había utilizado su influencia para que Hunter fuera separado del hogar de los Benson tras la «muerte» de Lilly. Se había abstenido de entrar en detalles acerca del papel que los dos jóvenes habían desempeñado en la falsa muerte de su sobrina (información que había recibido a través de Molly), porque ya había causado suficiente dolor a lo largo de los años. Todo el mundo suponía que Lilly se había escapado y, por lo que a él concernía, eso era lo que había hecho. Bravo por ella.
El programa de Alcohólicos Anónimos que seguía consistía en parte en pedir perdón y aceptar responsabilidades. Y ese día parecía estar cumpliéndolo a lo grande. Le dijo a la policía que Paul Dunne estaba detrás del intento de atropello sufrido por Lilly y del incendio del apartamento de Ty. Describió el plan de Dunne para que él hiciera el trabajo sucio e incluyó la amenaza de Dunne de implicarlo de todos modos. Él se había negado y había llamado a Dunne a su móvil el día del tiroteo.
Su solución había sido ir a ver a Lilly y contarle la verdad. Por desgracia, a Dunne le asustaba que pudiera revelar sus delitos. El temor a perder su posición como abogado de renombre se había apoderado de él. Mientras Marc se preocupaba de entretener al detective privado que lo vigilaba por orden de Tyler Benson, Dunne lo había seguido hasta casa de Lilly. Marc estaba tan ensimismado que no lo vio hasta que sintió en la espalda la quemazón abrasadora del disparo.
Aunque había dado un vuelco completo a su vida y estaba ayudando a la policía a capturar al culpable, la mujer con la que supuestamente iba a casarse no parecía muy impresionada. El ceño de Francie, su actitud fría, helaban la habitación. Marc lo sentía sin necesidad de mirarla. Su confrontación llegaría a continuación, estaba seguro de ello. Después de lo cual ella se iría hecha una furia, vestida con sus zapatos de Jimmy Choo, que seguramente había cargado a la tarjeta de crédito de Marc. La próxima vez, tendría que buscarse una mujer pobre, con pocas necesidades, salvo el amor, pensó con sorna.
Luego estaba Molly. Ella se hallaba de pie tras la silla de su madre. Era una buena chica y se había tomado muy mal todo aquello, porque en él había visto su ocasión de tener una familia. La pobre muchacha había cometido el error de depositar en él sus esperanzas. Él había decepcionado a todos cuantos habían formado parte de su vida. Aquella abogada de ojos vivos no sería una excepción. Pero él se habría sentido orgulloso de poder llamarla su hija, y necesitaba decírselo. Aunque no sirviera de nada.
Qué tremendo lío.
La policía se marchó por fin, al igual que Ty, Hunter y Lilly, todos ellos sin decir palabra. Sabían que no debían quedarse a contemplar el espectáculo. Pero Lilly y él tenían un asunto pendiente que discutir, siempre y cuando Marc siguiera consciente cuando Francie acabara con él. No se preguntaba de dónde surgía su sentido del humor. Era lo único que le quedaba, lo único que poseía, lo único de lo que podía sentirse orgulloso.
Francie se acercó a su cama, un lugar que no había visitado desde su ingresó en el hospital.
– Esto no va a funcionar -dijo.
Él recostó la cabeza contra la almohada, agotado.
– Vaya, ¿no vas a preguntarme siquiera cómo estoy? ¿Ni a disculparte por no haberme visitado?
– Oh, por favor, no te hagas el dolido -replicó Francie.
Él levantó una ceja, la única parte de su cuerpo que funcionaba bien.
– A ti lo único que te duele es la cartera, Francie. Lo triste del caso es que yo te quería de verdad. Lo cual demuestra la poca estima que me tengo y lo que me merezco en esta vida.
Ella apoyó las manos sobre la cama. Su postura permitía a Marc ver claramente su chaqueta blanca y ceñida y su amplio canalillo. Que él, pensó con orgullo, no había pagado.
– ¿Esa es tu patética forma de decir que lo sientes? -preguntó Francie.
– Es mi forma de decirte que buscamos cosas distintas en una relación.
Molly tosió y se alejó.
Francie se irguió y cuadró los hombros.
– Nunca te he ocultado que me gusta el dinero, y ahora que no lo tienes…
– Por favor, no te preocupes -le dijo él. Curiosamente, lo decía en serio. Se había estado preparando para ese día desde que sabía que Lilly seguía con vida-. Te deseo lo mejor.
Ella inclinó la cabeza.
– Lo mismo digo. Esta noche a las ocho tomo un vuelo con destino a Londres.
Molly inhaló bruscamente. Por primera vez, Marc sintió una auténtica punzada de dolor. No por él mismo, sino por ella.
– Supongo que lo habrás cargado en mi cuenta -preguntó con sorna. Francie tuvo la decencia de sonrojarse. Él sacudió la cabeza-. Búscate un rico, Francie. Lo necesitas.
Ella lo besó en la mejilla y se dispuso a salir de la habitación. Marc no apartó la mirada de la cara pálida de Molly.
Francie se detuvo en la puerta.
– ¿Molly?
Marc contuvo el aliento.
– ¿Sí? -ella se aferraba con fuerza al respaldo de la silla. Tenía los nudillos blancos.
Marc vio en sus ojos una esperanza pura y comprendió que la decepción que iba a sufrir le haría más daño que cualquiera de las cosas que había vivido ese día.
– Dejé una caja con cosas mías en casa de Marc. Cuando esté instalada, te llamaré para darte mi dirección. Por favor, envíamelas, ¿quieres, querida?
– Yo me encargaré de ello -dijo Marc antes de que Molly se viera obligada a contestar y probablemente rompiera a llorar.
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