Francie lanzó un beso que podía haber ido dirigido a él o a su hija, y salió sin mirar atrás. No le importaba a cuál de los dos hubiera herido. Lo que hizo que Marc se preguntara por qué la había querido, aunque ya lo sabía. Se había dejado deslumbrar por su buena suerte: había tenido tan poca en la vida…

Alargó los brazos y Molly se acercó a él y lo abrazó con cuidado de no hacerle daño. Tras aquel breve abrazo, retrocedió.

– Ojalá fueras mi hija -dijo Marc, consciente de que alguien tenía que amar a aquella joven.

Ella esbozó una sonrisa triste que le rompió el corazón.

– Si te sirve de algo, yo te creía. Ya sabes, pensaba que no estabas detrás de los intentos de asesinar a Lilly. No me has defraudado -Molly retrocedió hasta los pies de la cama.

– Eso significa mucho para mí -Marc sintió que le pesaban los párpados. El cansancio empezaba a vencerlo-. ¿Qué te parece si, cuando salga de aquí, pedimos una pizza y quedamos sólo para hablar?

Molly se apoyó contra el extremo del bastidor de la cama.

– Me encantaría, pero no voy a quedarme por aquí. Te aprecio mucho, pero, ahora que sé que vas a ponerte bien, tengo que irme.

– ¿Adonde? -preguntó él, comprensivo, aunque le doliera.

Ella se encogió de hombros.

– A cualquier parte, lejos de aquí.

– No tienes licencia para ejercer la abogacía en cualquier parte -le recordó Marc.

– Lo sé. Aún no he decidido qué voy a hacer. Pero no puedo quedarme aquí, rodeada de recuerdos y desilusiones.

– ¿Qué hay de Hunter? -preguntó él. Había percibido la química que había entre ellos. Sabía que Hunter la quería. Lo había visto en sus ojos cuando la miraba. Y, aunque le costara admitirlo, sabía también que Hunter cuidaría de ella como Molly se merecía.

– Hunter merece una mujer que tenga las cosas claras. Y yo estoy hecha un lío -dijo Molly bruscamente.

Marc asintió con la cabeza. No podía reprocharle que se sintiera así.

– Date tiempo. Uno nunca sabe lo que le depara el futuro. ¿Te mantendrás en contacto? -preguntó, esperanzado.

Ella asintió con la cabeza.

– Me pasaré por aquí antes de irme.

Pero, en opinión de Marc, Molly ya se había ido. Había perdido a la única persona que creía en él. Pero no importaba. Tenía que aprender a depender de sí mismo. Uno de los médicos que había ido a visitarlo había sugerido que iniciara una terapia privada, además de acudir a Alcohólicos Anónimos. Lo haría, si podía permitírselo. Una vez Lilly heredara y lo echara de la casa, tendría que pagar un alquiler, un seguro de hogar y todas esas cosas que hasta entonces había cubierto el fondo fiduciario de su sobrina.

Tendría que vivir como un hombre adulto. Menuda idea. Y él que creía tener las manos llenas luchando contra su adicción a la bebida. Aun así, se daba cuenta de que, con sus confesiones a la policía y a las personas a las que había hecho daño a lo largo de su vida, no sentía lástima de sí mismo. Por el contrario, miraba hacia delante. Y eso, pensó, era un progreso.


Aunque Hunter había escuchado la declaración de Dumont esa mañana, le había afectado más la expresión perpleja de Molly que las confesiones del tío de Lilly. A su modo de ver, Marc Dumont era ya parte de su pasado. Pero Molly era su futuro, o eso esperaba, y, pese a que ella se había replegado sobre sí misma, no quería que le fuera fácil relegarlo a un tiempo pretérito.

Sabía hasta qué punto la habían afectado las revelaciones de Marc. Pero, por otra parte, ella tenía razón respecto a Dumont. Éste no se hallaba detrás de los intentos para asesinar a Lilly. Su fe en él había sido recompensada. Hunter confiaba en que eso contara para ella.

Necesitaba saber cómo se encontraba. Tenía qué saber en qué punto se hallaban. Y quería verla… sólo porque sí. Apartó su trabajo, se levantó y recogió su chaqueta.

Media hora después, paró delante de la casa de Molly. No le sorprendió no ver a Anna Marie. Por lo que le había dicho Ty, sabía que había pasado un mal día. Seguramente estaría escondida dentro de la casa.

Al subir al porche y llamar al timbre de Molly, Hunter agradeció poder disfrutar de algo de intimidad. Oyó un ruido de pasos en la escalera y Molly abrió la puerta.

Llevaba unos pantalones de chándal grises y una camiseta blanca con la pechera manchada. Parecía estar limpiando.

– Hola -dijo él. De pronto se sentía incapaz de decir nada ingenioso o inteligente. Sólo se alegraba de verla.

Molly inclinó la cabeza.

– Hola.

– Menuda mañanita -dijo él.

Ella se encogió de hombros.

– La verdad es que las he tenido peores. Oye, estoy bastante ocupada y…

– Aun así, me gustaría que habláramos. No te entretendré mucho.

Se quedó callada un momento y después abrió la puerta de par en par, cosa que sorprendió a Hunter.

– Pasa.

Él esperaba que opusiera más resistencia. La siguió escaleras arriba mientras se preguntaba si a fin de cuentas no habría logrado llegar por fin hasta ella. Luego entró en su cuarto de estar y vio las maletas desperdigadas por toda la habitación, y aquella imagen lo golpeó como un puñetazo en el estómago.

Paseó la mirada a su alrededor. En las maletas no había sólo ropa: sus efectos personales estaban metidos en cajas.

– No parece que estés haciendo las maletas sólo para irte de vacaciones.

Ella lo miró a los ojos con renuencia.

– Sí, así es.

Sus palabras confirmaron el mayor miedo de Hunter.

– Entonces, hay ciertas cosas que quiero decirte antes de que te vayas.

Ella asintió con la cabeza.

– Adelante -dijo suavemente.

– Tenías razón en cuanto a Dumont. Perdóname por no poder creerte.

Molly miró su bello rostro y vio la verdad reflejada en sus ojos. Hunter había elegido deliberadamente sus palabras. No era que no la hubiera creído sin más, sino que no podía creerla. Porque Marc Dumont había hecho mucho daño. Ella misma lo había oído de primera mano ese día.

Hunter, sin embargo, había estado allí y la había apoyado aunque estuviera en desacuerdo con ella respecto a su confianza en Dumont. Molly apreciaba su integridad más de lo que él sospechaba.

– No te disculpes. Lo entiendo.

Hunter dio una vuelta por la habitación, pasando por encima de las cajas y las maletas que Molly había conseguido hacer en tan poco tiempo.

De pronto, se volvió hacia ella.

– Maldita sea, Molly, no hagas esto.

Ella tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta.

– Tengo que hacerlo.

– ¿Te das cuenta de que vas a marcharte sin habernos dado una oportunidad? -preguntó él en tono implorante.

Molly cerró los ojos. No pretendía lastimar a Hunter. Llevaba años evitándole para impedir que aquello ocurriera y, sin embargo, había ocurrido de todos modos.

– Necesito descubrir quién soy y qué quiero de la vida. Y no pudo hacerlo aquí, en un lugar donde lo único que veo son mis deseos infantiles de tener la familia que nunca tuve.

– Yo tampoco tuve familia. Entiendo por lo que estás pasando. ¿Por qué no intentamos superarlo juntos? A menos, claro, que me equivoque al pensar que yo también te importo -se puso colorado y metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.

Molly sabía lo difícil que había sido para él arriesgar su corazón, y le dolía tener que rechazarlo. Pero un día Hunter le daría las gracias por ello.

– Precisamente porque me importas tengo que irme -lo miró a los ojos y le suplicó en silencio que entendiera sus motivos-. Necesito madurar -y, para hacerlo, tenía que pasar algún tiempo sola.

Necesitaba tiempo para sanar y relegar a su madre al pasado. Tenía que aprender a defenderse sola, sin las viejas esperanzas y las expectativas que la habían abrumado como un peso.

Hunter se acercó. Ella inhaló y sintió el olor sexy de su colonia. Allá donde acabara, echaría de menos su ingenio y su persistencia. Pero, hasta que le gustara lo que veía al mirarse en el espejo, no le quedaba más remedio que marcharse.

– No tengo ataduras aquí, nada que me impida marcharme. Deja que vaya contigo. Podemos empezar desde cero en otra parte.

Era tan tentador… Hunter era tan tentador…

Molly tomó su cara entre las manos.

– Eres un buen hombre y desearía poder decirte que sí. Pero encontrarme a mí misma debe ser mi prioridad.

Un músculo vibró en la mandíbula de Hunter.

– Todo el mundo tiene pasado -le dijo.

– Pero el mío pesa más que el de la mayoría. O, al menos, pesa demasiado para mí en este momento.

– ¿Y no hay nada que yo pueda hacer para detenerte?

Ella negó con la cabeza.

– No creas que esto es fácil para mí -se le quebró la voz.

Sus labios, a unos pocos centímetros de los de Hunter, estaban a punto de besarlo, a punto de permitir que la hiciera cambiar de opinión. Por eso se inclinó hacia delante y le dio un rápido beso en la boca. Luego retrocedió antes de que él pudiera reaccionar.

Hunter se pasó el pulgar por el labio inferior.

– Buena suerte, Molly. Espero que encuentres los que estás buscando.

Ella también lo esperaba, porque no podía sentirse peor de lo que se sentía en ese instante.


Lacey dejó a Ty viendo a su madre, a la que darían el alta un día o dos después. Como tenía un escolta, Ty no había puesto reparos a que saliera a dar un paseo. Pero ella no había mencionado que su objetivo era mantener una conversación de tú a tú con su tío Marc.

Encontró a Marc sentado en una silla de ruedas, en el solario, una habitación completamente acristalada cuya construcción había sufragado un rico benefactor del hospital.

– ¿Te sientes con fuerzas para hablar? -preguntó, parada en la puerta. Aunque sabía que no era su tío quien había intentado matarla, no se sentía a gusto estando a solas con él.

Marc levantó la mirada, visiblemente sorprendido.

– Me encuentro bien, y hasta que las enfermeras decidan llevarme a mi habitación, estoy disfrutando de la vista. Entra y hazme compañía, por favor.

Ella entró y se sentó cautelosamente en una silla junto a la puerta. Una tontería, puesto que estaba en una habitación abierta y con vistas. Su tío no podía hacerle ningún daño. No quería hacérselo, de todos modos. Pero a Lacey aún le costaba creerlo.

– ¿De qué quieres que hablemos? -preguntó él.

Ella sacudió la cabeza.

– No estoy segura, en realidad. Supongo que necesitaba darte las gracias por intentar advertirme sobre Paul Dunne.

Su tío Marc movió la cabeza de un lado a otro.

– Si no hubiera sido por mí, nada de esto habría pasado. Paul tiene un problema con el juego. Yo tengo un problema con la bebida -se colocó la manta sobre el regazo mientras hablaba-. Hice cosas que, aunque no fueran ilegales, eran poco éticas e inmorales, por decir algo. Paul prefería que heredera yo en vez de tú porque creía que podía chantajearme y evitar que informara a la policía de su desfalco. Tú, en cambio, lo habrías denunciado. Quería que murieras y quería que fuera yo quien te matara.

Estaba repitiendo las mismas cosas que había dicho ante la policía, pero Lacey se encontraba tan abrumada en el momento de su declaración que no había asimilado todos los datos. Agradecía volver a oír aquella historia.

– Así que te disparó porque te negaste a matarme -casi se le quebró la voz al pronunciar esta última palabra.

– Y porque creía que iba a advertirte. Y tenía razón.

Lacey se miró las manos temblorosas.

– ¿Cuándo te dejarán irte a casa?

– Seguramente mañana, pero no te preocupes. En cuanto tenga fuerzas para recoger mis cosas, me iré de tu casa. He llamado a mi hermano y le he preguntado si podía instalarme con él una temporada.

Lacey abrió la boca y volvió a cerrarla. En algún lugar recóndito de su cabeza, sabía que había heredado no sólo el dinero sino también el hogar de su infancia. Paul Dunne se lo había dicho durante su encuentro. Pero ella no se había permitido reflexionar sobre aquel hecho.

Ahora, al verse obligada a afrontar la verdad, cobró conciencia de algo importante.

– No quiero la casa -dijo, y las palabras le salieron antes de que pudiera atajarlas.

– Tus padres querrían que la tuvieras.

– Quiero que te quedes allí. Es tu hogar, no el mío.

El movió la silla de ruedas para acercarse a ella.

– Eso es terriblemente generoso.

Lacey no estaba segura de que pudiera considerarse un acto de generosidad. Era más bien una necesidad. Al asistir a la fiesta de compromiso de su tío, había cerrado la puerta a esa etapa de su vida.

– Ya no forma parte de mí y tú llevas viviendo allí tanto tiempo que no veo razón para que te mudes.

– Bueno, yo tengo una. Ya no puedo permitirme mantener la casa.

– Tío Marc…

– Por favor. No intento hacer que te sientas mal. Es sólo un hecho. Y, ¿sabes?, por primera vez creo que sobreviviré -sacudió la cabeza y se rió. Luego hizo una mueca de dolor-. No se trata de autocompasión, ¿comprendes? Se trata de pasar página y seguir adelante.