Lacey se levantó de su asiento.
– No sé cuánto dinero queda en el fondo, pero ¿no es suficiente para mantener la casa?
– Si tú vas a vivir en ella, sí. Es tu dinero, Lacey. Lo será muy pronto.
Ella se frotó los brazos. No sabía qué le deparaba el futuro, pero sabía que le quedaba muy poca familia, aparte de su tío Marc. Aunque aquel hombre había sido la causa de sus traumas infantiles, también le había salvado la vida. Ella ignoraba si alguna vez podrían relacionarse con normalidad, pero él había dado un primer paso.
Lacey levantó la vista para mirarlo a los ojos.
– Puedes quedarte en la casa -dijo-. Como te decía, es tu hogar, no el mío. Sea lo que sea lo que cubría el fondo hasta ahora, por mí puede seguir así. Estoy segura de que mis padres querrían que así fuera.
– Lo dudo, después de lo que te he hecho -él miró hacia la ventana, visiblemente avergonzado y humillado.
– La verdad es que creo que mi padre te estaría agradecido por haberme salvado la vida, así que vamos a empezar desde aquí, ¿de acuerdo? Desde mi punto de vista, tienes tan poca familia como yo.
Él parpadeó.
– Tus padres estarían orgullosos de la mujer en que te has convertido -dijo-. Eso está claro, aunque yo no haya tenido nada que ver en ello.
A Lacey le pareció que tenía los ojos húmedos, pero no estaba segura. Antes de que pudiera contestar, llamaron a la puerta y se sobresaltó. Al volverse vio a Ty y al jefe de policía en la entrada del solario.
– No queríamos interrumpir, pero me alegro de que estéis los dos aquí -dijo el comisario.
A su lado, Ty frunció el ceño, pero no dijo nada.
Lacey estaba segura de que había oído al menos parte de su conversación y de que no estaba de acuerdo, pero el dinero era suyo y podía gastarlo como quisiera. O lo sería pronto.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Marc.
– Paul Dunne ha sido detenido en el aeropuerto cuando se disponía a embarcar en un vuelo hacia Sudamérica -la sonrisa de Don era reveladora. Saltaba a la vista que le alegraba que hubieran atrapado a su sospechoso-. Ahora los dos estáis a salvo. Podéis relajaros y las cosas pueden volver a la normalidad -dijo.
– Sea eso lo que sea -dijo Ty mientras le estrechaba la mano para darle las gracias por su esfuerzo.
Lacey observó al hombre del que estaba enamorada. ¿Cómo iba a afrontar lo que la esperaba a continuación? No podía seguir eludiendo su regreso a Nueva York, pero ¿era eso lo que realmente quería?
Salieron del hospital y se dirigieron al coche de Ty. Una brisa fresca soplaba a su alrededor y el sol brillaba en el cielo.
Eludir la situación y dejar las cosas para más tarde. Dos cosas en las que Lacey nunca se había considerado una experta, antes de ahora. Tenía un negocio esperándola en Nueva York, pero no se decidía a sacar a relucir el tema y decirle a Ty que debía marcharse.
Él lo sabía, desde luego. Su marcha era como un elefante rosa que los seguía a todas partes. Cuanto más evitaban hablar de ello, más grande se hacía. Pero, ahora que el motivo de su regreso se había resuelto, Lacey no podía seguir eludiendo sus responsabilidades en Nueva York.
Él se detuvo junto al coche y se apoyó contra la puerta del acompañante. La observó con aquellos ojos intensos y Lacey no logró adivinar qué estaba pensando.
– Mi apartamento ya está limpio. Puedo volver a instalarme cuando quiera -dijo Ty. Obviamente, había elegido un tema de conversación poco comprometido.
– ¿Por qué será que oigo un pero? -preguntó ella.
Él se echó a reír.
– Qué bien me conoces. Pero he pensado quedarme en casa de mi madre una temporada, al menos hasta que esté recuperada del todo.
– Me parece muy buena idea -no sólo por su madre, pensó Lacey. Ahora que él había abierto la conversación, ella respiró hondo y decidió lanzarse-. Será más fácil para ti cuando yo…
– ¿Cuando te vayas? -preguntó él.
Ella exhaló con fuerza.
– Sí. Ahora que las cosas se han resuelto aquí… -se interrumpió, consciente de que lo suyo no estaba resuelto en absoluto-. Lo que quiero decir es que, ahora que mi tío ya no es problema, puedo volver a Nueva York.
– Veo que no has dicho «volver a casa» -Ty cruzó los brazos. Parecía muy satisfecho de sí mismo, incluso para ser Ty.
Ella dio un paso hacia él.
– Es donde vivo. Donde está mi negocio -pero el problema persistía. Era con Ty donde estaba su corazón.
– Muy bien, entonces -él asintió con la cabeza, y su respuesta pilló a Lacey por sorpresa.
Parpadeó.
– ¿Así como así? ¿Vas a decirme adiós con la mano y a desearme una vida feliz?
– Tenía la impresión de que eso era lo que querías -Ty ya había erigido un muro invisible para protegerse.
– No sé lo que quiero -repuso ella, sin molestarse en disfrazar su irritación-. Tal vez podrías partirme en dos. Sería una buena solución. Y fácil -podía llevar su negocio y vivir en Nueva York mientras una parte de sí permanecía allí, con Ty. Enojada y confusa, se pasó una mano por el pelo, tirando de los mechones que agitaba el viento.
Ty la agarró de la mano.
– Tienes que volver a Nueva York. Debes vivir tu vida y, con la distancia, tal vez puedas decidir qué es lo que quieres. Yo eso no puedo hacerlo por ti -añadió con voz hosca.
Tenía razón. Lacey lo sabía en el fondo de su corazón. Forzó una sonrisa y le apretó la mano.
– He vivido diez años sola. Me he definido a través de mi negocio. Después de pasar aquí unos días, apenas pienso en mi antigua vida. No sé cómo es posible que eso haya ocurrido.
Y la asustaba, sobre todo porque casi todo lo que le quedaba de Hawken's Cove eran malos recuerdos. No podía descontar los buenos, pero el pasado todavía la acosaba, asfixiándola.
– Por eso precisamente debes volver. Es lo que pensabas hacer. Es lo que tienes que hacer.
Lacey tragó saliva con dificultad.
– Tienes razón. Tengo que volver a casa.
Todo lo que había sucedido desde que Ty apareciera en su puerta, había sido tan rápido que no le había dado tiempo a asimilarlo. Necesitaba pasar algún tiempo alejada de allí para pensar con claridad. Pero hubiera deseado no tener que dejar a Ty para hacerlo.
– Puedo llevarte en coche cuando den el alta a mi madre en el hospital -se ofreció él.
Lacey movió la cabeza de un lado a otro.
– Gracias, pero creo que alquilaré un coche y conduciré yo misma.
– Está claro que lo tienes todo pensado -contestó él, y sus palabras sonaron a reproche.
– No, en absoluto. Pero no quiero ser una carga y conducir tres horas de ida y tres de vuelta es una molestia que no te conviene en este momento -se apartó de él para que no viera las lágrimas que empezaban a formarse en sus ojos.
Tal vez tuviera que irse, tal vez comprendiera sus motivos para hacerlo, pero eso no significaba que le resultara sencillo.
– Todavía es temprano. Puedo ocuparme del coche y pasar un rato más con tu madre antes de irme. Además, quiero ver a Hunter y a Molly.
– La verdad es que Molly se ha ido -sus palabras la pillaron por sorpresa-. Hunter llamó antes para decirme que hizo las maletas y se fue -Ty abrió el coche y sostuvo la puerta abierta para que ella pasara.
– ¿Así como así? -preguntó Lilly. Asombrada, se dio la vuelta-. ¿No tenía aquí su bufete? ¿A su madre? ¿Su vida entera?
Ty se encogió de hombros.
– Al parecer su madre también se ha ido. Últimamente se va todo el mundo -añadió con sorna.
Lacey sabía que aquel asunto le molestaba más de lo que parecía.
– Pobre Hunter -murmuró, y montó en el coche.
Ty cerró la puerta sin responder. Tuvo que morderse la lengua para no recordarle que Hunter pronto lo tendría a él para hacerle compañía. No quería parecer patético en ningún sentido.
Había logrado con gran esfuerzo mantener la calma al salir con Lilly del solario, pero las palabras que ella le había dicho a su tío aún resonaban en sus oídos. Ceder la casa de sus padres a su único pariente no encajaba con sus esperanzas de que ella volviera a establecer vínculos con su pueblo natal. Vínculos con él.
Aunque sólo había oído parte de la conversación y sabía que nada de cuanto Lacey le había dicho a Dumont afectaba a lo que sentía por él, desde entonces tenía el estómago revuelto. Se había prometido no presionarla para que le diera una respuesta hasta que el peligro sobre su vida hubiera pasado.
Ahora que había llegado el momento, no se atrevía a preguntar. Lilly había elegido ya una vez no regresar a Hawken's Cove y él no podía olvidar lo fácilmente que lo había relegado al pasado y lo había dejado allí. Si él no se hubiera presentado en su casa, si no le hubiera suplicado que reclamara su herencia, ella seguiría viviendo su vida en Nueva York, sin él.
Así que, si Lilly quería volver a marcharse, él no se interpondría en su camino. No se habían prometido nada y él se alegraba de haber tenido siempre presente que aquello podía ocurrir.
Sin embargo, esa certeza no hacía que lo inevitable fuera más fácil de asumir, se dijo. Pero sobreviviría sin Lilly. Como había hecho antes.
Capítulo 17
Hacía una semana que Flo Benson había salido del hospital. Los médicos aseguraban que su corazón seguiría funcionando como siempre. Que se recuperaría. Por desgracia, ella no podía decir lo mismo de su hijo. Desde que le habían dado el alta, Ty se había quedado con ella en casa. Después de los dos primeros días, había vuelto al trabajo. Durante el día estaba en la oficina y casi todas las noches se dedicaba a labores de vigilancia, lo cual dejaba libre a Flo para verse con Andrew.
Aun así, Flo sabía que Ty sólo intentaba mantenerse ocupado para no tener que pensar en Lilly y en cómo la había dejado marchar. De nuevo. Qué hombre tan terco, se decía Flo. No sólo se estaba torturando, sino que también la estaba volviendo loca a ella, siempre revoloteando a su alrededor cuando estaba en casa.
– Mamá, te he preparado una taza de té verde. Dicen que tiene muchos antioxidantes y que es bueno para el corazón -Ty entró en su dormitorio, donde ella estaba viendo las noticias de la noche.
– ¿Vas a trabajar esta noche? -le preguntó.
Él negó con la cabeza.
– Derek se está encargando de todo -puso la taza y el platillo sobre su mesilla de noche.
– Ty, tengo que preguntarte algo y, por favor, no te lo tomes a mal. ¿Cuándo demonios vas a irte? -le preguntó ella a su hijo.
Él ladeó la cabeza.
– Puedo irme ahora mismo, si te refieres a eso. Mi apartamento está listo desde hace tiempo. Pero creía que te apetecería tener compañía cuando volvieras a casa.
Ella movió la cabeza de un lado a otro. A veces los hombres, incluido su querido doctor, eran muy duros de mollera.
– Me refería a cuándo vas a irte de Hawken's Cove a buscar a Lilly -Ty se sentó en la cama pesadamente, pero guardó silencio-. No es que no te quiera o no agradezca que me cuides, pero no lo necesito. Estoy bien. Ya te lo dijeron los médicos. Si sigues aquí, es más por ti que por mí. Creo que no quieres volver solo a tu apartamento, ni pensar en lo tonto que has sido por dejarla marchar otra vez -cruzó los brazos sobre el pecho, desafiando a su hijo a llevarle la contraria.
Él frunció el ceño al responder:
– No pienso discutir mi vida amorosa con mi madre.
– ¿Qué vida amorosa? Que yo sepa, no tienes ninguna ni nunca la tendrás. Dame una buena razón por la que no le pediste que se quedara.
– ¿Por qué me echas la bronca a mí, si fue ella la que recogió sus cosas y se marchó? -preguntó él.
– Porque eres tú quien lo está pasando mal y yo soy la infeliz que tiene que verte sufrir.
Flo se incorporó sobre las almohadas para ponerse más cómoda. Hizo una mueca al sentir un leve tirón en el pecho, pero el médico que le había dicho que aquel dolor era normal.
– Eso es lo que te molesta, ¿verdad? Que te dejara. Una parte de ti no logra superar el hecho de que no volviera la primera vez, y ahora querías que fuera ella la que diera un paso adelante. ¿Me equivoco?
Ty hizo una mueca. Las preguntas de su madre, sus certeras suposiciones, le hacían sentirse incómodo.
– ¿Quieres saber lo que me ha enseñado la vida? -le preguntó.
Ella levantó las cejas.
– Claro.
– Que la gente se marcha. Papá se marchó. Lilly se marchó. Y luego Hunter. Lilly tiene su vida en Nueva York. ¿Por qué demonios iba a hacerme ilusiones de que no volviera a ella? -Ty no era muy dado a expresar sus sentimientos, pero su madre sabía pulsar las teclas adecuadas y hacerlo enfadar hasta que decía cosas que normalmente se habría callado.
Flo sacudió la cabeza.
– Odio decirte esto, pero es hora de que madures. Tu padre era un borracho sin remedio y un jugador. Su marcha fue lo mejor que pudo pasarnos. En cuanto al resto, perdona que hable en plata, pero la vida a veces es una putada -Ty miró a su madre fijamente. Nunca la había oído hablar con tanta franqueza-. Tienes que superar el pasado. Lilly lo ha hecho. Tengo entendido que no pareció que le afectara saber que Marc Dumont me pagó para que la acogiera en casa. Que nunca estuvo realmente en un programa de acogida. ¿Tú lo notaste?
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