Hacía una semana que había cumplido nueve años cuando su padre prometió ir a recogerlo al entrenamiento de baloncesto. Ty no se había extrañado al verse solo en el aparcamiento en pleno invierno. No era la primera vez. Así que se había acurrucado contra una farola, convencido de que su padre acabaría apareciendo, cargado de excusas y disculpas. Cuando no apareció, Ty se arrastró por fin hasta el comercio más cercano y llamó a su madre, que fue inmediatamente a recogerlo. Juntos descubrieron que su padre se había largado para siempre.
Por primera vez en su vida, Joe Benson había dejado una nota. También había dejado a Ty paralizado y para siempre receloso de confianzas y promesas. Hasta que Hunter llegó a su casa y, poco después, Lilly.
Antes de permitirse tomar ese camino, se volvió hacia su amigo.
– Bueno, ¿qué te ha hecho recorrer la senda del recuerdo esta noche? -preguntó mientras servía el whisky en un vaso y se lo pasaba a Hunter.
Este sonrió amargamente.
– Tú también deberías servirte uno.
Ty levantó una ceja.
– ¿Por qué?
Hunter se inclinó hacia él y dijo en voz baja:
– Se trata de Lilly.
El solo hecho de oír mencionar su nombre hacía que una serie de emociones abrumadoras atravesara a Ty y que la cabeza le estallara. Ni Hunter ni él habían vuelto a tener noticias de Lilly desde la noche en que se marchó para no volver.
– ¿Qué ocurre? -preguntó, ansioso.
Hunter exhaló un largo suspiro antes de contestar.
– Dumont piensa hacer declarar a Lilly oficialmente muerta para reclamar su herencia.
Ty no esperó a asimilar la noticia para reaccionar. Dio un puñetazo encima de la barra.
– Hijo de puta.
El viejo resentimiento y la ira que había alimentado durante años para luego enterrarlo volvieron a brotar dentro de él. Gracias, quizás, a Dumont había conocido a Lilly, pero también gracias a él la había perdido para siempre. Nunca perdonaría a aquel sujeto por eso, ni por cómo había maltratado a Lilly durante los años anteriores a que ellos se conocieran.
A medida que iba asimilando la noticia, el pasado regresó y envolvió a Ty como si estuviera sucediendo en ese mismo instante. La sangre le martillaba en la cabeza, tenía los nervios a flor de piel. Primero había llegado Hunter a su casa y había roto de algún modo los muros que él había erigido tras la marcha de su padre. Más tarde llegó Lilly, y fue como si el pequeño hueco que Ty había hecho para Hunter hubiera debilitado sus defensas hasta hacerlas derrumbarse. Ty había pagado por ello durante muchos años de soledad, pero no podía lamentar el haber conocido a Lilly, ni el haberla querido.
Durante un tiempo, aunque hubiera sido breve, había aprendido a abrir su corazón. Había pasado de ser un solitario a ser un chico con un gran amigo y una novia; al menos, así pensaba en ella entonces, aunque en realidad nunca tuvieron tiempo de actuar conforme a los sentimientos que bullían bajo la superficie. Tal vez habían sido lo bastante sabios, pese a su juventud, para anteponer la amistad. Tal vez el tiempo no había estado de su lado. Ty nunca lo sabría. Porque poco después llegó una carta anunciando la intención del tío de Lilly, aquel maltratador, de recuperar su custodia, y los tres amigos pusieron su plan en acción.
– Cuesta creer que Dumont tenga huevos, después de todos estos años, ¿eh? -dijo Hunter.
Ty levantó la mirada hacia el cielo.
– Ojalá lo hubiéramos previsto.
Hunter puso los ojos en blanco.
– ¿Y lo dices tú, que insististe en que no volviéramos a hablar de esa noche?
– Cállate -masculló Ty. Odiaba que sus propias palabras volvieran para atormentarlo.
Pero su amigo tenía razón. Ty había pensado neciamente que, si no volvía a hablar de Lilly, podría quitársela de la cabeza. Había creído que sería capaz de olvidarla.
«Te lo juro». Sus palabras, dichas en voz baja, retornaron a él. La última vez que la había visto, ella había prometido que nunca lo olvidaría. Y, por más que lo había intentado, él tampoco había podido sacársela del recuerdo. Por doloroso que fuera pensar en lo que podría haber sido, se había acordado de Lilly a menudo. Todavía pensaba en ella.
Desde el instante en que la había visto ponerse la gorra de béisbol y alejarse, no había deseado otra cosa que irse con ella. Durante días, había luchado a brazo partido con la idea de seguirla. Pero se había quedado en casa porque su madre lo necesitaba. Ty sabía que Flo no podría soportar que su hijo se marchara tan pronto después de la desaparición de Lilly, y su madre no se merecía que le rompieran el corazón dos veces en tan poco tiempo. Tres, si Ty contaba el hecho de que también hubieran apartado a Hunter de ellos. Pero desde entonces no había pasado un solo día sin que echara en falta a Lilly.
Años después, había cedido a la tentación. Había hecho algunos contactos entre la policía de Nueva York y, con su ayuda, había indagado un poco acerca de Lacey Kincaid, el nombre que habían elegido para ella. A partir de ahí, había sido sorprendentemente fácil descubrir que estaba viva y se encontraba bien.
Ty no había ido más allá. No había contactado con ella. Evidentemente, Lilly había seguido adelante con su vida y él no se atrevía a turbarla con aquellos fantasmas. Él mismo había insistido en cortar por lo sano. Y, aunque había sido él quien se había empeñado, ella había seguido sus instrucciones. No se había puesto en contacto con él, ni tras cumplir veintiún años, cuando ya no tenía nada que temer de su tío, ni años después, siendo ya una mujer independiente y capaz de decidir por sí misma.
Las noches que ponía en duda su decisión, Ty se decía que sus sentimientos hacia ella no eran más un encaprichamiento o un amor adolescente, como los padres de los chicos huidos a los que Ty seguía la pista llamaban a menudo a las emociones hormonales de sus hijos. El mismo se había esforzado por convencerse de ello. Lilly no podía ser tan guapa como recordaba. Su piel no podía ser tan suave. Su olor no podía abrirse paso aún hasta su corazón. Todas esas cosas tenían que ser una ilusión basada en las cosas que representaba Lilly. La rica heredera cuyo tutor no sólo la había echado de casa, sino que le había negado su fortuna, dejándola indefensa y a expensas de que otros, más fuertes, cuidaran de ella.
Ty había desempeñado con gusto ese papel, pero en el fondo sabía que Lilly era más fuerte de lo que él creía y que no lo necesitaba tanto como él deseaba. Había escapado a la gran ciudad y allí había florecido y demostrado que no era la frágil princesa que él había puesto en un pedestal. Y, por suerte, no lo era, o no habría sobrevivido mientras él seguía viviendo desahogadamente de un dinero que su madre jamás debería haber aceptado.
– Sabía que esto no iba a ser fácil para ninguno de los dos -dijo Hunter-. Pero te estás poniendo verde. ¿Te encuentras bien?
Ty se aclaró la garganta.
– Sí, estoy bien. ¿Cómo te has enterado de lo de Dumont? -preguntó Ty.
– Indirectamente, a través de Molly Gifford.
– ¿La chica a la que conociste en la facultad?
Hunter asintió con la cabeza.
– Me he encontrado con ella hoy en el juzgado.
– ¿Ya ha aceptado salir contigo? -Ty se echó a reír, seguro de que su amigo había vuelto a intentarlo.
– No, pero estoy haciendo progresos. Por desgracia, el momento no es el más oportuno. Su madre va a casarse con Dumont, así que Molly es mi único contacto para conseguir información sobre él -se removió en el asiento, visiblemente incómodo con el papel que le había tocado desempeñar.
– No fastidies. ¿La madre de Molly va a casarse con ese cerdo? -Hunter contestó apurando su copa de un trago-. Pues vas a tener que sacar a relucir tu encanto.
– Y ella me va a ver las intenciones -repuso Hunter, y guiñó un ojo. Pero, pese a su sonrisa engreída, era evidente que aquella situación le desagradaba.
Ty le sirvió otro trago.
– Pero ¿lo harás para ayudar a Lilly?
Hunter inclinó la cabeza.
– ¿Tengo elección? Estamos unidos, los tres. La ayudé entonces y la ayudaré ahora.
Porque él también quería a Lilly. Durante los muchos años de su amistad, nunca habían hablado de los sentimientos no correspondidos de Hunter, ni de la competición entre ellos, que no había tenido tiempo de florecer. Otra razón por la que el regreso de Lilly sería incómodo para todos los implicados.
– Entonces, ¿estamos de acuerdo? -preguntó Ty-. Dumont no tiene derecho a ese dinero -Ty torció la cabeza de un lado a otro para intentar aliviar los músculos agarrotados de su cuello, pero la tensión no se disipó. Su vida estaba a punto de cambiar drásticamente.
– Estamos de acuerdo. Pero tienes razón. Deberíamos haber pensado en el futuro -dijo Hunter-. Sobre su herencia y lo que ocurriría con el tiempo. Pero no lo hicimos. Y ahora Lilly va a tener que enfrentarse a esa parte de su vida.
Que, de paso, afectaría también a las suyas, pensó Ty.
– Hay que decírselo a Lilly -dijo Hunter con firmeza.
– Lacey. Ahora se llama Lacey -repuso Ty, que intentaba obligarse a cambiar de mentalidad para reencontrarse con la mujer en la que Lilly se habría convertido.
– Hay que decirle a Lacey que Dumont piensa hacer que la declaren legalmente muerta para vivir a lo grande con el dinero de sus padres.
A Ty empezaba a dolerle la cabeza. Las palabras de Hunter le recordaban que eso era precisamente lo que había hecho su madre.
Hunter lo miró cansinamente.
– No me refería a eso y tú lo sabes.
Ty se encogió de hombros.
– Puede que no, pero es la verdad. Creíamos que Lacey era una chica de acogida más, pero no lo era. Mi madre aceptó dinero de Dumont para hacerse cargo de ella. Oficiosamente, sin que quedara constancia de ello en ninguna parte. Le pagó para que cuidara de su sobrina hasta que le pareció que Lilly había escarmentado y sería más fácil de controlar si volvía a casa.
– En aquella época, tu madre no conocía los motivos de Dumont. Creía que estaba ayudando a un hombre que no sabía cómo manejar a una sobrina rebelde y que, de paso, ganaría dinero para darte una vida mejor. Dumont le ofreció una oportunidad y ella la aceptó.
Ty asintió con la cabeza. Todavía le costaba trabajo aceptar lo que había hecho su madre. Aún sentía cierta culpa por el estilo de vida que habían llevado gracias a un dinero que pertenecía por derecho a Lilly.
– Ya pagaste tus deudas, aunque no tuvieras ninguna. Dejar los estudios fue una forma de castigarte, si quieres mi opinión. ¿Quién salió ganando con ello? -preguntó Hunter.
– Mi orgullo. Así pude mirarme al espejo cada mañana -no era la primera vez que tenían aquella conversación, pero era la primera vez que Ty se explicaba, porque tenía la sensación de que Hunter lo sabía desde siempre.
Su amigo asintió con la cabeza.
– El destino te brinda la ocasión de devolverle a Lilly lo que perdió. Ve a buscarla y dile que vuelva y recupere su fortuna.
Ty se pasó la mano por el pelo demasiado largo. Tenía que cortárselo, pensó, deseando poder concentrarse en algo tan trivial.
– Tiene muy malos recuerdos de este pueblo -Ty aceptó el consejo de su amigo y se sirvió una copa. Bebió un sorbo de licor y disfrutó de la quemazón del alcohol en su bajada.
– Es una mujer adulta. Aquí no hay nada que pueda hacerle daño, excepto viejos fantasmas -contestó Hunter.
– Algo a lo que todos tenemos que enfrentarnos -Ty hizo girar el líquido en su vaso.
– ¿Crees que será fácil encontrarla?
– Ya me conoces cuando me empeño en algo -Ty compuso una sonrisa envanecida y levantó el vaso.
El truco estaba en que, aquella primera vez, no le había costado ningún trabajo localizarla. Lilly vivía bajo el nombre de Lacey Kincaid, pero utilizaba su verdadero número de la seguridad social y pagaba impuestos legalmente. Si su tío hubiera intentado buscarla de nuevo años más tarde, después de que Lilly se convirtiera en una próspera empresaria, habría acabado dando con ella. Sencillamente, no tenía motivos para creer que no había perecido en las aguas profundas y oscuras de la laguna aquella noche fatídica. Por suerte para Lacey, su plan había sido un éxito.
Aunque Ty había encontrado su dirección cinco años antes, ¿quién sabía cuántas veces se habría mudado desde entonces? Aun así, no estaba muy preocupado. Tenía sus contactos y sus mañas.
Hunter también levantó su vaso.
– Buena suerte.
– Algo me dice que voy a necesitarla -dijo Ty mientras levantaba su copa para hacerla entrechocar con la de Hunter.
Y el tintineo que normalmente era señal de celebración, sonó como una advertencia.
Capítulo 2
Lacey Kincaid miró a su nueva empleada, una chica hispana que chapurreaba el inglés y no había hecho ningún trabajo esporádico en Nueva York, ni en ninguna otra parte, en realidad. Pero Serena necesitaba el trabajo y Lacey, que sabía muy bien lo que era sentir la desesperación que veía en sus ojos, se había sentido impelida a contratarla de todos modos. Al conocerla, también la había dejado dormir en el sofá de su casa, como había hecho Marina, la mujer que la había ayudado a salir del paso a ella, hacía muchos años.
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