Shea se dio la vuelta. ¿A su debido tiempo? ¿Y si ella le contara a Norah…?
– Ya sabes lo mucho que Niall echa de menos a Jamie, Norah, y como tiene un ligero parecido, podría… ya sabes…
– Tomar a Alex como figura paterna -terminó Norah en voz muy baja.
Shea volvió a sentarse.
– No puedo aceptar a Alex como parte de una farsa de familia feliz. Me enfadé mucho cuando se fue y me llevó mucho tiempo superar aquella rabia. No quiero que vuelva a pasar.
– Eso lo entiendo, cariño, pero, créeme, la vida es demasiado corta como para mantenerse aferrado a la infelicidad. Te puede devorar -Norah suspiró-. ¿No puedes simplemente dejarlo todo en el pasado y quizá volver a conocer a Alex otra vez? Fuisteis muy buenos amigos en otro tiempo. Creo que a él le gustaría que lo fuerais de nuevo.
– ¿Amigos? -casi soltó una carcajada-. Exactamente eso mismo me dijo Alex. Pero simplemente yo no puedo -sacudió la cabeza-. Quiero decir, ¿qué podía esperar Alex? Que le diera la bienvenida a casa con los brazos abiertos? Tú no entiendes cómo…
Se detuvo y se mordió el labio.
Había estado a punto de confiarle el secreto que sólo le había desvelado a Jamie… Pero como madre de Jamie, Norah era la última persona a la que podía contárselo. Quería a su suegra como hubiera querido a su propia madre y desahogarse con Norah, contarle que su adorado nieto no era su nieto, le rompería el corazón. Y ella no podía hacer eso. No después de todo lo que Norah había hecho por ella, por todos ellos.
– Amaste mucho a Alex, ¿verdad?
Shea se pasó una mano por los ojos con cansancio.
– Sí, pero ya no.
– Nunca has hablado de aquella época. De Alex.
Shea casi sintió un impulso incontrolable de confesar, de que la sórdida cadena de hechos viera la luz del día. Pero no lo hizo.
En vez de eso, se puso de nuevo de pie.
– Como tú misma has dicho, Norah, eso pasó hace mucho tiempo. Dejémoslo en que siento que Alex y yo nos hemos alejado demasiado durante los pasados once años. Hay una brecha imposible de superar incluso aunque los dos quisiéramos -miró otra vez al reloj-. Son las seis menos diez, Creo que sacaré el coche e iré a buscar a los chicos. Probablemente estarán de camino ya.
Norah la miró como si estuviera a punto de decir algo, pero pareció cambiar de idea.
– De acuerdo. Es un largo paseo para ellos.
Shea se metió en el coche y salió a la carretera. No importaba lo que dijera Norah acerca de la novedad, ella iba a tener que mantener una conversación con su hijo. No quería que persiguiera a Alex todo el tiempo.
Condujo por el camino más corto que podrían haber tomado los niños, pero no encontró rastro de ellos. Con no poca reticencia, salió de la carretera y se acercó a los enormes portones de hierro forjado de la casa blanca.
Como Niall había comentado, los pintores habían hecho su trabajo y la casa era ahora de un rico color crema con molduras marrones y un estilo indiscutiblemente español. Siguió la curva del sendero de grava antes de llegar a la impresionante entrada principal. El Jaguar de Alex se veía a través de la puerta abierta del garaje.
Inspiró para calmarse, salió del coche y llamó al timbre.
Alex abrió la puerta. Se había quitado el traje oscuro que llevaba antes y ahora iba en vaqueros desteñidos y una vieja sudadera.
La sudadera era de color azul claro y tenía mangas cortas y capucha. Los nudos colgaban sobre el ancho torso de Alex. Y Shea recordaba tan bien aquella prenda que se le hizo un nudo en la garganta.
Llevaba la insignia de una tienda local de surf donde Alex había trabajado en otro tiempo. Había sido su camiseta favorita. Y la de ella. Shea solía deslizar los brazos alrededor de él, frotarse la mejilla contra la suave tela sobre su pecho. Casi podía sentir la protectora dureza de su cuerpo ahora…
– ¿Está aquí Niall?
– Claro, pasa. Acabamos de terminar una partida.
Alex dio un paso atrás y después de un largo momento, Shea entró con cautela.
El suelo seguía siendo de caro terrazo italiano como recordaba Shea a la perfección. La última vez que había visitado la casa había sido para la fiesta del dieciocho cumpleaños de Patti Rosten. En aquella época, se había jurado que no volvería a poner los pies de nuevo en aquella casa. Y una vez más, las circunstancias la habían obligado a romper sus promesas.
Ahora, la magnífica entrada estaba en obras y algunas partes de suelo estaban cubiertas de sábanas. Una zona de las altas paredes ya había sido pintada de color crema claro, un color mucho más agradable que el pesado ocre que tenían antes.
La escalera de caoba se curvaba a la izquierda, pero Alex le hizo un gesto para que pasara por delante hacia el amplio recibidor de la derecha.
– No mires todo ese caos -dijo Alex por detrás de ella-. Ya no puedo esperar a que la pintura esté acabada y la casa más clara. Los colores oscuros son muy opresivos y nunca creí que le hicieran justicia a la casa.
Shea pensaba lo mismo, pero se abstuvo de darle la razón. Aminoró el paso y bajó la voz al acercarse a la primera puerta abierta.
– Se suponía que Niall debía estar en casa a las seis y normalmente suele ser puntual. Nosotras… yo estaba empezando a preocuparme.
– Ya lo sé.
Shea lo miró con intensidad.
– Acabo de llamar a Norah para decirle que llevaría yo a los chicos a casa y me dijo que ya habías venido a recogerlos.
Alex hizo un gesto hacia la puerta abierta y Shea entró en lo que ahora era una enorme habitación caótica.
Si Shea recordaba bien, antes era un amplio y opulento comedor con espacio para docenas de personas. El estéreo y la televisión de Alex descansaban ahora en unas estanterías que ocupaban toda una pared. En una esquina había una pila de cajas cerradas, probablemente llenas de libros.
Los chicos estaban al borde de una mesa de billar y Pete estaba a punto de tirar. Las bolas chocaron y una entró en un agujero.
– Oh, no. La has metido -gimió Niall-. Me estás machacando -se dio la vuelta y al ver a su madre se le iluminó la cara-. ¡Hola, mamá! Mira qué mesa de billar. ¿No es excelente? Alex nos ha estado enseñando a Pete y a mí. ¿Quieres jugar tú?
– No, esta noche no. Es casi la hora de la cena y he venido a recogeros.
– No tenías por qué hacerlo. Alex nos iba a llevar en su Jaguar. ¡Eh! Quizá pueda hacerlo y quedarse a cenar en casa.
Los ojos verdes de Shea se desviaron para encontrarse con la mirada de inocencia de Niall.
– Estoy seguro de que a la abuela no le importará -seguía diciendo Niall-. Y siempre prepara mucha comida.
– Me encantaría tener la oportunidad de saborear de nuevo la comida de Norah -dijo Alex con naturalidad.
«Estoy segura de que sí», hubiera querido gritar Shea.
Él sabía que ella no quería verlo y estaba intentando acorralarla.
– Sin embargo, me temo que esta noche no podrá ser, Niall. Tengo una cita.
Shea parpadeó de asombro. ¿Una cita? Le faltó poco para preguntarle a dónde iba a ir.
– Ah, vaya, Alex. Hubiera sido estupendo que hubieras venido a casa.
Niall frunció el ceño con decepción.
– Habrá muchas otras noches. Quizá Alex pueda venir en otra ocasión.
Shea esperaba haber sonado más sincera de lo que sentía, aunque al ver a Alex apretar los labios supo que no le había engañado.
– Ven a echar un rápido vistazo a la casa mientras los chicos terminan la partida -sugirió.
– Sí, mamá. La casa es preciosa. Y tiene unas vistas alucinantes.
Shea vaciló.
– Vamos. No tardaremos mucho.
Alex la asió por el codo con cortesía y ella se apartó al instante de él en dirección a la puerta.
– Por el pasillo a la derecha -le indicó Alex-. No he cambiado mucho la distribución. Mi problema mayor ha sido la decoración.
Entraron en la enorme cocina, que parecía tener todos los electrodomésticos imaginables. Ella la recordaba oscura, pero Alex había cambiado las viejas encimeras marrones por unas brillantes de color crema que contrastaban con la madera de los armarios. El suelo era claro ahora y la habitación alegre y acogedora.
Subieron después la escalera curvada y Shea se movió con rapidez de una habitación a otra. Era evidente cuál de ellas era la de Alex. El traje que había llevado puesto por el día estaba colgado en una percha en la puerta del armario y en el borde de la cama gigante había un jersey arrugado.
Shea se fijó en todo sólo con asomar la cabeza desde el pasillo y estaba dispuesta a continuar cuando el cuerpo de Alex le interceptó la salida.
– Esta habitación es la que tiene mejores vistas, creo. Ven a echar un vistazo.
Shea cruzó por la espesa moqueta y salió por las puertas correderas a la terraza.
Alex tenía razón. La vista era maravillosa.
Cada músculo de su cuerpo se tensó y tuvo que inspirar en busca de aliento.
– Iba a venir a verte -dijo lo primero que se le pasó por la cabeza-. Para lo del alquiler añadió con rapidez por si acaso él la interpretaba mal.
– Pensé que era Aston el que se encargaba del asunto. Sin embargo, como ya te dije antes, preferiría tratarlo directamente contigo.
Su mirada quedó clavada en la de ella.
– No veo que haya necesidad, pero… -se encogió de hombros deseando poder decirle que se olvidara del asunto y salir de allí en el acto.
Pero se enorgullecía de ser una buena empresaria y no iba a arriesgar su negocio por su estúpido orgullo. Alzó la barbilla.
– Estoy dispuesta a negociar contigo las condiciones. Estaré en la tienda mañana todo el día si quieres pasarte por allí.
– Gracias -dijo él con sequedad-. Puede que lo haga.
Shea apartó la vista y la volvió de nuevo hacia el océano. La bahía se curvaba debajo de ellos y desde aquel punto aventajado, la línea costera se extendía hacia el norte, una pintoresca mezcla de follaje verde oscuro, una banda de color crema claro de arena y el agua oscura y bañada en oro mientras el sol se ponía por las montañas del oeste.
– ¿Recuerdas aquella playa? -preguntó Alex con voz ronca.
La intimidad de su tono hizo que Shea se volviera con brusquedad a mirarlo.
– ¿La playa? -repitió con voz débil y la boca seca de repente.
Por supuesto que la recordaba. ¿Cómo podría haberla olvidado? Pero hubiera apostado lo que fuera a que él sí la había olvidado.
– Pasábamos mucho tiempo ahí, ¿recuerdas?
Sí, tragó saliva de forma compulsiva. Lo recordaba todo. Los buenos tiempos. Y los malos.
– Eso fue hace mucho tiempo, Alex -declaró mientras daba unos pasos para alejarse de él y apoyaba las manos en la barandilla de hierro en busca de apoyo.
La vista era incluso más impresionante desde donde se encontraba ahora, pero Shea tuvo dificultad en concentrarse en ella. Era demasiado consciente del duro cuerpo de Alex tan cerca detrás de ella. Y sintió, más que escuchar, que él daba unos pasos silenciosos acortando la distancia entre ellos.
Ahora estaba justo detrás de ella y el vello de los brazos se le erizó cuando el codo de él rozó su piel.
– Siempre he asociado el sonido del mar contigo -su profunda voz la envolvió-. Con nosotros.
Capítulo 7
SHEA apretó los dedos contra la balaustrada hasta que le dolieron. El repetitivo sonido del mar, de los agudos gritos de las gaviotas se desvanecían bajo la luz del ocaso. Los sonidos quedaban ahogados por el eco grave de las palabras de Alex.
«Siempre he asociado el sonido del mar contigo».
«Y yo también», hubiera querido gritar ella.
Él no podía saber que, durante años, ella había tenido que recorrer calles y atajos para evitar aquella playa y no ver los árboles, la arena, las crestas blancas de las olas…
Pero por supuesto, no había podido tomar atajos para sus sueños. Cada vez que cerraba los ojos por las noches, los recuerdos de Alex habían vuelto siempre para torturarla.
– Recuerdo la forma en que el sol te quemaba el pelo hasta hacerlo casi blanco -la voz profunda de Alex seguía bañándola-, y cómo me perdía siempre en la profundidad de tus ojos verdes.
Alex había vuelto la cabeza y su cálido aliento le revolvió el pelo, el sensible lóbulo de la oreja, enviándole oleadas de sensaciones eróticas por todo el cuerpo.
– Y en mis sueños sentía la suavidad de tu cuerpo en mis brazos, paladeaba la sal del mar en tu piel…
– Alex, por favor…
Shea intentó apartarse de él, pero sus piernas parecían paralizadas y se negaron a obedecerla
– Yo también he invadido tus sueños, ¿verdad?
El erotismo de sus palabras roncas la alcanzó.
– ¿No es verdad, Shea?
Una oleada de puro deseo físico la sacudió y tuvo que agarrarse a la barandilla con frenesí. Hubiera querido arrojarse a sus brazos, quitarle la camiseta, deslizar los labios por la suavidad de su torso, sentir su duro cuerpo contra el de ella.
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