– Alex, no me hagas esto -le suplicó, destrozada, sintiendo la humedad de las lágrimas en las mejillas al darse la vuelta para mirarlo.

Sus ojos se encontraron y se quedaron clavados en los del otro y el ambiente que los rodeaba se cargó de sensualidad concentrada. Alex se movió como en cámara lenta, se inclinó hacia adelante hasta que su familiar boca reclamó la de ella.

Y Shea no hizo ningún movimiento para evitar aquel beso. De hecho, sospechaba que se había adelantado para recibirlo. Sólo sus labios se tocaron. Se abrieron. Se tocaron de nuevo. Y el corazón de Shea retumbó salvaje y tempestuoso contra su pecho. Los once años se desvanecieron en cuestión de segundos.

Y sus labios no eran suficiente. Necesitaba mucho más. Quería tener sus brazos alrededor de ella. Soñaba con sentir la embriaguez de su dureza contra ella. Se moría porque él formara parte de ella, de la forma en que lo solía hacer.

– ¿Mm? ¿Alex? ¿Dónde estás?

La joven voz de Niall penetró en el torrente de deseo que tenía paralizada a Shea.

E incluso entonces, le costó moverse, romper el lazo de pasión intoxicante que parecía controlarlos a los dos. Con un ronco gemido, puso la mano en el pecho de Alex y casi lo empujó antes de apartarse para mirar a su hijo.

– Pensábamos que os habíais perdido -dijo Niall con naturalidad al entrar al dormitorio y verlos a través de las puertas abiertas de la terraza.

¿Los habría visto Niall? Y si los había visto, ¿qué habría pensado?

– ¿Habéis terminado la partida? -preguntó Alex con la misma naturalidad-. ¿Quién ha ganado?

Niall se encogió de hombros con resignación.

– Pete. Es normal. Creo que voy a tener que practicar un poco.

– Creo que deberíamos irnos.

Shea entró en la habitación y se sobresaltó cuando Alex encendió la luz. El brillo la hizo aún más consciente del ardor que sentía y sintió que el rubor se le subía a las mejillas bajo la mirada de su hijo.

– Tu abuela se estará preguntando dónde estamos.

– La abuela sabe que estamos con Alex -dijo Niall con tranquilidad como si estar con Alex fuera algo rutinario.

– Bueno, pues la madre de Pete estará empezando a preocuparse.

– Oh, ella sabe que estoy con Niall y con Alex -dijo Pete desde el pie de la escalera-. No se preocupe, señora Finlay.

Shea se detuvo en la puerta principal, se dio la vuelta para mirar a Alex y deslizó la mirada desde su cara a la seguridad del suelo.

– Gracias por estar con los niños. Espero que no… que no te hayan entretenido mucho. Con la pintura y… bueno, todo.

– No me han causado ningún problema -Alex apoyó uno de sus fuertes brazos en el marco de la puerta y Shea metió prisa a los niños para que bajaran las escaleras.

– Volved cuando queráis -dijo de forma ambigua, con un brillo en los ojos que indicaba que la invitación no era sólo para los niños.

A Shea se le aceleró el pulso y casi salió corriendo hacia el coche. Y los latidos seguían acelerados mientras salía del sendero para entrar en la carretera.


La cena fue muy tensa para Shea. Tuvo que obligarse a tragar cada bocado de comida, pero por mucho que lo intentó, no pudo quitarse de la cabeza la sensación de los besos de Alex. Se sentía como si la impronta de sus labios brillara iridiscente ante la vista de todo el mundo.

A Shea le pareció que Niall estaba más silencioso de lo habitual. Sin embargo, se dijo a sí misma que eran imaginaciones suyas debidas a su conciencia culpable. Si Niall la había visto besarse con Alex, se lo habría dicho. Era un niño abierto y directo. O al menos siempre lo había sido.

Cuando por fin terminaron la cena, Niall se fue a hacer los deberes. Pete iba a ir, le dijo a su madre, para hacer unos problemas difíciles de matemáticas, así que Shea se sentó con Norah a ver un poco la televisión. Pero no pudo mantener la concentración. Sus pensamientos se deslizaban inevitablemente hacia Alex.

Cuando terminó el programa y Norah levantó la vista de su labor, Shea apagó agradecida el aparato.

– ¿Querías ver algo más?

Norah sacudió la cabeza.

– Oh, cariño. Me olvidé de decirte que llamó David cuando fuiste a buscar a Niall. Dijo que se pasaría por la tienda mañana. Algo acerca del alquiler.

Shea se agitó inquieta. No había aprovechado precisamente el tiempo con Alex para hablar de negocios. Era tal la atracción que Alex ejercía sobre ella, que el edificio y los negocios habían quedado relegados en cuanto la besó.

– Son discusiones de negocios -dijo despectiva-. Parece que será otro largo día de oficina -forzó un bostezo-. Creo que será mejor que me acueste pronto para estar descansada.

Norah sonrió.

– Eso te sentará muy bien. Hasta mañana.

Shea se dio una ducha rápida y se detuvo a despedir a Niall y a Pete, pasando un rato con ellos y escuchando sus quejas acerca de los deberes. No estaba cansada en absoluto, pero necesitaba estar sola. Pensar en Alex y en su desastrosa reacción ante él.

Se recostó contra los almohadones y suspiró. Su comportamiento de esa tarde había sido de lo más reprobable. Había permitido que su vulnerabilidad física hubiera vencido a sus decisiones. Y no podía consentir que sucediera de nuevo. Era una mujer madura y no podía engañarse con la excusa de la juventud para cometer estupideces. De ninguna manera, decidió resuelta, iba a permitir a Alex Finlay que le rompiera el corazón de nuevo.

Haberse quedado en aquella terraza con vistas a aquella playa en particular a lado de Alex había sido un error y Shea lo había sabido desde el mismo momento en que había salido. La playa que se extendía por debajo de ellos tenía tantos recuerdos para ella… recuerdos de Alex. Sobre todo de la noche del cumpleaños de Patti Rosten.

Patti estaba de visita en Byron Bay con su padre, que había comprado la casa grande blanca, casi un emblema del pueblo. Siendo un año mayor que Shea y una viajera experimentada, Patti había sido bienvenida a su grupo de amigos con más que un poco de admiración.

Y el que Alex la hubiera presentado a todo el mundo había ayudado a la rápida aceptación de la chica. Joe Rosten y el padre de Alex eran antiguos compañeros de armas y Donald Finlay le había pedido a su hijo que adoptara a la joven Patti bajo su protección.

Desde el primer momento en que Shea había visto a Patti, había notado que la otra chica no era inmune a los encantos de Alex y Shea se sintió sacudida por unos celos comprensibles. Lo que más le había molestado a Shea era el evidente descaro de Patti. Aprovechaba cada oportunidad posible para colgarse del brazo de Alex o parar mirarlo con ojos de adoración.

Así que cuando la invitación para la fiesta había llegado, Shea no se había sentido precisamente entusiasmada. Sin embargo, Norah había recalcado que Patti era una extraña en el distrito, una visitante de Australia y, al final, Shea había aceptado ir.

El día de la fiesta, había telefoneado a Alex. Se había olvidado de preguntarle a qué hora iría a recogerla para la fiesta.

Y cuando Jamie había llegado a casa y le había contado que Alex se había pasado la mayor parte del día en casa de los Rosten para ayudarles a preparar la fiesta, su resentimiento había aumentado.

– Alex también me ha pedido que te lleve yo a la fiesta. Te verá allí -había añadido Jamie-. Me ha dicho que apenas le dará tiempo para ir a casa a cambiarse.

Así que, con cierta inquietud, Shea había subido los escalones de la mansión en compañía de Jamie. Les condujeron a la parte trasera de la casa, que daba a un patio enorme y a una piscina. Las luces de colores se diseminaban por todas partes y ya había cerca de unos sesenta jóvenes reunidos.

Para desmayo de Shea, Patti se había acercado a recibirlos con Alex a su lado.

Patti llevaba los vaqueros de diseño más ajustados que Shea hubiera visto en su vida y un top dorado brillante sin mangas que acentuaba la curva de sus pequeños senos. Le habían recogido el pelo oscuro en lo alto de la cabeza y parecía mucho mayor de dieciocho años.

A Shea le dio un vuelco el corazón. El aspecto de Patti le hizo sentirse pasada de moda con su falda de pareo y camiseta sin mangas.

– ¡Qué maravilla que hayáis venido! -les había dicho clavando en el hombre que tenía a su lado sus enormes ojos violeta-. ¿Verdad, Alex?

– Por supuesto -Alex había sonreído a Shea y la había tomado de la mano-. Ven y te conseguiré una bebida.

– Feliz cumpleaños, Patti.

Shea le había pasado a la otra chica un regalo envuelto en papel de colores.

– Oh, gracias, Shea -Patti se había dado la vuelta y había apoyado la mano en el brazo de Alex-. Tráeme también a mí un refresco, ¿vale, dulzura?

– ¿Dulzura? -le había repetido ella a Alex mientras se acercaban al bar.

Alex se había reído con suavidad.

– Desde luego no es la forma en que prefiero que se dirijan a mí, incluso aunque sea alguien a quien conozca bien.

– Y conoces a Patti bien, ¿verdad? -preguntó Shea con la mayor naturalidad que pudo.

– No tan bien -bajó la vista hacia Shea-. Siento no haber pasado a recogerte esta noche. He estado aquí toda la tarde y Joe y mi padre me han tenido ocupado.

Y Patti también, pensó Shea para sus adentros.

La velada transcurrió despacio y a Shea le pareció que Patti siempre le buscaba a Alex algo que hacer para separarlo de ella. Aquello había sido la tónica de la tarde y lo que se la había estropeado. Patti les había interrumpido cuando estaban bailando, cuando estaban hablando con amigos o simplemente cuando estaban juntos disfrutando de la maravillosa cena.

Hacia las once de la noche, Shea ya no pudo aguantar más y había ido a buscar a Alex fuera para pedirle que la llevara casa.

Alex posó la bolsa de hielo que llevaba y echó un vistazo a su alrededor.

– Todavía es pronto. ¿Estás segura de que quieres irte?

– Puedo pedirle a Jamie que me lleve si tú quieres quedarte más -sugirió con el corazón en un puño.

– No. Está bien. Podemos irnos. Dejaré este hielo y podremos despedirnos.

Shea siguió a Alex al bar y le observó echar el hielo en uno de los barriles de refresco. Por supuesto, Patti apareció al instante.

– Gracias, Alex, cielo. ¿Qué hubiera hecho yo hoy sin ti?

Alex sonrió.

– No hubieras tenido ningún problema en conseguir que media docena de chicos lo hicieran por mí. De todas formas, Shea está cansada, así que buenas noches y gracias por invitarnos.

– Pero no hace falta que tú te vayas porque Shea esté cansada ¿verdad? Quizá puedas volver cuando la dejes en casa.

– Quizá.

Alex sacó las llaves del coche de su bolsillo y, con la mayor discreción, salieron hasta el coche. Alex estaba abriendo la puerta cuando Shea le dijo:

– Puedes quedarte tú si quieres.

– De ninguna manera -replicó Alex con firmeza-. Patti es una pequeña caprichosa y mimada y está acostumbrada a que todo el mundo haga lo que ella quiera. Y llega a ser insoportable. Mi padre ofreció mi ayuda hoy y creo que ya he cumplido con creces. Y aparte de eso, no he tenido la oportunidad de pasar suficiente tiempo contigo esta noche.

Puso el coche en marcha y estiró la mano para tomar la de ella.

Shea suspiró.

– Yo he pasado una tarde horrible porque pensaba que tú… bueno, que querías estar con Patti en vez de conmigo.

– ¿Estás de broma? Si no hubiera sido el cumpleaños de Patti, ni siquiera hubiera ido. Ya sabes que odio las fiestas, a menos que sea una en la que estemos tú y yo solos.

– Yo también -Shea sonrió y empezó a sentirse un poco mejor-. La verdad es que no estoy cansada, sólo un poco harta de la fiesta. ¿Podemos ir a dar u paseo por la playa?

– Claro.

Alex le apretó la mano y después se concentró en conducir por la sinuosa carretera.

Habían paseado de la mano a lo largo de la playa, con las luces de la fiesta visibles por encima de ellos, pero el sonido de las olas amortiguaba los otros de la fiesta. Cuando dieron la vuelta sobre sus propios pasos, antes de subir hacia el coche, Shea se detuvo y sujetó a Alex por el brazo.

– Vamos a sentarnos aquí un rato. La playa es tan bonita por la noche. ¿No es irreal esta vista? La luna esta tan brillante y es tan romántico…

Alex alzó la esfera fosforescente de su reloj hacia la luna.

– Se está haciendo tarde, Shea. Norah estará esperando que te lleve a casa.

– Ya lo sé, pero por un poco de retraso no pasará nada, ¿no crees? Venga, Alex, por favor -suplicó para rodearle la cintura con desinhibición, disfrutando de la sensación de sus fuertes músculos bajo sus dedos.

Las manos de él se posaron en sus hombros y empezó a frotarle con delicadeza las clavículas. Shea se estremeció y el sonido de sus dedos contra la tela se magnificó en sus oídos con sensualidad.