– Anoche, bueno, admito que me deje llevar un poco por… por la vista, por la tarde, quizá por un momento de nostalgia romántica. Eso no quiere decir que piense seguir con esa desafortunada indiscreción a la luz del día.

Alex bajó los párpados y la miró durante un largo instante.

– Quizá hayas cambiado más de lo que yo había pensado. En el pasado al menos eras sincera.

– Quizá simplemente no esté diciendo lo que tú quieres escuchar -sugirió ella encogiéndose de hombros con una ligera sensación de culpabilidad-. Y estoy siendo sincera, Alex. ¿Por qué no iba a serlo?

– Sólo tú tienes la respuesta -dijo él con suavidad.

– No creo que esta conversación nos lleve a ningún sitio -Shea señaló su pila de pedidos-. Dejémoslo como está. Ha llovido mucho en estos once años.

– Ese es un dicho muy ambiguo. ¿Qué quieres decir exactamente?

– Lo evidente. Que nos somos las mismas personas de hace once años. La gente, las situaciones, cambian.

– Sigues siendo muy ambigua.

Shea apretó los labios con irritación.

– ¿Y cómo de específica quieres que sea? -mantuvo la vista cavada en él-. Me temo que no quiero mantener una relación, ni física ni emocionalmente. ¿Es eso lo bastante específico para ti?

– ¿Quiere decir eso que hay alguien más?

Shea enarcó las cejas con sorpresa.

– ¿Y qué tiene que ver eso?

Alex se encogió de hombros.

– Podría explicar algunas cosas. Han pasado cuatro años desde la muerte de Jamie. ¿Sería de extrañar?

Él apoyó los codos en la silla y su mirada cautelosa siguió clavada en ella.

– No, supongo que no.

El ambiente de la habitación pareció rasgarse de la tensión. A Shea le latía el corazón con tanta fuerza que creyó que él debía de estar oyéndolo.

– ¿De quién se trata? -preguntó él con estudiada indiferencia.

Capítulo 9

– REALMENTE no creo que eso sea asunto tuyo -se encaró ella, negándole el derecho a meterse en su vida.

– ¿Se trata de Aston? ¿Ese tipo llorón que se suponía que llevaba tus asuntos? Es un poco blandengue, ¿verdad? Estuve a punto de firmar el contrato sólo para deshacerme de él.

– David es su joven muy agradable.

– ¿Agradable? -Alex retorció los labios con desdén-. Él nunca sabría llevarte, Shea.

Shea sintió que el color le subía a las mejillas.

– No sé lo que quieres decir.

– Por supuesto que lo sabes.

Sus ojos se mantuvieron clavados en los del otro, tormentosos, conmovidos por los recuerdos de lo que habían compartido, recuerdos que mantenían el ambiente denso a su alrededor.

– Y los dos sabemos que yo sí. Y lo he hecho.

¿Cómo se atrevía él a sugerir que ella podría caer con tanta facilidad bajo su atracción?

– Vaya, el arrogante…

– Pero sincero -interrumpió él.

Shea se levantó, agradecida de que su furia fuera en aumento.

Entonces la pequeña sonrisa de suficiencia en la cara de él le devolvió todo el dolor, la pena, la perfidia de él. Ahora, absolutamente revitalizada, su furia no necesitaba alimentarse. Se desató como una serpiente enroscada y deseó lanzarse contra él, infligirle el mismo dolor que él le había causado a ella.

– Quizá deba poner mis cartas sobre la mesa, Alex.

– Desde luego -contestó él con tranquilidad.

– He intentado ser educada, pero evidentemente tú no entiendes eso. Admito que hace once años yo era joven y quizá más tonta que la mayoría. Pensaba que estaba enamorada de ti y mi mayor error fue creer que tú también lo estabas de mí. ¡Qué ingenua!, ¿verdad, Alex? -arqueó los labios en una sonrisa exenta de humor-. Bueno, todos cometemos errores. Y si fuéramos sensatos, aprenderíamos de ellos. Nos volvemos a poner en pie, reparamos el daño y, de nuevo, si fuéramos sensatos no repetiríamos el mismo error -Shea se detuvo y alzó el mentón-. Me considero una persona bastante sensata en la actualidad, Alex.

Él la miró en silencioso escrutinio y con un fruncimiento de ceño.

– ¿Hay algo que no sepa? -preguntó entonces él-. ¿Soy yo la parte culpable?

– No creo…

Pero él la interrumpió como si no hubiera hablado.

– Tal y como yo lo veo, eres tú la que se casó antes de que el sonido de mi avión se hubiera perdido en la distancia.

Él se había inclinado hacia adelante en su silla ahora y sus ojos oscuros estaban clavados en ella.

Shea ordenó la pila de pedidos delante de ella.

– La verdad es que estoy demasiado ocupada como para seguir discutiendo esto.

– Bueno, pues yo no -soltó Alex para ponerse en pie de forma abrupta-. Ha estado flotando en el aire desde que llegué a casa.

– Esto es ridículo, Alex. Y no veo ninguna utilidad en seguir escarbando en ello.

– Estoy seguro de que no lo ves -replicó él con sarcasmo-. Entonces, ¿no te casaste con el primer hombre que pudiste en cuanto yo me fui?

La silla de Shea golpeó la pared cuando ella se levantó de golpe para enfrentarse a él.

– Exactamente esa es la palabra clave. Te fuiste, Alex.

– Y apenas un mes más tarde te casaste con Jamie. Mi propio primo -dijo pronunciando la palabra con gran desprecio.

– Jamie me amaba y…

– ¿Y crees que yo no lo sabía? Créeme, lo sabía. Siempre supe lo que sentía por ti -cruzó la habitación hasta la ventana que daba al callejón trasero y después se dio la vuelta-. Solía pasarme la mayoría del tiempo debatiéndome entre el júbilo de que me amaras a mí más que Jamie y la culpabilidad de que fuera así.

– Bueno, eso ya pertenece al pasado. Dejémoslo así. Jamie y yo tuvimos un buen matrimonio y…

Alex estuvo detrás de la mesa en un par de largas zancadas, la asió por el brazo y clavó los dedos en su carne.

– Y supongo que nunca te importó que yo lo supiera, ¿verdad?

– Suéltame, Alex. Me estás haciendo daño -Shea intentó zafarse de él-. No sé de qué estás hablando.

– Jamie me dijo lo felices que erais -Alex soltó una carcajada amarga-. Y me quise morir miles de veces durante esos años sólo de imaginarte con él. Y después me odiaba a mí mismo porque le envidiaba tanto que me abrasaba como un fuego infernal que me impulsaba a volver a casa y estrangularle con mis propias manos. Y eso que era como un hermano para mí.

Sacudió la cabeza y sus dedos aflojaron la presión sobre su brazo. Sus ojos eran del color del chocolate oscuro, velados por la rabia, y su mirada atrapó la de ella y la mantuvo paralizada.

– Solía torturarme imaginándoos juntos, a ti besando a Jamie de la forma en que me besabas a mí, haciendo el amor con él -posó los ojos en sus labios y un dolor salvaje le sacudió-. ¿Lo hacías, Shea?

– ¿Hacer qué?

Alex la frotó con suavidad la cara interna del brazo demasiado cerca de su seno.

– Cuando hacías el amor con Jamie, ¿pensabas alguna vez que era yo?

A Shea se le secó la boca. Todo su cuerpo quería moverse hacia él, pero con un control férreo se apartó con rigidez.

– ¿Cómo te atreves a preguntarme eso? No tienes ningún derecho.

– Bueno, ¿lo hacías? -le sacudió el brazo-. ¿Pensaste alguna vez en nosotros? ¿Y en lo bien que estábamos juntos? ¿Pensaste alguna vez en mí?

Shea tragó saliva con el corazón desbocado. Para ser sincera, nunca había estado muy lejos de sus pensamientos. Pero no tenía intención de decírselo. Ni ahora ni nunca.

– No, Alex. Raramente pensé en ti. Puse todos mis recuerdos de ti en una cajita y la almacené en la parte más lejana de memoria. Así que no, Alex. Siento que hiera tu orgullo masculino, pero no pensé en ti.

– ¿Así que me borraste de tu mente? -sus ojos entrecerrados seguían clavados en los de ella y esbozó una leve sonrisa-. No lo creo, Shea. Me temo que no te creo. Es por eso por lo que no me permitirás ahora acercarme demasiado a ti, ¿verdad? Estás aterrorizada porque sabes que yo tengo la llave de esa cajita tuya. Soy yo el que puedo abrirla, levantar la tapa de esa fría actitud que adoptas ahora. ¿No es esa la verdad, Shea? Yo puedo devolvértela. La vida con mayúsculas. Hacerte sentir el mismo deseo ardiente que siempre te hice sentir.

– No.

– Sí -susurró él con suavidad-. Yo sé que sí.

El timbre de su voz junto con su masculino aroma almizcleño le inundaron los sentidos y supo que estaba perdiendo terreno con toda rapidez.

– Entonces, ¿por qué te fuiste? -explotó antes de poder contenerse.

Alex cerró los ojos por un momento.

– Te expliqué por qué me iba. Quería conseguir la mejor educación, hacer algo de mí mismo.

– Oh, sí. Todo yo, mío y yo mismo. Alex tenía que convertirse en lo que Alex quería, ¿verdad?

– Admito que te quería a ti -dijo Alex.

Shea soltó una carcajada amarga.

– Como ya te he dicho, Alex tenía que conseguir lo que Alex quería. Bueno, me tuviste a mí, Alex. Aunque no soy tan pretenciosa como para creer que te acuerdes de tanto ahora. Entonces, cuando te convino, lo olvidaste.

– ¿Olvidar el qué?

Shea soltó una maldición muy poco femenina.

– ¿Olvidar que hicimos el amor?

La voz de Alex había bajado a aquel timbre tan grave que siempre le producía cosquilleos.

Y los recuerdos provocativos la hicieron sentir una frenética escalada de deseo. Su cuerpo conservaba la pasión que sabía que él podía despertar, que sólo él podría satisfacer.

– ¿Olvidar que fui tu primer amante? -continuó Alex con sensualidad-. ¿Que fue la experiencia más increíble de mi vida? Porque lo fue, ¿verdad, Shea? Hicimos el amor porque era inevitable que lo hiciéramos. Éramos dos valvas de la misma concha. Y todas las piezas encajaron a la perfección.

– Estás siendo obsceno.

– ¿Obsceno? ¿Y cómo así? ¿Porque simplemente te he probado que no me había olvidado? Porque, créeme, no lo he olvidado. Ni un sólo segundo del tiempo que pasamos juntos -su voz se hizo aún más baja-. Hasta te puedo enseñar el lugar exacto en que nos acostamos. Y decirte exactamente lo que sentí al tenerte en mis brazos. La suavidad de tu piel bajo la luz de la luna. Y cada gemido que emitías cuando te tocaba ahí.

– ¡Alex! ¡Párate! Por favor.

– Quizá seas tú la que lo haya olvidado, Shea.

Ella alzó la cabeza con las mejillas todavía sonrojadas. ¿Olvidado? Había intentado con tanta desesperación borrar todo recuerdo de aquella época de su mente. Pero por las noches, los sueños volvían para recordárselo.

Sus ojos se clavaron en los de él, mantuvieron su mirada y Alex no pudo evitar ver la verdad en la profundidad de sus ojos verdes.

Las comisuras de los labios de Alex se alzaron levemente en un esbozo de sonrisa.

– No -su tono contenía una evidente nota de triunfo-. No has olvidado más que yo. Lo supe anoche en la terraza -dijo con suavidad estirando las manos hacia ella.

– ¿Y cuando estabas con Patti pensabas en mí? -preguntó con todos los músculos de su cuerpo tensos.

Una omnipresente rigidez se expandió entre ellos y sus palabras parecieron resonar con fuerza ensordecedora. La electricidad cargó el aire y, entonces, cuando Shea creía que no podría soportar el silencio ni un minuto más, él le soltó el brazo y se dio la vuelta para pasarse la mano por el pelo distraído.

– ¿Que si pensaba en ti cuando estaba con Patti? Constantemente -dijo con voz ronca-. Que Dios me ayude. Siempre te tuve en mi mente.

– No quiero escuchar esto, Alex.

– ¿No? -se dio la vuelta para mirarla-. ¿Por qué no? Eres tú la que hizo la pregunta de un millón y ahora quieres escabullirte. Pues sí, cuando hacía el amor con mi esposa, pensaba en ti.

Shea sacudió la cabeza, pero él dio un paso adelante hasta que sólo estuvo a unos centímetros de ella.

– ¿Te parece eso deleznable, Shea? Pues a mí sí. Saber que cuando tocaba a otra mujer siempre soñaba con que te estaba tocando a ti, siempre deseando que fueras tú. ¿Responde eso a tu pregunta? Así que si quieres saber si sufría por haberte dejado, la respuesta es sí. Un millón de veces, sí.

Shea sólo pudo mirarlo con un torbellino en la cabeza.

– Y lo más cruel de todo era que nunca amé a Patti. Y ella lo sabía.

– Entonces, ¿por qué te casaste con ella?

– Porque te había perdido a ti -sacudió la cabeza ligeramente-. No, porque sentí que me habías traicionado.

– ¿Traicionarte? -repitió Shea con incredulidad-. Tienes muy mala memoria, Alex.

– Pues parece que mejor que la tuya, pero ese no es el asunto. Como tú misma has dicho muy bien, todo pertenece al pasado. Es del presente de lo que deberíamos preocuparnos -se detuvo un instante-. Creo que tenemos un futuro, Shea.

– ¿Un futuro? -Shea sacudió la cabeza-. Oh no, Alex. En eso te equivocas. No pienso intentar reavivar las brasas.

– Yo diría que las llamas nunca murieron. Todavía siguen ardiendo. No hará falta reavivarlas.