Deslizó el dedo a lo largo de su barbilla y Shea retrocedió como si la hubiera abrasado.

– No me toques, Alex, o…

– ¿Por qué luchar contra ello, Shea? Tú sabes que cuando estamos juntos las chispas saltan. Siempre ha sido así.

– ¡No!

– ¿No? -arqueó una fina ceja-. Entonces demuéstrame lo contrario.

Sus labios descendieron y tomaron los de ella durante un excitante e interminable momento antes de alzar la cabeza.

Sus ojos parecían decir: «ya te lo había dicho».

Shea se apartó de él.

– De acuerdo, Alex. Seré la primera en admitir que tienes madera de ganador. Pero antes de que proclames tu victoria, déjame decirte que es una victoria vacía. He estado sola durante cuatro años, así que supongo que sería considerada una presa fácil. ¿Qué clase de conquista es ésta?

– ¿Desde cuándo ha habido una guerra entre nosotros? -preguntó Alex con ironía.

– Pero eso es absurdo. No pienso ser el premio para nadie -Shea se encogió de hombros de forma casi imperceptible-. Estuve demasiado cerca de ti, Alex. Construí mi vida basada en ti y quedé bastante devastada cuando te fuiste. Francamente, no quiero sentir eso por ningún hombre.

Alex iba a comentar algo, pero Shea levantó la mano.

– Pero, lo más importante de todo es que no quiero una relación contigo ni con ningún otro hombre en este momento de mi vida. Tengo un hijo al que criar y mi negocio está creciendo lo bastante como para dejarme apenas tiempo libre. Así que, Alex, no necesito lo que me estás ofreciendo.

– ¿Y qué es exactamente lo que crees que te estoy ofreciendo?

– Por las pruebas presentes y, a riesgo de sonar muy pasada de moda, yo diría que una aventura puramente física. Divertido, al menos para ti mientras dure, pero se acabará en cuanto te vayas de nuevo.

– ¿Divertido sólo para mí? Sería mutuo. Te lo prometo.

– Gracias, pero no, Alex.

– ¿Y crees que quiero tener algún tipo de aventura clandestina? -se rió con suavidad-. Suena casi apropiado.

– Y yo estoy segura de que lo que tú tienes en mente está muy lejos de eso. Bueno, pues no pienso escabullirme al caer la noche como solía hacer para reunirme contigo en algún lugar sórdido, Ahora tengo veintiocho años, por Dios santo. En la actualidad prefiero la comodidad de una cama.

– La comodidad me parece bien -dijo Alex con seriedad burlona-. ¿Daría igual que fuera tu cama o la mía?

– Alex, no voy a acostarme contigo -afirmó Shea con desesperación.

Un ligero ruido les hizo volverse a los dos hacia la puerta para encontrarse con David Aston, parado en medio de la habitación. Se sonrojó y Shea supo que la había oído. Ella misma se sonrojó hasta la raíz del pelo.

David tosió con discreción.

– Discúlpame, Shea. Parece que Debbie está ocupada con un cliente y pensé que podría pasar. No me di cuenta de que no estabas sola. Nosotros, bueno, le dije a tu suegra que me pasaría a las diez. Esperaré afuera, ¿de acuerdo?

– No -dijo Shea con rapidez-. Pasa, David. Alex se iba ahora mismo.

– Tenemos que discutir lo del alquiler todavía -le recordó Alex con calma-. Ya he revisado el contrato.

– Estoy segura de que sí -dijo con el mismo tono que él-. David aseguró que es bastante típico, ¿verdad, David?

– Oh, por supuesto. De eso puedes estar bastante segura, Shea.

David posó su maletín en la mesa y se dio la vuelta hacia Alex.

– Es todo legal. Mi empresa es un respetable miembro de…

Alex le hizo un gesto para que se callara.

– Necesitamos hablar de las condiciones, Shea.

Alex estaba humillando a David y éste se lo estaba permitiendo. Shea sintió una oleada de irritación hacia los dos.

– Si quieres más dinero, Alex, puedes discutirlo con David.

El otro hombre deslizó la mirada de Alex a Shea y tosió con nerviosismo de nuevo.

– Shea, creo que las condiciones son bastante generosas -empezó antes de ver la expresión de dureza de ella-, pero por supuesto, estoy preparado para negociar en tu nombre. ¿A qué hora te viene bien? -le preguntó a Alex.

Alex mantuvo la vista clavada en Shea durante un largo momento antes de moverse.

– Te lo haré saber.

Shea sonrió y le despidió con un gesto.

– Bien. Entonces te veré más tarde, Alex.

Él tardó varios segundos en estrechar su mano extendida y la mantuvo más tiempo del necesario. Su firme mirada también le dijo a Shea que aquella conversación estaba lejos de haber acabado.

– Estate segura de que será así -dijo con suavidad antes de hacer un gesto hacia David y salir.

Shea soltó despacio el aliento que no sabía que había estado conteniendo

Y se volvió con desgana para enfrentarse a la desaprobación segura de David. El haber tenido el error de sugerir más dinero le sirvió para recriminarla durante lo que a ella le parecieron horas y, para cuando él también se fue, Shea tenía un formidable dolor de cabeza.

Y se pasó toda la tarde medio escuchando por si se acercaba un coche que anunciara la llegada de Alex. Pero no llegó.


– Gracias a Dios que estás aquí -saludó Debbie cuando Shea entró a la tienda la tarde siguiente.

– ¿Es que no hay descanso para el guerrero? -preguntó con una débil sonrisa. La visita a los distribuidores de la mañana se le había hecho interminable y parecía que el agobio no había acabado-. ¿Cuál es el problema?

– Ha llamado Sue Gavin -le dijo Debbie.

Shea posó su maletín con las piernas debilitadas de repente.

– ¿Se encuentra bien Niall? -preguntó con rapidez.

Debbie asintió.

– No se trata de Niall. Tu suegra se ha puesto enferma. Sue ha dicho que la han llevado al hospital.

– ¿Norah? ¿Cuándo ha sido?

Debbie echó un vistazo a su reloj.

– Yo diría que como hace una media hora. He estado llamando a todos los distribuidores para intentar localizarte.

– ¿Te dijo Sue si era grave?

Debbie sacudió la cabeza…

– No. Sólo que la habían llevado al hospital en ambulancia.

– De acuerdo -Shea inspiró para calmarse-. Iré directamente al hospital, pero tendré que dejar que cierres tú de nuevo.

– No te preocupes. Sólo espero que tu suegra esté bien.

Shea salió corriendo al coche y condujo aprisa hasta el hospital. Después, se pasó un rato interminable en la recepción del hospital mientras una joven enfermera averiguaba dónde se encontraba Norah. Shea siguió entonces sus indicaciones hasta llegar al número que le había dicho.

Mientras se acercaba, salió una enfermera de la habitación y Shea notó con alivio que era una joven a la que conocía de vista.

– Ah, hola, Shea- la saludó bastante animada-. Supongo que habrás venido a ver a tu suegra. La estamos preparando ahora mismo para la intervención.

– ¿Intervención?

Shea frunció el ceño con preocupación y la enfermera le dio una palmada en el brazo.

– Operamos de la vesícula a todas horas. Danos cinco minutos y después podrás entrar unos pocos minutos si quieres, aunque probablemente estará un poco adormilada. Vendré a buscarte en cuanto terminemos, ¿de acuerdo?

Shea le dio las gracias y se acercó al teléfono público de la pared para marcar el teléfono de su vecina con dedos temblorosos.

– ¿Sue? Soy Shea. Estoy en el hospital.

– Gracias a Dios. ¿Cómo está Norah?

– La van a operar de la vesícula. Voy a entrar a verla dentro de unos minutos. ¿Cómo ocurrió?

– Yo estaba en el jardín de atrás y ella me llamó. Me dijo que estaba teniendo otro cólico de vesícula y que se había caído en el césped. Salí corriendo y llamé al doctor. Cuando llegó, llamó él enseguida a la ambulancia. Yo quería buscar a alguien para que se quedara con los gemelos, pero Norah no me lo permitió. Me dijo que sólo te llamara a ti.

Shea gimió con suavidad.

– Gracias, Sue, por ayudar a Norah. ¿Crees que podrías tener un rato a Niall contigo cuando termine su partido? Me gustaría quedarme aquí con Norah.

– Claro. No te preocupes por Niall. Dale recuerdos a Norah y ya nos veremos cuando puedas.

Shea colgó con nerviosismo y paseó por el pasillo en espera de que apareciera la enfermera de nuevo. Sin embargo, antes de que llegara, el médico de Norah se reunió con ella.

– Ah, Shea, me alegro de que estés aquí. Vamos a intervenir a Norah de las piedras de la vesícula.

– ¿Está…? Quiero decir… -Shea tragó saliva-. ¿Se pondrá bien?

El doctor apretó los labios.

– Bueno, llevo queriendo que se opere hace meses, pero ahora la decisión es inaplazable. Como te puedes imaginar, hubiera preferido que no hubiera ocurrido así, pero… -se encogió de hombros-. Ella está en buena forma aparte de eso y no se esperan complicaciones.

– La enfermera me ha dicho que podría verla antes de que la lleven al quirófano.

En ese momento, salió la enfermera de la habitación y Shea entró con el doctor. Su suegra ya estaba echada en una cama móvil. Tenía los ojos cerrados y parecía muy pequeña y frágil. A Shea se le hundió el corazón y atravesó aprisa la habitación para tomarla de la mano.

Norah abrió los ojos.

– Shea. ¿Ya me han operado?

El doctor se adelantó, examinó a Norah y la animó antes de dejarlas solas.

– Oh, cariño. Me alegro tanto de que hayas llegado antes de que me lleven -dijo Norah un poco más despierta ya.

– Sólo puedo quedarme unos minutos antes de que te bajen al quirófano.

– Me alegro de que estés aquí -los dedos de Norah la apretaron-. Quiero hablar contigo.

– No intentes hablar -dijo Shea con suavidad-. Sólo relájate mientras te hace efecto la medicación.

– No, Shea. Debo hablar contigo.

Norah se incorporó y Shea la acomodó en la cama.

– Podremos hablar después de la operación. Ahora tienen bastante prisa. Y el doctor me ha dicho que las piedras de vesícula se operan ahora con mucha facilidad. Estarás de vuelta antes de enterarte.

– No. He querido hablar de esto contigo desde hace mucho tiempo, pero tenía miedo.

– Norah…

– Sé la verdad, cariño. Siempre la he sabido.

– ¿La verdad? -repitió Shea con suavidad.

Norah le apretó la mano de nuevo.

– Acerca de Niall. Sé que Jamie no pudo ser su padre. Tienes que contárselo a Alex, Shea. Tiene derecho a saberlo.

Norah parpadeó y Shea siguió allí de pie helada. ¿Norah lo sabía? ¿Pero cómo?

Norah abrió los ojos de nuevo.

– Niall es hijo de Alex, ¿verdad?

– Pero, Norah, ¿cómo…? -los labios helados de Shea se movieron con rigidez-. Jamie me dijo que nunca se lo diría a nadie.

Su suegra movió la mano negándolo.

– No hacía falta que Jamie me lo dijera, cariño. Y a mí nunca me importó. Niall es un niño precioso y Alex debería saber que tiene un buen hijo.

Cerró los ojos de nuevo y esa vez Shea notó que estaba dormida ya.

Shea se quedó allí con la mano de Norah entre las suyas como si el tiempo se hubiera paralizado.

¿Cómo lo habría averiguado Norah? Jamie le había dado su palabra de que nunca se lo diría a nadie. Shea miró a su suegra deseando preguntárselo, pero Norah estaba profundamente dormida.

La enfermera volvió y habló en voz baja con Shea mientras empujaban la cama móvil de Norah. Shea apenas se enteró de lo que le dijo la otra mujer.

Cuando Norah y la enfermera desaparecieron por la esquina, Shea se dio la vuelta y comprendió que no estaba sola en el pasillo.

Alex estaba enfrente de ella. Tenía la cara pálida y la miró como si no la hubiera visto antes.

Con un esfuerzo sobrehumano, intentó recomponerse y se secó una lágrima de los ojos.

– Oh, Alex. Ya no podrás ver a Norah. La acaban de bajar al quirófano. Es la vesícula. Pero el doctor dice que se pondrá bien.

Sus palabras murieron cuando la dura expresión de él atravesó la barrera de su disgusto.

– ¿Alex? -preguntó con debilidad.

Entonces se quedó fría como el hielo al preguntarse si Alex habría oído su conversación con Norah. No.

¿Cómo podría haberlo oído? Habían estado solas en la habitación.

Alzó la vista hacia él. ¡Dios bendito! No podía haber oído a Norah.

– Tienen que operarla inmediatamente -repitió Shea para llenar el silencio opresor-. Tiene piedras en la vesícula desde hace años, pero no quería operarse.

Alex seguía en silencio y ella iba a ponerle una mano en el brazo, cuando él se apartó como si le hubiera quemado.

A ella se le aceleró el corazón con aprensión.

– ¿Alex? ¿Qué es lo que pasa? -preguntó con una vocecita débil mientras temía que él ya supiera su secreto.

– Vámonos.

Alex se adelantó y la asió por los brazos para guiarla a lo largo del corredor.

– Alex, ¿qué es lo que…?

– Aquí no, Shea. Necesitamos intimidad.

Abrió la puerta de la primera sala de espera y, cuando se aseguró de que estaba vacía, la empujó dentro y se apoyó contra la puerta cerrada. Los dos se miraron fijamente.