Los pesados segundos se extendieron hasta un par de interminables minutos que parecieron horas y el silencio se hizo insoportablemente pesado. Ahora, Shea notó que él la estaba mirando. La tensión eléctrica se extendía entre ellos, llameante, creciente, hasta que Shea pensó que no podría aguantarlo más. Entonces, él habló.

Capítulo 3

– ¿CÓMO te ha ido, Shea? -preguntó él con voz ronca.

¿Y cómo pensaba él que podía haberle ido?, hubiera querido gritarle.

– Estoy bien.

– Eso parece -Alex se detuvo-. Estupenda.

Shea pensó que había notado un poco de tirantez en su voz profunda.

– Gracias -replicó tensa intentando que la voz le saliera calmada-. Digamos que los años han sido amables con los dos.

Alex no hizo ningún comentario, pero Shea notó que apretaba el volante con fuerza y tardaba en girar la llave. Sacó el Jaguar del aparcamiento y la gravilla crujió bajo las anchas llantas ahogando con facilidad el ronroneo suave del motor.

– ¿Y a qué te dedicas últimamente? -preguntó mientras entraban en la carretera-. Mi padre me ha contado que posees tu propio negocio.

– Sí -el monosílabo sonó duro y ella inspiró con rapidez. Tenía que ser fría. Distante. Él ya no significaba nada para ella-. Sí, tengo mi propia boutique de moda.

¡De qué forma tan civilizada se comportaban los dos! Shea apenas pudo contener una carcajada de amargura.

– Diseño y fabrico mi propia línea de ropa.

– No puedo decir que me sorprenda. Siempre te han interesado ese tipo de cosas.

¡No!, le dijo una voz enfurecida en su interior. No te atrevas a hablar de eso. Él, menos que nadie, tenía derecho a hacerlo.

Se aferró a la compostura y clavó la vista en las siluetas oscuras de los árboles que bordeaban la carretera.

El silencio se extendió entre ellos de nuevo y Alex suspiró. Shea fue incapaz de evitar mirarlo y, entonces, durante unos fugaces segundos antes de volver la atención a la carretera, sus ojos se encontraron con los de ella.

– ¿Y cómo te va el negocio? ¿Te va bien? -preguntó él mientras ella se veía arrastrada a seguir con el tema de conversación.

– Bastante bien -replicó suprimiendo el impulso de decirle que había tenido éxito por encima de sus sueños más fantásticos, que el negocio se había triplicado el año anterior, que ese año había superado todas las expectativas y que con la nueva sección de niños en marcha, tendría que ampliar la fábrica en breve.

– ¿Dónde tienes la tienda?

– Donde estaba el viejo café, un poco más arriba del pub de la esquina. La tienda de al lado quedó vacía, así que uní los dos locales.

– ¿Llevas mucho tiempo ahí?

– Cerca de ocho años. Empecé a pequeña escala trabajando desde casa. Después probé en los mercadillos y, por suerte, he seguido avanzando desde entonces.

¿Por qué le estaba contando aquello cuando no tenía ningún deseo de informarle o impresionarle?

– ¿Sigues tú trabajando para el Grupo Rosten?

Después de un momento de pausa, él también pareció contestar contra su voluntad, porque vaciló también, antes de replicar.

– Tengo un año sabático. Hago algo de trabajo por mi cuenta de vez en cuando, pero me he tomado un descanso en la compañía -terminó.

Un pesado silencio cayó sobre ellos mientras metía el coche en el sendero de grava de la casa de Shea.

Ella apenas pudo contener un suspiro de alivio.

– Gracias por traerme a casa -empezó.

Pero Alex ya estaba fuera del coche rodeándolo para abrirle la portezuela. Ella salió y repitió el agradecimiento.

– De nada -replicó él.

– Bueno, pues buenas noches.

Shea empezó a caminar hacia la puerta principal, pero se detuvo al darse cuenta de que Alex se había unido a ella. Lo miró con aire interrogante y, bajo el brillo de la luz el porche, que Norah siempre dejaba encendida para ella, le vio sonreír ligeramente.

– Ya te dije que quería ver a Norah.

Shea intentó defender su territorio.

– Es tarde. Norah estará probablemente en la cama -empezó.

Pero Alex levantó el reloj hacia la luz.

– ¿Norah en la cama a esta hora? Creo recordar que nunca se iba a dormir antes de las doce.

Era verdad, pero Shea no se sentía inclinada a reconocerlo.

– ¿No sería mejor que vinieras mañana por la mañana?

– ¿Mejor para quién? -preguntó él con suavidad-. ¿Para Norah? ¿O para ti?

– Yo… -Shea tragó saliva-. La verdad es que no sé lo que quieres decir.

Alex mantuvo la vista clavada en ella.

– Yo creo que sí, Shea. Algo me dice que no estás muy contenta de verme.

– ¿Y debería estarlo? -las palabras le habían salido antes de pensarlas y siguió hacia las escaleras-. Once años es mucho tiempo. La gente cambia.

– Suele ser así -el tono de su voz la hizo detenerse-. Mira, Shea. Antes éramos amigos. ¿No podríamos intentarlo de nuevo?

¿Que si podían intentar ser amigos? ¿Es que no comprendía que con cada palabra estaba abriendo viejas heridas que habían tardado mucho en cicatrizar?

– ¿Amigos?

Contuvo una carcajada de incredulidad y se dio la vuelta para mirarlo.

– ¿Sería tan difícil?

Sus ojos la abrasaron desde la poca distancia que los separaba y Alex se pasó una de sus fuertes manos por el pelo.

Los ojos de Shea se vieron atraídos hacia aquel movimiento, a la línea de su antebrazo, a los largos y sensibles dedos que estiraron un grueso mechón de pelo. Casi hechizada, observó cómo se metía las manos en los bolsillos apretando la tela sobre los muslos y sintió que el estómago le daba un vuelco.

Durante aquellos largos años, aquella parte de sus emociones había permanecido dormida. Ningún hombre había despertado en ella aquel deseo puramente físico. Ni siquiera Jamie.

¡No! ¡De nuevo no! No debía permitirle, ni a él ni a ningún otro hombre, aquel dominio sobre ella, ni física ni emocionalmente.

Sin embargo, la sangre le corría por las venas y sus traidores sentidos no le prestaban atención.

– Había pensado que podríamos actuar como adultos racionales después de todos estos años -estaba diciendo Alex.

¿Adultos racionales? Shea se volvió a aferrar a su compostura y alzó la barbilla.

– Mira, Shea -Alex se detuvo y suspiró-. De acuerdo, dejemos claro que no estás encantada con mi regreso. Aunque por qué… -hizo un movimiento de irritación con la mano-. No importa. El asunto es que estoy aquí y pienso quedarme durante algún tiempo.

A Shea se le contrajo el corazón con dolor. Bueno, se dijo a sí misma, si ella había estado albergando inconscientemente alguna ilusión acerca de una visita fugaz a casa, ya podía olvidarse. Simplemente tendría que acostumbrarse a tenerlo por los alrededores de vez en cuando. Tendría que endurecerse. Y endurecer el corazón. Sobre todo el corazón. Porque sabía que, si le dejaba acercarse a ella y volvía a caer, no sobreviviría a la segunda vez.

– Al fin y al cabo, somos familia -dijo él con un encogimiento de hombros-. Nos tendremos que ver de vez en cuando.

– Estoy segura de que podremos conseguir que esas ocasiones sean las mínimas -dijo ella con una falta de emoción de la que se sintió orgullosa-. Tú estarás trabajando, según he entendido y yo también -se obligó a mantener su mirada y notó cómo apretaba la mandíbula y entrecerraba los ojos.

– Preferiría no planear ningún tipo de comportamiento. Creo que deberíamos comportarnos con la mayor normalidad posible.

Shea casi se hubiera reído de aquello. ¿Normalidad? ¿Qué quería decir? «Normal» para Alex había sido pasar cada minuto juntos, hablando, riéndose, haciendo el amor. Sin embargo, mientras intentaba decidir la respuesta, Norah la llamó desde la entrada.

– ¿Eres tú, Shea?

– Sí soy yo -subió los escalones que le faltaban, pero Alex llegó antes que ella.

– Y ha traído un invitado -dijo él cuando su tía abrió la puerta.

– ¡Alex!

Norah se llevó la mano a la garganta de la sorpresa y dirigió una rápida mirada de asombro a Shea.

– Hola, Norah.

Entonces Norah arrugó los ojos al sonreír.

– Alex -repitió con suavidad mientras abría los brazos para darle la bienvenida.

Alex se arrojó a ellos, la levantó del suelo y le dio vueltas en el aire antes de volver a posarla.

– Me preguntaba si me reconocerías después de tanto tiempo. O si querrías hacerlo.

– Como si pudiera evitarlo -le regañó ella-. Te conozco desde hace demasiados años como para olvidarme de tu cara ahora -le dio una palmada en la mejilla y lo miró a los ojos-. Pero, Alex. ¡Has cambiado!

– Era de esperar, ¿no te parece? -Alex soltó una suave carcajada-, pero espero que no estés frunciendo el ceño porque creas que he cambiado para peor.

– No, por supuesto que no. Ese aspecto tuyo todavía podría encantar a los pájaros para hacerlos salir de los árboles.

La sonrisa de Alex se ensanchó y las arrugas de sus labios se profundizaron. Norah no podría haber dicho mayor verdad. Otras chicas habían sucumbido, ella lo sabía. Pero ella era la que más se había enamorado.

– Me alivia oír eso -bromeó Alex-, porque uno nunca sabe cuándo va a necesitar que los pájaros salgan de los árboles.

Norah y Alex se rieron con naturalidad y, de alguna manera, ya habían entrado al pasillo, dirigiéndose a la cocina en vez de al salón, donde normalmente recibían a los invitados. Pero Alex era de la familia. Como si nunca hubiera estado fuera, pensó Shea con una punzada de irritación.

Norah se sentó en su silla favorita y Alex miró a Shea, esperando a que se sentara antes de hacerlo él.

– Creo que prepararé un poco de café, ¿qué os parece? -preguntó con rapidez.

– Para decirte la verdad, me muero por una taza de café -dijo Alex amistoso-. No he probado uno bueno desde que me fui.

– Acabo de preparar una cafetera.

Norah hizo un amago de levantarse, pero Shea le hizo un gesto para que siguiera donde estaba.

– No, tú siéntate y habla con Alex. Yo lo serviré.

Shea cruzó hasta la antigua alacena, donde Norah guardaba la porcelana de china en decorativos colgadores.

Pero no pudo evitar deslizar los ojos sobre Alex cuando se sentó a la mesa de madera. Experimentó una punzante sensación de dolor ante la naturalidad con que Alex se dirigió a aquella silla en particular. Lo había hecho así durante tanto tiempo como Shea podía recordar.

Hasta que se había ido. Shea apretó los labios. Eso no podía olvidarlo. Él la había traicionado.

Intentó no escuchar las preguntas de Norah acerca del vuelo y de su padre y madrastra. No podía escuchar el tono tranquilo de Alex cuando deseaba abofetearle.

De forma automática, posó las tazas en la mesa, el azucarero y la jarra de la leche junto con un plato de las galletas caseras de Norah… A Alex también le encantaban…

– ¿No vas a sentarte, Shea?

– Sí, por supuesto. Pero me tendréis que disculpar un momento. Tengo que ir al… baño -murmuró antes de salir.

En cuanto llegó a la seguridad del pasillo, los pasos le fallaron e inspiró con fuerza para calmarse.

– Siento no haber venido a casa antes -le escuchó decir a Alex mientras se apoyaba contra la pared para mantener el equilibrio-. En cuanto mi padre se trasladó a Estados Unidos, perdí el contacto, aparte de alguna nota ocasional de Jamie.

– ¿Jamie te escribió? Nunca lo supe -escuchó Shea que decía Norah con sorpresa.

Bueno, ella tampoco lo había sabido y sintió ahora una profunda sorpresa de que Jamie le hubiera ocultado algo.

– En cuanto al funeral, Norah -continuó Alex-. Me llegó tu mensaje acerca del accidente y estaba a punto de volar hasta aquí, pero… surgió algo.

Shea no se quedó a escuchar nada más. Se apresuró hasta el cuarto de baño.

Así que algo había surgido como para impedir que asistiera al funeral de Jamie, que había sido más que un hermano para él. Sin duda, algún asunto importante de negocios, pensó con amargura. ¿Cómo podría ser de otra forma? Alex no había cambiado. Sólo había estado interesado en sí mismo hacía once años y ahora seguía igual.

Automáticamente se salpicó la cara con agua ría y se secó. Su reflejo, la cara limpia de maquillaje, le devolvió la mirada sobre el lavabo y acentuó el fruncimiento de ceño.

Se frotó la leve arruga entre los ojos. Parecía… bueno, parecía tener los veintiocho años que tenía y quizá más. Definitivamente ya no era la ingenua adolescente que Alex había dejado atrás. El no podría dejar de apreciar la diferencia.

Shea se removió agitada, colgó la toalla y alcanzó el cepillo. ¿Importaba lo que pensara Alex Finlay?, se preguntó a sí misma despectiva.

Desató la goma de la coleta y empezó a cepillarse desde la raíz. Después volvió a atarla y se frotó las sienes.

Ya no había nada que la retuviera para no reunirse con su suegra y su invitado, así que salió al pasillo. Sin embargo, vaciló de nuevo al oír las palabras de Norah.