Sabía que Nicolás había ido a verla todos los días desde la casa donde se alojaba.
– Bastante mal. Ayer mismo le dio un berrinche porque le prohibí ir al cine con una amiga. Aún no había hecho los deberes y ya era muy tarde. Te lo contará en cuanto te vea.
– Hogar, dulce hogar -dijo Axelle sonriendo mientras Zoya reía.
Zoya había echado de menos a sus hijos, pero ahora estaba segura de que también echaría de menos a Simon.
– Tu amigo me ha parecido muy simpático -dijo cortésmente Nicolás a Axelle.
– Yo pienso lo mismo -contestó Axelle, mirando a Zoya con intención.
Confiaba en que ambos volvieran a verse.
Nada más llegar a casa, Zoya recibió un enorme ramo de rosas. La tarjeta solo decía: «No te olvides. Con cariño, S.». Zoya guardó la tarjeta en el escritorio y miró a su hija que, como era de esperar, estaba quejándose de su hermano.
– ¡Acabo de llegar a casa, concédeme un minuto para que me oriente! -dijo Zoya, entre risas.
– ¿Podríamos tener un perro?
La niña pasó dos horas pidiendo cosas y no se ablandó ni siquiera ante el nuevo vestido rojo. Nicolás se alegró mucho con el reloj, las prendas de vestir y los libros.
– Bienvenida a casa, mamá -dijo, abrazando y besando a su madre en la mejilla.
– Te quiero, cariño…, y a ti también -dijo Zoya, rodeando con sus brazos a Sasha.
– Y el perro, ¿qué? -preguntó la niña.
– Ya veremos, Sasha, ya veremos… -contestó su madre.
El teléfono acudió en su auxilio. Era Simon. Zoya le dio las gracias por las rosas y rió mientras Nicolás y Sasha discutían a causa del mítico galgo ruso.
– ¿Ya me echas de menos? -dijo él.
– Mucho. Creo que necesito un árbitro aquí.
– Estupendo. Me ofrezco para el puesto. ¿Qué tal si cenamos juntos mañana por la noche?
– ¿Qué tal un perro? -preguntó Zoya, riéndose sin que él comprendiera qué ocurría.
– ¿Quieres comerte un perro?
– Qué ocurrencia -exclamó Zoya, echándole súbitamente de menos.
– Pasaré a recogerte a las ocho.
Zoya se asustó. ¿Qué dirían los niños? ¿Qué pensaría Nicolás?
Quería llamar y decirle que había cambiado de idea, pero, por una extraña razón, no pudo hacerlo ni siquiera cuando sus hijos se fueron a la cama.
A la noche siguiente, Simon se presentó a las ocho en punto y tocó el timbre justo en el momento en que Zoya salía de su habitación. El apartamento era pequeño, pero sencillo y elegante. Había pocas cosas, pero de calidad. Zoya abrió la puerta y le franqueó la entrada mientras Sasha contemplaba con asombro la imponente figura del desconocido.
– ¿Ese quién es? -preguntó la niña, avergonzando a su madre con sus malos modales.
– Es el señor Hirsch. ¿Me permite que le presente a mi hija Alejandra?
– Encantado de conocerte -dijo Simon, estrechando solemnemente la mano de la niña.
En aquel momento entró Nicolás.
– Hola… ¿cómo está? -dijo el muchacho sonriendo. Cuando se marcharon, ambos hermanos reanudaron su discusión.
Zoya cerró la puerta y, mientras aguardaba el ascensor, pensó con inquietud en la expresión de Sasha al ver a Simon. Sin embargo, este no esperaba otra cosa.
Cenaron en el restaurante 21 y pasaron largas horas hablando, tal como solían hacer en el barco. Después, él la acompañó a casa y al llegar la besó dulcemente.
– No puedo soportar tu ausencia. He pasado todo el día como un chiquillo esperando la Navidad. ¿Por qué no vamos con los niños a algún sitio mañana por la tarde?
Era domingo y Zoya no tenía que ir al trabajo. Aunque la idea le gustaba, temía la reacción de Sasha e incluso del comprensivo Nicolás.
– ¿Qué pensarán los niños?
– Pensarán que tienen un nuevo amigo. ¿Tan horrible te parece eso?
– Podrían ser muy groseros contigo.
– Lo soportaré. Me parece que no lo entiendes, Zoya. Eso es lo único que yo quiero. Lo que te dije en el barco es cierto. Te amo.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar seguro?
Zoya tenía miedo, a pesar de lo mucho que lo echaba de menos. Hubiera querido permanecer constantemente a su lado. ¿Cómo era posible que le hubiera ocurrido tal cosa al cabo de tantos años? Estaba enamorada, pero aún no sabía qué hacer. Deseaba huir, aunque ya no estaba muy segura de poder hacerlo.
– Dame una oportunidad, amor mío -dijo Simon, besándola-. Pasaré a recogeros a mediodía.
– Eres un hombre muy valiente.
– No tanto como tú, cariño. Hasta mañana. Podríamos ir en automóvil a algún sitio.
– A los niños les encantará.
Cuando Simon apareció al día siguiente, Sasha protestó y dijo que se quedaría a jugar con sus muñecas, pero, una vez en Long Island, se lo pasó muy bien. Nicolás por poco se desmaya cuando vio el Cadillac verde oscuro con los costados de los neumáticos blancos y los accesorios más nuevos del mercado. Era el más bonito que jamás había visto, pensó mientras Simon lo invitaba a sentarse delante con él.
– ¿Te gustaría conducirlo, hijo?
Cuando llegaron a una carretera secundaria, Simon permitió que Nicolás se pusiera al volante y el muchacho se sintió como en el cielo. Sentada en el asiento trasero con Sasha, Zoya comprendió que Simon tenía razón. El chico necesitaba un hombre en su vida. Incluso Sasha se portó mejor y coqueteó descaradamente con Simon mientras regresaban a casa. Cenaron en un pequeño restaurante a base de ostras, gambas y helado de postre.
– Bueno, pues, condesa Nikolaevna Ossupov -dijo Simon en tono burlón, sentado en el salón con Zoya cuando los niños ya estaban en la cama-, ¿qué tal lo hice? ¿Aprobado o suspenso?
– ¿Tú qué piensas? Nicolás nunca ha sido más feliz en su vida, y creo que Sasha se ha enamorado de ti.
– ¿Y su madre? -preguntó Simon, mirándola muy serio a los ojos-. ¿Qué dices, Zoya, te casarás conmigo?
– Sí, Simon, sí -contestó Zoya en un susurro.
Simon la miró como a punto de perder el sentido y Zoya se preguntó si se habría vuelto loca. Apenas conocía a aquel hombre, pero sabía que no podría vivir sin él.
– ¿Lo dices en serio? -preguntó Simon, atrayéndola a sus brazos mientras ella lo miraba con una sonrisa temerosa.
– Sí, Simon, lo digo en serio.
38
Axelle se quedó de piedra cuando a la mañana siguiente Zoya le comunicó que se iba a casar. Ella esperaba que las relaciones fructificaran, pero nunca que las cosas pudieran precipitarse tanto.
– ¿Qué piensan los niños? -preguntó mientras Zoya la miraba, todavía sorprendida por su decisión.
Ambos acordaron esperar un poco hasta que los niños se acostumbraran a su presencia. Además, Zoya aún no estaba preparada. Después de tantos años sola, Simon sabía que necesitaba tiempo para acostumbrarse a la idea y estaba dispuesto a concederle un plazo razonable.
– Aún no les hemos dicho nada, pero parece que le tienen simpatía.
Zoya le describió a Axelle la excursión a Long Island. Había sido un idilio vertiginoso, se conocían tan solo de unas semanas. Sin embargo, Zoya sabía que Simon era bueno y honrado y estaba segura de amarlo.
Aquella tarde, Simon acudió al salón de modas con ramos de flores para Zoya y Axelle. La modista se emocionó ante este detalle. Él le dio las gracias por haber favorecido el romance.
– Pero no me la robe demasiado pronto, señor Hirsch -dijo Axelle.
Ambos la tranquilizaron diciéndole que harían las cosas con mucha prudencia. Simon aún no había presentado a Zoya a sus padres y tenía que resolver ciertos asuntos. Sabiendo que aquel fin de semana los niños lo pasarían en casa de unos amigos, Simon se presentó sin previo aviso el sábado por la mañana en el apartamento de Zoya, con un enorme ramo de lilas blancas y una misteriosa sonrisa que ella fingió no ver.
– Lo veo muy contento, señor Hirsch -dijo.
– ¿Y por qué no iba a estarlo? Me he comprometido con una bellísima y maravillosa mujer -contestó Simon, besándola.
Seguida por Simon, Zoya fue a la cocina a arreglar las flores. Eligió un jarrón de cristal tallado que había comprado en cierta ocasión porque le recordaba el que solía utilizar su madre para las flores del jardín del palacio de Fontanka.
– Son bonitas, ¿verdad? -dijo, retrocediendo para admirarlas.
Simon la rodeó con sus brazos y la besó.
– No tanto como tú. -Zoya se acurrucó en sus brazos en silencio, gozando de su dulzura y de su calor mientras él le acariciaba el cabello y le murmuraba al oído-: Vámonos en el coche a algún sitio. Hace un día estupendo.
Sin los niños en casa, Zoya no tendría que darse prisa en volver.
– Me parece una magnífica idea -contestó.
Simon regresó al salón mientras ella fue a cambiarse. Zoya se puso pantalones blancos y jersey blanco de cachemira. Simón contempló las numerosas fotografías en marcos de plata y se detuvo asombrado delante de una en la que las hijas de los Romanov aparecían como colgando boca abajo y haciendo divertidas muecas al fotógrafo. Examinándola con más detenimiento, vio que una de las niñas en atuendo de tenis era Zoya, y entonces dedujo que la de al lado debía de ser María y las otras sus hermanas. Le pareció increíble que Zoya hubiera sido protagonista de aquella historia. Pero todo pertenecía a un pasado tan descolorido como la fotografía. Había otras de Sasha y Nicolás, y varias de Clayton. Zoya parecía muy feliz al lado de aquel hombre tan distinguido.
– ¿Qué haces aquí tan callado? -preguntó Zoya, entrando sonriente en la estancia con su pantalón y su jersey blancos. Estaba tan hermosa que a veces a Simon le recordaba a Katharine Hepburn.
– Miraba estas fotografías. Nicolás se parece mucho a su padre, ¿verdad?
– A veces -contestó Zoya-. Y también un poco a mi padre. -Tomó una fotografía de gran tamaño de sus padres y se la mostró-. Y un poco a mi hermano -añadió, indicándole otra fotografía de la mesa.
– Tienen un aire muy distinguido -comentó Simon, impresionado ante las imágenes de sus aristocráticos parientes.
– Ya ha pasado mucho tiempo -dijo Zoya, sonriendo con tristeza. Le parecía increíble que hubieran transcurrido veinte años desde la muerte de sus padres-. A veces, pienso que solo debería vivir el presente. El pasado es una carga muy pesada y, sin embargo, es tan difícil desprenderse de ellos, olvidar, seguir adelante…
Por eso deseaba esperar un poco antes de casarse. Necesitaba soltar ciertas amarras. Tenía que dar un gran paso del pasado al presente y Simon no quería atosigarla. Sabía que necesitaba tiempo y estaba dispuesto a tener paciencia. Sobre todo, ahora que había accedido a casarse con él. Contando con aquella promesa, podría esperar y ayudarla en la transición.
– Creo que las cosas hay que soltarlas cuando uno está preparado para hacerlo. Por cierto, ¿ya estás lista para salir?
– Sí, señor.
Zoya se había puesto un blazer azul oscuro sobre el jersey. Minutos más tarde, ambos subieron al automóvil para dirigirse a lo que Simon calificó de destino secreto.
– ¿Significa eso que me ha secuestrado, señor Hirsch? -preguntó Zoya, riéndose.
El hecho de no tener que preocuparse por los niños la hacía sentirse feliz y despreocupada. Cuando estaba con ellos era más seria y menos romántica.
– La idea de secuestrarte es la mejor que se me ha ocurrido desde que te conozco -contestó Simon-. Pensándolo bien, hubiera tenido que hacerlo en París.
Sin embargo, se conformaba con Connecticut, pensó mientras circulaban por la carretera arbolada de Merritt. Por el camino, le habló a Zoya de su negocio y le expuso sus ideas sobre la colección de otoño. Le expresó también su esperanza de tener algún día una importante colección de pintura en la que ocuparían un lugar de honor los impresionistas. Zoya describió la colección de sus padres en Rusia.
– Ahora las «cosas» ya no me interesan tanto como antes. Es curioso, pero, en otros tiempos, solía dar por descontadas todas las cosas bonitas que me rodeaban, sin embargo ahora, tras haberlo perdido todo o vendido todo, ya no atribuyo tanto valor a los objetos. Lo más importante para mí son las personas de mi vida -añadió Zoya, y miró amorosamente a Simon.
Simon acarició sus dedos sobre la mesa del restaurante en que ahora estaban y ambos entrelazaron las manos.
Más tarde, abandonaron el restaurante e iniciaron el camino de vuelta atravesando la hermosa campiña. Zoya apoyó la cabeza contra el hombro de Simon.
– ¿Cansada?
– No, simplemente feliz -contestó Zoya, sacudiendo la cabeza.
– Regresaremos enseguida. Pero antes quiero enseñarte un sitio.
– ¿Dónde? -preguntó Zoya.
Su compañía le encantaba. A su lado se sentía a salvo.
– Es un secreto.
Media hora más tarde, Zoya pudo admirar una encantadora casita de estilo inglés al borde de una carretera secundaria, con una valla de estacas alrededor, frondosos árboles y muchos rosales en flor de los que emanaba una penetrante fragancia.
"Zoya" отзывы
Отзывы читателей о книге "Zoya". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Zoya" друзьям в соцсетях.