– No te lo debes pasar muy bien. -Una gélida señorita de la alta sociedad de Boston que se emborrachaba y no quería concederle el divorcio. Zoya se estremeció al pensarlo, pese a que en la tienda trataba con muchas mujeres de aquella clase, que compraban porque se aburrían y nunca llegaban a ponerse lo que se llevaban a casa porque, en realidad, su aspecto no les preocupaba demasiado-. Te sentirás muy solo -añadió, mirándolo con dulzura.

Paul tuvo que hacer un esfuerzo para no revelarle más detalles. Tenía que trabajar con ella todas las semanas y sabía la lección desde hacía mucho tiempo. Hubo otras mujeres en su vida, pero ninguna significó demasiado. Eran simplemente mujeres con quienes charlaba o hacía el amor de vez en cuando. Nunca había conocido a nadie como Zoya y probablemente nunca sintió por nadie lo que sentía por ella.

– Me distraigo con el trabajo -dijo-, igual que tú.

Zoya desarrollaba una intensa actividad y solo vivía para el trabajo y los hijos a quienes tanto amaba.

En 1943 decidieron cenar juntos todos los lunes al salir de las oficinas de Simon. Era una ocasión para examinar con más detenimiento lo que habían hecho durante el día. Solían acudir a pequeños restaurantes en los alrededores de la Séptima Avenida.

– ¿Cómo está Matt? -preguntó Paul una noche de primavera.

– ¿Matthew? Pues muy bien. -El niño tenía tres años y medio y era un encanto-. Es la alegría de la casa.

Le pareció curioso que aquel niño en principio no deseado fuera ahora su mayor consuelo. Sasha no paraba nunca en casa y, a sus dieciocho años, era una joven muy guapa. Paul sospechaba que debía de causarle a Zoya muchos problemas. Más de una vez Zoya le había comentado sus temores de que no terminara los estudios. Nicolás estaba todavía en Londres y ella rezaba día y noche para que pronto regresara a casa sano y salvo.

– ¿Y tus hijos cómo están, Paul?

No solía hablar mucho de ellos. Sus dos hijas estaban casadas, una en Chicago y otra en la Costa Oeste, y su hijo andaba por la isla de Guam. Tenía dos nietos en California a los que apenas veía. A su mujer no le gustaba ir a California y él temía dejarla sola en casa.

– Mis hijos están bien, supongo -contestó con una leve sonrisa-. Hace tanto tiempo que abandonaron el nido que apenas sé nada de ellos. Su infancia no fue muy fácil que digamos, por culpa de la afición de Allison a la bebida. Esas cosas dejan huellas muy profundas. Por cierto, ¿qué tal van las cosas en la tienda? -preguntó, para cambiar de tema.

– No hay muchas novedades. Hemos inaugurado una sección para hombres y vamos a probar nuevas líneas. Será bonito viajar otra vez a Europa después de la guerra para adquirir modelos.

Sin embargo, los combates seguían arreciando en la otra orilla del Atlántico y el final no parecía muy cercano.

– Me gustaría regresar alguna vez a Europa. Yo solo -dijo Paul.

Cuidar de su mujer no era precisamente muy agradable. Allison iba de bar en bar o bien se encerraba en su habitación fingiendo fatiga para que no se le notara la borrachera. A Zoya la sorprendía que él pudiera soportar esa situación. Debía de ser una carga terrible, pensó una noche en que lo invitó a subir a tomar una copa a su casa tras haber cenado juntos. Paul solo había estado en su apartamento una vez y lo recordaba cálido y acogedor. Por eso aceptó de buen grado y se arrellanó en el sofá de la biblioteca mientras ella le servía una copa. La criada había salido y Sasha aún no había vuelto a casa. Solo estaba Matthew, durmiendo en su habitación con la niñera.

– Deberías tomarte unas vacaciones alguna vez, Paul. Vete solo a California y visita a tus hijos. ¿Por qué tienes que destrozarte la vida por culpa de tu mujer?

– Tienes razón, pero ir solo no me apetece.

Paul era muy sincero con ella. Tomó un sorbo de su bebida y contempló a Zoya, vestida de blanco y con el cabello recogido hacia atrás.

– No, no es muy divertido hacer solo las cosas -dijo Zoya sonriendo-. Pero yo me estoy acostumbrando.

Fue horrible tener que aprender a vivir sin Simon.

– No te acostumbres, Zoya. Es un asco. -Paul lo dijo con tal vehemencia que casi sobresaltó a Zoya-. Te mereces algo más.

Paul, que había pasado toda la vida solo, no quería que a ella le ocurriera lo mismo. Era vibrante y hermosa, y se merecía algo más que la soledad que él conocía tan bien.

– Tengo cuarenta y cuatro años y ya es tarde para volver a empezar -dijo Zoya riéndose.

Además, sabía que ningún hombre podría sustituir jamás a Simon.

– No digas tonterías, yo tengo casi cincuenta y cinco años y, si tuviera la ocasión de empezar de nuevo, lo haría de mil amores.

Era la primera vez que Paul le confesaba ese deseo. Zoya contempló sus largas piernas, su cabello blanco perfectamente peinado y sus brillantes ojos azules. Lo pasaba muy bien con Zoya y toda la semana aguardaba con ansia sus encuentros del lunes. Eran lo único que le permitía seguir adelante.

– Ya estoy bien así -dijo Zoya.

Se mentía más a sí misma que a Paul. No era feliz, pero tenía que conformarse con lo que tenía.

– No es cierto. ¿Cómo vas a estar bien?

– Porque no tengo otra cosa -contestó en voz baja.

Prefería resignarse en lugar de ansiar un pasado perdido para siempre. Lo intentó otras veces y no quería repetir el error. Tenía que conformarse con sus hijos, su trabajo y con sus charlas con Paul Kelly una vez a la semana.

Sin una palabra, Paul posó la copa y fue a sentarse al lado de Zoya, clavando en ella sus ojos intensamente azules.

– Quiero decirte una cosa. No puedo hacer nada al respecto y tampoco te puedo ofrecer nada en estos momentos, pero… te amo, Zoya. Desde el día en que nos conocimos. Eres lo mejor que me ha ocurrido en la vida. -Zoya lo miró perpleja. Después, él la tomó inesperadamente en sus brazos y la besó en la boca mientras todo su cuerpo se estremecía de pasión-. Eres tan hermosa y tan fuerte…

– No digas eso, Paul, por favor…

Zoya hubiera querido apartarlo, pero no pudo. Se sentía culpable por el hecho de desearlo. Le parecía una traición al recuerdo de Simon, pero tampoco pudo evitar besarlo y aferrarse a él como si estuviera a punto de ahogarse.

– Te quiero mucho -le susurró Paul, estrechándola en sus fuertes brazos sin poder contener su emoción-. Vámonos a algún sitio… -añadió sonriendo-, lejos…, nos sentará bien.

– No puedo.

– Pues claro que puedes… Los dos podemos.

Paul rebosaba entusiasmo. Los años parecieron esfumarse mientras miraba a Zoya. Se sentía joven y no permitiría que se le escapara de las manos. Si tenía que vivir con Allison el resto de su vida, por lo menos tendría a Zoya aunque solo fuera por un instante.

– Es una locura, Paul -dijo Zoya, apartándose.

Después se levantó y contempló las fotografías de Simon, sus trofeos, sus tesoros y sus libros de arte.

– No tenemos ningún derecho a hacer esto -dijo Zoya.

Sin embargo, Paul no estaba dispuesto a perderla. Si ella le hubiera abofeteado el rostro, le hubiera pedido disculpas y se hubiera marchado; pero acababa de comprender que ella le quería tanto como él a ella.

– ¿Por qué no? ¿Quién ha establecido las normas? Tú no estás casada. Yo lo estoy, pero no de una manera significativa. Hace años que no. Estoy atrapado en un matrimonio de apariencias con una mujer que ni siquiera sabe que estoy vivo y que desde hace años no me quiere, si alguna vez me quiso, cosa que dudo bastante… ¿Acaso no tengo derecho a algo más? Estoy enamorado de ti.

– ¿Por qué? -preguntó Zoya, mirándolo mientras él buscaba en sus ojos lo que tanto ansiaba encontrar-. ¿Por qué me quieres, Paul?

– Porque eres exactamente lo que siempre quise.

– No podría darte mucho -dijo Zoya, mostrándose tan sincera con él como antes lo fuera con Clayton y Simon.

– Lo sé, pero me bastará un poco de ti.

Paul volvió a besarla y, ante su asombro, Zoya no ofreció resistencia.

Después, ambos pasaron varias horas conversando tranquilamente en el salón. Pasaba la medianoche cuando Paul se fue, prometiendo llamarla al día siguiente.

Sentada en el salón de su apartamento, Zoya se sintió culpable. No estaba bien lo que había hecho, ¿verdad? ¿Qué pensaría Simon? Simon no pensaría nada porque ya no estaba. Ella, en cambio, se sentía viva y Paul Kelly no le era indiferente. Valoraba su amistad y había despertado en ella algo que ya creía olvidado. Se encontraba todavía en el salón, pensando en él, cuando oyó llegar a Sasha. La joven se dirigió a su habitación. Llevaba un llamativo vestido rojo, se le había corrido el maquillaje y tenía una cara muy rara. Zoya advirtió que llevaba unas copas de más. Ya había ocurrido otras veces y estaba harta de tener que discutir constantemente con ella.

– ¿Dónde estuviste?

– Por ahí -contestó Sasha, volviéndose de espaldas para que su madre no pudiera verle la cara. Zoya tenía razón. Había bebido, pero estaba preciosa.

– ¿Haciendo qué?

– Cenando con un amigo.

– Sasha, solo tienes dieciocho años, no puedes andar por ahí como si tal cosa.

– Me graduaré dentro de dos meses, ¿qué importa eso ahora?

– A mí me importa muchísimo. Tienes que comportarte como es debido. Si haces locuras, la gente nos criticará porque todo el mundo sabe quién eres tú y quién soy yo. No querrás que eso ocurra, Sasha. Ten un poco de juicio, por favor.

Pero no era probable que lo tuviera. Tras la muerte de Simon y la partida de su hermano, Sasha se desbocó. Zoya había perdido la esperanza de controlarla y temía perderla del todo. Más de una vez, la joven había amenazado con marcharse de casa, lo cual hubiera sido mucho peor. Estando en casa, por lo menos, Zoya tenía alguna idea de lo que hacía y adónde iba.

– Todo eso son idioteces anticuadas -dijo Sasha, arrojando el vestido al suelo y paseando en bragas por la habitación-. La gente ya no cree en esa basura.

– La gente sigue creyendo en lo mismo que antes. Este año te presentarás en sociedad. No querrás que digan cosas feas de ti, cariño. -Sasha se encogió de hombros sin responder. Cuando Zoya se acercó para darle el beso de buenas noches, aspiró el olor a alcohol de su aliento y el del humo que impregnada su cabello-. No quiero que bebas -dijo, y suspiró.

– ¿Por qué no? Soy mayor de edad.

– No se trata de eso.

Sasha se encogió nuevamente de hombros y se volvió de espaldas hasta que su madre se retiró. De nada servía hablar con la chica. Zoya estaba deseando que Nicolás regresara a casa. Tal vez él consiguiera convencerla. Solo él podría hacerlo. De pronto, Zoya se preguntó qué ocurriría cuando Sasha tomara posesión del dinero que Simon le había legado. Se volvería loca, si alguien no la hacía entrar primero en cintura. Todavía estaba pensando en ello cuando sonó el teléfono. Era la una de la madrugada. El corazón se le detuvo por un instante, temiendo alguna mala noticia. Pero era Paul. Estaba en casa y había decidido llamarla. Allison dormía en su habitación y él se sentía más solo que nunca.

– Quería decirte lo mucho que ha significado esta noche para mí. Me has dado algo muy hondo.

– No lo sé, Paul -contestó Zoya en un susurro.

En su opinión, le había dado muy poco. Unos cuantos besos y el calor de un instante.

– Mi vida vuelve a tener sentido gracias a ti. Nuestras noches de los lunes me ayudan a superar el resto de la semana.

En aquel momento Zoya se percató de lo mucho que a ella también le gustaban aquellas veladas. Paul era un hombre inteligente, amable y simpático.

– Te echaré de menos esta semana -dijo Paul-. ¿Crees que el mundo se derrumbaría si nos viéramos un martes? -preguntó con una sonrisa.

– ¿Y tú crees que deberíamos intentarlo? -replicó Zoya con audacia. Y ambos se echaron a reír como niños. -Vamos a almorzar mañana y lo averiguaremos.

Paul llevaba mucho tiempo sin sentirse tan feliz y alborozado.

– ¿Crees que debemos?

Zoya hubiera querido sentirse culpable, pero no podía. Tenía la extraña sensación de que Simon lo había comprendido.

– ¿Mañana a la una?

– Más bien a las doce -dijo Zoya.

Cuando colgó el auricular le tembló la mano. Era una locura y, sin embargo, no quería detenerse. Recordó el contacto de sus labios en la biblioteca y sintió que todo era dulce e inocente a la vez. Paul era su amigo, con independencia de lo que pudiera ocurrir después. Era alguien con quien podía trabajar y conversar, y comentar sus negocios y los asuntos de sus hijos. Paul la escuchaba con interés y parecía preocuparse por ella. Zoya se preguntó si habría algo de malo en ello, pero aquella noche vio en sueños a Simon, sonriendo de pie al lado de Paul Kelly.

47

Paul se presentó en la tienda poco antes de las doce. Llamó suavemente a la puerta del despacho y sonrió al verla sentada a su escritorio. La encontró repasando muy seria su trabajo, con un lápiz sujeto en el cabello.