No obstante, el amor y el deseo subsistían, pero sin tiempo para gozarlos.

Era justamente tiempo lo que siempre les había faltado.

Unos minutos más tarde aparcaron en el sendero del jardín.

Page distinguió el coche de Brad mientras esperaba que Andy recogiese su equipo.

Miró a su hijo con orgullo.

– Lo he pasado estupendamente -dijo, bañada por la calidez del sol poniente y con el corazón rebosante de todo lo que su hijo le inspiraba.

Había vivido uno de esos días especiales en los que uno descubre cuán afortunado es y da las gracias por cada segundo, cada privilegiado segundo.

– Yo también.

Gracias por venir, mamá.

Andy sabía que hoy su madre podría haberse ahorrado el viaje, pero le hizo mucha ilusión que aun así fuese a verlo jugar: Era una madre dedicada, y el niño lo sabía.

Claro que él también era un buen chico y se lo merecía.

– No hay de qué, señor Clarke.

Corre, ve a contarle a tu padre esa famosa jugada del outfield.

iHoy has hecho historia! Andy soltó una risotada y entró raudamente en la casa, mientras Page apartaba del camino la bicicleta que Allyson había dejado allí tirada.

Su monopatín estaba apoyado contra la pared del garaje y la raqueta de tenis×yacía en una silla junto a la puerta lateral de la casa, con un juego de pelotas que había nntomado prestado" de su padre.

Era evidente que había tenido un día muy movido.

Cuando Page entró en la casa, Allyson estaba hablando por el teléfono de la cocina, vestida aún de tenista, con su larga melena rubia recogida en una trenza y de espaldas a ella.

La chica colgó y se volvió hacia su madre.

Era muy guapa, y algunas veces Page todavía se estremecía al mirarla.

Su físico llamaba realmente la atención, y era bastante madura.

Poseía el cuerpo de una mujer y la vitalidad de una quinceañera en perpetuo movimiento, en acción, inmersa en mil proyectos.

Siempre tenía algo que decir, que explicar, que preguntar o que hacer, siempre había un lugar donde debía acudir sin pérdida de tiempo, o al que llegaba dos horas tarde…

iSu presencia era irnprescindible! Tal era en aquel instante la expresión de su rostro, y Page se apresuró a cambiar de frecuencia tras el remanso de paz que suponía para ella estar con Andy.

Allyson era más intensa, más parecida a Brad con su constante inquietud, su ritmo infatigable, maquinando de antemano el siguiente paso, adónde quería ir o qué era lo más importante.

También era más intensa que Page, más expeditiva, no tan dulce, y mucho menos gentil de lo que sería Andy algún día.

Pero era una chica inteligente, con una mente lúcida y un sinfín de buenas ideas y mejores intenciones.

De vez en cuando su sentido común se torcía y se enzarzaba con Page en violentos altercados por algún que otro error juvenil, pero finalmente solía entrar en razón.

Con sólo quince años, no había que sorprenderse de sus genialidades.

Estaba probando sus alas, midiendo sus capacidades tratando de establecer quién sería en el futuro, no un reflejo de Page o Brad sino una persona totalmente distinta.

Pese a sus semejanzas con ambos, quería ser una mujer independiente.

A diferencia de su hermano, que sólo deseaba parecerse a papá y en realidad era igual que Page, Allyson sería ella misma.

A sus ojos, Andy no era más que un bebé.

Ella tenía ocho años cuando él nació, y lo consideró la criatura más maravillosa del universo.

Nunca había visto un ser tan diminuto.

Al igual que sus padres, había temido por su vida, y se sintió muy feliz cuando por fin pudieron trasladarle a casa.

Le llevaba en brazos por toda la casa, de una habitación a otra, y siempre que Page echaba en falta al bebé sabía que le encontraría en la cama de su hermana, acurrucado junto a ella como un muñeco de carne y hueso.

Durante años, Allyson volcó en él un amor ilimitado.

Incluso ahora mimaba en secreto a su hermanito, comprándole golosinas o cromos de béisbol, y de tarde en tarde incluso se dejaba caer por sus partidos.

Pero casi nunca estaba dispuesta a admitir que le quería.

– ¿Cómo te ha ido, renacuajo? -Allyson siempre tomaba el pelo a Andy por lo pequeño que había nacido, aunque ahora era un niño alto para su edad y más corpulento que muchos de sus compañeros de clase.

– Bien -dijo él modestamente.

– ¿Cómo que bien? Ha sido la estrella del campo -le enmendó Page.

Andy se sonrojó y fue en busca de su padre-.

¿Qué has hecho todo el día? -preguntó a su hija, abriendo la puerta de la nevera.

Aquella noche no tenían pensado salir, y la temperatura era tan suave que se le ocurrió organizar un picnic, o bien pedir a Brad que hiciera una barbacoa en el jardín-.

¿Con quién has jugado al tenis? -Con Chloe y otros amigos.

Hoy había en el club unos chicos de Branson and M.A.

Hemos hecho un partido de dobles, y cuando se han ido Chloe y yo hemos jugado un rato más.

Después nos hemos dado un chapuzón.

Lo contó sin inmutarse.

Allyson siempre había vivido la vida dorada de California.

Para ella no era ningún milagro, sino una costumbre, algo consustancial al lugar donde se había criado.

Para Brad, hijo del Medio Oeste, o Page, que era de Nueva York, el clima y sus oportunidades todavía tenían un componente mágico, pero los niños no podían verlo así.

En su caso era un estilo de vida, y a veces Page les envidiaba sus fáciles comienzos, aunque también se alegraba por ellos, puesto que era exactamente lo que había deseado ofrecer a sus hijos: una existencia sin complicaciones, segura, saludable, cómoda, sólida, protegida de todo aquello que pudiera entristecerles o perjudicarles.

Hizo cuanto estuvo en su mano para proporcionarles lo mejor, y disfrutaba viéndoles medrar y florecer.

– Parece que lo has pasado en grande.

¿Tienes algún plan para esta noche? -Si no lo tenía, o si venía Chloe para pasar juntas la velada, quizá Page podría ir al cine con Brad.

Pero quedarse en casa no era ninguna tragedia.

Su marido y ella no habían hecho planes concretos.

Sería una delicia instalarse en el jardín bajo aquel aire tan tonificante, conversar, tomarse un respiro y acostarse temprano-.

¿Se puede saber qué te traes entre manos? Allyson encaró a su madre con nerviosismo, con esa mirada que suele significar: “Destrozarás mi vida entera si no me dejas hacer lo que he estado proyectando todo el día".

– El padre de Chloe nos ha propuesto llevarnos a cenar y a ver una película.

– De acuerdo.

No tenía ningún interés particular, lo preguntaba sólo por curiosidad.

La expresión de Allyson se relajó de inmediato, y Page esbozó una sonrisa.

Algunas veces los hijos eran más previsibles de lo que ellos creían, aunque la tarea de crecer no estaba exenta de dolor.

Incluso en un hogar corriente, feliz, cada momento y cada plan encerraban su nota de angustia.

No era nada fácil.

– ¿Qué película? -Page metió la carne en el microondas para descongelarla.

Prepararía algo sencillo.

– No lo hemos hablado.

Hay tres que tengo ganas de ver, y aún está pendiente Woodstock, que se exhibe en el Festival.

Su padre nos ha invitado a cenar en Luigi's.

¡ Qué amable!.Vais a divertiros mucho.

Page dispuso en un bol unas patatas fritas y, mientras lavaba la lechuga, miró a su hija por encima del hombro.

Sentada muy tiesa en una banqueta frente al mostrador de la cocina, era una auténtica preciosidad.

Parecía una modelo.

Tenía unos inmensos ojos castaños, como Brad, el cabello dorado de su madre y una tez que se volvía de color miel en cuanto la tocaba el sol.

Sus piernas eran largas, bien torneadas, y tenía cintura de avispa.

No era raro que últimamente la gente, sobre todo los hombres, se detuvieran a su paso.

Page le había comentado a Brad que en ciertos momentos le gustaría colgarle un cartel advirtiendo que sólo tenía quince años.

Hasta los adultos de treinta se giraban en plena calle para mirarla.

Y es que aparentaba fácilmente dieciocho o veinte años.

– El señor Thorensen es un verdadero encanto sacando de paseo a dos niñatas el sábado por la noche.

– No tiene nada mejor que hacer -dijo Allyson con un acento pueril que provocó la risa de Page.

Desde luego, estos adolescentes tienen el don de devolvernos a la realidad y recordarnos nuestras carencias y limitaciones", pensó.

– ¿Cómo lo sabes? La mujer de Thorensen le había abandonado el año anterior y, en cuanto obtuvo el divorcio, aceptó una oferta de trabajo de cierto agente teatral inglés.

Quiso hacerse cargo de sus tres hijos y matricularlos en internados británicos.

Ella era norteamericana, pero decía que en Inglaterra el sistema educativo era mejor que en su patria.

Sin embargo, Trygve Thorensen no tenía la menor intención de separarse de los niños y decidió quedarse con ellos.

Lamentablemente, tras veinte años de vida semirrural la esposa estaba harta de ser chófer, criada e institutriz de sus hijos, y no vaciló en abandonarlo todo.

Sí, todo: a Trygve, a los chicos y su vida en Ross.

No podía soportarlo más.

En lo que atañía a Dana Thorensen, había llegado la hora del desquite.

Había tratado repetidamente de discutirlo con su marido, pero él nunca la escuchó.

Vivía tan obsesionado con que las cosas funcionasen, que fue ciego a la cólera y la infelicidad de su esposa.

Cuando se fue causó una conmoción en la vecindad, y Page le criticó que hubiera renunciado a los niños, pero al parecer hacía ya mucho tiempo que aguantaba a duras penas.

Luego, los habitantes de Ross quedaron admirados de lo bien que se apañaba Trygve con su prole, de lo mucho que se avenían.

Era escritor especializado en política, y trabajaba en casa.

En sus circunstancias era el arreglo idóneo y, en contraposición a su mujer, nunca se cansaba de sus responsabilidades y obligaciones paternales.

Atendía a los chicos con el buen humor y la afabilidad que le habían hecho popular en el barrio.

Algunas veces admitía que no era un camino de rosas, pero en general salían adelante, e incluso se veía a sus hijos más contentos que en años precedentes.

Thorensen encontraba ratos sueltos para escribir mientras estaban en la escuela y por la noche, después de que se acostaban.

En las horas de convivencia familiar no daba un paso sin ellos.

Era una figura cotidiana para todos los amigos de los chicos, entre los que tenía buena reputación.

A Page no le extrañó que se hubiera ofrecido a llevar la pandilla al cine y al restaurante Luigi's.

De hecho, sus dos hijos mayores no eran ya tan niños, pues estaban en edad universitaria, y Chloe tenía los mismos años que Allyson.

Había cumplido los quince en Navidad y era tan guapa como Allie, aunque muy diferente.

Ella era menuda y había heredado el pelo moreno de su madre en combinación con la piel clara del padre y sus ojos nórdicos, grandes y azules.

Los padres de Trygve eran ambos noruegos, y él mismo vivió en aquel país hasta los doce años.

No obstante, en la actualidad era tan americano como el pastel de manzana.

Sus amigos bromistas le apodaban Vikingo.

Thorensen era un hombre atractivo y su separación causó un verdadero revuelo entre las divorciadas de Ross, con el subsiguiente desengaño.

Absorbido por su trabajo y sus hijos, a Trygve no le sobraba un minuto para las mujeres.

Page sospechaba, sin embargo, que lo que le faltaba no era tanto tiempo como interés.

No era ningún secreto que había amado profundamente a su esposa, y también era del dominio público que, en su desesperación, ella le había engañado durante los dos últimos años antes de abandonarle.

En su juventud había sido una niña errante y jamás pudo asimilar la vida conyugal y la monogamia.

Trygve hizo cuanto le fue posible, aconsejándola y pasando por dos separaciones temporales.

Pero él quería mucho más de lo que Dana era capaz de darle.

Quería una vida real, media docena de hijos, una rutina sencilla, hacer acampadas en vacaciones.

Ella prefería Nueva York, París, Hollywood o Londres.

Dana Thorensen era todo lo que Trygve nunca fue.

Se habían conocido en Hollywood siendo poco más que dos niños.

él probó fortuna brevemente en la redacción de guiones cinematográficos, con su mente fresca de colegial, mientras ella trabajaba como actriz principiante.

Le apasionaba su trabajo, y se disgustó mucho cuando Thorensen le pidió que se mudaran a San Francisco.

Pero le amaba lo suficiente como para intentarlo.

Durante un tiempo trató de resarcirse de su pérdida interpretando algunas obras de repertorio en el ACT de San Francisco.