– ¿Televisión? ¿De qué estás hablando, Lockie? -Georgia arqueó las cejas.

– Corre el rumor de que la cadena ABC está preparando una serie sobre música, centrada en las promesas australianas.

Georgia suspiró, aliviada de que Mandy fuera volver la semana siguiente. El concierto empezaba a ser como una bola de nieve. La mirada de complicidad de Lockie la hizo fruncir el ceño. Si su hermano creía que…

Se secó el sudor de las manos en los pantalones. Sentía los nervios en el estómago como si fueran ropa tendida batida por el viento. Ya era bastante desgracia que Lockie hubiera invitado a Jarrod como para que tuviera la intención de prolongar su acuerdo más allá las dos noches en el Country Club.

Tragó de nuevo para resistir la tentación de llevarse la mano a su errático corazón. Debía tratar de olvidarse hasta el viernes. Y esa noche, tendría que ignorar a los desconocidos que estarían observándola. ¿Desconocidos? Jarrod Maclean no lo era, pero también tendría que ignorar su presencia.

– Cuando estuve en Nashville fui a un concierto en el Grand Ole Opry. Fue estupendo -dijo Jarrod.

– ¡Qué suerte! Me encantaría ir a Nashville -Lockie sonrió-. Un día lo conseguiré.

– Te va a encantar. Yo tuve la suerte de ir con unos amigos que la conocían muy bien.

«Qué envidia», pensó Georgia con amargura. ¿Y entre esos conocidos habría una mujer en especial? Las mujeres siempre se sentían atraídas por él. A parte de un cuerpo alto y fuerte, Jarrod era tan masculino que atraía a las mujeres como la luz a las polillas.

¿No había sido ella seducida igual que las demás? Y él no la había rechazado. No. Ella había tenido el dudoso honor de sentir cómo sus caricias la hacían arder. Y la quemadura le había llegado al alma, marcándola para el resto de su vida.

– ¡Qué suerte tener a un cicerone! -dijo, con amargura, ignorando la mirada de sorpresa de Lockie.

– Así es. Me acordé mucho de Lockie y de cuánto habría disfrutado -dijo Jarrod, con una sonrisa que obligó a Georgia a apretar los puños-. ¿Te acuerdas de aquellas viejas botas que compraste porque alguien te dijo que habían pertenecido a Johnny Cash?

Jarrod continuó hablando con confianza, sin aparentar la más mínima tensión, mientras Georgia se erguía en su asiento con la inmovilidad de una estatua.

¿Cómo osaba hablar del pasado? Para ella el ayer y el dolor eran sinónimos. A él, sin embargo, no parecía afectarle.

Su rabia aumentó y luego se mitigó un poco. Lo peor de todo era que hubiera puesto la mano en el fuego por la integridad de Jarrod. Lo amaba hasta la locura. Y él había traicionado su amor.

– Claro que pertenecieron a Johnny Cash -protestó Lockie-. Y todavía las conservo -Jarrod dejó escapar una carcajada-. Es una pena que me queden un poco grandes. ¿Por qué no te las pones tú el viernes, Georgia?

– No pienso ponerme esas botas, Lockie, ni por ti ni por nadie -dijo Georgia, con firmeza.

– Vamos, Georgia, los focos del escenario harán brillar las espuelas.

– ¡Lockie! -Georgia puso cara de espanto.

– ¿El escenario? -Jarrod les dirigió una mirada interrogadora.

– Sí, cuando… -Lockie calló y se dio una dramática palmada en la frente-. Claro. No sabes que Georgia es la cantante del grupo.

Jarrod se puso serio y dirigió a Georgia una mirada de reproche.

– Pero yo creía que… ¿Cantas con el grupo de Lockie?

Georgia inclinó la cabeza. Tal y como había supuesto, Jarrod la censuraba. La forma en que apretaba la mandíbula y fruncía los labios eran la prueba que necesitaba.

– Creía que no te gustaba actuar en público -siguió él, entornando los ojos.

Georgia se dijo que era una mujer libre y que podía hacer lo que le diera la gana sin pedirle permiso. Jarrod no era su guardián y no tenía derecho a amonestarla.

– Eso era hace años -dijo, sosteniéndole la mirada-. He cambiado mucho desde entonces.

– Georgia sólo va a… -comenzó Lockie, pero ella lo interrumpió.

– Estoy ansiosa porque todo vaya bien -dijo rápidamente, esquivando la mirada de Lockie-. Si todo va bien esperamos grabar un disco, ¿verdad, Lockie?

– Sí -su hermano le siguió la corriente-. Y hablando de discos. Ken me ha dicho que D.J. Delaney, de la compañía de discos Skyrocket, suele ir al Country Club, así, ¿quién sabe? Puede que no sea tan improbable como pensamos. Si cantamos los temas adecuados… Algo que le llame la atención.

– Os deseo mucha suerte -dijo Jarrod, poniéndose en pie-. Será mejor que me marche. Os veré el viernes por la noche -miró a Georgia pero se limitó a despedirse con una inclinación de la cabeza antes de marcharse.

– ¿Por qué no me has dejado decirle que estabas sustituyendo a Mandy? -preguntó Lockie en cuanto Georgia cerró la puerta.

– ¿Acaso es de su incumbencia? -preguntó Georgia, cortante.

– No, pero…

– No entiendo por qué le tenemos que contar a Jarrod todo lo que nos pasa -dijo Georgia, y sin esperar respuesta, se encaminó hacia la cocina-. Voy a servirte la cena.

Mientras Lockie cenaba, Georgia volvió al salón para continuar con su trabajo, pero no logró concentrarse. Dándose por vencida, decidió irse a la cama. Cuando empezaba a recoger Lockie apareció en la puerta.

– Me voy a la cama -dijo Georgia animada, para compensar por el mal humor que había mostrado anteriormente.

– Espera un momento, Georgia -Lockie la miró con expresión seria-. Quiero hablar.

Georgia se sentó.

– ¿De qué? Si se trata del concierto, prefiero dejarlo hasta que revisemos el repertorio, si no, puede que me quite el sueño -dijo, con una sonrisa.

– No se trata de eso -Lockie se sentó frente a ella-. Quiero hablar de ti y de Jarrod.

Georgia sintió cómo sus facciones se tensaban e hizo ademán de incorporarse, pero Lockie se lo impidió.

– No hay nada de qué hablar -dijo ella.

– ¿Tú crees?

– Y aunque lo hubiera, no es algo que me apetezca discutir.

– Pues a mí sí -dijo Lockie con determinación.

– Por favor, ahora no.

– Sí, ahora, aprovechando que estamos solos y que me parece un asunto urgente.

– No hace falta decir nada. Déjalo, Lockie, estoy cansada y…

– No, Georgia. Escucha, sé que en su momento no dijiste nada -Lockie se levantó y se alejó unos pasos antes de volverse-, pero ¿no te das cuenta de lo cruel que estás siendo? ¿No te das cuenta del daño que le haces?

Capítulo 4

– ¿Que si me doy cuenta del daño que le hago? -repitió Georgia, incrédula-. ¿Y qué es exactamente lo que le hago, Lockie?

– Tratarlo como si fuera un leproso.

– ¿Y cómo debo tratarlo? ¿Echándome a sus pies con lágrimas en los ojos y diciendo: «Tómame, soy tuya»?

Lockie se ruborizó.

– Sabes que no me refiero a eso, Georgia. Quiero decir que no le… -Lockie buscó la palabra adecuada.

– ¿He dado la bienvenida con los brazos abiertos? -concluyó Georgia-. Por Dios, Lockie, ¿crees que soy masoquista?

– Podrías ser amable -sugirió él.

¿Amable? ¿No había dicho Jarrod eso mismo?

– Podría ser muchas cosas -dijo Georgia, con amargura.

– Y podrías olvidar el pasado.

Georgia dejó escapar una carcajada.

– Eso es lo que he hecho, al menos hasta que Jarrod ha vuelto para recordármelo.

– Lo cierto es que está aquí y tienes que aceptar que vas a verlo regularmente.

– Eso parece -dijo Georgia-. Te aseguro que cuanto menos nos veamos mejor. Por si no lo sabes, el sentimiento es mutuo.

– ¿Tú crees?

– Desde luego -dijo Georgia con vehemencia.

– No estés tan segura, Georgia. Yo diría que sigue enamorado de ti.

– Eso es ridículo -Georgia negó al tiempo que en su interior crecía una esperanza traidora. ¿Sería verdad? ¿Acaso Jarrod…? ¡No! «No seas estúpida», se reprendió.

– No es ridículo. ¿Por qué le afecta tanto lo que le dices?

– ¿Qué te hace pensar que…?

– Vamos, Georgia -interrumpió Lockie-, tengo ojos. Sé cuando un hombre está pendiente de cada palabra de una mujer. Y también he sido testigo de las indirectas que le lanzas.

– Apenas he hablado con él.

– Lo sé. Y ésa es la mayor crueldad. Georgia, sé sincera contigo misma. Sigues enamorada de él y, sin embargo, quién sabe por qué, tal vez por un sentimiento de culpa, has decidido maltratarlo.

Georgia se puso en pie más enfadada con su hermano de lo que había estado en años.

– Eso es absurdo, Lockie. En primer lugar, no estoy enamorada de él, y, en segundo, te aseguro que no siento ninguna culpabilidad. No tienes ni idea de lo que pasó así que será mejor que te calles.

– Sé más de lo que…

– Eso es lo que tú te crees -Georgia alzó la voz y Lockie suspiró.

– Me da pena que dos personas a las que quiero se hagan daño entre sí.

– Yo sufrí todo lo que tenía que sufrir hace años. Ahora se ha acabado. Punto.

– Pues para Jarrod no.

– Ése es su problema.

– Georgia, dale un respiro.

– No, Lockie, no pienso consentir que ni Jarrod ni ninguna otra persona vuelva a hacerme daño -dijo Georgia, airada.

– ¿Hacerte daño? -exclamó Lockie-. ¡Por Dios, Georgia! Si puede perdonarte…

– ¿Perdonarme? ¿El qué? -Georgia gritó con voz aguda.

– Tú sabes el qué. No necesitas que te lo diga.

– Puede que necesite que me informes, Lockie, porque yo no lo sé. Pero ya que tú crees saberlo todo, por favor, ilumíname -dijo Georgia, sarcástica.

– Por engañarlo.

– ¿Enga…? -Georgia cerró la boca y apretó los labios-. ¿Te ha dicho él eso? -preguntó con una calma amenazadora.

Si era así… ¿Sería capaz Jarrod de tergiversar la verdad tan cruelmente? Georgia creía haber sufrido todo lo que tenía que sufrir, pero tal vez estaba equivocado.

– Claro que no -negó Lockie- No vi a Jarrod antes de que se marchara a Estados Unidos. Fui a decirle que… -hizo una pausa-, que habías tenido un accidente. La tía Isabel me dijo que Jarrod se había marchado y que no volvería. Como no tenía sentido, deduje que debías estar saliendo con otro chico al mismo tiempo, si no, él jamás se habría ido. Especialmente cuando… -dejó la frase en el aire y miró hacia otro lado.

– ¿Qué yo salía con otro? -dijo Georgia, con amargura. Su hermano asintió-. ¿Y no se te ocurrió que era Jarrod el que me engañaba?

Lockie la miró a los ojos y sacudió la cabeza lentamente.

– No, Georgia. Jarrod te adoraba.

El dolor y la ira bulleron en Georgia hasta casi ahogarla. ¿Adorarla? Ésa era la mejor broma del siglo. Si Lockie supiera la verdad… Suspiró y su furia pareció diluirse. Negando con la cabeza, se alejó de su hermano. Temía no poder contener la lágrimas que llevaban años sin brotar de sus ojos.

– Oh, Lockie, no sabes lo equivocado que estás -dijo, apesadumbrada.

– No creo, Georgia. Jarrod te amaba y yo creía que tú a él también.

– Estabas en lo cierto a medias: yo lo amaba, pero él a mí no.

– Vamos, Georgia. Lo vi todo. Sé que fuiste a verlo, o eso creía. Pero no era verdad, ¿no es cierto? Había otro hombre -Lockie se acercó a ella-. ¿Cómo pudiste hacerle eso a Jarrod con lo que él te amaba?

Georgia se giró bruscamente.

– No había nadie más, Lockie. Ésa es la verdad, aunque no tenga por qué darte explicaciones.

Lockie frunció el ceño.

– No creo que mintieras, no es tu estilo. Oí lo que le decías a papá aquella noche. Dijiste que no era de Jarrod.

¡Lockie los había oído! Georgia sintió un ataque de pánico. No podía hablar sobre aquella noche. No quería. Le producía demasiado dolor recordarla.

– No quiero discutirlo, Lockie. Me niego -dijo, temiendo que la histeria la dominara.

– Georgia…

– No, Lockie, por favor -Georgia alzó una mano para hacerlo callar-. Ya basta. Déjame en paz.

Salió y se marchó a su dormitorio. Unos minutos más tarde, oyó dar un portazo a Lockie y se metió en la cama, exhausta.


Georgia salió del depósito de libros jugueteando nerviosamente con la tira de su bolso.

– Hasta el lunes -la saludó su compañera Jodie-. Debes tener muchas ganas de volver a casa. Has estado todo el día muy distraída. ¿Estás segura de que no te pasa nada?

– Más o menos -suspiró Georgia-. El caso es que no le puedo echar la culpa a nadie más que a mí misma.

Jodie arqueó las cejas.

– Deja que adivine -sonrió-. Algún miembro de tu familia te ha convencido para que hagas algo que no te apetece.

– ¿Cómo lo has adivinado? -dijo Georgia, riendo.

– Será que tienes cara de estar preocupada por un asunto familiar.

– No es eso exactamente. Tengo que admitir que estoy preocupada conmigo misma -Georgia miró la hora y tragó saliva para contener el agobio que sentía.

– ¿Vas a contármelo? No puedo soportar el suspense -dijo Jodie, apoyándose en su escritorio y cruzándose de brazos.