– Estoy seguro de que Ginny pensó lo mismo. Fue increíble ser testigo del proceso.
– Y por lo que dices debiste presenciarlo desde muy cerca -dijo Georgia, con sarcasmo, rechazando la imagen de Jarrod con esa mujer.
Jarrod alzó la cabeza con gesto enfadado.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó en tono mate.
Georgia se encogió de hombros.
– Sólo que debías tener una relación muy íntima con ella.
– Trabajaba con su hermano.
Georgia volvió a encogerse de hombros.
– Era una niña de dieciocho años -dijo Jarrod.
«Y yo sólo tenía diecisiete cuando me enamoré de ti, Jarrod, ¿o acaso lo has olvidado?», le dijo Georgia en silencio, mirándolo a la cara.
– Sólo la conocía por su hermano -dijo él, apretando los labios.
Georgia continuó mirándolo con expresión acusadora, y Jarrod dejó escapar una exclamación al tiempo que se pasaba los dedos por el cabello. Un mechón le cayó sobre la frente y Georgia sintió el impulso de alargar la mano y colocárselo detrás de la oreja para sentir su suave textura.
– ¡Por Dios, Georgia!, ¿por qué me molesto en darte explicaciones? -dijo él, mordiendo las palabras.
– Eso mismo me pregunto yo -Georgia lo estaba provocando, llevándolo al límite, arrastrada por una fuerza que no podía contener.
– Escucha, sólo quería darte un ejemplo de lo que puede pasar en el mundo de la música, y el que me acostara o no con esa chica no tiene nada que ver.
– ¿Y te acostaste con ella?
Jarrod la miró furioso.
– ¿Qué importancia tiene eso?
Georgia agachó la cabeza y bajó la mirada, ocultando el dolor que sus ojos podían mostrar. Tal vez para él no tenía ninguna importancia, pero para ella, toda la del mundo.
Jarrod suspiró y soltó una imprecación.
– Mi relación con Ginny es irrelevante. Y esta conversación está comenzando a cansarme. Lo único que quería decir, Georgia, era que puede que el sueño de Lockie no coincida con lo que tú quieres hacer en la vida.
– ¿No crees que estás asumiendo demasiadas cosas, Jarrod? ¿Cómo sabes lo que quiero y lo que no quiero?
– Porque te conozco, Georgia, y…
– ¿De verdad me conoces? -le cortó Georgia, con una risa forzada-. ¿No será que crees conocerme? ¿O en qué sentido dices que «me conoces»? -añadió, provocativa, experimentando una extraña sensación de triunfo al ver que Jarrod se sonrojaba. Sabía que estaba consiguiendo irritarlo aunque no estuviera segura de por qué lo hacía.
– Antes no eras así, Georgia -dijo él, bajando la voz.
Georgia se dijo que debía acabar la conversación antes de comenzar a decir cosas de las que se arrepentiría. Pero había perdido el control y las palabras brotaban de su boca como un torrente.
– ¿Cómo? -gritó.
– Amarga y hostil.
«Oh, Jarrod», hubiera querido exclamar su corazón destrozado. Claro que actuaba con amargura y hostilidad. Porque todavía sufría, y la culpa la tenía él.
– Será que estoy envejeciendo -dijo en alto, con tono de resignación-. Estaré volviéndome más cínica. La vida nos cambia a todos, así que no te preocupes, Jarrod. No pienso entrar en el camino de la perdición como tu novia de los Estados Unidos.
– Ginny no era mi novia -dijo Jarrod, exasperado y con todo el cuerpo en tensión.
– Eso dices -dijo Georgia, en contra de su voluntad.
– Y nunca fuiste vengativa.
– Tal vez la experiencia me haya enseñado a serlo -dijo Georgia, apretándose lo más posible contra la puerta para dejar de sentir la proximidad asfixiante de Jarrod.
Pero, espantada, vio cómo su mano se movía sin que le diera la orden de hacerlo y se posaba sobre el brazo de Jarrod. El placer de sentir el calor de su piel a través de la camisa fue superior al dolor que le producía. Se quedó sin respiración. Sus pulmones dejaron de funcionar al tiempo que los latidos de su corazón se aceleraban hasta ensordecerla.
Y durante lo que pareció una eternidad ninguno de los dos se movió, hasta que, finalmente, Jarrod alzó la mano y cubrió con ella la de Georgia. Durante unos segundos, sus dedos acariciaron los de Georgia, hasta que ésta retiró la mano como si se hubiera quemado, y la apretó en un puño sobre el regazo.
– Georgia.
Jarrod pronunció su nombre con un timbre doloroso y Georgia, en lugar de alegrarse de haberlo arrastrado al límite, temió estar jugando con fuego, darse cuenta de que sus emociones eran como paja seca que una chispa podría prender con la misma pasión con que habían ardido en el pasado.
Oyó el aire escapar de la garganta de Jarrod y sintió sus ojos clavados en su cabeza. Exclamando algo entre dientes, Jarrod dio al contacto y el ruido del motor rasgó los sensibles oídos de Georgia.
– Será mejor que nos pongamos en marcha -dijo él, secamente-. Tienes que actuar.
Se unieron al tráfico de la carretera y continuaron el camino en silencio. Al llegar al aparcamiento vieron la furgoneta de Lockie con la rueda pinchada y, antes de que se bajaran del coche, Morgan salió a recibirlos.
– Menos mal que habéis llegado. Lockie está como loco creyendo que no vas a venir a tiempo. Cree que Jarrod te ha secuestrado -se volvió hacia Jarrod con una sonrisa coqueta.
– Subimos al escenario en menos de media hora -dijo Georgia, caminando hacia la entrada.
– ¿De verdad? -dijo Morgan, sarcástica-. Date prisa, Georgia, con lo vieja que eres vas a tener que dedicar un buen rato a maquillarte -se volvió hacia Jarrod-. A veces actúa como si fuera una abuela.
Avanzaron por un pasillo hasta que Morgan se detuvo.
– Jarrod, entra por ahí -le instruyó, ajena a la tensión que había entre los otros dos-. Nos han reservado una mesa en la primera fila. Voy a ayudar a Georgia a cambiarse.
Jarrod dirigió una mirada sombría a Georgia y las dejó, mientras Georgia intentaba apartar de su mente la escena del coche.
Aturdida, se quitó el traje de chaqueta y se puso el vestido esmeralda que Mandy solía usar en las actuaciones.
– ¿Qué tal te queda la parte de arriba? -preguntó Morgan mientras Georgia se ataba los botones con dedos temblorosos-. La he sacado lo más posible, tal y como me pediste.
Georgia se estiró la falda y los flecos de las mangas.
– Se nota que no está hecho a medida -dijo Georgia, haciendo una mueca y preguntándose si se atrevería a salir del camerino con aquel vestido.
Morgan suspiró irritada.
– Bueno, tienes más delantera que Mandy, Georgia. Limítate a no hacer ningún movimiento brusco o los chicos del público nos aplastarán para poder subirse al escenario.
– Por favor, Morgan -gimió Georgia, estirándose la parte de arriba del vestido.
La falda se le ajustaba a las caderas y podía haber sido hecha para ella, pero la parte de arriba se ceñía a sus senos, marcándoselos más de lo que Georgia hubiera querido. Se miró en el espejo y se ruborizó, pero ya era demasiado tarde como para introducir algún cambio.
A toda prisa se puso rímel, colorete para disimular su palidez y se pintó los carnosos labios. El rostro que le devolvió el reflejo le recordó a una mujer que no había visto en mucho tiempo, y eso le hizo pensar en lo poco que se ocupaba de sí misma. Siempre iba bien vestida y cuidada, pero la Georgia Grayson que la miraba desde el espejo estaba viva, le brillaban los ojos y el cabello, normalmente recogido, le caía en suaves hondas sobre los hombros.
Tomó aire y el movimiento llamó su atención sobre la curva de sus senos. La ropa suelta que solía llevar a trabajar no marcaba tanto la voluptuosidad de sus formas.
– Morgan, no puedo salir así.
– ¡Tonterías! Estás guapísima, Georgia. Los chicos van a quedarse con la boca abierta. No puedo comprender cómo no hay una fila de hombres llamando a la puerta.
Georgia se estremeció.
– Si es una piropo, gracias. Pero te aseguro que no me interesa lo más mínimo -añadió con tristeza.
– ¡Eres inaguantable, Georgia! -Morgan se apoyó en el marco de la puerta-. A veces me gustaría sacudirte. Parece que tienes cincuenta años. Te portas como si fueras una solterona enterrada en una librería.
Georgia se ruborizó.
– Por favor, Morgan, no hables así. Me estás insultando -dijo, enfadada-. ¿Por qué eres tan desagradable?
– Me limito a decir lo que pienso. Soy muy sincera.
– La frontera entre la sinceridad y la grosería es muy difusa.
– Perdóname, hermana, pero a veces la verdad duele. ¿Sabes a quién me recuerdas? -dijo Morgan, altanera-. A la tía Isabel. Siempre fría y distante. Nunca te lo pasas bien. ¿A qué dedicas el tiempo? A trabajar. A estudiar. Nunca te ríes. Es como si llevaras puesto un corsé. Siempre te metes conmigo pero al menos yo estoy viva y saboreo la vida.
Saborear la vida. Las palabras de Morgan fueron como una bofetada para Georgia. Ella ya había saboreado todo lo que le correspondía. Se había empachado de tal manera que todavía sentía náuseas.
Morgan dejó escapar el aire sonoramente.
– Está bien, perdona, Georgia. A veces consigues irritarme, pero ahora no es el momento. Tenemos que salir.
Georgia reprimió un gemido, mezcla de indignación y abatimiento.
– He sido una idiota dejando que Lockie me convenciera -dijo, frotándose las frías manos.
– No tienes por qué estar nerviosa -dijo Morgan, suavemente-. El ensayo de anoche salió fenomenal. Aunque cantes la mitad de bien, tienes el éxito asegurado.
– Eso espero -murmuró Georgia.
Morgan sonrió y se dio la vuelta. Se detuvo y miró a su hermana.
– Y no te preocupes, Georgia -le señaló el vestido-. A Dolly Parton no le fue mal luciendo sus curvas.
Antes de que Georgia pudiera contestar, Morgan había desaparecido y la música comenzó a sonar. Georgia se mordió el labio y gimió. Los Country Blues estaban tocando un tema instrumental. Después tocarían una selección de temas de John Denver y luego Lockie presentaría a Georgia. Había llegado el momento de acercarse a la parte de atrás del escenario y esperar a que la llamaran.
Fría. Seria. Distante. Una solterona. ¿Había dicho Morgan todo eso? La joven no sabía lo cruel que podía ser. Sólo cuatro años antes, esos adjetivos hubieran sido lo contrario de lo que era Georgia.
El rostro de Jarrod bailó en su mente; sus ojos oscuros la observaban con una sensualidad que igualaba la que ella sentía… Sólo cuatro años atrás…
Los aplausos llenaron la sala, ensordeciendo a Georgia y haciendo que el corazón se le pusiera en la boca. Al público le habían gustado los primeros temas. Ahora Lockie presentaba a los distintos miembros de grupo. En unos segundos, Georgia tendría que subir al escenario. Delante de un mar de rostros. Incluido el de Jarrod.
A él no le gustaba que cantara. Pero no tenía derecho a censurarla. Georgia se irguió, recordó los botones de la blusa y, con dedos nerviosos comprobó que estaban cerrados.
– Por favor, den la bienvenida a la cara más guapa de Country Blues: Georgia Grayson -la voz de Lockie amplificada penetró en el cerebro de Georgia y ésta avanzó con piernas temblorosas hacia el escenario.
El calor de los focos la alcanzó y estuvo a punto de retroceder. El público silbaba y gritaba, mientras el grupo tocaba las primeras notas del tema que Georgia iba a cantar. Lockie había propuesto comenzar con un tema movido para atrapar al público y luego continuar con baladas románticas.
Georgia tomó el micrófono en las manos sin fijarse en las caras que la rodeaban, pero inevitablemente, sus ojos encontraron de inmediato los de Jarrod. Siempre habían tenido un radar natural para localizarse el uno al otro.
Jarrod estaba sentado con los brazos cruzados, serio.
¿Pensaba que Georgia iba a fallar? Pues ella no estaba dispuesta a humillarse delante de los muchachos. Podía cantar e iba a demostrarle a Jarrod el talento que tenía.
Para cuando alcanzó la mitad de la canción, supo que se había ganado al público, y eso le dio una sensación de poder embriagadora. Lanzó una mirada a Lockie y éste le dedicó una sonrisa radiante, como diciéndole: «ya te lo había dicho».
Para cambiar de ritmo, pasó a cantar una canción de letra melancólica y sus ojos se volvieron hacia Jarrod por sí solos. Él la contemplaba inclinado hacia adelante, tenso, y sus ojos la quemaron.
La fragilidad de su voz no era fingida, y el dolor que transmitía tampoco. Todo el público se sintió envuelto por su pesadumbre, pero Georgia sólo veía un rostro de cabello oscuro. Para ella sólo había habido un hombre, el mismo al que había amado en el pasado más que a nadie en el mundo. Hasta que descubrió la verdad.
Podía recordar vivamente el salón de los Maclean. Había pasado la tarde allí, como de costumbre, viendo la televisión con Jarrod. El tío Peter estaba de viaje de negocios y ni siquiera la presencia desaprobadora de la tía Isabel podía empañar la felicidad de los dos jóvenes.
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