Alex ya había oído antes todo eso de sus propios labios. Cal tenía una gran capacidad para transmitir a los demás su pasión por el parque y los animales.

– Los osos son muy hábiles hurgando entre la basura. Y pueden irrumpir en los coches en busca de cualquier alimento que se haya dejado en ellos, aunque sean las migas de pan o de galletas caídas en la silla de seguridad de un bebé. Se acostumbran así a quedarse merodeando por esos lugares donde encuentran comida fácil. El oso y el hombre no se llevan bien. Y el problema es que los métodos tradicionales que se han seguido hasta ahora para alejar a los osos, como dispararles con balas de goma u otro tipo de proyectiles disuasorios, no han tenido éxito. Incluso cuando se les consigue atrapar o abatir con dardos sedantes para tenerles un tiempo en cautividad y tratar de quitarles la agresividad, cuando se les deja libres, más de la mitad recuperan el comportamiento salvaje. A veces no queda más remedio que matarlos y eso es lo último que todos los amantes del parque queremos. El oso negro está íntimamente ligado al parque Yosemite. No pueden existir el uno sin el otro.

Todos los asistentes estaban absortos y con los cinco sentidos puestos en lo que Cal decía.

– Echarlos del parque o matarlos no es la solución. Es necesario encontrar una que permita una coexistencia pacífica y que preserve la seguridad tanto de los hombres como de los animales. Estos perros son parte de esa solución -dijo Cal tocándole el lomo a Sergei-. Experiencias científicas han demostrado que tienen un porcentaje de efectividad del ochenta por ciento en su labor de mantener a los osos alejados de las áreas de acampada. Pero se necesita también de su ayuda como voluntarios para educar a la gente sobre cómo debe comportarse.

Cal era un profesor nato y tenía fascinada a la audiencia. Eso fue exactamente lo que le pasó a ella la primera vez que puso los ojos en él.

Durante seis años había estado tan locamente enamorada de él que había llegado a temer que aquella situación pudiera llegar a hacerse crónica. Desde el primer momento había sentido por él una atracción irresistible, hechizada por aquel par de ojos azules.

El anterior superintendente del parque, muy amigo de su padre, les había presentado. A sus veinte años, se sentía ya una mujer y se sintió despechada cuando el apuesto ranger la trató como a una colegiala.

Él tenía por entonces veintisiete, prácticamente la edad que ella tenía ahora. Ella, a sus veinte años, tenía poco conocimiento de la vida, excepto saber perfectamente cuándo un hombre la encontraba atractiva. Por eso supo enseguida que el ranger Hollis no era indiferente a sus encantos.

Aunque él siempre trataba de mantener las formas, ella le sorprendió mirándola fijamente una vez que estaba con un grupo de turistas al que él estaba explicando las normas del parque en materia de pesca. Un hombre puede ocultar muchas cosas, pero él tenía unos ojos que se encendían cuando la miraba creyendo que no le observaba.

Ya había perdido la cuenta de las veces que le había visto aquella mirada cuando se encontraba con ella. Recordó esa vez que había ido al parque a esquiar con dos de sus mejores amigas. Ella iba delante guiándolas. Por un error, se salió de la pista y se perdieron. Alex llamó a la estación más cercana de los rangers pidiendo ayuda.

Le resultó muy emocionante ver llegar a Cal con otro ranger. Ella no había planeado aquello. El fuego que percibió en sus ojos cuando la vio sana y salva no era fingido. Aunque trató de ocultarlo.

Ése era el problema. Mientras ella charlaba y coqueteaba, él parecía seguirla complacido, pero sólo hasta un punto. Aunque ella sabía que en el fondo la deseaba, nunca dejaba que la situación se le fuera de las manos.

Sólo hubo una vez en que él le descubrió su otra cara. La verdadera. Aquella fue la última vez que le vio. Supo que estaba de servicio en la torre de observación y acudió allí por sorpresa.

– Te he traído una cosa de París -le había dicho mientras trepaba por la escalera.

Era una tarde a primera hora. Estaban solos.

– No se permiten turistas en la torre -le había dicho él desde lo alto.

Ella no le hizo caso y siguió subiendo hasta llegar arriba. La plataforma de la torre era muy estrecha para los dos.

– No deberías haber venido.

Cuando él le ordenó que se bajara, ella dejó en el suelo la cesta con el picnic que llevaba.

– Tómame -le dijo arrimándose a él.

Él la agarró por los brazos para obligarla a bajar por la escalera. Pero ella se dejó caer, como muerta, en sus brazos para impedírselo.

– Maldita sea, Alex.

Ésa fue la primera vez que le llamó por su nombre en vez de decirle señorita Harcourt. Excitada por sentir su cuerpo tan cerca del suyo, le besó en la boca con pasión. Y entonces, de repente, el hombre que había reprimido siempre sus emociones pareció perder el control.

La aplastó contra su pecho y la besó con intensidad. Y el beso se prolongó y se fue haciendo más y más ardiente y profundo conforme ambos liberaban sus sentimientos y emociones. Si no hubiera sido por otro ranger al que se le ocurrió pasar por allí y la obligó a marcharse de la torre, habrían acabado pasando la noche juntos.

El resultado de aquel inesperado encuentro había sido desastroso. Cuando volvió al parque poco después, él no estaba disponible. Nadie supo o quiso decirle dónde encontrarle, y eso le dolió en lo más hondo del corazón, porque sabía que él la había besado como si su vida dependiera de ello. Probablemente, sus compañeros del parque, a instancia suya, habían cerrado filas para protegerle contra ella.

Despechada por aquella experiencia tan amarga, no había vuelto a acercarse por el parque desde entonces, hacía ya más de un año. Pasó por un período de depresión. La experiencia le sirvió para darse cuenta de que era una joven frívola y descarada que había tratado de poner en jaque la vida del parque.

Había creído necesario lavar esa imagen, pero eso significaba tener que volver a la escena del crimen. Por fortuna, el jefe Rossiter le había dado la oportunidad de probar su valía. Ahora les demostraría a todos que había madurado.

Mientras ella estaba inmersa en aquellos pensamientos tortuosos, todos los asistentes se pusieron a aplaudir. La presentación de Cal había terminado.

– Ahora haremos un descanso para almorzar. Volveremos aquí a la una -dijo Diane desde el estrado, mientras Cal abandonaba la sala.

Alex vio entonces al pelma de Brock mirándola descaradamente. Para tratar de disuadirle y quitarle toda esperanza, se giró hacia el otro lado y sacó el móvil para hacer una llamada telefónica.

– ¿Adónde vas a ir a comer? -le preguntó Brock.

No podía creerlo. Aquello superaba con creces los límites de su paciencia.

– No voy a ir a comer -le respondió ella por encima del hombro antes de que le contestaran al otro lado de la línea telefónica.

– Venta de autobuses…

– Hola. Me gustaría hablar con Randy del departamento de atención al cliente, por favor.

– Espere un minuto…

Antes de que pudiera decir gracias, Randy estaba ya al habla. El hombre no debía de haber tenido un buen día precisamente.

Cuando Alex vio que Brock no tenía intención de marcharse, se levantó de la silla y se acercó al ventanal desde el que se dominaba una espléndida vista del bosque.

– Hola, soy Randy.

– Hola, Randy. Soy Alex Harcourt. ¿Cómo va el logotipo de H & H para el microbús?

– Estará listo para el viernes.

– Perfecto. Tengo reservado un vuelo de Albuquerque a Merced el sábado por la mañana. Pasaré a recogerlo entonces.

Algo blanco y negro pareció cruzarse en su visión. Era Sergei. Y detrás de él, venía su dueño.

Cal había estado esperando a que Alex saliera de la sala. La había estado observando a través de la puerta entreabierta, mientras ella hablaba por teléfono. El jefe la había contratado y él entendía que, dadas las circunstancias, debían hablar y poner en claro algunas cosas. Y cuanto antes lo hicieran, mejor. Máxime, teniendo en cuenta que ella había evitado su mirada durante la presentación.

Había que aclarar viejas rencillas y malentendidos. Pero, para eso, tenían que estar solos, y ese voluntario que estaba sentado a su lado no parecía dispuesto a salir.

Decidió no esperar más. Conforme se acercaba a ella, tuvo la impresión de que su presencia la intimidaba. No se estaba comportando como la Alex que él había conocido. Probablemente, era culpa suya, pero las cosas estaban a punto de cambiar.

Ella siguió hablando por teléfono durante unos segundos más y luego colgó.

– Ranger Hollis… No me di cuenta de que estaba esperándome.

– Señorita Harcourt, ¿le importaría pasar a mi despacho? Será sólo unos minutos. Está al final del pasillo.

Ella asintió con la cabeza y recogió de la mesa el bolso y los cuadernos con el material de las presentaciones.

– Discúlpenos -dijo Cal al joven voluntario, que seguía sentado, con cara de pocos amigos.

– Por supuesto.

Cal le miró con cierto recelo. Veía algo sospechoso en aquel joven, pero no podía pararse a pensar en ese momento en otra cosa que no fuera Alex. Nada más llegar, dejó que ella pasara primero, luego cerró la puerta y la invitó a sentarse frente a él, al otro lado del escritorio.

– Espero no haber interferido en tus planes para el almuerzo.

– No te preocupes. Ya habrá más ocasiones. A propósito, mis felicitaciones por el ascenso. Te lo mereces.

– Gracias -dijo él algo frustrado porque la conversación no tomara el rumbo que él había previsto-. Alex, dejémonos ya de tonterías, tenemos que hablar. Hace mucho tiempo que debíamos haberlo hecho.

– Tienes razón. Y me gustaría comenzar con aquel incidente en la torre de observación. Lo que pasó fue culpa mía -dijo ella con inusitada franqueza-. Estoy profundamente avergonzada de aquello. Mis hermanos me decían que nunca iba a madurar, pero creo que al final he cambiado.

Sí, había cambiado, pensó él. Tanto, que apenas la reconocía.

– Sé que, cada vez que llegaba al parque, te hacía la vida imposible. Pero te doy mi palabra de que ya nunca tendrás que preocuparte por mí. ¿Podrás perdonarme por aquel acoso en la torre?

Ella lo miró sin pestañear, con sus ojos tan verdes como las hojas de los cerezos.

– Sabes muy bien que no hay nada que perdonar -contestó él-. Fue sólo un beso del que los dos participamos.

– Sólo porque yo te provoqué. Fui una estúpida. Te merecerías una medalla por haberme aguantado tanto tiempo -dijo levantándose de repente y asustando a Sergei, que alzó la cabeza, alarmado-. Dado que el jefe de Rossiter me ha dado la oportunidad de hacer algo que significa mucho para mí, te prometo no inmiscuirme en tu camino.

Era la segunda vez que lo decía.

– Me temo que eso no va a ser fácil -replicó él-. Ésa es la razón por la que quería hablar contigo. Queramos o no, vamos a estar viéndonos todo el tiempo. El jefe está muy entusiasmado con tu proyecto. Igual que todos. Y yo, más que nadie, quiero que todo salga bien.

– Gracias -dijo ella con una leve sonrisa-. Te agradezco tu voluntad de querer olvidar el pasado. Reconozco que fui una gran molestia para ti, pero puedes dar aquello por zanjado definitivamente. Ahora tengo una misión que llevar a cabo con esos chicos.

Era la tercera vez que lo decía. Cal la miró fijamente.

– Nunca me hablaste de Hearth & Home. Estoy realmente impresionado.

– Fue una idea de mi madre y yo participaba de ella. Cada vez que iba a las fincas de nuestra propiedad para enseñar a los niños a hablar en inglés, les enseñaba vídeos de Yosemite. Les entusiasmaban y siempre me pedían que les llevara más. Decidí que debía hacer algo al respecto. No resultó nada fácil convencer al consejo de la tribu. Me llevó varios años, de hecho. Ahora que todo está a punto de hacerse realidad, me preocupa que pueda salir algo mal.

– No lo creo posible, mientras el proyecto goce del apoyo del jefe.

Cal miró la dulzura que había en sus ojos verdes y sintió también deseos de poder ayudarla.

– Gracias por la oportunidad que me has dado de hablar contigo. Lo necesitaba. Quería descargarme del peso que he llevado encima desde mayo del año pasado.

¿Desde mayo? Debía de haberse confundido.

– Querrás decir desde marzo, ¿no?

– No. Volví al parque en mayo, pero no pude encontrarte y ninguno de tus compañeros me pudo indicar dónde estabas. Fue muy humillante darme cuenta de que era una persona non grata para ti y para todos los rangers del parque. Fue una lección muy dura… Quizá la necesitaba.

Cal no podía permitir que ella siguiese suponiendo algo que no era verdad.

– Antes de irte, quiero dejarte una cosa clara -dijo él poniéndose también de pie-. Si mis compañeros no te dijeron nada, fue porque mi esposa acababa de morir hacía unas semanas en una avalancha aquí en el parque.