A quien no esperaba era a él. Cuando negó con la cabeza, él se acercó a la puerta y miró por la mirilla. Se apresuró a abrir y agarró a una mujer que tenía la mano protegida contra su pecho.

Faith reconoció a la mujer que trabajaba en la casa de Luke porque la había visto la semana anterior.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó él.

Carmen comenzó a hablar en español.

– En inglés, en inglés -dijo Luke.

Le agarró la mano y vio que estaba sangrando.

– ¿En inglés? ¿Cómo quieres que hable en inglés? La maldita ventana de tu salón estaba abierta y parecía que iba a llover, así que tuve que subirme a… -tomó aire-. No me aprietes, ¡idiota!

Luke la rodeó con un brazo y la llevó dentro.

– Deja que te mire la mano.

– Deberías haber impedido que esa ventana se abriera -dijo Carmen-. ¿Vaya sorpresa, eh? ¿Un célebre doctor que no es capaz ni de clavar un clavo? El viento comenzó a meter porquería…

– Carmen…

– Y, maldito seas, me he pasado la tarde limpiando…

– Cállate. Carmen, esta es Faith McDowell. Faith, Carmen.

– Me alegro de volver a verla. Ya no voy a tocar las ventanas nunca más, desagradecido -dijo Carmen, y tras su enfado, Faith oyó verdadero dolor.

– Si soy tan desagradecido, ¿por qué viniste a buscarme en lugar de ir a urgencias?

– Porque son unos sinvergüenzas.

Sin dejar de sujetar a Carmen, Luke miró a Faith.

– Necesita puntos.

– ¿Puntos? Ah, eso explica por qué estoy viendo las estrellas… -Carmen se cubrió la boca con la mano y puso los ojos en blanco.

– Perfecto -dijo Luke al ver que se había desmayado, y la tomó en brazos-. Pasa antes de que me caiga por el peso de esta mujer.

Humor. Faith no imaginaba que tuviera sentido del humor. Se adelantó para encender las luces de la sala de curas.

Durante la siguiente hora, mientras Luke cosía la mano de Carmen, le mostró a Faith que tenía mucho sentido del humor cuando hablaba de la fobia que sentía Carmen hacia las curas médicas, pero siempre con mucho cariño y ternura.

– Sube la mano -le dijo ella a Carmen al mismo tiempo que Luke.

Él la miró.

– También voy a mandarle analgésicos. ¿Quieres que lo digamos a la vez?

– No estoy en contra de los analgésicos -dijo ella, y él se rió.

– ¡Uf! Que se detenga el mundo. Otra vez estamos de acuerdo -con las manos en las caderas, se volvió hacia Carmen y suspiró-. Supongo que necesitas que te llevemos a casa.

– Sí, vine en taxi.

Cuando Luke la llevó hasta la puerta, se detuvo para mirar a Faith.

– Gracias por permitir que la curara aquí fuera del horario. Pásame la factura. Voy a llevarla a mi coche -estaba cargando todo el pese-. Si no, me partiré la espalda.

Carmen utilizó la mano buena para darle un golpe suave en la cabeza.

– ¿Lo ves? -dijo él con una sonrisa-. Ya te sientes mejor.

Faith les sujetó la puerta.

– Bueno, hasta el próximo sábado.

Él la miró por encima de la cabeza de Carmen. De pronto, ya no había humor en su mirada y Faith se abrazó a sí misma. Él iba a decirle que no pensaba volver.

Lo que tampoco estaba tan mal. Al fin y al cabo, no se llevaban bien. Pero tampoco tan mal.

– Hasta la próxima semana -dijo él, y se marchó dejándola en la oscuridad de la noche preguntándose si se sentía aliviada… o aterrorizada.


El lunes por la mañana, Leo llamó a Luke para que fuera a verlo al despacho del hospital.

– Buenas noticias -dijo su amigo-. Faith McDowell te ha recomendado de maravilla. Has debido causarle una gran impresión estas dos semanas, con todas esas terapias aromáticas y toques energéticos.

– Sí, ríete. No eres tú el que tiene que sacrificar los sábados durante dos meses y medio más.

– Tú tampoco.

– ¿Qué?

Leo arqueó una ceja.

– Te ha perdonado. Dijo que estaba impresionada con tu capacidad para aprender métodos alternativos de cura.

Luke soltó una carcajada.

– No tienes que terminar tu trabajo en la clínica -Faith le había perdonado sus deberes. Aquello era lo último que Luke había esperado. Esperaba llenarse de júbilo, de satisfacción-. Pensé que darías saltos de alegría al oír la noticia.

– Sí -Luke se acercó a la ventana. Daría saltos de alegría si el alma no se le hubiera caído a los pies-. Leo…

En ese mismo instante, sonó el buscapersonas de Leo.

– Lo siento, tengo que irme.

Sí. Y Luke también. La sala de urgencias estaba llena y había poco personal. Durante el resto del día, extirpó dos bazos, operó una cadera rota, cosió a un motorista… y no dejó de pensar en Healing Waters. Faith.

¿Por qué lo había echado? Había dicho que lo necesitaba. Que necesitaba su apoyo. Necesitaba sus servicios gratuitos. Lo necesitaba a él.

Luke no podía asumirlo, y por eso pasó por la clínica después del trabajo en lugar de irse a casa. No tenía nada, pero nada que ver con ver a Faith otra vez.

No contestó nadie cuando llamó a la puerta, pero era normal, porque la clínica cerraba los lunes. Rodeó el edificio y subió por las escaleras. En el porche había un columpio de madera que parecía muy cómodo. La puerta trasera de la casa tenía una gran ventana que permitía mirar la cocina iluminada desde fuera.

Y lo que vio hizo que se le detuviera el corazón.

Faith estaba tirada en el suelo.

Capítulo 5

Luke trató de abrir la puerta de Faith y la encontró cerrada. Dio un paso atrás y le dio una patada. La puerta cedió con facilidad.

Ella ni se movió. Estaba apoyada contra un mueble, tenía la cabeza agachada y los brazos alrededor de las rodillas flexionadas.

Luke se arrodilló junto a ella.

– Faith.

Despacio, como si le doliera moverse, levantó la cabeza. Estaba muy pálida, y cuando Luke le sujetó la barbilla con manos temblorosas, se dio cuenta de que estaba empapada en sudor.

– No me toques -dijo ella-. Estoy enferma.

Él le acarició un mechón.

– ¿Gripe? -colocó la mano en su frente.

– Siempre me pasa cuando me abandono. Es un virus que tengo hace tiempo y llevo dos semanas notando que me iba a suceder. Estoy temblando y mareada. Maldita sea.

Él habría sonreído ante su tono petulante si no hubiera tenido el corazón en un puño.

– No tienes fiebre.

– ¿Y?

– ¿Cuándo has comido por última vez?

Faith frunció el ceño y trató de levantarse, pero él la agarró por la cintura para que no se moviera.

Ella lo miró.

– Quédate ahí -se puso en pie y sacó un cartón de zumo de naranja de la nevera-. Bebe.

– ¿Del cartón? -preguntó ella.

– Unos sorbitos.

– Preferiría un poco de té. Por casualidad ¿no sabrás hacer té de Echinacea?

– ¿Eh?

– Echinacea. Se utiliza para reforzar el sistema inmunológico, y como antibiótico -Luke la miró-. Oh, no te preocupes -apoyó la cabeza en el mueble y bebió un poco de zumo.

Él observó que una gota de zumo le caía por la mejilla, llegaba hasta la barbilla y caía sobre su pecho. Por algún inapropiado motivo, se le hizo la boca agua. Tragó saliva y le preguntó.

– ¿Todavía estás mareada?

– Sí.

– Mantén los ojos abiertos. Te ayudará -ella lo fulminó con la mirada y él se encogió de hombros-. Eh, soy médico… -la observó beber otro trago de zumo y vio cómo recuperaba el color de las mejillas. Satisfecho, suspiró-. Muy bien.

– Lo siento. Ahora puedes dejarme un poco de espacio -era evidente que ella no quería tenerlo tan cerca, así que dio un paso atrás. Mejor. Mucho mejor. Era una lástima que Luke no pudiera olvidar el tacto de su cuerpo, y dudaba que consiguiera olvidarlo pronto-. ¿Has roto la puerta?

– Ha sido muy fácil. ¡Cielos! Faith, cualquiera podría haber entrado.

– Bueno, he tenido suerte de que nadie haya querido entrar, excepto tú -se puso en pie tambaleándose y se retiró el cabello de la cara-. Estoy un poco mejor -lo miró-. ¿A qué has venido?

– Yo… -pestañeó. ¿Para qué había ido? Contempló sus ojos verdes y trató de recordar-. Dijiste en el hospital que ya no me necesitabas.

Ella soltó una carcajada.

– ¿Y eso te ha molestado? Pensé que estarías celebrándolo.

– ¿Por qué, Faith?

– ¿Por qué? ¡Cielos, Luke! -se frotó la cara con las manos. Parecía tan cansada, que él tuvo que esforzarse para no acercarse más y sujetarla-. Mira, no estoy para esto -se acercó a la puerta abierta y esperó a que él obedeciera la indirecta.

– Vaya, supongo que hemos terminado de hablar.

– Así es.

– ¿Siempre te pones de mal humor cuando no comes?

– Te lo he dicho, tengo un vi…

– Virus -dijo él al mismo tiempo que ella. Se acercó a la puerta y la cerró. Se acercó a Faith y, al tocarla, sintió que se le aceleraba el pulso. A ella también-. ¿Es cierto que no te encuentras bien o ha sido el shock de la atracción que sientes cuando te toco?

Ella tensó los labios y permaneció en silencio.

– Sí -dijo él-. Lo suponía.

– Eres el hombre más engreído que he conocido en mi vida.

– ¿Engreído? -soltó una carcajada-. Faith, te he tocado sin ninguna connotación sexual y me he estremecido de pies a cabeza. ¿Es engreído admitir que eso me aterra?

Ella se mordió el labio inferior.

– De acuerdo, quizá yo también lo he sentido. Un poquito.

– Un poquito -repitió él, y le acarició la barbilla-. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

– Nada. Nada de nada. Estoy demasiado ocupada, y tú… tú has regresado a tu vida de antes, doctor Universo. Gracias por la ayuda prestada los dos fines de semana anteriores, pero ya no necesitamos tus servicios.

– Bien. De acuerdo -se puso tenso-. ¿De veras te sientes mejor?

– Claro.

– ¿Cuándo has comido por última vez?

– Almorcé una buena ensalada de pasta y un aperitivo de zanahoria…

– ¿Y no has cenado nada?

– A la hora de la cena estaba enferma. No me apetecía comer nada.

– ¿Sabes qué? Necesitas a alguien que te cuide.

– Llevo mucho tiempo sola. Desde siempre. Soy mi única cuidadora.

– Pues haz mejor trabajo, maldita sea. ¿Dónde está tu familia?

– En África. Son misioneros. Y antes de que me lo preguntes, tengo una hermana, pero está en Europa. Trabaja como matrona ambulante.

Así que ella estaba tan sola como él.

– Están tan dedicados a su profesión como tú.

– Más. Ellos entregan todo lo que tienen al trabajo, por encima de todo lo demás. Al menos, yo me las arreglo para tener vida propia.

– ¿En serio? ¿Cuándo?

Ella miró a otro lado.

– A veces.

A Luke no le gustó la tristeza que vio en su mirada, ni saber que sus padres le habían dado prioridad al trabajo y no a los hijos, igual que habían hecho los suyos.

– Así que estás completamente sola -como él estaba. Maldita sea. ¿Por qué había iniciado esa conversación?

– Tengo la clínica.

– Dime por qué me has liberado de mis deberes.

– Eres un hombre inteligente -susurró ella, y dio un paso atrás para alejarse de su roce-. Imagínatelo.

– Pero…

– Buenas noches, Luke -le dio un empujoncito y lo echó de la casa.

La puerta se cerró tras él, pero cuando se volvió, vio que había un espacio entre la madera y la jamba.

– Pon una silla detrás del pomo -dijo él-. Y te mandaré a alguien para que lo arregle mañana.

– Buenas noches, Luke.

– Una silla -repitió él, y se quedó allí de pie hasta oír que lo había obedecido. Después, se marchó a casa.

«Eres un hombre inteligente. Imagínatelo».

Pero no lo hizo. No hasta muchas horas después, durante las que estuvo dando vueltas en la cama, observando la sombra de la luna en el techo.

Finalmente, cuando comenzó a salir el sol, lo comprendió todo. Ella lo había echado por el mismo motivo por el que él tenía miedo de regresar.

Era evidente que entre ellos había algo que ninguno podía ignorar.

Él la necesitaba.

Él, Luke Walker, que siempre hacía todo lo posible para no necesitar a nadie, la necesitaba.


Tras unas noches sin dormir, Luke se sentó frente al televisor sin saber lo que le sucedía. Le dolía la cabeza y no dejaba de pensar en todo lo que había pasado en el hospital durante la semana, y en la boda de su hermano, que iba a celebrarse en el verano.

Él sería el padrino de Matt, lo que estaba bien, a pesar de que todavía dudaba de que su hermano quisiera acostarse con la misma mujer durante el resto de su vida.

Necesitaba ibuprofeno, pero no tenía. Un doctor que no podía curar su propio dolor de cabeza. Qué tristeza.

Al día siguiente era sábado. Un día que debía haber dedicado a una pelirroja, bella y con carácter que se llamaba Faith McDowell.

Pero ella lo había liberado.

Algo que debería haber provocado que diera saltos de alegría. Y de haber sido así, no le dolería la cabeza como si le fuera a estallar.