– Sabrás que hay medicamentos convencionales para esa clase de cosas.

– La medicina convencional no ha funcionado con esta paciente.

– ¿Has probado…?

– Sí.

– Ni siquiera sabes lo que iba a decir

– Está harta de tomar medicinas, Luke -y ella estaba harta de aquella discusión-. Tiene mucho dolor y nuestros métodos le están dando resultado. Eso es lo que quiere de nosotros, doctor Universo, ¿te enteras o no?

– ¿Doctor Universo? ¿Qué diablos significa eso?

– Significa que tú, como la mayor parte de los médicos, te crees Dios.

Walker se quedó boquiabierto. Después, sin decir palabra, se volvió y se marchó. Faith esperaba sentirse triunfal. Había ganado una ronda.

Pero ese sentimiento nunca llegó.


Faith se dirigió a su despacho cuando se marchó el último paciente. Llevaba un rato sin ver a Luke, desde que se enfrentaron por última vez a la hora de tratar a un paciente que se había partido la espalda el año anterior en un accidente de coche. Luke quería darle relajantes musculares, pero el paciente estaba harto de tomar medicinas y prefería que lo trataran con digitopuntura.

Luke se había comportado de manera correcta y no había mostrado ni una pizca de la frustración que sentía. Excepto con ella, por supuesto, a quien nunca trataba de ocultarle nada.

Lo más probable era que estuviera en la sala de personal, esperándola, inquieto y enfurruñado, así que ella pasó de largo. Lo único que deseaba era tumbarse cinco minutos en el sofá con la luz apagada. Lo necesitaba más que una chocolatina. Le dolía la cabeza, le temblaba el cuerpo y sentía ganas de llorar al pensar que estaba poniéndose enferma.

Abrió la puerta del despacho y se encaminó hacia el sofá. Estaba tan ansiosa por tumbarse que le costó un momento darse cuenta de que el sofá estaba ocupado.

Luke estaba tumbado boca arriba, profundamente dormido. Le colgaban los pies y un brazo. Parecía incómodo, pero ahí estaba, ajeno a lo que lo rodeaba.

Al menos no roncaba. Ella observó su cuerpo musculoso cubierto por los pantalones de flores que le había dado y soltó una risita. Estaba gracioso. Hacía que muchas cosas parecieran graciosas. Sobre todo, poniéndose en el punto de vista de los pacientes. Tenía que admitirlo, aquel hombre sabía tratar a la gente.

«A los pacientes», se corrigió ella. El hombre sabía tratar a los pacientes. No a la gente.

Y menos a ella.

Él suspiró en sueños y subió el brazo al sofá. La expresión de su rostro, que habitualmente era dura, estaba relajada como la de un niño.

El brazo se le cayó de nuevo. «Qué pérdida de masculinidad divina», pensó ella, a la vez que le sacudía los pies.

– ¿Qué? -Luke se sentó de golpe y abrió los ojos. Alerta, como la mayor parte de los médicos que acostumbraban a estar de guardia-. ¿Qué pasa? -preguntó.

– Estás en mi sofá.

– Lo siento -se puso en pie y se desperezó-. ¿Hay más pacientes?

– No, sólo necesito el sofá.

– Entonces, ¿hemos acabado por hoy?

– Sí. Gracias -añadió ella-. Sé que hemos tenido algunas diferencias de opinión… -él se rió y ella lo miró-. Trataba de ser amable.

– Lo que tenemos es más que una diferencia de opiniones, Faith. Digamos que tenemos diferencias en nuestras filosofías de vida -la miró a los ojos-. No lo pongas bonito.

– Pero te has quedado.

– No tenía mucha elección -señaló él.

– Sí, porque eres una pesadilla de la mercadotecnia.

– No lo sabes tú bien.

– Y porque te gusta el puesto y el prestigio que tienes en el hospital.

– Sí dijo él-. Me gusta el cargo que tengo en el hospital. Me gusta mucho.

– Entonces… después de haber pasado un día aquí, de ver lo que hacemos con nuestros pacientes, ¿no puedes admitir que estabas equivocado respecto a la clínica?

– Puedo admitir que ayudas a la gente -dijo tras un largo instante.

¿Era lo máximo que ella iba a conseguir? Al parecer, sí. Pero ¿qué esperaba? ¿Que le diera las gracias por haberle demostrado que estaba equivocado? Ya, claro.

Agotada, frustrada, se dejó caer en el sofá y tuvo que contener un gemido al sentir el delicioso calor corporal que él había dejado.

– ¿Mejor?

– Mucho mejor -suspiró de nuevo.

Los ojos de Luke se encendieron al oír su suspiro y ella sintió un nudo en el estómago.

Él se agachó y colocó un brazo a cada lado de sus caderas. Ella se preguntó cómo se sentiría si la besara, y decidió que quizá se lo permitiera justo cuando él la cubría con una manta.

– ¿Qué haces?

– Arroparte. ¿Necesitas que te cuente un cuento?

– Vaya, doctor del universo y comediante también.

Luke inclinó el rostro como haciendo una reverencia.

Ella cerró los ojos para no mirarle la boca.

– Sólo necesito una siestecita rápida.

– ¿Eso mejorará tu humor?

Faith abrió los ojos.

– ¿Mejoró el tuyo?

Él sonrió e hizo que se le cortara la respiración.

– Mi humor es perfecto -dijo él.

– Ajá.

Luke dejó de sonreír y le acarició la sien, en el punto exacto dónde le dolía.

– A lo mejor… -se acercó más a Faith y ella sintió que se le detenía el corazón porque estaba segura de que esa vez iba a besarla-. A lo mejor deberías hacer alguna clase de… tratamiento oloroso o algo así.

– ¿Tratamiento oloroso?

– Ya sabes… los aceites aromáticos.

Ella soltó una carcajada.

– Aromaterapia -no, no iba a frustrarse por que no la hubiera besado.

– Lo que yo dije, tratamiento oloroso.

– Voy a utilizar eso en tu contra.

– Sí -la miró con expresión indescifrable-. Yo siento lo mismo -se dirigió hacia la puerta y la cerró al salir.

Faith se quedó mirando la puerta cerrada con el corazón acelerado. No podía olvidar el roce de sus manos al taparla con la manta, el calor de su mirada. El tacto de sus dedos en la cara… «Oh, cielos».

Estaba loca por el doctor Universo. Quizá Shelby y Guy tuvieran razón, a lo mejor sólo necesitaba un poco de sexo. La idea era emocionante y terrorífica a la vez. Con énfasis en lo de emocionante.


Esa noche, Luke condujo hasta su casa repasando el día en su cabeza. Medicina alternativa. Utilizando energía, aromas y masajes para curar.

¡Y la gente pagaba por ello!

Le sorprendía que los pacientes de Healing Waters parecieran tan impresionados con sus tratamientos, y convencidos de que estaban recibiendo lo mejor. Ni una sola persona había mostrado su descontento o había gritado a los empleados. Nadie se había marchado insatisfecho.

Al contrario que en South Village Medical Center, donde continuamente la gente amenazaba con denunciarlos o gritaba a la recepcionista.

Entró en su casa y se quitó los zapatos y la camisa. Iba de camino a la ducha cuando sonó el teléfono. Miró el número en la pantalla y contestó a la única persona de su vida que con quien le apetecía hablar, su hermano.

– Así que ahora te has convertido en una pesadilla para la publicidad -dijo Matt con una sonrisa-. Vaya sorpresa, ¿eh? ¿Qué has dicho esta vez?

Luke suspiró.

– Te lo ha contado Carmen.

– Llamé antes. Quizá mencionó algo.

– Entonces, ya sabes lo que dije.

– Sólo quería oírtelo decir a ti. ¿De veras llamaste a la junta directiva del hospital, a los que te pagan, inútiles burócratas?

– Puede -Luke se frotó los ojos-. Mira, echaron a Carmen y a otros compañeros de mantenimiento del hospital, todos con bajos ingresos. Los despidieron sin más, alegando poco presupuesto. Y después, van y financian esa clínica de medicina alternativa.

– Ah. Tu sentido de la injusticia se muestra a gritos.

– Todo el mundo debería estar indignado, Matt. Si hicieran lo mismo en tu hospital, también gritarías, admítelo.

– Eh, aquí en Texas no gritamos. Pontificamos.

– Tenía que hacer algo.

– Sí, lo sé -dijo su hermano-. Y eso explica por qué ahora Carmen maneja tu vida. La contrataste a diario para que limpie tu casa, aunque nunca estás para ensuciarla. ¿No es así?

– Hablemos de ti -decidió Luke-. ¿Ya te has casado con tu catedrática distraída?

– Eh, que sólo me enamoré de Molly hace una semana.

– Ah. Miedica. No puedo culparte por ello. El amor nunca ha sido lo nuestro, ¿verdad?

– No me ha entrado el miedo. Y el amor sí que es lo mío, ahora.

– Las mujeres solteras de todo el inundo están llorando.

– No, todavía te tienen a ti.

– Es un día triste cuando tengo que decirles que estoy demasiado ocupado para hacerles caso.

– Sí que es un día triste -convino Matt.

– Llámame después de la luna de miel.

– Ah, no. Cuando nos casemos, que será pronto, estarás allí.

– Las bodas me ponen nervioso.

– Qué lástima. Eres la única familia que tengo, Luke. La única familia que siempre me ha importado.

– Ya -Luke sentía lo mismo-. Iré.

– Bien. Bueno, no te metas en líos, al menos, hasta que pase todo esto, ¿de acuerdo?

– No va a pasar hasta dentro de tres meses.

– Imagino que no eres capaz de mantener la boca cerrada todo ese tiempo.

– A Faith le encantaría.

– ¿Faith? ¿Quién es Faith?

– Mi jefa en la clínica.

– ¿Está soltera?

– No lo sé.

– ¿Cómo es?

– Pensaba que ya tenías a tu mujer.

– Estoy pensando en ti. ¿Está buena?

– Matt…

– Eh, sólo quiero que seas tan feliz como yo. ¿Está buena?

La imagen de Faith apareció en la cabeza de Luke. Su cabello pelirrojo que nunca permanecía peinado, sus expresivos ojos verdes, y las curvas de ese cuerpo que rellenaba el uniforme. ¿Que si estaba buena?

– Cuando se enfada -dijo con cuidado.

– Está buena -decidió Matt entre risas.

– Adiós, Matt.

– ¿Vas a pedirle salir?

– Buenas noches, Matt.

– Vas a hacerlo, ¿no es así?

– Buenas…

– Sí, sí. Buena suerte, Luke.

Con una sonrisa, Luke colgó el teléfono. El silencio dominaba el ambiente y su sonrisa se transformó en una sonrisa nostálgica. Echaba mucho de menos tener a su hermano cerca. Habían compartido grandes experiencias cuando vivían en Texas, deambulando por las fincas de sus abuelos sin que nadie los vigilara, metiéndose en líos a menudo, pero siempre juntos y, de pronto, estaban a cientos de anillas de distancia. Quizá debiera tomarse unas vacaciones cuando terminara todo.

Sí. Unas vacaciones.

Nunca se tomaba unos días libres. Sería su recompensa por enfrentarse a lo que le esperaba los sábados de los próximos tres meses.

Y a Faith McDowell.

Terminó de desnudarse y se metió en la ducha. Después, se fue directamente a la cama.

Carmen se la había hecho y había colocado las almohadas contra el cabecero. También había estirado el edredón. Él no estaba acostumbrado a meterse en una cama tan bien hecha, ya que por las mañanas siempre se vestía corriendo mientras buscaba las llaves y la cartera. No podía perder tiempo en hacer la cama. Además, iba a deshacerla por la noche, así que no comprendía para qué iba a malgastar esos preciados momentos cada mañana.

Pero tenía que admitir que era agradable. Cerró los ojos esperando a quedarse dormido pero, por algún motivo, imágenes de lo sucedido durante el día invadieron su cabeza.

A pesar de estar llena, la clínica había funcionado correctamente. Eso tenía que reconocérselo a Faith. Los pacientes eran atendidos con cuidado y de manera personalizada, y Luke tenía que admitir que lo había impresionado.

– Faith…

Cuando finalmente se quedó dormido, la imagen de ella continuaba en su cabeza, y soñó con que lo curaba. Con sus dedos, lo curaba… cuando ni siquiera sabía que necesitaba cura.

Capítulo 4

Faith tenía el domingo y el lunes libre. Puesto que la clínica estaba cerrada decidió que iría a darse un paseo en bici, al cine y de compras. Sin embargo, cometió el error de entrar en su despacho, y al ver la cantidad de papeleo que tenía que solucionar, terminó trabajando ambos días.

El martes, Healing Waters atendió a más pacientes que nunca desde que el doctor Walker descalificó a la clínica en público. El miércoles, lo mismo.

El resto de la semana transcurrió con normalidad, aparte de que cada día incrementaba ligeramente el número de pacientes derivados del hospital o de la consulta de los doctores de la zona.

El personal comenzaba a tener esperanzas y Faith se sentía tan bien, que ni siquiera echaba de menos el chocolate.

El sábado, la clínica estaba llena y muchos pacientes pedían que los atendiera el doctor Walker.

Parecía que realmente era su salvador. De pronto, Faith podía ver la luz al final del túnel e imaginaba el día en que dejarían de estar en números rojos.

Tenía esperanzas desde principios de semana y, mientras se acercaba desde su pequeño apartamento a la sala de personal, no pudo evitar sonreír.