Todos se quedaron callados en la mesa, esperando que Rafe explotara o que sucediera algo. Todos contenían la respiración y Shelley se decidió a tomar la iniciativa antes de que Rafe la contestara.
Recogió su bolso, el maletín y el resto de los papeles y se levantó para irse.
– ¡Ah! Rafe -agregó, volviéndose hacia él-, creo que durante los próximos cuatro días será mejor que te dirijas a mí como señorita Sinclair, ¿de acuerdo? Eso nos ayudará a recordar nuestros nuevos puestos.
Shelley sonrió a sus estupefactos compañeros. La cara de Rafe reflejaba sentimientos que no consiguió descifrar. No sabía si estaría furioso, divertido con la situación o atónito. No tenía tiempo de quedarse e intentar descubrirlo. Había conseguido lo que quería con su despedida y no iba a estropearlo.
– ¡Hasta las cinco! -dijo despidiéndose.
No entendió sus palabras, pero reconoció el tono de voz de Rafe susurrando algo mientras ella se alejaba. Seguramente estaba riéndose de ella. Estaba furiosa y roja como un tomate.
«¡Maldito Rafe Allman!», se dijo mientras se dirigía al ascensor.
A las cinco de la tarde, Shelley seguía organizando su habitación, preparándola para la reunión. Colocó sillas y bajó el volumen de la música. Estaba muy nerviosa. Temía que Rafe decidiera desafiarla y no aparecer por allí. 0 quizás no se lo hubiese comunicado a los otros miembros del equipo. También cabía la posibilidad de que asistiera y se burlara de ella durante toda la tarde.
El caso es que los dos tenían un historial que se remontaba a un montón de años, tantos como veinte. Shelley había sido muy buena amiga de Jodie, la hermana de Rafe. Y, durante algunos años, había pasado muchas tardes en casa de los Allman. Su madre siempre estaba muy ocupada en la cafetería que regentaba, el Café de Millie, así que Shelley solía ir a casa de Jodie muchas tardes veraniegas.
Rafe y ella se llevaban mal desde entonces. Él disfrutaba burlándose de ella y avergonzándola. Recordaba cómo Rafe comentó, durante una cena a la que Shelley asistió en casa de los Allman, que ella llevaba ya sujetador. Shelley sólo tenía once años, pero nunca olvidaría cómo se sintió cuando todos la miraron sorprendidos y sonrientes. Debería haberlo asesinado entonces.
El caso es que iba a tener que colaborar con él durante todo el fin de semana y tenía que dejar sus recuerdos y sentimientos aparcados. Sabía que a Rafe lo reventaría que fuera su jefa, aunque sólo durante cuatro días, y tendría que luchar con él a brazo partido.
Había sido una lástima que Matt, el hermano mayor de Rafe, no hubiera podido asistir en vez de él. Matt era mayor, más inteligente y mucho más agradable. Era como el hermano mayor que ella siempre había echado en falta. Shelley habría hecho cualquier cosa por él.
Alguien llamó a la puerta. Respiró profundamente y la abrió.
– Buenas tardes, señorita Sinclair -dijo Rafe mirándola con ojos burlones.
Detrás de él estaban los demás empleados. Shelley reconoció a la mayoría. Estaba Candy Yang, la pasante, y Jerry, uno de los financieros. Jerry era además un amante dell bricolaje y eso podría serles útil. Dorie Berger era una joven con ganas de trabajar y de agradar. Sería fácil trabajar con ella. A los otros dos miembros del equipo no los conocía bien, pero parecían agradables.
– Aquí estamos -agregó Rafe-. Sus leales esclavos, sedientos de recibir órdenes suyas.
– Perfecto -dijo ella-. Pasad para que podamos empezar enseguida.
Cruzaron miradas mientras Rafe entraba sin prisas en la habitación. Su mirada era dura e inquebrantable. Iba a ser un fin de semana muy largo. El más largo de su vida.
CAPÍTULO 2
A VECES el maldito sexo se mete entre medías estropeándolo todo.
Rafe continuó jugando con los restos del delicioso postre que acababa de terminar. Mientras arrastraba con el tenedor los trocitos de chocolate de un lado a otro del plato, su mente estaba ocupada por la mujer que se sentaba en el otro extremo de la larga mesa.
Shelley Sinclair. La conocía de toda la vida, siempre le había complicado la existencia y aún lo hacía. Sería más fácil si no tuviera ese largo y sedoso cabello que terminaba en un suave rizo justo encima de su pecho izquierdo. 0 si no tuviera esos ojos de gacela que parecían esconder un hondo pesar. Por no hablar de su boca sensual que siempre le hacía pensar en largos y tórridos besos y en el aroma de las gardenias. «¿Y por qué gardenias?», pensó. No tenía ni idea.
Se sentía asqueado con sus sentimientos. La miró desde su lado de la mesa. Shelley seguía comiendo el postre. Apenas pudo contener un gemido de deseo al observar cómo llegaba a su preciosa boca de nuevo el tenedor lleno de nata montada. Rafe sentía que era demasiado mayor para ese tipo de cosas. Desear a cualquier otra podía ser un problema, pero desear a Shelley Sinclair era una absoluta locura.
Las cosas no habían sido siempre así. Cuando Shelley era amiga de su hermana pequeña, las dos lo espiaban y se reían de él. Entonces, no se había fijado en ella en absoluto. Jodie y ella eran sólo dos mocosas que hacían de su vida un infierno.
Pero las cosas habían cambiado.
Ahora también conseguía irritarlo, pero de distinta manera. Y no podía dejar que sus sentimientos entorpecieran lo que habían ido a hacer allí. No había contado con tener que participar en la competición ni sabía lo que iba a implicar. Pero ahora que estaban allí, iba a luchar hasta el final para ganar el trofeo. Las Industrias Allman tenían que vencer en el concurso y dependía de él el lograrlo. Claro que iba a ser complicado controlar la situación cuando la propia naturaleza del juego lo obligaba a intercambiar puestos con Shelley. Se decidió a hacer algo al respecto.
La reunión de estrategia había sido frustrarte. Pensaba que Shelley se iba a conformar con iniciar la reunión, jugar a ser jefa un rato, más que nada para respetar el formato del concurso y luego sentarse para permitir que fuera él quien tomara las riendas. Al fin y al cabo, ése era el papel que mejor se le daba y el que le pertenecía. Asíí funcionaban las cosas y todos lo asumían así.
Todos menos Shelley, que parecía pensar de otra forma. Estaba siendo de lo más testaruda. Había diseñado un plan y se lo explicó a todos. Hablaba deprisa, fijando talleres de trabajo para la mañana siguiente, repartiendo instrucciones para todos. Rafe apenas había podido meter baza.
Y justo cuando, harto de la situación, se levantó para tomar las riendas de la reunión, ella lo miró,con gesto triunfante y decidió aplazarla para después de la cena.
Bajaron al restaurante donde los esperaba el resto de los empleados de Industrias Allman congregados en el hotel. Los veintiuno disfrutaron de una excelente cena a cuenta de la empresa. Para Industrias Allman esa competición era importante y mucho más para Rafe, que quería demostrar que podía ser tan competitivo y duro en los negocios como su padre lo había sido. Tenía que dejar claro que era la persona indicada para ocupar el puesto de presidente de la compañía. Le había prometido a su padre que ganarían el concurso y haría todo lo que estuviese en su mano para lograrlo. En los negocios, como en la vida, se había destacado por ser un luchador y un trabajador incansable.
La gente comenzó a abandonar la mesa para dirigirse a sus respectivas habitaciones. Tenían que descansar antes de las reuniones de trabajo de la mañana siguiente. Rafe también se levantó, se despidió de Jim e ignoró la mirada seductora de Tina, la espectacular morena de recursos humanos que llevaba semanas detrás de él.
Se acercó a Shelley y la tomó del brazo.
– Tenemos que hablar -le dijo en un susurro.
– Hablar es barato -contestó ella con media sonrisa-. Creo que sería mejor que me mandases un correo electrónico.
Sus dedos rodearon el brazo de Shelley. No iba a dejar que se le escapara y tampoco iba a pensar en lo agradable que era estar tocando su piel.
– Quieres todas las comunicaciones por escrito para poder usarlas en mi contra, ¿verdad? -le respondió él-. Está muy claro lo que pretendes, Shelley, y no voy a caer en la trampa.
– ¿Qué pasa? ¿Soy más lista de lo que esperabas? -dijo ella mirando la mano que la sujetaba-. Y si lo de tener cerebro no te gusta, ¿qué vas a hacer? ¿Maltratarme?
– Hay muchas formas de intimidar a la gente y algunas se parecen mucho a ti.
– ¿Me estás acusando de usar artimañas femeninas para intimidarte? -preguntó ella, obviamente divertida con la situación.
Rafe abrió la boca y estuvo a punto de contestarle algo que podía haberlo metido en un callejón sin salida. Por fortuna, pudo controlarse y actuar de forma inteligente.
– Shelley, lo único que quiero es hablar contigo. No hagas un drama de ello.
– De acuerdo -dijo ella cediendo-. Sube a mi habitación. Tienes quince minutos de mi tiempo.
Rafe respiró hondo y la miró. Se enfrentaba a un delicado dilema. Cada parte de su ser deseaba pasar la noche con ella en su habitación. Podía imaginarse la suave luz, la música romántica y el sabor de su boca cuando se besaran…
«No, no puede ser. ¿Y el bar?», pensó Rafe.
Pero la música allí sería vibrante y llenaría la atmósfera de sensualidad, de posibilidades y tentaciones. Su boca lo tentaría también en el bar, donde además servían bebidas alcohólicas.
«No, tampoco. Demasiado peligroso», siguió cavilando.
– ¿Por qué no nos damos una vuelta por el canal? -sugirió sin más-. Estaría bien absorber un poco del ambiente local.
El canal, con su paseo lleno de turistas, sería el lugar más seguro e indicado, decidió él.
– Muy bien. Vamos -asintió ella con una ligera mueca de desagrado.
Era una noche muy agradable y cálida. Había un montón de gente en la calle y un ambiente festivo. Las luces de las tiendas y los bares se reflejaban en el agua y por todas partes se oían las risas y la música. Era como una gran fiesta al aire libre.
Pero Rafe se sentía nervioso y crispado. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. Tenía que reprimir su deseo de tomar del brazo a Shelley para guiarla entre la gente.
La miró de reojo. Le llegaba por los hombros, la altura perfecta para él. Se podía imaginar cómo sería pasarle el brazo por la cintura, abrazarla y acurrucarse a su lado.
Blasfemó en un susurro, fastidiado por la dirección que su mente tomaba siempre.
– ¿Qué has dicho? -preguntó divertida, mirándolo con sus grandes ojos castaños y almendrados.
– Perdona -dijo cortante-. Estaba pensando en una idea que…
– Ya, claro. Y como no estás acostumbrado a pensar… -lo interrumpió maliciosamente ella-. ¿Siempre blasfemas cuando se te ocurre una idea?
Se quedó mirándola fijamente, intentando controlar su primer impulso de agarrarla. Para empujarla o para besarla, eso no lo tenía muy claro.
– ¿Sabes qué? -le preguntó-. Eres tan mocosa como cuando éramos pequeños.
– ¿Y sabes por qué? Porque tú sigues siendo el típico abusón de patio de colegio.
Cada vez había más gente a su alrededor y un turista empujó a Shelley con tal fuerza que cayó en brazos de él.
Alguien se disculpó. El primer impulso de Rafe fue buscar a quien la había empujado, pero esa idea se esfumó en cuanto la miró y sintió la fragilidad del cuerpo de Shelley contra el suyo, fuerte y robusto.
El tiempo se paró. No podía respirar. Todo a su alrededor se convirtió en una neblina y lo único que podía ver eran los grandes ojos de Shelley.
Sólo fue una décima de segundo. El momento pasó y los dos se separaron rápidamente, evitándose y dirigiéndose deprisa en dirección al río. Apoyados en la barandilla, dejaron que sus pensamientos los guiaran mientras miraban, medio hipnotizados, el agua bajo sus pies.
Era demasiado tarde para que Rafe negara la evidencia. Sentía una fuerte atracción hacia ella y no le quedaba más remedio que controlarse y disimularla lo mejor posible. Todo lo que Shelley hacía, cómo se movía, lo que decía, tenía una reacción casi física en él. Era el momento de volver a tomar las riendas de su vida. Antes de que la situación se descontrolara por completo. Eso no podía pasar.
Shelley estaba tremendamente confusa. No tenía ni idea de qué le pasaba a Rafe. Se estaba comportando de una forma muy extraña. Supuso que seguramente la odiaba.
Y tampoco la sorprendía. A ella tampoco le gustaba demasiado, aunque aún estaba muy reciente la última fiesta de Nochevieja, cuando los dos habían bebido más de la cuenta. Rafe se había pasado toda la noche haciéndole comentarios sarcásticos y burlones que ella había toreado de la mejor manera posible.
Pero al llegar la medianoche, Rafe la había besado. Había sido un beso que los pilló a ambos por sorpresa. Después, ni siquiera habían sido capaces de mirarse a los ojos. Con cualquier otra persona eso beso habría sido el inicio de un tórrido romance, pero se trataba de ellos dos. Desde entonces, habían mantenido las distancias y no se habían hablado. Shelley estaba segura de que era imposible que mantuvieran una relación cívica normal.
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