– Así que vas a cooperar, ¿verdad? -preguntó él en busca de su apoyo.
A Shelley no le apetecía en absoluto tranquilizar a Rafe. No necesitaba más confianza de la que ya tenía, así que lo miró y le hizo una mueca.
– ¿Todavía estás obsesionado con ser siempre el número uno? ¿Eso es la vida para ti? ¿Una competición donde siempre tienes que ganar?
– ¿Qué tiene de malo ganar? Es mejor eso que ser un perdedor -dijo con tono sarcástico-. ¿0 es que a ti te gustan los perdedores?
– La verdad es que no. Yo prefiero a personas de buena voluntad.
Rafe farfulló algo y luego se paró.
– ¿Buena voluntad? Yo tengo montones de eso.
– ¿En serio? -dijo ella escondiendo una sonrisa y con cara de incredulidad-. Debería haber sido más clara. Lo que quería decir es que prefiero a gente con inquietudes culturales y de otro tipo -concluyó con tono altivo.
– Inquietudes… ¡Ya! -dijo él pretendiendo estar ofendido-. Perdóname mientras me ajusto mi pañuelo de vaquero.
– Adelante. Estás disculpado -agregó ella divertida.
– ¡Cuánta cortesía! Me estás sacando los colores.
– Entonces he logrado lo que quería -contestó con una sonrisa traviesa.
– No creas. Voy a ser todo un desafío para ti. Te voy a poner las cosas muy difíciles. Más de lo que te imaginas.
– Me estás dando miedo. Tengo mucha imaginación -dijo ocultando su sorpresa-. A lo que me refería es que prefiero a hombres más sofisticados.
– Ya. Supongo que prefieres a hombres como Jason McLaughlin.
El comentario la atizó como una bofetada que le hizo girar la cabeza para observarlo. Y, aunque increíble, el caso era que Rafe parecía disgustado con la idea.
– Perdona -susurró él-. Ha sido un golpe bajo.
– Si tú lo dices… Al fin y al cabo, eres el rey -contestó con sequedad.
– ¿De qué? ¿De los golpes bajos?
– Y de otras indignidades y humillaciones.
– ¿Indignidades? -repitió él imitándola-. Hay que ver qué bien hablas ahora. Pero yo te conozco desde que éramos dos chavales de pueblo. A mí no me engañas -agregó acentuando su acento sureño hasta parecer un auténtico paleto.
Se estaba riendo de ella, pero con amabilidad, no como lo solía hacer cuando eran pequeños. Shelley pensó que si no tenía cuidado iba a acabar cayéndole bien.
– A lo mejor no se te puede engañar, pero sí se te puede convencer. Eres listo y sabes que no hay nada malo en intentar alcanzar algo mejor.
Un bullicioso grupo de jóvenes se dirigió hacia ellos y Rafe colocó su mano en el cuello de Shelley para guiarla y apartarla del camino de los chicos.
– Siempre que no se te olvide de dónde vienes -dijo él.
Era muy agradable sentir su mano en el cuello. Su calidez se filtró por todo su cuerpo. Shelley se apartó ligeramente y de forma disimulada para deshacerse de su mano.
– Mírate a ti -dijo ella. Esta misma tarde llevabas puesto tu traje, con corbata, camisa blanca impecable y unos pantalones perfectamente planchados. Tenías un aspecto estupendo. Mucho mejor de lo que tu padre ha estado nunca.
– Así que es de ese modo como se puede alcanzar algo mejor en tu vida, con un buen traje y ya está. ¿Es eso lo que me estás diciendo? -dijo con el ceño fruncido-. Para que lo sepas, nadie ha trabajado más ni ha luchado más para conseguir esa vida mejor de la que hablas, que mi padre.
– Nadie excepto mi madre -le respondió ella-. ¿Cómo crees que consiguió mantener el Café Millie estando sola?
– Vale. Pero mi papá es mejor que tu mamá -repuso divertido.
– No lo es -contestó Shelley siguiéndole el juego.
– Sí que lo es.
– Bueno, a lo mejor sí. Pero mi mamá cocina mejor.
– ¡Vale, vale! -asintió él-. Ahí me has pillado.
Ya estaban de vuelta frente al hotel. Se pararon sin articular palabra. Ninguno de los dos quería entrar. Shelley se giró para mirarlo y se cruzaron sus miradas.
– Entonces, ¿juras que no has venido a la conferencia por lo de Jason McLaughlin? -inquirió él.
Dudó un momento y luego levantó su mano como una girl-scout.
– Lo juro. La verdad es que, de haberlo sabido, lo más seguro es que no hubiera venido.
– Entonces, ¿por qué has venido? ¿Qué motivo oculto tienes? -le preguntó con suavidad.
No pudo sostenerle la mirada. La verdad era que tenía un motivo oculto, Rafe había dado en el clavo. Había decidido asistir en el último momento porque sabía que no tendría una oportunidad como aquélla para hacer de detective y averiguar algo que necesitaba saber. Pero no podía decírselo a Rafe, porque eso implicaría desvelarle un secreto que otra persona le había confiado.
– Hay algunas cosas que son privadas y punto -dijo finalmente mirándolo de nuevo-. Mis razones no tienen nada que ver con la empresa y no tienes derecho a preguntármelo.
– ¿No me lo vas a decir? -preguntó atónito.
– No tienes necesidad de saberlo -insistió ella encogiéndose de hombros.
Y era cierto. Deseaba que aceptase lo que le decía y dejar el tema de una vez por todas.
– Lo único que consigues con eso es que aumenten mis sospechas.
– Pues sospecha todo lo que te dé la gana, corazón -dijo ella sacudiendo su sedosa melena y exagerando su acento sureño.
Rafe estaba siendo imposible pero, al fin y al cabo, así era él. Durante unas horas se le había olvidado lo difícil e insufrible que podía llegar a ser.
– Lo único que me importa es que hagas un buen trabajo para mí mañana. Porque, por ahora, yo soy la jefa -añadió ella.
Lo miró con aire retador, se dio la vuelta y se dirigió a los ascensores.
CAPÍTULO 3
A LA mañana siguiente, la primera persona a la que vio Shelley nada más salir del ascensor fue a la última con la que hubiese deseado encontrarse: Jason McLaughlin.
– ¡Shelley! ¡Cuánto tiempo sin verte! -dijo él tomando sus manos-. Tienes un aspecto realmente increíble.
Se quedó sin palabras, temiendo no ser capaz de reaccionar. Se preguntó si la conocería lo suficiente para darse cuenta de lo mal que lo estaba pasando. Tenía el corazón en un puño. Lo más seguro era que no se percatara de la reacción que había provocado en ella. De hecho, nunca la había llegado a conocer por completo y tampoco le había importado lo suficiente como para ahondar más en su relación. Ella le había calentado la cama y mantenido el piso en orden, lo único que de verdad le interesaba.
En cambio, ella se había pasado toda la adolescencia pendiente de él. Incluso apuntaba todo lo que Jason hacía en un diario. Lo escondía debajo del colchón y sólo lo sacaba por la noche para escribir los últimos acontecimientos del día.
He visto a Jason en la tienda esta mañana. Llevaba unos vaqueros con agujeros super chulos. Se ha girado hacia donde yo estaba y casi me da un infarto. Pero después ha pasado de largo a mi lado. Creo que no me ha visto.
Había estado loca por él durante esos años. Era el único chico que le había gustado. Años más tarde, una vez terminada la carrera, se mudó a San Antonio. Entonces comenzó a trabajar en su empresa. Estaba loca de contenta, sobre todo cuando se dio cuenta de que se había fijado en ella. Poco después la seleccionó para ser su ayudante personal, lo que pronto se convirtió en algo mucho más íntimo. Había sido un sueño hecho realidad, hasta que se despertó.
– Jason -dijo cuando consiguió recuperarse-, me sorprende verte aquí. Pensaba que esto era demasiado burgués para ti.
– No digas tonterías -contestó él con una amplia sonrisa-. Esta conferencia es uno de los acontecimientos empresariales más importantes del año en San Antonio. Y hemos venido para ganarla.
Su sonrisa no consiguió ablandarla en absoluto. Al fin y al cabo, sólo eran dientes. Blancos y afilados como los de los tiburones. Lo que le recordó que tenía que tener mucho cuidado con ese hombre.
– Buena suerte. Nosotros también esperamos conseguir una buena puntuación.
Intentaba parecer tranquila, pero los nervios no le dejaban respirar. Se sentía al borde de un precipicio, con un montón de tiburones nadando en círculos bajo sus pies. Jason seguía sosteniendo una de sus manos e intentó atraerla hacia él mientras la miraba con ojos melosos.
– Supongo que ibas a desayunar ahora. ¿Por qué no vienes conmigo? ¿Qué te parece si nos sentamos en una mesa tranquilita y nos ponemos al día? -le sugirió.
Abrió la boca para responderle y ponerlo en su sitio de una vez por todas. Pero no fue lo suficientemente rápida, ya que Rafe apareció de repente y le rodeó los hombros con su brazo.
– Lo siento, McLaughlin -dijo con frialdad-. Pero tiene planes conmigo. ¡Mala suerte!
– ¡Rafe! -exclamó Jason sorprendido-. ¿Planes contigo? Podría decirte lo que pienso de eso, pero no quiero ser maleducado.
– Adelante, sé todo lo maleducado que quieras. Al fin y al cabo, estamos entre amigos y puedes ser tú mismo. Nos conocemos todos desde hace tanto tiempo… -dijo Rafe con calma.
Jason sonreía, pero sus ojos sólo reflejaban frialdad y desprecio.
– Que tengáis un buen día -dijo mientras se iba.
– Seguro que sí -respondió Rafe mientras sujetaba a Shelley con más fuerza para dirigirla hacia la cafetería del hotel.
Ella se dejó llevar. Aún era un manojo de nervios y apartó el brazo de Rafe en cuanto pudo reaccionar. La camarera les mostró una mesa lo suficientemente grande como para albergar a todos los miembros del equipo. Shelley no podía esperar más.
– No necesitaba tu ayuda para manejar esa situación, ¿sabes?
– Ya me imagino -dijo él con suavidad mientras la acompañaba hasta una silla-. Si eso era lo que querías…
Shelley estaba furiosa. Estaba claro que no se fiaba de ella. Se inclinó sobre la mesa para acercarse más a él.
– ¿Me estás acusando de algo?
Rafe tomó la carta y comenzó a estudiarla.
– No voy a tolerar que haya traidores en mi equipo -le comentó mientras seguía leyendo el menú-. Sólo estaba avisándote.
– ¡Rafe Allman! -exclamó con los puños encima de la mesa-. ¡Me sacas de quicio!
– No te alteres, Shelley -le dijo fingiendo sorpresa ante su reproche-. ¿Es que no lo entiendes?
Rafe dejó el menú sobre la mesa y tomó una de sus manos.
– El hecho de que salten chispas entre nosotros es una ventaja. Es perfecto para mejorar nuestra creatividad. Produce una tensión que nos ayudará a crear una dinámica que va a machacar al resto de los equipos.
– Sí -asintió perpleja-. 0 eso o nos acabaremos matando.
– Bueno, supongo que siempre cabe la posibilidad de que eso ocurra -dijo él con una mueca divertida.
Shelley no pudo controlarse y sonrió por un momento. Después, retiró la mano y tomó su carta de desayunos.
– No te molestes -dijo él-. Ya sé lo que voy a pedir para ti.
– ¿Qué?
– Pequeñas tortitas de arándanos con jarabe de cerezas y salchichas.
Lo miró fijamente, estupefacta. El levantó la vista y parecía casi avergonzado.
– Es que me he acordado de los sábados por la mañana, cuando Rita nos preparaba el desayuno. Recuerdo que acababas con las existencias.
Rita era la hermana de Rafe, la mayor de los hermanos Allman.
– A veces cocinaba suficiente para un regimiento -recordó ella.
– Por eso lo he dicho. Te encantaban esas tortitas con el jarabe de cerezas.
Le resultaba increíble que se acordara de eso. La inundó una oleada de nostalgia por aquellos días de su infancia.
– Eso fue antes de que tuviera que empezar a cuidar mi línea -explicó ella.
– No te preocupes, que yo la cuido por ti. No hay problema. Yo te observo y te aviso si hay algo que se sale de la línea.
– Ahí me has decepcionado. Es un chiste de lo peor que he oído -dijo ella con un suspiro.
– No estaba bromeando -afirmó con suavidad y los ojos en llamas.
En ese momento se acercó la camarera con dos tazas de café humeante y Rafe aprovechó para pedir los desayunos. Shelley estaba demasiado concentrada en tratar de interpretar lo que acababa de decirle para indicarle que no quería las tortitas después de todo. Pero ya era demasiado tarde y decidió dejarlo pasar.
Lo miró con cautela y él le devolvió la mirada. Shelley intentó decir algo que llenara el silencio.
– ¡Bueno! ¿Estás preparado para el gran día?
Rafe gruñó y tomó un sorbo de café, pero estaba demasiado caliente y se quemó la lengua.
– Los grupos de trabajo durarán hasta mediodía -siguió ella nerviosa-. Luego quedaremos para comer en el Tapa Grill y después continuaremos la reunión en mi habitación para decidir nuestro plan de acción. Tengo algunas ideas bastante interesantes.
– ¿En serio? -preguntó sorprendido.
– Pues sí.
– Yo también tengo algunas ideas -dijo encogiéndose de hombros-. Algunas muy buenas. Así que va a ser la madre de todas las batallas de ideas. Ya veremos qué ideas acaban dominando.
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