– Hemos estado allí. -Desde ese lugar ella pudo ver solo la parte superior del edificio principal del Carriage Club-. Casi siempre yo me muevo por un área bastante limitada.
– Pero muy agradable -observó ella, volviéndose y apoyando las yemas de los dedos sobre la superficie lustrada del escritorio. Los ojos de Lisa encontraron la mirada de Sam, pero esta vez no vio el más mínimo atisbo de burla-. Todo esto me gusta mucho.
La expresión en la cara de Sam indicó a Lisa que eso era lo que había deseado escuchar. Sus dedos se aflojaron y las llaves tintinearon suavemente.
– ¿Desearía ver el sector donde preparamos las propuestas?
– Creí que no lo preguntaría.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Sam, y entonces la llevó a otro sector bastante amplio, parecido a aquel en que estaban las mesas de dibujo. Aquí, las mesas eran lisas y tenían la altura de los escritorios. Como miraba hacia el sur, el área de cálculos de las licitaciones tenía el mismo panorama que podía verse desde la oficina de Sam. Lisa miró hacia fuera, y recordó de nuevo los años que había trabajado en la oficina de Floyd Thorpe, al mismo tiempo que se preguntaba si quizá estaba equivocada en relación con el carácter de Sam Brown; pero sabía que eso tenía cada vez menos importancia en vista de su notable ofrecimiento y la belleza y comodidad de la oficina.
– Usted es la primera calculista a tiempo completo que contratamos para el nuevo sector de la empresa, de modo que no se le ha asignado un área propia -explicó Sam-. Trabajará aquí, con los calculistas de fontanería, si no tiene inconveniente.
– Oh… -Ella se apartó de la ventana-. Esto es más que suficiente, como seguramente usted sabe. Nunca vi una oficina tan lujosa como esta. Pero estoy segura de que usted también tiene perfecta conciencia del hecho.
– Que uno tenga que andar por el barro para ganarse la vida no significa que necesite vivir del mismo modo.
– No, por supuesto. Pero alguien debería decírselo a Floyd Thorpe.
Sam Brownse volvió e indicó un escritorio que estaba allí cerca.
– Éste sería el suyo.
Los escritorios estaban dispuestos en ángulo lo que hacía que la habitación pareciese aún más espaciosa. Al lado del escritorio señalado por Sam había un naranjo en su maceta; parecía que la planta estaba prosperando.
Lisa caminó en dirección a su escritorio, retiró la silla, y tocó el naranjo. La silla se desplazó en silencio sobre la amplia lámina de vinilo claro que protegía la alfombra azul. La joven se sentó y apoyó las palmas sobre la superficie del escritorio, como si deseara probar su temperatura. Un sentimiento de exaltación se adueñó de su pecho. Dios mío, era como un sueño convertido en realidad. Miró a Sam, que se encontraba de pie acierta distancia, observando cada uno de los movimientos que ella realizaba.
– Creo que todo está bien. -Al aceptar la oferta de Sam, ella sintió colmadas sus expectativas.
– De acuerdo. -Él levantó una mano y con un gesto la invitó a acercarse-. Vamos, la llevaré de regreso a su automóvil. Ya pasará bastante tiempo en esa silla; no hace falta que empiece hoy.
Ella devolvió la silla a su lugar bajo el escritorio, y se acercó a Sam. Esta vez él no la tocó, pero, antes de alejarse definitivamente, ella se volvió y miró por última vez su escritorio.
En el coche de Sam Brown ella no oyó la música, ni sintió el contacto con el asiento de felpa, ni miró su reloj. Estaba demasiado excitada.
– Dios mío, Brown, ¿usted hizo todo esto o lo hizo su padre?
– Él facilitó que yo lo hiciera. Nos mudamos a esta oficina solo después de su fallecimiento.
Lisa hizo una pausa.
– Imagino que a él le habría agradado tanto como me complace a mí.
– Él estaba satisfecho con el antiguo lugar -dijo Sam-. Mi padre fue la persona que me indujo a pasar al nuevo edificio, y a dotar de categoría todo el ambiente. Sucedió que cierto año ganamos demasiado. Los gastos generales permitieron una agradable deducción de impuestos después de que alquiláramos este nuevo lugar. Y entre tanto, disfrutamos de las comodidades.
– ¿Sabe lo que haré el primer día de trabajo? -Lisa apoyó la cabeza en el respaldo del lujoso asiento y cerró los ojos.
– ¿Qué?
Ella movió la cabeza en dirección a Sam y, al abrir los ojos, comprobó que él estaba examinando la curva del cuello de su nueva empleada.
– Traeré mi almuerzo y me sentaré junto a esa fuente a comer al mediodía
Él se echó a reír, y Lisa observó cómo cambiaba el semblante de Sam Brown.
– Como usted quiera. En el complejo hay varios restaurantes buenos.
– ¡Restaurantes! ¿Dónde está su sentido de la naturaleza?
– Absorbo toda la naturaleza que necesito durante el día. Paso más de la mitad de mi tiempo en las obras en construcción. Mi padre me enseñó que es el único modo de dirigir una empresa como esta… vigilando todo lo que se hace en lugar de dejarlo en manos de terceros. Al mediodía prefiero ir a un sitio que sea fresco y no esté lleno de polvo, y donde alguien me sirva una comida decente en un plato.
Lisa no pudo dejar de preguntarse si él iba a las obras vestido como ahora. Los zapatos marrones ciertamente no parecían manchados por el polvo.
En ese momento el Toronado entró por el sendero en herradura del Carriage Club, y Lisa se incorporó en su asiento. Brown llevó el coche al estacionamiento, y antes de que Lisa pudiera protestar, había descendido a abrirle la puerta. Ella se le adelantó por una fracción de segundo y los dos se reunieron al lado del vehículo.
Juntos atravesaron el estacionamiento.
– ¿Cuándo desea comenzar? -preguntó Sam Brown.
Ella lo interrumpió apoyando una mano en la manga de su interlocutor.
– Brown, deseo preguntarle una cosa antes de decirle que acepto el empleo.
– ¿De qué se trata?
Ella tragó saliva, sabiendo que lo que debía preguntar era osado.
– Yo… necesito disponer de la última semana de agosto. -Ahora corría la última semana de julio… ella sabía que era mucho pedir. En la industria de la construcción nadie se tomaba días libres durante la activa temporada de verano. Mientras esperaba de pie la respuesta de Sam, Lisa también temió que pudiera preguntar la razón de su petición, de modo que buscó frenética una mentira inocente. Pero en definitiva no necesitó decirle nada.
– No será ningún problema -dijo Sam-, pero, por lo general, tomamos nuestras vacaciones durante los meses invernales, cuando no hay tanto trabajo. -Comenzó a alejarse, pero Lisa lo aferró del brazo.
– ¡Oh, no pretendo que sea una semana con sueldo! Solo… -De pronto advirtió que estaba aferrando el brazo de Brown y retiró la mano.
– Está bien. Hasta donde recuerdo, por esa época no habrá ofertas importantes, de modo que puede atender a sus necesidades.
– Gracias. En ese caso, volviendo a su pregunta original. -Trató de insinuar una sonrisa-. ¿El lunes le parece demasiado temprano?
Él sonrió, regresó a ella y apoyó con suavidad la palma de la mano sobre la cintura de la joven.
– ¿Está tan ansiosa de trabajar para este… pervertido? -se burló.
Mientras caminaba hacia su coche, Lisa admitió sin rodeos:
– Necesito pagar el alquiler la semana próxima, exactamente como usted. -Ella tenía perfecta conciencia de la tibieza de la mano masculina a través del tejido delgado, pero en ese momento cesó la presión.
– No pago mi casa. Vivo en el antiguo tugurio de la familia, con mi madre.
Era la segunda vez que mencionaba a su madre, y Lisa no tuvo más remedio que sentirse extrañada. ¿Otro caso de un hombre sometido a los dictados de su progenitora? Aunque nunca lo hubiera pensado de Sam Brown, ya una vez había aprendido la lección con Joel. Aunque Sam no era el único que había sacado algunas conjeturas después de leer una dirección en la etiqueta de una maleta. El «tugurio» de la familia a que él se refería se encontraba en el exclusivo Ward Parkway. Lisa no necesitaba ver la casa para imaginar cómo era.
– Hablando de tugurios -habían llegado al Pinto de Lisa-, este es el mío.
Él dirigió una mirada superficial al vehículo, y después volvió a concentrar su atención en la joven.
– ¿Necesita saber algo más acerca de su función?
– No, que yo sepa. Oh, ¿cuál es el horario de trabajo?
– En un día normal llego alrededor de las siete y me voy a las cinco.
Al parecer había poco más que decir, y, mientras ella observaba la expresión de Sam Brown, le pareció que aquella cara ya no expresaba asuntos de trabajo, y que adoptaba un gesto muy alarmante que se relacionaba con el placer.
Con un ademán lento de la mano, Sam se apoderó del collar con la cabeza de flecha que descansaba sobre su pecho, todavía tibio a causa del contacto con la piel; los ojos del hombre siguieron el movimiento. Sus dedos se cerraron alrededor del adorno, y ella sintió que se le erizaba el vello de la nuca.
El pánico le cerró la garganta. Deseaba decir: «Brown, ¡no!», cuando temió que fuera a besarla, y, como estaba a un paso de convertirse en su jefe, Lisa no podía permitir un precedente tan peligroso. Deseaba el empleo, pero no otras complicaciones. Además, él vivía en Ward Parkway, en el «tugurio» de la familia con la madre… y… y… oh, Dios mío, Brown, hueles tan bien… déjame…
Pero nunca llegó a conocer las intenciones de Sam Brown, porque, un momento después, él dejó caer la cabeza de flecha sobre el pecho de Lisa y se volvió antes de que un enorme estornudo brotara de su nariz.
Lisa estaba riendo antes de que un segundo estornudo afectara a Brown. Se sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón, se frotó la nariz y retrocedió un metro.
– ¡Usted y su condenado Renaldo la Pizzio!
A pesar de que Sam tenía los brazos en jarras, Lisa continuaba regocijada mientras lo reprendía.
– Ah, de modo que se divirtió bastante con mis pertenencias privadas, ¿verdad?
– Podría ordenarle que se deshaga de ese perfume antes de aparecer por la oficina.
– Podría, pero no lo hará. Después de todo, en Washington escriben artículos acerca de ese género de órdenes.
Pero incluso mientras sonreía, Lisa sentía que el cuerpo se le aflojaba a causa del alivio. Si él hubiera intentado besarla, ella no sabía muy bien cuánto tiempo habría resistido.
Capítulo 5
La noche que precedió a su primer día de trabajo, Lisa durmió en ese estado semiconsciente y tenue que a menudo experimentaba antes de un día que prometía algo especial. Una especie de sueño superficial y ligero, durante el cual la excitación consiguió mantenerla tan alerta que paró el despertador antes de que su campanilla sonara dos veces. Lisa permaneció mirando el techo, teñido de rosa por el sol naciente, y dijo asombrada:
– Cuarenta mil dólares anuales, ¿qué me dicen?
Después se puso de pie, con movimientos vivaces y ágiles, mientras encendía el aparato de radio; se duchaba, se lavaba los cabellos, consagraba una desvergonzada cantidad de tiempo a peinarlo, y después se aplicaba el maquillaje. Tenía la cabeza echada hacia atrás, el rimel oscureciendo sus pestañas, cuando de pronto se incorporó, miró su propia imagen reflejada en el espejo, sonrió, y dijo a la mujer que la miraba desde el cristal.
– Un naranjo… ¡tienes un naranjo junto al escritorio!
Después, la mujer del espejo la reprendió:
– Walker, eres tonta, termina de arreglarte o llegarás tarde el primer día.
Lisa lo pensó mucho antes de decidirse entre un abrigado traje pantalón de color rosa y una falda blanca con una chaqueta haciendo juego. Eligió la falda por respeto a la categoría de la oficina, y el blanco porque realzaba el color de su propia piel. La prenda complementaba la piel oscura y los cabellos negros de un modo tan sorprendente que Lisa se sintió muy complacida por su aspecto cuando terminó de vestirse. La falda recta acentuaba su estatura, y además destacaba sus caderas. Después se puso un solo brazalete blanco que armonizaba con los aros blancos de sus pendientes, y se dio por satisfecha.
Pero se alisó la falda por última vez sobre las caderas, contemplo de nuevo su imagen reflejada en el espejo, y frunció el ceño preocupada. ¿Se había vestido con tanto esmero para complacer a Sam Brown? La posibilidad era inquietante. Desvió los ojos hacia las fotografías de Jed y Matthew, colocadas sobre la cómoda. El conocido sentimiento de pérdida la agobió un momento. Después empezó a quitarse las peinetas negras que le sostenían el cabello detrás de las orejas, y las reemplazó, con una actitud desafiante, por otras que exhibían pequeñas plumas de bronce.
«¡Eres lo que eres, Lisa Walker, y más vale que no lo olvides!»
En la oficina pareció que Sam Brown apenas prestaba atención a lo que ella se había puesto. Las mangas de su camisa a cuadros ya estaban arremangadas, hasta la altura de los codos, y tenía unos planos en la mano. Aunque saludó a Lisa con mucha amabilidad y le dijo:
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