Parecía tratarse de un club de campo, y estaba al lado de Ward Parkway, quizá la calle más prestigiosa de la ciudad, con sus innumerables fuentes y sus mansiones construidas por las familias de acaudalados próceres. A Lisa no le quedaba ninguna duda de que el lugar tendría un grupo de afiliados de la más elevada categoría.

¿Y Sam Brown era miembro de esa entidad?

Lisa descendió del automóvil, se pasó una mano por encima de la falda, ¡gracias a Dios no llevaba pantalones! Incluso el vestido no era muy apropiado, pues se trataba de un conjunto un tanto informal de dos piezas con rayas marrones y blancas; bajo la chaqueta llevaba una blusa de cintura estrecha, las mangas amplias y el cuello alto.

Los arbustos alrededor de la entrada parecían artificiales por estar recortados de modo perfecto. Las macetas con flores y los arbustos formaban una colorida profusión a cada lado de los peldaños. Deteniéndose a pocos pasos de las plantas, Lisa extrajo de su bolso un lápiz labial, inspeccionó su cara en un minúsculo espejo, y se aplicó una reluciente línea ámbar en los labios. Apretando bajo el brazo su bolso, ingresó en el C C, fuera lo que fuese.

Estaba en una amplia sala con ventanas anchas hacia la izquierda, a través de ellas entraba la luz del sol que iluminaba un elegante conjunto de muebles antiguos. A un lado de los sillones había un hogar, y varios enormes ramos de flores artificiales conseguían que los elegantes muebles antiguos parecieran incluso más valiosos.

Una voz discreta la sobresaltó.

– ¿Señora Walker?

Lisa se volvió y vio a una mujer impecablemente vestida que le sonreía, sus ojos inteligentes detrás de un par de gafas, con una cadena que colgaba de una de las patillas. Por su aspecto la mujer podía ser la propietaria de la casa.

– ¿Sí? -replicó la desconcertada Lisa.

– Ah, pensé que era usted, basándome en la descripción que me ofreció el señor Brown. Está en el salón. Siga por ese corredor y lo hallará fácilmente.

Con un elegante movimiento de la mano, la mujer se retiró.

Lisa descendió la escalera que la mujer le había indicado, y se encontró en un bar de techo bajo, no muy iluminado. Apenas tuvo tiempo de advertir que Sam Brown no estaba allí, cuando un negro sonriente, con el atuendo formal del camarero, se aproximó para preguntarle lo mismo que la mujer del piso alto:

– ¿Señora Walker?

– Sí.

– El señor Brown la espera en el salón; le ruego que me siga.

La llevó a otra habitación elegante, muy parecida a la del piso alto, solo que más pequeña y más íntima, iluminada por una suave luz difusa que provenía de varias lámparas de mesa. Aquí también había un hogar en la pared del fondo, y un juego de cómodos muebles agrupados en distintos conjuntos. Sam Brown, que ocupaba uno de los sillones antiguos al lado del fuego, se puso de pie.

– Señor Brown, aquí está su invitada -anunció el camarero.

– Gracias, Walter -dijo Sam y luego añadió dirigiéndose a Lisa-: Veo que no ha tenido inconvenientes para encontrar la casa.

– Hubo algunas dificultades -reconoció ella, mientras paseaba la mirada por los cabellos y la cara de Brown.

– ¿La señora desea un cóctel? -preguntó Walter.

– Sí, un Smith & Kurn -respondió Brown al camarero, que se retiró discretamente. Después se volvió hacia Lisa, y esbozó un gesto-. Siéntese, señora Walker.

A pesar de todo, ella se sintió complacida porque él había recordado la bebida que prefería, y moderó su voz al formular la observación:

– Sam Brown, no me venga con el tratamiento de «señora Walker». ¿Por qué no me advirtió qué clase de lugar era este?

Lisa se sentó en un diván Chippendale, y Brown eligió el sitio que quedaba libre al lado de ella, en lugar del sillón que había ocupado antes. Se volvió hacia un lado, alzó la rodilla sobre el asiento tapizado, y apoyó el brazo sobre: el respaldo. Examinó a Lisa con una media sonrisa.

– ¿Por qué, cheroqui? Usted tiene un aspecto excelente.

– Y no me llame cheroqui. -Ella miró alrededor para comprobar si alguien los había escuchado; pero estaban solos en la habitación.

– Si no puedo llamarla señora Walker, y tampoco cheroqui, ¿cómo debo dirigirme a usted?

Al principio ella no supo qué contestar.

– Pruebe a llamarme Lisa -propuso.

– Muy bien, Lisa, ¿tropezó con alguna dificultad para llegar a este lugar?

– ¡Dificultad! Pasé frente a la casa dos veces, y ni siquiera la miré. y ya que estamos, ¿qué es esto?

– Es el Carriage Club.

– Y entiendo que usted es socio.

– En efecto. -Brown extendió la mano hacia el cóctel depositado sobre una mesa ovalada, delante del sofá. Todo el conjunto, incluso el par de sillones, estaba frente al hogar, de modo que formaba para ellos una especie de rincón privado.

Ella volvió los ojos hacia la mesita de centro. Además de un ramillete de claveles recién cortados, había allí un cuenco con nueces. La mirada de Lisa recorrió las paredes empapeladas y los guardafuegos del hogar, hasta retornar a Sam Brown, y descubrir que él estaba observándola.

– ¿Supuestamente esta experiencia debe modificar mi opinión de… los ricos decadentes? -preguntó Lisa.

Él se encogió de hombros, pero su sonrisa perduró.

En ese momento Walter regresó con su Smith & Kurn, lo depositó sobre la mesa y preguntó:

– ¿Algo más para usted, señor Brown?

– Otra vez lo mismo.

Apenas Walter se retiró, Lisa no pudo resistir la tentación de preguntar:

– ¿Qué? ¿No piensa pedir encurtidos?

– Los ricos decadentes no necesitan hacerlo. Walter sabe exactamente cómo quiero mis bebidas.

– Entonces… ¿usted es un socio conocido?

La única respuesta de Brown fue mantener la expresión cordial en la cara, y a pesar de todo Lisa Walker se sintió presionada.

– Señor Brown, vine aquí para hablar de negocios -dijo.

– Por supuesto. -Él se inclinó un poco hacia adelante-. A diferencia de la mayoría de las empresas contratistas de esta ciudad, la mía tuvo un buen año. El sector de lampistería de la firma mantuvo a la sección de aguas corrientes y residuales, hasta que pudo funcionar con autonomía. Ahora, lo único que necesito es un buen calculista para las licitaciones.

– ¿Y por qué cree que yo soy buena?

– Casi me derrotó en ese concurso de Denver, y, en todo caso, desplazó a una colección impresionante de competidores. Quiero que una persona que puede hacer esto trabaje para mí, no contra mí.

– También a usted lo derroté -dijo ella con voz suave.

– ¿Vamos a volver a castigar de nuevo a ese pobre caballo muerto?

– No pude resistir la tentación.

Él la examinó muy sereno. Distraída, ella extendió la mano hacia las nueces.

– ¿Le interesa la propuesta de trabajo?

Ella no deseaba confesarlo, pero sí, le interesaba. Walter se acercó un momento y, a pesar de la interposición del camarero, Lisa pudo sentir los ojos de Sam Brown que la miraba mientras ella se llevaba las nueces a la boca, y después se lamía la sal que se le había quedado pegada en los labios.

Lisa levantó la mirada para dirigirse a Brown.

– Quiero que lo sepa de entrada… no me encargo de tareas sucias para nadie. Cotizo franca y limpiamente en las licitaciones.

– Le pagaré cuarenta mil dólares anuales, más un coche de la empresa y los acostumbrados pluses: participación en los beneficios, seguro, tarjeta de crédito de la compañía.

Mientras Lisa trataba de asimilar estas palabras vio cómo Sam movía con pereza su bebida, y después acercaba la mano a un platito rojo con cuatro encurtidos. Los dientes brillantes de Sam sujetaron el primero y sus mandíbulas comenzaron a masticar mientras Lisa se tranquilizaba.

– ¿Cuarenta mil anuales? -Las palabras brotaron con dificultad de sus labios.

– Así es. -Los ojos de Sam se posaron indolentes en los de Lisa, al mismo tiempo que cerraba esa dentadura perfecta sobre el segundo encurtido.

Hipnotizada, y todavía incapaz de asimilar la oferta, observó como Sam devoraba los cuatro encurtidos.

«¡Cuarenta mil dólares!»

– Usted seguramente bromea.

– En absoluto. Tendrá que trabajar mucho para ganarlos. Si yo digo que viaje, usted viajará. En este momento estamos presentando ofertas en ocho estados. A veces tendrá que quedarse a trabajar durante la loche si tenemos que cumplir un plazo. En otras ocasiones volará de noche para conseguir la conexión y llegar a tiempo a determinada ciudad. Pago bien a mis especialistas en licitaciones, pero se ganan cada centavo del sueldo.

Ella continuaba demasiado aturdida para aceptar la idea.

– Todavía no sé dónde están sus oficinas.

– Del otro lado del río, cerca de Rainbow y la Avenida Johnson. Si lo desea, la llevaré después para que vea las instalaciones.

De nuevo ella se asombró. El distrito que él había mencionado era muy conocido por tratarse de uno de los más prestigiosos de la ciudad. Generalmente se lo denominaba la Plaza, por su proximidad al lujoso centro Comercial del Plaza Country Club. Todavía estaba sumida en sus reflexiones cuando Sam Brown sacó una corbata del bolsillo de su chaqueta deportiva de hilo azul; ella estaba tan inmersa en sus pensamientos que apenas advirtió lo que él estaba haciendo. Sin la ayuda de un espejo, se abotonó el cuello de la camisa, puso debajo la corbata y comenzó a anudarla. Aunque los ojos de Lisa estaban fijos en las manos de Sam Brown en realidad en ese momento pensaba en el par de sillones tapizados con pana que tanto deseaba y en las cortinas que podría pagar pronto, puesto que al parecer no haría falta que renunciara a su propia casa.

El atento Walter apareció como surgiendo de la nada.

– ¿Algo más, señor Brown?

– Walter, ahora la señora Walker y yo iremos a comer. Muchas gracias.

– Muy bien, señor. Le llevaré las bebidas.

Lisa por fin emergió de su ensueño y advirtió entonces que Sam Brown le ponía una mano bajo el codo y la invitaba a ponerse de pie. Caminaron detrás de Walter.

– Las normas de la casa -murmuró Sam con acento conspirador-. Los hombres necesitan usar corbata en el comedor.

Lisa realizó un débil intento de desprenderse de la mano imperiosa de Brown. Esto es demasiado perfecto. ¡Y está desarrollándose con excesiva rapidez!, pensó.

– No estoy vestida…

– Está muy bien vestida. -Los ojos de Brown se deslizaron de los cabellos de Lisa a su cintura, y volvieron a ascender.

Ella se sintió obligada a ofrecer más resistencia.

– Pero…, pero aún no he dicho que trabajaría para usted, y mucho menos aún he ganado una licitación. Y usted me invitó a una copa, no a cenar.

Él se limitó a sonreír junto a la mejilla de Lisa, pellizcó la piel suave y desnuda del codo, y se burló:

– Usted debe permitir que un hombre trate de impresionar a una dama, cuando está haciendo todo lo que sabe, ¿no le parece, cheroqui?

Quizá, más que otra cosa cualquiera, la palabra la devolvió a la tierra. Cheroqui. Pero ya era demasiado tarde. Habían llegado a la puerta del comedor, que se abría sobre el vestíbulo. Ella se sintió impotente mientras caminaba junto a Brown. Su pulgar áspero rozó la piel desnuda de Lisa, mientras se detenían después de pasar la puerta, y lo saludaban nuevamente por su nombre:

– Buenas noches, señor Brown… señora. La mesa está preparada. -El hombre los acompañó a una mesa cubierta por un mantel de hilo, situada frente a una ancha ventana que formaba un semicírculo alrededor de la mitad del comedor. Lisa contempló la vista con la piscina, una pista de hielo, y las pistas de tenis más abajo. A lo lejos, una hilera de árboles altos indicaba el curso sinuoso del río Brush, que fluía hacia el este. El sol enviaba los últimos rayos sobre el prado verde, y Lisa se vio en dificultades para apartar la mirada del panorama.

La presión sobre la parte posterior de sus rodillas le recordó que Sam Brown esperaba solícito el momento de acercarle el asiento.

– Oh… gracias. -Se sentó, expuesta al perfume seductor que se desprendía de él, que entretanto ya estaba acomodándose frente a Lisa. Apenas Brown ocupó su asiento, otro solícito camarero del Carriage Club se acercó de inmediato.

– ¿Cómo esta señor Brown? El plato especial de esta noche consiste en camarones con salsa de vino, condimentados con estragón y servidos con verduras. -Colocó una carta delante de Lisa y después otra delante de Sam.

Él enarcó las cejas, y una sonrisa le curvó los labios.

– Hambriento como un oso, Edward, ¿y cómo está usted?

Edward se irguió y rió por lo bajo.

– Estoy muy bien, señor. Mañana comienzo mis vacaciones. Iré a la casa de mi hijo en Tucson. Acaba de nacerle una hija y nosotros todavía no la conocemos.

– En ese caso, supongo que es un poco difícil prestar atención a los camarones con verduras, ¿verdad?