– Ewing, ¿qué haré si pierdo mi empleo? -se lamentó-. Tendré que renunciar a este lugar.

El viernes por la mañana, Lisa estaba trabajando en una propuesta destinada a una sencilla instalación de distribución de agua corriente y eliminación de aguas negras en Overland Park, un sistema que atendería a un sector donde se proyectaba construir un centro comercial. La apertura de las propuestas se realizaría a las dos de la tarde. Esas últimas horas eran siempre las peores. El teléfono llamaba sin parar con mensajes de los vendedores que suministraban las últimas cotizaciones de los materiales; una amplia gama que abarcaba desde tuberías de cemento reforzado a piezas de hierro fundido. Acababa de recibir la cotización de un material que representaba varios centavos menos que la oferta precedente, y estaba recalculando el costo del subcontrato de la mano de obra cuando sonó el teléfono. Absorta, los dedos todavía recorriendo las teclas de la calculadora, Lisa retiró sin querer el auricular, apoyándolo entre el hombro y el oído, mientras sus ojos continuaban repasando una columna de números.

Un momento después comprendió que había cogido una llamada cuyo destinatario era Floyd Thorpe. Una voz masculina decía:

– …puedo conseguir esta tubería de cemento reforzado de treinta centímetros que hemos puesto alrededor del espacio libre. Los fallos están en el refuerzo, no en el cemento, de modo que será muy difícil descubrirlos.

Floyd se echó a reír, y después replicó con voz muy suave:

– ¿Y dividiremos la diferencia por la mitad?

Horrorizada, Lisa apartó de la oreja el auricular agarrándolo con un gesto compulsivo y comprendiendo que hubiera debido cortar la comunicación apenas supo que la llamada no era para ella. ¡Pero todo había sido tan rápido! Depositó el teléfono sobre las hojas en las cuales estaba trabajando y miró su botón iluminado, asimilando lo que acababa de escuchar. Con cada segundo que pasaba aumentaba su repulsión. Había oído decir muchas veces que Floyd Thorpe conocía todas las trampas de la profesión y no temía usarlas, pero nunca antes había contado con pruebas. Utilizar materiales de calidad inferior, arreglar los precios, establecer situaciones de complicidad, sobornar a la competencia antes de las ofertas… había muchos engaños y era posible utilizarlos. Algunos eran ilegales, otros simplemente deshonestos. Pero, en cualquier caso, hasta ahora no habían pasado de ser meros comentarios.

Devolvió con cuidado el teléfono a su lugar.

Todavía estaba sentada allí, muy agitada, cuando Floyd Thorpe entró en la oficina. Esa mañana tenía entre los dientes el extremo mordido de un puro apagado.

– No importa quién haya ofrecido suministrarnos las tuberías de cemento reforzado de treinta centímetros para ese trabajo de Overland Park, no las utilizaremos. Recibiremos las de Jacobi.

– ¿Cómo? -replicó Lisa.

– Sí, puede calcularlas a doce con cincuenta los treinta centímetros, solo los materiales.

– ¿Y cuál es su margen de ganancia a doce dólares con cincuenta los treinta centímetros?

Los ojitos pequeños se clavaron en ella como si hubieran sido dos rayos láser. La colilla del puro pasó al rincón contrario de la boca.

– No le importa, calcúlelo así.

Lisa saltó de su silla.

– ¡No, calcúlelo usted!

– ¡Yo! Esa licitación se abrirá a las dos de la tarde y…

– ¡Y yo no la entregaré, si debo incluir las tuberías defectuosas de Jacobi!

Los dedos gruesos apartaron lentamente de sus labios el puro mojado.

– De modo que la Señorita Orejas Grandes estuvo escuchando las conversaciones telefónicas que no le interesaban, ¿eh?

– Sí. Acabo de escuchar hace un momento la conversación entre usted y Jacobi. Pero fue sin intención. En realidad, solo alcancé a oír diez segundos de la conversación.

– Pero fue suficiente para provocarle un súbito ataque de moral, ¿no es verdad? -Lo dijo de tal modo que pareció que se trataba de una palabra obscena.

Lisa se estremeció. Apretó un muslo contra el borde del escritorio para controlar los nervios que tenía apunto de saltar.

– ¡Esa actitud es deshonesta!

Thorpe cambió de posición, hasta pareció que su hombro apuntaba a Lisa como un bateador de béisbol que estudia las señales de su compañero. Movió la colilla del puro ante la nariz de la joven.

– Es ganancia. ¡Y no lo olvide!

– Ganancia obtenida a costa del contribuyente. ¡Y podría agregar que del medio ambiente!

– Bien, ¿qué me dice? -Thorpe paseó los ojos por las paredes de la oficina, como si buscara algo-. Lástima que no tengamos aquí un poste, para que usted misma se ate y encienda una cerilla -comentó burlón.

Lisa ya estaba abriendo los cajones del escritorio, depositando el maletín sobre el sillón, abriéndolo, separando las cosas personales de los artículos que pertenecían a la empresa.

– Me niego a ser cómplice de sus… materiales defectuosos o su plan para ingresar en la categoría de contratista de obras de interés para la minoría. ¡Caramba! No trabajaría en esta compañía ni aunque el propio Gerónimo fuese el presidente. -Depositó la agenda de direcciones, los libros legales y los portafolios en el centro del escritorio. Cada vez que sacaba un objeto, producía un golpe cuyo ruido era como un signo de exclamación en la oficina.

– Gerónimo no habría tenido la inteligencia necesaria para administrar una empresa como esta y tener beneficios en un año tan duro como el pasado. Con una sola llamada telefónica me embolsé 10.000 dólares limpios y bien, ¿quién puede ser tan estúpido para rechazar una ganancia como esa?

Lisa interrumpió sus preparativos, apoyó los nudillos sobre la superficie del escritorio y miró a Thorpe con una expresión siniestra.

– Y nadie sabrá qué pasó cuando de aquí a cinco años la tubería se rompa y las aguas residuales sin tratamiento se infiltren en el depósito de agua de alguna persona o… se vuelquen al río Missouri o…

– Usted es una auténtica Albert Schweitzer, ¿verdad? Bien, supongamos que yo le ofrezco una parte de mi beneficio en este pequeño negocio, y usted acepta el cargo de vicepresidenta. ¿Unos pocos miles aliviarían su conciencia?

La convicción de que todos podían ser comprados indignó todavía más a Lisa. De pronto se sintió muy segura de que estaba haciendo lo que hubiera debido hacer meses antes. De pronto su cólera desapareció y se sintió poseída por una renovada sensación de bienestar. Aflojó los labios; se le calmó la voz.

– Supongamos que acepto. ¿Y cuál sería la siguiente actitud antiética que usted me pediría? ¿Y la subsiguiente? ¿Y cuánto pasaría antes de que usted me pidiese que abandonara las posiciones simplemente antiéticas para ingresar en las que son ilegales? Verá, Thorpe, no es solo el dinero… es algo mucho más profundo. Es algo que corresponde a la naturaleza de un indio, y que no puede ser programado. Llámelo respeto elemental por la tierra… o como le plazca. Es parte de la razón por la que hago lo que hago. No puedo impedir el desarrollo o la extensión de las urbes. Pero puedo hacer mi parte para cuidar de que esos procesos no aniquilen por completo el medio. Coincido con usted, Gerónimo probablemente no sería un individuo rico si dirigiera esta compañía u otra parecida, pero bebería agua limpia en lugar de depositar diez mil dólares en el banco. -Lisa posó la mirada en su propio escritorio y después sonrió a Floyd Thorpe-. Ya que lo pienso, los indios nunca fueron famosos porque supieran ahorrar para los días de mal tiempo, ¿verdad?

Las pertenencias de Lisa estaban apiladas entre el escritorio y el sillón. Cerró con fuerza el maletín, recogió en una brazada los blocs y carpetas y se giró hacía la puerta.

– Pero ¿qué dice de la licitación de esta tarde? -chilló Thorpe.

– Termínela usted mismo.

– Muchacha, si usted sale de aquí, renuncia a su sueldo, porque yo negaré que la haya echado. Y no pretenda que le ofrezca recomendaciones y…

El ruido de la puerta al cerrarse interrumpió sus palabras. Lisa pensó: «Como si su recomendación valiese algo en esta ciudad».

El Ford Pinto rojo de Lisa se encontraba estacionado al lado del vehículo largo y aerodinámico de Thorpe, un Diamond Jubilee Mark V. El sedán azul marino estaba cubierto con una fina capa de polvo, como si recientemente hubiese pasado por una obra en construcción. Lisa depositó su carga sobre el asiento trasero del Pinto, y después se enderezó y examinó el polvoriento símbolo del estatus de Floyd. Pegado al vidrio de la ventanilla -todavía intacto- estaba el diamante ilustre, pero ahora desprovisto de brillo.

Con una sonrisa sardónica, Lisa se inclinó hacia delante, echó su aliento sobre la insignia, levantó un codo y la lustró con cuidado. Retrocedió un paso para examinarla con espíritu crítico, asintió complacida y después se subió al Pinto y se alejó.

Pero su actitud altanera había desaparecido por completo tres días después, cuando comprobó que no había nada que ni siquiera remotamente se pareciera a un empleo. Mientras se paseaba por la habitación, se dijo que había adoptado la única actitud que estaba a su alcance. Estaba pasando revista a los kilómetros que había recorrido con su automóvil y a pie los últimos días, cuando sonó el teléfono. Cuando atendió desde el supletorio de la cocina, pensó que la voz del Honorable Sam Brown era la última sobre la tierra que hubiera esperado escuchar en ese momento.

– ¿De quién demonios se esconde? -dijo Brown sin rodeos.

– ¿Qué?

– ¡Estuve tres días tratando de conseguir su maldito número telefónico!

– ¿Y puede saberse quién habla? -preguntó ella con un almíbar mal disimulado en cada sílaba.

– Mi apreciada indiecita, habla el Honorable Sam Brown. ¿Se puede saber por qué demonios no está en la guía telefónica?

– Porque estoy divorciada, y no quiero recibir llamadas telefónicas obscenas. ¿Y por qué no llamó a Construcciones Thorpe pidiendo mi número?

– Lo hice, pero parece que a Floyd Thorpe de pronto le creció la conciencia… yo diría tarde, y rehusó suministrar información confidencial.

– ¡Maldita rata sobrealimentada!

– Es justo lo que yo pienso.

– ¿Y cómo lo consiguió al fin?

– Gasté sesenta y cinco dólares invitando a una pelirroja tonta y pagándole la cena, y después embriagándola con un vino alemán, porque sucede que ella trabaja en la compañía telefónica.

Lisa se quedó atónita.

– ¿Qué?

– Y en definitiva, lo único que ella pudo ofrecerme fue un casto beso de buenas noches -aclaró Brown con acento malicioso.

– Ya le dije, Brown, que no acepto llamadas telefónicas obscenas.

– Qué lástima, porque la pelirroja al final se entregó… es decir, me reveló el número de su teléfono.

– Brown, usted es una víbora maliciosa. ¿Quiere decir que sobornó a una pobre joven para conseguir mi número que no está en la guía?

– Llámelo como quiera… lo conseguí, ¿no es verdad?

– ¿Con qué propósito?

– Oí decir que Floyd la despidió.

– Bien, le informaron mal. Yo me retiré de la empresa.

– Lo siento por usted. ¿Ya tiene otro empleo?

– ¿Bromea? He estado recorriendo todo el ramo, de un extremo al otro de la ciudad, pero es inútil.

– Escuche, le haré una propuesta.

– Estaba segura de que era esa su intención, pero todavía no estoy tan desesperada. Si es la misma que le hizo a la pelirroja en su puerta, olvídese del asunto.

– Usted es la mujer más suspicaz por la cual haya pagado alguna vez sesenta y cinco dólares, ¿lo sabía?

– Imagino que hubo muchas, ¿verdad?

– No continúe provocándome, cheroqui, este es un asunto serio. Deseaba hablar con usted acerca de la posibilidad de que trabaje en mi empresa.

– ¿Qué?

– Pero no lo hablaremos ahora. Jamás celebro una entrevista por teléfono, solo lo hago cara a cara. ¿Está muy ocupada mañana por la noche?

– ¡Brown, usted está loco!

Brown continuó como si ella no hubiese hablado.

– Mañana estoy atareado el día entero, incluso a la hora del almuerzo, pero estaré libre digamos… a eso de las cuatro y media. ¿Por qué no nos reunimos en algún sitio a beber un cóctel y hablamos del asunto?

– Brown, no puedo trabajar para usted. ¡Sería como saltar de la sartén a las brasas!

– Escuche, me agradaría continuar oyendo su hermosa voz, pero tengo mucha prisa. Nos encontraremos en la calle State Line cinco-tres-cero-uno, y discutiremos razonablemente el asunto. Cinco-tres-cero-uno… ¿Lo ha anotado?

– Sam Brown, no confío en usted. ¿Por qué cree que…?

Pero él había cortado la comunicación.

– ¿Brown?… ¡Brown, vuelva aquí!

La línea estaba vacía, y antes de que la dirección se le borrara de la mente, fue a buscar un lápiz.

Capítulo 4

La dirección mencionada por Brown correspondía a un lugar tan grandioso que Lisa pasó dos veces por delante sin considerar siquiera que pudiese ser el lugar apropiado. Era un sitio impresionante. Se elevaba en la cumbre de la colina, y dominaba el paisaje con una fachada blanca que recordaba a Lisa las mansiones de la preguerra. Al levantar los ojos hacia la mansión, Lisa tuvo la clara sensación de que Scarlett O'Hara aparecería por la puerta. Un sendero en forma de herradura se elevaba hacia el edificio, formaba una curva de abundante césped y rodeaba un imponente parterre que descubría el único indicio acerca de la identidad de la construcción, dos letras impresionantes, «C C», formadas por vibrantes geranios rojos y blancos.