Entró sin llamar. Lisa estaba de pie cerca de la cocina, a un extremo del corredor, donde esperaba la llamada de Sam, después de escuchar el ruido de la puerta del automóvil al cerrarse. Ante su entrada inesperada, ella respiró hondo y después permaneció inmóvil, mirando atentamente a Sam, mientras él tonteaba con la mano sobre la puerta; la piel cobriza, los cabellos castaños, los pantalones marrón canela, la camisa color marfil con el cuello abierto, y, en los ojos oscuros, una expresión que decía que los últimos cuatro días habían sido tan largos para él como para ella.

– Cheroqui…

– Sam…

Ella experimentó una sensación de intensa alegría, avanzó con paso vacilante. Un instante después cada uno se arrojaba en los brazos del otro; él la estrechó con fuerza y Lisa se colgó de su cuello, mientras él la alzaba del suelo y giraba alegremente con ella sosteniéndola por la cintura. La nariz de la joven estaba presionada sobre el cuello del hombre, donde el aroma se desprendía tal como ella lo recordaba. Él la soltó, incluso antes de que los pies de Lisa tocaran el suelo ya estaban besándose, sus corazones se agitaron al fundirse uno contra el otro, con tanta fuerza que parecieron formar un solo cuerpo. Sus lenguas expresaban no solo impaciencia, no solo ansiedad, sino también ese mensaje más entrañable…: «eres tal como yo te recordaba… incluso mejor». Ella sostuvo la cabeza de Sam con dos manos codiciosas, sintió que él movía la boca en un gesto apremiante sobre la de Lisa y que sus brazos fuertes le rodeaban el cuerpo, mientras las yemas de sus dedos tocaban el dulce promontorio de los senos femeninos. Después, sus palmas se deslizaron a lo largo de la espalda de Lisa, acariciándola desde el cuello hasta la cintura, en un gesto que era extrañamente asexuado, nada más que una confirmación de la presencia de ella en sus brazos, la celebración del retorno al lugar esperado.

Más o menos del mismo modo, ella deslizó sus dedos por el cuello de Sam, buscando la piel tibia, masajeando sus tendones duros, como para ratificar la presencia del hombre.

Cuando el primer impulso desordenado de la acogida pasó, él levantó la cabeza y le tembló la voz al decir:

– Dios mío, cómo te he echado de menos.

Las palabras de Sam provocaron estremecimientos de alivio en la columna vertebral de Lisa. Las manos del hombre se deslizaron bajo su camiseta, dobló los codos en el centro de su espalda y sus manos grandes se elevaron a través del cuello de la camiseta para sujetarle la cabeza. Ella se apoyó en esas manos, mirando siempre a Sam, impregnándose de su presencia.

– Yo también te he echado de menos… y cómo. -Las palabras parecían inadecuadas para describir cuánto había pensado en él. Lo tocó, en un esfuerzo por decirle de otro modo lo que habían sido esos días sin su presencia. Le acarició las mejillas, las cejas, los labios;… Y, al hacerlo, los dedos de Sam acariciaban la cabeza de Lisa a cada lado de la espesa trenza. Él cerró los ojos y volvió los labios entreabiertos hacia las yemas de los dedos de Lisa, que los rozaron.

– El viaje a Chicago fue casi inútil. No podía concentrar la mente en los negocios -confesó Sam, siempre con los ojos cerrados, todavía con los labios vueltos hacia los dedos de Lisa.

– La oficina no era lo mismo sin ti.

Él abrió de nuevo los ojos. En ellos podía verse la expresión del hombre que ha regresado al hogar.

– ¿Es cierto?

Ella lo confirmó con un gesto de la cabeza.

– Casi detestaba encontrarme allí.

Él sonrió.

– Me alegro. El sufrimiento busca la compañía.

– Cada vez que sabía que Raquel había hablado contigo, me sentía muy mal.

– Excelente, porque a mí me sucedía lo mismo. Ahora los ojos de Sam se volvieron hacia la raya del cabello de Lisa, y sus manos se deslizaron bajo la camisa de la joven, para aferrar las caderas y encajarlas agradablemente con las suyas.

– ¿Has salido a correr como prometiste?

Ella unió los dedos sobre la nuca de Sam, doblándose por la cintura.

– Corría como una loca, tratando de arrancarte de mi mente.

– ¿Lo has consegido? -Ahora en su cara se repetía la conocida sonrisa.

– No. -Ella pellizcó apenas el cuello de Sam-. Solo he conseguido empeorar las cosas. Pero te sentirás orgulloso de mí. Creo que hoy he recorrido alrededor de cinco kilómetros.

– ¡Cinco kilómetros! Caramba, eso está muy bien.

Al escuchar la aprobación de Sam, de pronto ella se sintió muy contenta por haber perseverado con el ejercicio y experimentó un notable orgullo.

– Oh, y además fui de compras y conseguí unas zapatillas decentes.

Él retrocedió y miró los pies de Lisa.

– Veamos… oh, bonitas. ¿No ha habido calambres? -Él la apartó un poco, y deslizó las manos sobre la curva de la columna vertebral.

– No, cada vez me siento más fuerte. -De nuevo se sintió impresionada ante la mueca aprobadora de Sam.

Después, él dijo:

– Has comprado alguna otra cosa mientras yo no.estaba, ¿verdad?

– ¿Qué?

Él inclinó un instante la cabeza hasta el cuello de Lisa, mientras sus manos acariciaban distraídamente las nalgas de la joven.

– Creo que es un perfume nuevo.

– ¿Te agrada?

– Ahá. -Los labios de Sam confirmaron la respuesta, porque depositaron un beso suave sobre la piel, detrás de una oreja.

– ¿Y este perfume no te provoca estornudos?

– Parece que no.

Ella se balanceó contra el cuerpo de Sam, sonriendo misteriosamente mientras sus dedos permanecían unidos sobre la nuca del hombre.

– Magnífico, porque después de comprar el calzado no puedo darme el lujo de probar con otra marca.

Él se echó a reír, irguiendo la cabeza, mientras sus dientes relucían, y después preguntó:

– ¿Todavía no has comido?

– No, y ahora que has regresado siento un apetito tremendo.

– Lo mismo digo. Vamos a cenar algo, y tú puedes informarme de todo lo que ha sucedido en la oficina mientras yo no he estado.

– No estoy muy bien vestida. -Lisa retrocedió, tirando del borde de la camiseta, y mirándola en actitud crítica.

– Me pareces sensacional. -Sam volvió a Lisa hacia la puerta, le pasó un brazo sobre los hombros y le dio un pellizco-. Ahora, vamos a comer cuanto antes, para que yo pueda traerte de regreso a casa para decirte cuánto te he echado de menos.

Solo más tarde Lisa advirtió el cambio sutil que había experimentado su relación con el regreso de Sam. Cuando se dio cuenta, el significado del cambio fue abrumador. Se habían tomado el tiempo necesario para contarse las novedades, hablar de negocios, cenar juntos… todo eso antes de hacer el amor. Y cada uno de esos instantes había sido igualmente satisfactorio.

Capítulo 10

A medida que pasaron los días de aquel mes de agosto, Lisa y Sam se acostumbraron a verse a diario en la oficina y, todas las noches, a solas; pero a pesar de las promesas que Lisa se formulaba en su fuero interno, nunca sacó a colación el tema de sus hijos. Por una razón o por otra, el momento adecuado no se presentó la primera noche, y, a medida que pasaron los días, fue cada vez más fácil postergar el tema.

Sin embargo, ella veía cada vez más a Sam. Conoció cuáles eran sus comidas preferidas, sus colores favoritos y las estrellas cinematográficas a las que admiraba. Asistieron aun concierto al aire libre, y él le ayudó a elegir sillas para la sala. Fueron a un encuentro de pretemporada de los Chiefs de Kansas City, en el lujoso estadio Arrowhead, y casi todos los días corrían juntos.

En apariencia todo estaba bien, y la relación entre ambos se consolidaba, pero, cuando se aproximó la última semana de agosto, fue evidente que se acentuó la tensión entre ellos. Sam nunca había preguntado por qué ella necesitaba la semana libre; pero Lisa sabía que estaba intrigado.

Ella tuvo muchas oportunidades para explicarle la situación, por ejemplo cuando él alzó en brazos a Ewing, miró en los ojos al gato y dijo:

– Amigo, me agrada tu nombre. ¿Quién te lo puso?

Era la oportunidad perfecta, de modo que fue imperdonable que ella no la aprovechara para explicar que el inventor del nombre fue Jed, y que lo había pronunciado por primera vez en su media lengua infantil.

Todo habría sido mucho más sencillo si ella hubiera escuchado a su conciencia y le hubiera revelado las cosas desde el comienzo. Pero cuanto más guardaba el secreto, más complicada parecía la situación, hasta que el asunto se convirtió en una suerte de temor maligno, como ella bien sabía, debía ser extirpado antes de que llegara a matarla. Pero a estas alturas de las cosas, ya había postergado tantas veces la revelación del asunto, que estaba adoptando una actitud paranoica.

Había ocasiones en que descubría que los ojos de Sam la estudiaban reflexivamente, y Lisa sabía que él se mordía la lengua para no formular la pregunta. Sin embargo, en una actitud muy respetuosa no decía nada. Y la tensión entre ellos se acentuaba cada vez más.

Hasta la noche en que él la llevó a su propia residencia para cenar con la madre. La velada fue un éxito completo, y Lisa comprendió que representaba otro paso en su relación, cada vez más profunda. Pero sabía también que Sam no había elegido esa velada, antes de la semana en la que ella estaría ausente, sin haberlo pensado muy bien. La había invitado como diciendo… hemos eliminado otro obstáculo; ahora es tu turno.

En el trayecto de regreso a casa de Lisa, se acentuó la tensión entre ellos. Afuera, una tormenta se abatía sobre la ciudad, con grandes relámpagos que zigzagueaban sobre la llanura y ensordecedores truenos. Comenzó a llover a cántaros. Los limpiaparabrisas marcaban su propio ritmo, y los neumáticos chirriaban al deslizarse sobre las calles llenas de agua, mientras, en el coche Sam evitaba tomar la mano de Lisa, un gesto que él acostumbraba hacer cuando conducía el vehículo.

Ya en la casa, apagó el motor y las luces, y después unió sus manos sobre el volante y miró al frente, como esperando una explicación.

– Lisa… -comenzó.

Pero antes de que él pudiera seguir, Lisa lo interrumpió.

– No tiene sentido que los dos nos empapemos. Quédate aquí.

El silencio de Sam pareció decir: ¿En nuestra última noche juntos? Pero continuó cavilando mientras la tensión se acentuaba aún más entre ellos. Por último, como no podía encontrar una salida elegante, Lisa se inclinó y lo besó en la mejilla. Él permaneció sentado, rígido como una estaca, pero cuando ella extendió la mano hacia la puerta, la mano de Sam surgió de la oscuridad y cogió la de Lisa con tanta fuerza que ella contuvo una exclamación. Él la soltó inmediatamente, y su voz demostró que estaba arrepentido.

– Lisa, te echaré de menos.

– Yo… yo también. -Ella esperó, casi sin aliento, pero tampoco ahora formuló la pregunta, y ella no le ofreció una explicación. Lisa deseaba mucho ser sincera con él, pero temía que la considerara poco inteligente. El silencio se prolongó, y pareció que la tensión en el automóvil desembocaría en una explosión. Y entonces, justo en el momento en que ella pensó que ya no podía soportar un instante más, Sam le soltó la mano, suspiró con fatiga y se hundió en el asiento. Ella buscó la cara de Sam en las sombras, y durante un segundo el interior del automóvil quedó iluminado por un rayo. Él tenía los ojos cerrados, y ahora desvió la cara, mientras se pellizcaba el puente de la nariz.

– Lisa, no estoy seguro… no, olvida eso, empezaré de nuevo. -Apartó la mano de su propia nariz, pero tenía la voz tensa, con un inconfundible acento de fatiga-. Lisa, creo que te amo.

Era lo que menos esperaba escuchar de sus labios. Se le llenaron los ojos de lágrimas y le latió con fuerza el corazón. Buscó la mano de Sam entre los dos asientos, la encerró entre las suyas y se la llevó hasta los labios. Sobre el dorso de esa mano depositó algo más que un beso. Era como si quisiera absorber su textura, su tibieza y su seguridad. Y también era como un modo de disculpa.

Lisa enderezó los dedos largos y apretó la mejilla y la frente contra los nudillos.

– Oh, Sam -dijo con tristeza apoyando los labios sobre la mano, después se la llevó al lado de su cuello, y la apretó bajo la barbilla, mientras el pulso le latía aceleradamente-. Creo que yo también te amo.

En el interior del cuerpo de Lisa todo se manifestaba como si allí se estuviera desarrollando una tormenta igual a la que prevalecía afuera. Pasó las yemas de los dedos sobre la cara interior de la muñeca de Sam y sintió su pulso acelerado; pero él se sentó como antes, hundido en la butaca.

– ¿Qué hacemos? -preguntó Sam, y ella comprendió que ese hombre estaba muy cerca de obligarla a contar el porqué se disponía a ausentarse de su vida con tanto misterio durante una semana.