– ¿Cuándo decidiste operarte?

– ¿Te acuerdas cuando te escribí diciéndote que me había caído en el aparcamiento del colegio?

– Sí.

– Pues justo después de eso. Cuando el doctor examinó mi espalda, me dijo que debería preocuparme de resolver mi problema para siempre.

– ¿El de la espalda?

– Los pechos muy grandes producen muchas molestias en la espalda y los hombros que la gente desconoce. Los hombros son especialmente delicados. Pensé que probablemente te habrías fijado en las marcas… todavía se notan un poco.

– ¿Éstas?

Brian acarició uno de sus hombros, y Theresa sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo de punta a punta.

– Antes no estaba mirando tus hombros precisamente -prosiguió Brian-, pero ahora veo las marcas. ¿Qué más? Quiero saberlo todo. ¿Fue muy duro para ti? Psicológicamente, quiero decir.

Boca abajo sobre la toalla, con la cara apoyada en el envés de una mano y los ojos cerrados, Theresa le contó todo. Le habló de las discusiones que tuvo con sus padres, de sus miedos e incertidumbres, omitiendo el hecho de que los pezones no habían recuperado aún la sensibilidad. Todavía no se atrevía a compartir dicha intimidad con Brian. Si llegaba un momento en que fuera necesario, se lo contaría, pero entonces no dijo una palabra del tema, al igual que tampoco le mencionó que tal vez no podría amamantar a sus hijos.

Cuando concluyó su relato, Brian seguía sentado a su lado con un brazo apoyado sobre la rodilla alzada.

– Theresa, siento haberme enfadado contigo la noche que llegué -dijo con voz suave y encantadora-. Había muchas cosas que no comprendía entonces…

– Lo sé. Y yo siento no haber escrito por lo menos a Jeff para que pudiera decirte cuáles eran mis planes.

– No, hiciste bien. No tenías ninguna obligación conmigo. Aquella primera noche, cuando salimos a dar un paseo, reconozco que parte de mi problema era que tenía miedo. Pensé que tal vez, ahora que habías dado el gran salto, desearías algo mejor que un pobre músico jovenzuelo, cuyo pasado no es tan puro como tú te mereces.

Theresa levantó la cabeza al oír sus palabras. Apoyándose sobre un brazo, se volvió para mirarle.

– Hace bastante tiempo que dejé de dar importancia a la diferencia de nuestras edades. Tú eres más maduro que la mayoría de los hombres de treinta años que trabajan en el colegio. Quizás por eso fuiste tan… no sé. Comprensivo, supongo. Desde el primer instante, noté que eras diferente a todos los hombres que había conocido, que me veías como una persona y me juzgabas por mis cualidades y defectos interiores.

– ¿Defectos?

Brian se tumbó boca arriba, poniéndose prácticamente debajo del pecho levantado parcialmente de Theresa, y acarició los mechones rizados que cubrían uno de sus oídos.

– Tú no tienes ningún defecto, bonita.

– Oh, claro que los tengo, como todo el mundo.

– ¿Dónde los escondes?

Theresa sonrió, se miró un brazo y contestó.

– Varios miles de ellos estaban ocultos justo debajo de mi piel y están saliendo ahora mismo.

Y en realidad no mentía. Con el sol, sus pecas estaban creciendo tanto que se unían unas con otras.

Brian apoyó la cara sobre la toalla y se llevó un brazo de Theresa a los labios, besando la delicada piel de la parte interior.

– Besos de ángel son tus pecas -dijo, volviendo a besarla-. ¿Has sido besada por ángeles últimamente?

– No todo lo que habría deseado -contestó impulsivamente.

– Entonces, ¿qué te parece si lo remediamos?

Brian se levantó ágilmente, extendiendo la mano para ayudar a Theresa a hacer lo mismo. Recogió la ropa y las toallas y le dio la bolsa a Theresa, la cual le siguió de buena gana sobre la hierba mullida. Brian abrió la puerta de cristal y dejó que ella pasara primero. El interior estaba fresco y sombrío. Theresa oyó a Brian cerrando la puerta y corriendo la cortina. La sala quedó semioscura. Ella pensó de repente que su pelo tendría un aspecto horrible y el maquillaje estaría todo corrido. Oyó a sus espaldas un «click» metálico y luego el zumbido inequívoco de la aguja del tocadiscos deslizándose sobre un disco. Ella estaba revolviendo frenéticamente en el interior de la bolsa buscando el peine, cuando una suave introducción de guitarra llenó lentamente la habitación. Una mano insistente tiró del bolso, apartándolo de los nerviosos dedos de Theresa. Parecía que Brian no aceptaría ninguna demora, ningún reparo, ninguna excusa…

Mi vida es un río,

oscuro y profundo…

A la vez que las emotivas palabras se filtraban en sus oídos, Theresa se vio atrapada por unos dedos fuertes y duros que se cerraron sobre sus hombros. Brian buscó las manos de Theresa, mirándola con ojos penetrantes, y las llevó alrededor de su propio cuello. Movía el cuerpo al ritmo de la música tan levemente, que Theresa apenas percibía el balanceo. Pero una fuerza mágica hizo que su cuerpo respondiera al movimiento casi imperceptible de Brian. Lenta, muy lentamente, la piel de sus cuerpos se fundió. El tejido del bikini rozó el vello del pecho de Brian. Brian deslizó las manos sobre su espalda desnuda, y la apretó suavemente. Haciendo la más leve de las fuerzas, atrajo las caderas de Theresa más cerca, y más cerca, hasta que sus vientres desnudos se tocaron. Luego comenzó a balancearse lentamente, como invitándola a unirse a él.

Theresa al principio respondió con un movimiento vacilante, hasta que sintió el cuerpo de Brian completamente aplastado contra el suyo. El aliento que llegaba a los labios de Theresa era cálido. Primero la besó en la punta de la lengua, luego con los labios. Entonces comenzó a tararear la canción y Theresa sintió la dulce melodía cosquilleando en su boca. Brian levantó la cabeza y ella se sintió abandonada, pero se alegró enseguida cuando comenzó a cantar la frase que llevaba en su corazón desde el día que le había oído cantar la canción con la vieja guitarra de Jeff.

Dulces recuerdos…

Dulces recuerdos…

Cuando acabó la canción, Theresa estaba completamente pegada al cuerpo de Brian, sintiendo cada milímetro de su piel.

En el leve silencio que reinó hasta el comienzo de la siguiente canción, el duro cuerpo de Brian y su dulce voz se combinaron en un mensaje de latente pasión.

– Theresa, te amo tanto… tanto.

Era difícil de asimilar para ella… Sus cuerpos dejaron de moverse, pero parecían fundidos. El aroma a coco de la crema bronceadora evocaba islas tropicales, playas exóticas… los sentidos de Theresa sólo sabían de Brian, de su olor, de su calor y firmeza, pero sobre todo de su tersa piel.

– Brian… mi amor, creo que comencé a enamorarme de ti cuando bajaste de aquel avión y me miraste a los ojos.

Había comenzado otra canción, pero ellos no se enteraron. Sólo oían los latidos de sus corazones, separados tan sólo por dos diminutos triángulos verdes de tejido. El beso se hizo más ardiente, convirtiéndose en un intercambio de susurros y quejidos, en un baile sensual de dos lenguas ansiosas de placer. Las inhibiciones de Theresa se disolvieron, y se puso de puntillas para moldearse mejor al cuerpo de él.

Brian echó la cabeza hacia atrás, sus ojos ardían con el fuego de una pasión contenida demasiado tiempo.

– Bonita, te prometí que cuando volviera no te forzaría a nada. Dije que me lo tomaría con calma y te daría tiempo para…

– Tengo veintiséis años, Brian. Tiempo más que suficiente.

– ¿Hablas en serio? ¿Estás segura?

– Absolutamente segura. Oh, Brian, creía que iba a asustarme y a sentirme insegura cuando llegara este momento, pero no es así. En absoluto. No sé, cuando se ama, se sabe.

Theresa le miró con expresión maravillada, acariciándole los labios con las yemas de los dedos.

– Simplemente se sabe… -concluyó en un suspiro.

– Sí, mi vida, se sabe…

Brian obligó a Theresa a echarse hacia atrás, y prosiguió mirándola apasionadamente.

– Quiero que mires a tu alrededor -dijo, y Theresa se vio girada por unas manos resueltas hasta que su espalda desnuda quedó pegada al musculoso cuerpo de Brian.

Él cruzó los brazos sobre el vientre de Theresa.

– En esta habitación no hay muebles porque quiero que los compremos juntos. Pensaba decírtelo más tarde, pero de repente he cambiado de opinión. Quiero saber algo primero… ¿Te casarás conmigo, Theresa? ¿En cuanto podamos? Y luego podremos llenar este lugar de muebles, música y quizás una pareja de críos… y procurarnos dulces recuerdos durante el resto de…

– ¡Sí!

Theresa se dio la vuelta y lanzó los brazos alrededor del cuello de Brian, interrumpiendo sus palabras con aquella exclamación y un beso.

– ¡Sí, sí, sí! No sé si quería que me lo preguntaras antes o después, pero probablemente es mejor antes, porque seguro que no lo haré muy bien… no tengo experiencia en estas cosas -concluyó con voz insegura.

Brian, después de mirarla con el ceño fruncido, la cogió en brazos y se dirigió hacia el dormitorio.

– Confía en mí. Confía en tu instinto…

Desde la puerta del dormitorio, donde Brian se detuvo, Theresa vio por primera vez su cama de matrimonio. Parecía una cama normal. La colcha tenía un estampado geométrico azul y marrón, y las sábanas eran blancas, de seda.

– No quería preguntártelo hasta que tuviéramos una cama de agua, tanto si te gusta como si no.

– ¿Puedes marearte en ella?

– Espero que no.

– Bueno, de todas formas he traído un bote de biodramina por si acaso…

Capítulo 16

El trayecto hasta la cama en los brazos de Brian fue para Theresa como cruzar un arco iris entre la tierra y el cielo.

De la sala se filtraron las melodías de las canciones de amor, ahora distantes, pero románticas y sugerentes. Brian se movió silenciosamente sobre la moqueta y se sentó en el borde de la cama sin dejar por un momento de mirar a Theresa, la cual aterrizó con las piernas sobre su regazo. Ella sintió que una débil oleada líquida los elevaba por un momento. Con un suave movimiento, Brian la dejó extendida a través de la cama y se recostó a su lado.

Se apoyó sobre un codo, sonriéndole y deslizó la punta del dedo índice sobre su labio inferior. Theresa, por su parte, había dejado de sonreír, y sus ojos muy abiertos revelaban su aprensión.

– ¿Tienes miedo? -preguntó Brian suavemente.

Theresa tragó saliva y asintió.

– Un poco.

– ¿Respecto a algo en particular?

– Mi falta de experiencia, entre otras cosas.

– La experiencia no será ningún problema, te lo aseguro. ¿Cuáles son las otras cosas?

– Yo… yo no… Oh, Brian -dijo, cubriéndose el rostro con ambas manos-. Esto es tan difícil, y sé que estoy colorada como un tomate, y que no hay nada menos favorecedor para una pelirroja que ruborizarse, y yo nunca…

– ¡Theresa! -la interrumpió, apartando las manos de su rostro-. Te amo. ¿Ya lo has olvidado? No hay nada que no puedas decirme. Sea lo que sea, buscaremos la solución entre los dos, ¿de acuerdo? Y, por cierto, las pelirrojas tienen un aspecto encantador cuando se ruborizan. Ahora, ¿te importaría comenzar otra vez?

Theresa tragó saliva y luego soltó la parrafada de un tirón para que no le diera tiempo a cambiar de opinión.

– No quiero quedarme embarazada, así que ayer compré algo, pero las instrucciones dicen que tengo que utilizarlo media hora antes y no sé antes de qué ni cuánto tiempo se tarda porque es la primera vez que lo hago y ¡por favor, suéltame las manos, para que pueda taparme la cara!

Llena de perplejidad, Theresa observó cómo Brian comenzaba a reírse adorablemente y la envolvía entre sus brazos.

– ¿Eso es todo? Oh, dulce Theresa, eres encantadora -dijo acariciando su mejilla y besando su muy colorada nariz-. Yo tuve la misma idea, así que también vine preparado. Eso quiere decir que puedes elegir, bonita: Tú o yo.

Theresa intentó responder «yo», pero la palabra se le atragantó en la garganta y sólo asintió.

– Bueno, ahora es el momento.

Brian se incorporó llevando a Theresa con él. Theresa salió a la sala en busca de su bolsa y luego se metió en el baño.

Cuando regresó, Brian estaba tumbado boca arriba a través de la cama, inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho, el bañador por única prenda… Mucho antes de que Theresa se acercara a él, extendió la mano en ademán invitador.

– Ven aquí, bonita.

Theresa apoyó una rodilla sobre el borde de la cama y le dio la mano, dejándose arrastrar hasta que cayó en el hueco formado por el brazo y el costado de Brian, sobre su pecho. El agua se agitó bajo ellos y luego se aquietó. Brian tenía la cabeza apoyada sobre el brazo derecho, pero con el otro abrazó a Theresa hasta que quedó extendida sobre su cuerpo musculoso y viril. Theresa bajó la cabeza para rozar sus labios, y el beso comenzó con un encuentro tan ligero como las nubes. Las puntas de las lenguas se tocaron breves, tentativa… prometedoramente. Casi sin darse cuenta, ambos fueron atreviéndose más y más… Las lenguas se buscaron, se acariciaron, se persiguieron, recorrieron los rincones más profundos, devoraron… Los sentidos de Theresa jamás habían estado tan despiertos. Percibía cada caricia, sonido, imagen, olor o sabor; nada le pasaba desapercibido. La postura relajada de Brian daba a su pecho musculoso, el cual se elevaba y descendía, un aspecto que invitaba a acariciarlo.