Cierro la puerta de mi oficina y respiro profundamente el aroma de lavanda. Una vez leí que Nelly Galán, la ejecutiva de televisión, tiene aparatos de aromaterapia en su oficina, y que rocía el ambiente con olores de éxito cada hora. Así que compré uno de esos aparatos, sólo por si hubiera algo cierto en su teoría. Al menos, mi rincón de la oficina huele a limpio. Además de lavanda, esta mezcla tiene manzanilla romana y aceite de almendras dulces. Mi oficina tiene mucha luz y está decorada con un estilo minimalista y moderno que cada vez me gusta más. Mi mesa es de cristal y mi ordenador elegante y negro, con un monitor grande y plano. Las plantas dan algo de calidez. Y los cuadros. Tengo fotos enmarcadas de Brad, mis amigos y mi familia en una estantería, detrás de mi silla, a la vista de la gente. Entro en el sistema con la contraseña que uso en todos los aparatos relacionados con el trabajo: éxitos4u. Que significa «éxitos para ti».

Empleo el resto del tiempo en revisar mis e-mails y demás correspondencia, y en comprobar que Dayonara esté archivando correctamente. Aprendí a obligarme a comprobar las cosas dos veces cuando mi primer ayudante creó tal caos en los archivos, que tuve que contratar a una empresa auditora para deshacer el lío. Tratas de ayudar a alguien, brindas la ocasión de meter la cabeza, y es asombroso comprobar cómo hay quien ni siquiera se da cuenta de la oportunidad que tiene delante. Dayonara, sin embargo, está haciendo un gran trabajo. Comprobamos minuciosamente sus referencias. Todo está siempre a tiempo y en su sitio. Desde que empezó, no he perdido ni una llamada, ni un recado, ni una cita.

Las oficinas de Ella han crecido rápidamente y ahora ocupan más de la mitad de la tercera planta de la nave. Estamos en conversaciones para hacernos con todo el espacio a comienzos del año entrante. Camino hacia la sala de reuniones recreándome en las decoraciones festivas que engalanan paredes y puertas, y mi corazón se llena de orgullo. En los noventa, aunque parezca increíble, me enviaron a la universidad a encontrar marido. Aprendí mucho, sobre todo lo que puede hacer una mujer en el mundo actual. Mi padre nunca me ha comentado lo que piensa sobre mi empresa, pero mi madre sí.

– Has dado un nuevo valor a mi vida -me dijo en voz baja la última vez que la vi-. Estoy orgullosa de ti.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, y se los secó rápidamente en cuanto papá entró a la habitación.

Yo he levantado todo esto, pienso, mirando las elegantes paredes de ladrillo rojo, cubiertas con enormes fotos enmarcadas de las veinticuatro portadas publicadas de Ella y reparo encantada en que la gente de la floristería ha venido por fin a entregar el árbol de Navidad para la entrada principal. Nuestras portadas se han ilustrado con el mejor talento latino, desde Sofía Vergara hasta Sandra Cisneros y, una vez al año, el mejor talento latino masculino del número especial. Este año conseguimos a Enrique Iglesias -el hombre de mis sueños-, que posó con su madre. Fui a la sesión fotográfica en Nueva York hace un par de meses, y, ahora que lo pienso, sentí lujuria. Fue la última vez. Si me hubiera invitado a ir a su casa, lo habría hecho. ¿Quién no?

Intentamos evitar que aparezcan modelos en portada, porque la misión de la revista, tal como la creé, es mejorar la imagen de las hispanas, inspirarlas y motivarlas a ser mejores. Todas hemos estado expuestas al discurso de que lo más importante es ser atractiva o dócil. Es hora de cambiar eso, y por lo bien que ha ido la revista, puede decirse que las hispanas están preparadas.

Paso por la entrada, cubierta de plantas, con los sillones tapizados en terciopelo rosa. Admiro el árbol de Navidad, decorado con bolas rojas y doradas y luces rosas. Miro el mármol curvado de la recepción, el ventanal con vista a los rascacielos del centro de la ciudad. Cuando los decoradores trajeron los bocetos de la entrada dudé. Quería algo más clásico, algo Victoriano con toques de campiña francesa, como mi apartamento, pero insistieron, diciéndome que la gente esperaría algo joven y femenino, pero también un ambiente contundente e interesante. Tenían razón. Me alegro de haber confiado en ellos. Sara me convenció. Yo no tenía tanto colorido en mente.

– Muy latina -me dijo Sara cuando le enseñé los planos-. Y muy bostoniana a la vez.

Renee se pone derecha cuando paso y me sonríe. La taza de café ha desaparecido. Buena chica.

Me preocupo de saber el nombre de todas las personas en la empresa, hasta el de los conserjes. Miro a la gente a los ojos, doy la mano con convicción, y me dirijo a ellos por su nombre de pila. Trato a las personas con respeto, no importa su puesto, porque nunca sabes cuándo te los volverás a encontrar.

Cuando entro en la sala de reuniones, me complace ver a mis ocho editores sentados alrededor de la gran mesa negra charlando tranquilamente. Siete mujeres, un hombre. Las mujeres visten trajes de chaqueta modernos, y llevan un pelo actual, cortado con estilo. El hombre, Erik Flores, es amanerado, como diría Usnavys, y bien podría ser una mujer. A veces me pregunto si no comprará su ropa en boutiques de mujeres. Hoy lleva una chaqueta color salmón ajustada en la cintura y un jersey de cuello alto verde lima. Es alto y guapo, un editor de belleza fantástica, completamente fuera del alcance de las chicas.

– Buenos días -les digo.

– Buenos días -contestan.

Algunos empiezan a mover los papeles que tienen delante.

– ¿Qué tal el fin de semana? -pregunto, sentándome en la cabecera de la mesa.

– Todavía ausente -dice Tracy, nuestra editora de arte, famosa juerguista, llevándose los dedos a las sienes con un dramático gemido.

Todos nos reímos.

– Toma un poco más de café -digo con una mueca.

– Más y me revienta una vena, chica -dice, apuntándome con su taza con el logo de Ella. Está teñida de marrón de tanto usarla-. Ya es la tercera.

– Eso te va a matar -le dice Yvette, mi editora gráfica.

Estoy de acuerdo, pero me callo y sonrío.

Hemos tenido pocos cambios de personal, para ser una revista. Quiero que la gente asocie cosas positivas con la revista, y conmigo, desde la florista, hasta el último colaborador, desde el suscriptor de siempre a la mujer que nos lee por primera vez en la consulta del médico.

Lucy, mi editora especializada en famosos, se levanta de su sitio y se coloca a mi lado. Parece como si hubiera estado llorando, tiene los ojos hinchados y rojos, aunque trate de disimularlo. Sus cejas, normalmente impecables, son un desastre. Baja la cabeza como si quisiera esconderlas. No es raro que mis empleados vengan a mi despacho a contarme sus problemas personales, y yo les escucho. Sé, por el capítulo de la semana pasada, que el novio de Lucy la dejó por una mujer mucho mayor. Lucy tiene veintiséis años, la mujer que encontró su hombre cincuenta y cuatro. No puedo ni imaginar su dolor. Dentro de un tiempo, no tan pronto, me gustaría encargarle un artículo sobre latinas maduras con hombres jóvenes. Esperaré hasta que se le pase. Aunque no creo que sea correcto que mis empleados me hablen de sus madres locas, novios abusivos, o cosas así, creo que es menos correcto castigar a una persona que sufre. Los que tienen buenos modales, dijo una vez George Bush padre, a veces prefieren no demostrarlo para que quienes carecen de ellos de verdad no se sientan mal en su presencia. Así es que yo escucho.

– ¿Estás bien, cariño? -le pregunto con delicadeza a Lucy. Le pongo una mano en el hombro y se lo aprieto suavemente. Me considera una buena amiga. Me sonríe asintiendo con la cabeza-. Me alegro -digo, y entonces me siento.

Aunque aún estamos a principios de diciembre, estamos buscando una última historia para cerrar el número dedicado a San Valentín. Me gustan todas las ideas que han propuesto mis editores hoy, menos una. La nueva editora de moda (su predecesora se marchó para pasar más tiempo con su recién nacido) ha propuesto un gran despliegue sobre lencería sexy, con las mejores modelos latinas de la agencia Ford posando en una playa de Miami. Ha pasado la mayor parte de su carrera trabajando para la versión española de Cosmopolitan, una revista de lenguaje vulgar, ideas lascivas y fotos que rozan la pornografía.

– Una idea interesante, Carmen -digo inclinándome hacia delante.

Tengo las uñas de un largo clásico y femenino; cuadradas y pintadas de rosa pálido, casi blanco. El anillo de boda es la única joya que llevo hoy. Nunca cruces las manos en una reunión de negocios, sobre todo si estás a punto de rechazar las ideas de alguien; quieres parecer receptivo, y el idioma corporal cuenta tanto en la percepción ajena como las palabras. Sonrío y noto que Carmen se ha recostado en su asiento, con los brazos cruzados, como protegiéndose. No quiero que tenga miedo. Sólo quiero que piense más como una redactora de Ella, y así se lo digo. Prosigo:

– Desde luego, el día de San Valentín es un día en que las mujeres quieren verse sexys. Pero debemos tener en cuenta que algunas de nuestras lectoras son adolescentes. No quiero transmitirles un mensaje erróneo, ¿de acuerdo?

– Oh, por favor -dice Tracy, poniendo en blanco sus ojos inyectados en sangre-. Las chicas de hoy tienen sus primeras relaciones en quinto, Rebecca. Les viene el periodo con nueve años. No vamos a corromper a nadie. ¿Has oído la radio últimamente?

Sonrío. Tracy es a quien más respeto, porque tiene las agallas de decir lo que piensa. En esta organización necesito personas así, porque sé que no siempre tengo las mejores ideas.

– Probablemente -le digo a Tracy, pensando en Shanequa, que me dijo que tenía relaciones desde hacía cuatro años-. Pero no quiero ser parte del problema.

– Bien -dice Tracy-. Respeto eso. Pero sabes con lo que competimos. Sería absurdo ir de mojigata en este mercado. Sobre todo en San Valentín.

La mirada de Carmen se ilumina con admiración y asombro.

Tracy tiene razón, claro.

– De acuerdo -digo-. ¿Por qué no lo intentamos con algo menos sexual, que celebre el amor en general, pero que, sin embargo, resulte sexy? ¿De acuerdo?

Tracy se encoge de hombros, Carmen asiente.

– ¿Alguien tiene alguna otra sugerencia? -pregunto.

– Hombres desnudos -dice Tracy inexpresiva-. Hombres en tanga.

– Oooh -replica Erik, con una nueva muestra de amaneramiento-. Eso me gusta.

Todos nos reímos.

– ¿Alguna sugerencia seria? -pregunto.

– Podríamos hacer algo sexy, pero no explícito -sugiere Carmen con voz temblorosa-. Hacer saber a la gente que no tienen que quitárselo todo para llamar la atención en San Valentín.

– Eso está bien -digo apuntando con mi pluma en su dirección-. Me gusta.

– Nooo -bromea Tracy-. Quítenselo todo. Consigamos que los hombres se lo quiten todo, por una vez.

– ¿Qué tal -digo ignorando ahora a Tracy- si lo hacemos entero en rojo y rosa? Carmen, ¿por qué no hablas con los mejores diseñadores hispanos de Nueva York, L. A. y Miami, y les pides diseños basados en el rojo y el rosa para diferentes citas de San Valentín, desde una pareja que lleva treinta años casada, hasta una pareja de secundaria? Y si quieres puedes usar las modelos Ford para algunas fotos. Pero me gustaría ver también a personas normales. Atractivas, pero reales. Tal vez contactando agencias de actores encuentres gente más mayor, y mayor variedad.

– Muy buena idea, Rebecca -dice Lucy, que siempre me halaga.

– ¿Qué opinas, Carmen? -le pregunto.

– Me gusta -dice-. Suena bien. Siento la otra propuesta. Era una estupidez. Aún estoy adaptándome.

– Por favor, no te excuses -le digo-. Era una buena idea. Te contratamos porque nos gusta cómo piensas. Ésta es todavía tu idea, pero con un toque Ella.

Carmen se relaja y sonríe.

– Todavía me gusta la idea del hombre desnudo -dice Erik.

– Estoy segura -dice Tracy ahogando una carcajada.

Compruebo el reloj.

– Se está haciendo tarde -digo-. ¿Algo más antes de irnos?

Erik levanta la mano con confianza. Juraría que lleva brillo en las uñas. Contengo una risita. Tiene una cara de arrogante que no soporto. Soy mala, lo sé. Es un editor maravilloso, responsable, siempre resolutivo antes de la fecha límite. Pero es una diva. Tengo la sensación de que si pudiera, se haría cargo de la revista y me echaría. Siempre ocupaba la cabecera en la mesa de reuniones, hasta que le pedí expresamente que no lo hiciera. Le señalo.

– ¿Sí?

Cruza las manos remilgadamente e inclina la cabeza hacia un lado con sonrisa de niña.

– Rebecca -dice, enfatizando la «a»-. He visto que apareces en el último número de la revista Forbes como una de las empresarias jóvenes más prometedoras de los próximos diez años. Quería felicitarte -hace una pausa para dar más énfasis, frunce los labios, y todos aplauden-. También me preguntaba si podemos mencionarlo en la revista, con una foto tuya.