– Ah, claro. Esto es divertido. No me van a dar el trabajo en la cadena nacional porque Rupert odia a los gays. Tengo que huir para que no acabe conmigo un manojo de periodistas. ¡Qué divertido!
– Bueno -le digo-. Un poco de tu propia medicina. Justicia poética, ¿no te parece? La famosa presentadora y periodista de pronto se vuelve noticia.
– Tienes razón -dice Liz-. No lo había visto así.
El olor del café me da ganas de vomitar. La doctora Fisk dice que las náuseas matinales deberían haber remitido ya, pero ni de casualidad. Tengo hambre a todas horas, pero no me apetece nada, excepto gofres helados y crema de cacahuete. Las náuseas son cada vez peores. Lo bueno de esto es que significa que voy a tener una niña. Se me cierran los ojos. Quisiera enroscarme y dormir cien años. No tengo energía para enfrentarme a esto. O paciencia.
– ¡Coño, mujer!, ¿qué es lo que estás pensando, eh? -le grito a Elizabeth.
Retrocede, se sobresalta y derrama el café encima del tapizado floral de la silla.
– Deberías dejar esa organización cristiana y seguir con tu vida. Deja eso para esas señoras maquilladas con pestañas postizas. No sé por qué no has dimitido ya, sinceramente. Hazte un favor a ti misma, encuentra otra causa caritativa.
– No puedo -contesta secando la mancha a golpecitos con la manga.
– ¿Qué quieres decir con que no puedes? Tienes que hacerlo. Sal del radar de los cristianos enloquecidos. Espera a que toda esta estupidez pase. No hay otra.
– Si dimito, Sara, ellos ganan. ¿No lo entiendes? Si lo dejara sería como admitir que no puedes ser una buena cristiana y ser lesbiana. Y no estoy de acuerdo. No lo creo en absoluto. Creo que Dios no comete errores, y que soy una muestra viviente de Su perfección.
– ¿Has considerado alguna vez volverte judía? -pregunto-. Tenemos rabinas lesbianas.
– Soy cristiana -dice-. Ya lo sabes. No puedo convertirme de repente en judía.
– Jesús era judío.
– No entremos en el tema -dice Liz.
– Puede que no deba.
– No. Puede que no.
– Vilma -la llamo-. Hemos tirado un poco de café, mi amor, ¿puedes echarnos una mano?
Vilma vuelve de su destierro cotilleril con un trapo mojado, un cubo, un producto de limpieza, y los oídos listos para más. Elizabeth se levanta y se sienta en el suelo con las piernas cruzadas, junto a la mesa del centro.
– Vas a acabar con tu salud si sigues obsesionándote con esta estupidez -le digo, cambiando finalmente al español que usamos generalmente entre nosotras.
Tiene la mirada perdida en sus zapatillas de deporte. Vilma finge no oír nada, impasible. Es una cotilla profesional. Y sigo:
– Lo mejor que puedes hacer es distanciarte de la gente que quiere hacerte daño. Recuerda, ellos no te conocen como tus amigas. Escriben basura porque eso es lo único que saben hacer. Seguro que te han envidiado durante años y ahora disfrutan porque es probable que no consigas la gran oportunidad nacional con la que sueñan. Los periodistas son gentecilla odiosa a veces. No dejes que te afecte. Preocúpate por ser feliz.
Liz me mira un instante frunciendo el ceño y dice:
– Mira quién habla.
– Ella tiene razón -dice Vilma, sin dejar de limpiar-. Escúchela, Sarita.
Duele. Tienen razón, claro. Pero se supone que no hablábamos de mí. Hablábamos de Liz.
– Ojalá no te hubiera dicho nada -digo-. No es tan malo como creéis.
Vilma me clava la mirada un instante y sigue frotando.
– Claro. Es que es usted un poco… torpe. ¿Verdad? ¿No es eso lo que le dice a todo el mundo?
Pongo los pies debajo del sofá donde estoy sentada, como si así me protegiese de la verdad que encierran sus palabras. Estiro el largo suéter azul para cubrirme la curva del vientre y cualquier arañazo o cardenal visibles.
– Me has roto el corazón, en dos mitades -digo-. No puedo creer que les dieras a las tías todo este tiempo y que no me lo dijeras.
– Yo no «doy». Eso lo hacen los hombres.
– Lo que sea.
– Sara, yo las quiero. Amo a las mujeres. No lo vulgarices.
– Lo siento -digo-. Pero me siento realmente herida. ¿Por qué no confiaste en mí lo suficiente para contármelo?
– Sara -dice excusándose-. No es que no confiara en ti. Fui yo. Tardé mucho en poder asumirlo, ¿entiendes? Y aún no lo he hecho del todo.
– No puedo creer que sea verdad, que tú lo seas. Quiero decir, siempre pensé que las lesbianas eran feas. Tú eres tan femenina. Tan guapa.
Responde con una sola palabra:
– Mitos.
Mitos. Liz está guapísima, normal, como siempre, pero tiene ojeras de puro agotamiento. Parece tan cansada, tan triste, tan sola. No puedo creer que esté aquí. No puedo creer que ella sea… una de ésas. Intento imaginármela con una mujer, pero no puedo.
– ¿Qué se siente? -pregunto.
– ¿Qué?
– Al estar con una mujer.
– No sé contestar a eso. Cada persona es diferente.
– Siempre me lo he preguntado, ya sabes, simple curiosidad.
– Ahá.
– Me apuesto a que una mujer sabe mejor que un hombre cómo darte placer, ¿ah?
– No lo sé, Sara. En realidad depende más de cada persona.
– Vale. Tiene sentido. Lo siento. Estoy desvariando. No sé qué decir. Ojalá hubieras confiado más en mí. Tendrías que habérmelo dicho.
– No sabía cómo te lo tomarías.
– Me lo habría tomado como me tomo lo demás. No soy ninguna doctora Laura.
– No estoy diciendo que lo seas. Simplemente tenía que tener cuidado, había demasiado enjuego.
– Me habría encantado que me lo contaras. Eso es lo único que ha cambiado entre nosotras, ¿sabes? Ya no confío tanto en ti.
– Sigo siendo yo -dice Elizabeth, golpeándose el pecho con una mano-. Nada ha cambiado.
– No, yo creo que todo ha cambiado. Para ti. Creo que deberías dejar esa organización, y quizá incluso tu trabajo. Liz, la gente está loca. Te lo voy a decir en dos palabras: Matthew Sheppard.
Liz sacude la cabeza.
– No creo que sea para tanto. Vamos. Sé razonable. La mayoría de la gente es más abierta, creo.
Vilma quita el polvo de la mesa de café, y durante un instante cruzamos una mirada cómplice.
– ¿Estás segura de que eres lesbiana?
– Supongo que sí. Sí.
– Entonces vive como tal. -No puedo creer que esté diciendo esto-. Siéntete orgullosa de quién eres, mi vida. Al infierno con los demás. Piensa en todos los gays y lesbianas que te ven y se sienten mejor consigo mismos.
– Hagamos un trato -dice.
– ¿Cuál?
– Lo haré, viviré orgullosa como lesbiana, cuando tú dejes a Roberto. Él no va a cambiar. Lo sabes, ¿verdad?
– No estamos hablando de mí, ¿recuerdas?
– ¿Por qué no? Hablemos de ti.
Vilma trae un plato de queso y galletas, el olor del queso envía señales a mi cerebro. Supongo que a mi hija no le gusta el queso. Me levanto de un salto y salgo corriendo al baño de la cocina. No tengo tiempo ni de cerrar la puerta. No tengo tiempo ni de llegar al retrete. Una bilis amarilla pálida con trocitos de gofre se esparce por el suelo verde de azulejo, por el lavabo blanco, el asiento del inodoro.
Liz me sigue, preocupada, y se apoya en la puerta del cuarto de baño.
– Ay, Dios mío. Sarita. ¿Estás bien? -me pregunta.
Me apoyo en la tapa del retrete y me vuelvo para mirarla. Es guapísima. ¿Cómo es posible? Si yo fuera así de bonita me gustaría que todos los hombres del mundo me desearan. Siento mi abdomen contraerse con una arcada y vuelvo a mirar al agua. Esta vez, el vómito cae dentro. Sigo con arcadas aun sin tener nada que expulsar. Tengo un sabor amargo y crudo en la boca, los dientes viscosos.
– ¿Quieres ir al hospital? -me pregunta.
– Vete -le digo, limpiándome la boca con papel higiénico-. Sal de aquí. No recuerdo haber vomitado delante de Elizabeth desde que estábamos en el primer año de la carrera y bebíamos demasiado como para que no nos importara-. Prefiero vomitar en privado, si no te molesta.
– Estás muy enferma. Lo siento, no tenía ni idea.
– Estoy bien -le digo.
Tiro de la cadena para vaciar el inodoro y me tambaleo hasta el lavabo. Limpio con papel higiénico, me enjuago la boca con agua fría, me lavo la cara y me la seco con una toalla de algodón color crema.
– No -recapacito mirándola en el espejo-. No estoy bien. Todo esto me pone enferma. Estoy muy preocupada por ti.
– ¿Has vomitado por mi culpa? -pregunta.
– Sí.
La empujo y camino hacia el cuarto de la televisión.
Vilma ha estado de pie como un centinela en la puerta del baño, con el cubo y el trapo. No nos mira cuando pasamos junto a ella.
Elizabeth me sigue por el pasillo hasta el cuarto de estar, caminando rápidamente. Oigo que Vilma hace correr el agua en el baño, limpiándolo después de mi visita. Mi vieja y buena Vilma.
– Lo siento, Sara -dice Elizabeth. Se cubre la cara con las manos mientras habla. Eso solía ser lo que consolidaba nuestra amistad, la manera latina de discutir-. Tenía que haber sido sincera contigo desde el principio. -Sigue hablando frotándose una mano con la palma de la otra-. Siento que esto te afecte tanto. No lo permitas. Ya soy mayorcita. Puedo con ello. El hecho de que me aceptes es más importante para mí que lo que pueda pensar la gente.
Miro el reloj digital que brilla en el aparato del televisor por cable. Los niños llegarán del colé en un minuto reclamando la leche de soja y las galletas integrales, listos para enseñarme sus deberes. No quiero que la encuentren aquí.
– Tienes que irte -digo.
– ¿Por qué? -pregunta.
– Roberto -contesto-. Nosotras podemos seguir siendo amigas, pero tienes que darme algún tiempo para convencerle. Está muy enfadado.
– ¿Roberto está enfadado porque soy lesbiana? -pregunta.
– Eso dijo. Te llamó pervertida y otras cosas. Es una tontería. No te preocupes. Pero no puedo permitir que los niños te vean aquí. Piensa que estamos liadas. Tú y yo. Qué locura, ¿verdad? ¿Por qué pensaría una cosa así?
– Sara -me dice, sentándose junto a mí.
Escudriña mis ojos con su mirada.
– ¿Qué? -le pregunto-. ¿Por qué me miras así?
– Hay algo que debería haberte contado hace mucho tiempo.
Siento un vacío, otra ola de náuseas. Presiento lo que me va a decir.
– No -digo-. No creo que quiera oírlo.
– Debes saberlo.
Nos miramos fijamente durante un instante y me dice:
– Debes saberlo porque pienso que podrías correr un serio peligro.
– Adelante -digo, preparándome.
– Cuando estábamos en la universidad… ¿Recuerdas ese viaje que hicimos a Cancún durante unas vacaciones en primavera? Tú, yo, Roberto, aquel tipo, Gerald, con el que estaba saliendo, Lauren y otro ¿cómo se llamaba?
– Alberto. El de los granos.
– Alberto. Granos a granel. Ése.
– Claro. Liz, ¿cómo voy a olvidar un viaje como ése?
– Bien -y respira profundamente-. Hubo un día que fuimos a practicar submarinismo y tú tuviste problemas con el equipo y decidiste esperarnos en el barco. ¿Te acuerdas?
– Sí -dije-. Preferí «bucear» en unas margaritas en la playa.
– Bueno, pues estábamos todos en el arrecife de coral, y Roberto -se detiene y respira profundamente-. Roberto nadó hacia mí y me tocó bajo el agua.
– ¿Qué quieres decir con que «te tocó»? -me pongo furiosa.
– Que me tocó. Bajó la mano por la espalda y me la puso en el culo.
– No, no lo hizo.
– Sí lo hizo.
– Probablemente le empujó la corriente.
– Sara. Por favor.
– ¿Y qué hiciste?
– Estábamos en aguas poco profundas. Le cogí la mano, tiré de él y le pregunté qué estaba haciendo.
– ¿Y?
– Dijo que estaba haciendo lo natural en un hombre.
– Eso es una estupidez. Roberto nunca diría algo tan estúpido.
– Eso es lo que dijo.
– Éramos jóvenes, no significa nada.
No puedo creer lo que estoy diciendo. Parezco una idiota.
– Fue hace mucho tiempo, Sarita. Pero él sigue mirándome. Me ha mirado desde entonces.
– ¿Y? ¿Mirar es ahora un crimen? Todo el mundo te mira.
– Sólo creo que a lo mejor por eso está tan enfadado. Y por lo que me cuentas, las cosas con él se están poniendo cada vez peor. Tengo miedo por ti. No es ningún santo. No lo necesitas.
– A veces le odio.
– Deberías. Pero no por lo que me hizo a mí. Tienes que odiarle por lo que te está haciendo a ti.
Miro el reloj. Puedo oír a la niñera entrar en el garaje con el coche.
– Tienes que irte, Liz. Ya.
– Lo siento mucho, Sara.
Me abraza. La abrazo, la separo, la abrazo de nuevo.
– Vete. Hablaremos después.
– De acuerdo. -Una lágrima resbala por su mejilla-. Estoy asustada.
– Mis hijos vuelven a casa y no quiero que estén contigo.
"El Club De Las Chicas Temerarias" отзывы
Отзывы читателей о книге "El Club De Las Chicas Temerarias". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "El Club De Las Chicas Temerarias" друзьям в соцсетях.