Darcy le dio vueltas al corazón en la mano.

– ¿Y si nadie encuentra a su pareja? ¿Qué posibilidades hay de encontrar a un completo desconocido con el mismo mensaje?

– Todos los amantes son desconocidos al principio, ¿no? -repuso Ellie.

Darcy se guardó el corazón en el bolso.

– Ojalá tuviera tiempo para un romance -murmuró, girando hacia la puerta.

– Eh, yo lo intentaré -dijo Amanda al llegar a la puerta-. No quiero pasar otro San Valentín sentada en casa delante del televisor, tratando de convencerme de que soy más feliz sin un hombre.


Kel Martin estaba sentado del otro lado de la calle de Dulce Pecado y miraba a través de la ventanilla de su Mercedes descapotable cuando las dos mujeres salieron de la tienda.

Clavó la vista en la morena esbelta y se bajó las gafas para poder verla mejor. En cuanto desapareció alrededor de la esquina, con gesto distraído sacó un chocolate de la caja que tenía en el asiento de al lado y se lo llevó a la boca.

Nada más mirar a Darcy a los ojos había tenido la certeza de que era ella. Y en cuanto habló, las pocas dudas que pudo haber albergado se desvanecieron. Esa voz, tan suave y cautivadora, era imposible de olvidar.

Sus pensamientos rememoraron aquella noche, las experiencias nuevas y excitantes, que habían compartido. Había tenido muchas aventuras de una noche, pero aquella había sido diferente. Era como si su anonimato hubiera derribado todos los muros entre ellos, desterrando las inhibiciones.

Los dos se habían sentido completamente libres para probar los límites de su deseo.

– Darcy -musitó.

Jamás le había pedido que le dijera su apellido, ni se había molestado con un teléfono o una dirección antes de marcharse.

En aquel momento, estúpidamente había creído que habría otras como ella, mujeres que pudieran llegar hasta su alma y tomar control de su cuerpo como lo había hecho ella.

Sólo después se había dado cuenta de lo que habían compartido: puro placer y una conexión casi mística de sus cuerpos y mentes.

Había dedicado los cinco años a tratar de encontrarla, llegando a la conclusión de que había sido un momento perdido en el tiempo. Se pasó la mano por el pelo y emitió un gemido suave. Apenas habían hablado aquella noche y, sin embargo, cada minuto pasado juntos había quedado marcado de forma indeleble en su cerebro.

Tantos años atrás… A primera vista, Darcy había parecido inabordable. El bar había estado casi vacío y al principio ella no había notado su presencia.

Y cuando él había captado su atención, no había visto que lo reconociera.

En aquel momento, lo único que Kel había querido era mantener una conversación normal con una mujer… nada de béisbol, ni sonrisas de plástico ni caricias casuales. Había querido algo sencillo y relajado. Jamás había imaginado los placeres que había terminado experimentando con ella.

Con el paso de los años, había tratado de convencerse de que Darcy no era distinta de cualquier otra mujer. Se había dicho que si hubiera llegado a conocerla, se habría convertido en alguien desesperado, posesivo, ansioso de reclamarlo como un trofeo que poder exhibir ante sus amigas.

– No pienso repetir el mismo error -musitó.

Si mantenía alguna esperanza de quitarse esa noche de la cabeza, tendría que demostrarse que Darcy era una mujer corriente y no la definitiva diosa sexual.

Salió del coche y cruzó la calle. Austell era una ciudad pequeña. No debería resultar muy complicado encontrarla. Probablemente, estaría casada y con hijos. Eso pondría fin a sus fantasías.

Abrió la puerta de la tienda y entró de nuevo. Ellie Fairbanks le sonrió al acercarse.

– Sé por qué ha vuelto -comentó con las manos sobre el mostrador.

– ¿Sí?

– Ha probado esos chocolates que compró para su hermana y necesita otra caja.

– Sí. Pero esta vez me gustaría que la enviaran.

– ¿Dónde vive su hermana?

– Quiero que se la envíen a esa morena bonita que estaba aquí hace unos minutos. Tiene su nombre y su dirección, ¿verdad?

– Sí -respondió Ellie.

Kel asintió.

– ¿Y se podría saber cuál es?

Ellie plantó las manos en las caderas y lo miró con suspicacia.

– Tuve la clara impresión de que la conocía, pero ahora ya no estoy segura.

– Darcy y yo somos viejos amigos. Digamos que me gustaría renovar nuestra relación -repuso Kel-. Deme una caja de sus chocolates más deliciosos.

Ellie hizo una selección y luego regresó al mostrador. Le entregó una tarjeta, pero él se la devolvió moviendo la cabeza.

– Pensándolo mejor, debería entregarlos en persona -carraspeó-. ¿Dónde podría hacerlo?

– Pruebe en el Delaford -Ellie rió entre dientes-. Es un hotel con spa en la Ruta 18. Siga los letreros.

Él sacó la cartera y pagó. Luego le dedicó a Ellie una sonrisa agradecida.

Al salir, miró la pintoresca Main Street.

Había ido a Austell en busca de una casa junto al lago, un lugar tranquilo fuera de la vorágine de San Francisco, donde pudiera vivir en relativo anonimato, donde pudiera pasear por la calle sin que la gente lo mirara.

Su intención había sido realizar una rápida parada en la ciudad para ver unas propiedades antes de seguir hacia la casa de su hermana. Pero un encuentro fortuito en una chocolatería había modificado sus planes.

Regresó al coche. Volvería a ver a Darcy; se aseguraría de ello. Aunque cuando sucediera, no estaba seguro de lo que le diría.

¿Cómo sacaba un caballero el tema de su anterior aventura de una noche?

Pudo ver reconocimiento en los ojos de ella, pero ¿era real o se engañaba a sí mismo? Tal vez para Darcy no fuera el hombre con el que había pasado una noche increíble, sino Kel Martin, pitcher de los San Francisco Giants.

– Si la vuelvo a ver, fingiré que no la recuerdo -murmuró-. A menos que ella me recuerde, entonces yo también la recordaré.

Era un plan, aunque no estaba seguro de que fuera el mejor que pudiera trazar. Sólo necesitaba unos momentos a solas con ella para descifrar sobre qué terreno se hallaba.

Arrancó y puso rumbo al oeste. Tal como había dicho Ellie Fairbanks, los letreros lo guiaron hasta el Delaford. Hacía unos años lo habían invitado a jugar un torneo de golf de celebridades en aquel hotel. Si hubiera aceptado, quizá habría podido renovar su relación mucho antes.

Un largo sendero de ladrillos serpenteaba por unos jardines hermosos. El hotel de dos plantas, una mezcla de la arquitectura nueva de California con la antigua colonial española, se levantaba en el centro de la pista de golf. La entrada estaba flanqueada por columnas enormes. Al detenerse, un aparcacoches corrió a su encuentro. En cuanto bajó, el hombre sonrió.

– Hola, señor Martin. Bienvenido al Delaford.

Estaba tan acostumbrado a que la gente lo reconociera, que apenas lo notó. Le sonrió al aparcacoches y le arrojó las llaves.

– Mis maletas están en el maletero -dijo.

El vestíbulo estaba fresco y sereno, pintado con tonos suaves y adornado con plantas verdes. En el aire sonaba una música tranquila. La recepcionista lo recibió con una sonrisa cálida.

– Señor Martin, no lo esperábamos hoy. Qué agradable sorpresa que visite el Delaford.

– No tengo reserva. Me encontraba por la zona y pensé en venir para comprobar si tenían habitación.

La recepcionista miró en la pantalla de su ordenador.

– Disponemos de dos suites y de varias habitaciones de lujo. ¿Cuál preferiría?

– La suite. Por una semana, si es posible -sacó la tarjeta de crédito y se la entregó-. Espero que pueda ayudarme. Busco a… Darcy. ¿La conoce?

– ¿A la señorita Scott?

– Alta, morena, muy bonita. Unas piernas estupendas.

La joven asintió.

– Es ella.

– Sí, la señorita Scott -dijo Kel-. Darcy Scott -notó el nombre del hotel detrás de la recepción. Delaford Resort & Spa. Hotel Propiedad de A. Scott.

– Claro que la conozco. ¿Quiere que la llame para hablar con ella?

– No -decidió aguardar hasta el siguiente encuentro-. Pero me gustaría saber cómo ponerme en contacto con ella si fuera necesario.

– Simplemente, llame a recepción y pida hablar con la directora.

– La directora -repitió Kel. La hermosa, sexy y fascinante Darcy Scott era la directora del Delaford. No había esperado eso. Señaló el letrero-. ¿Su marido es el propietario del hotel? -era una forma torpe de obtener información, pero tenía que conocer la situación.

– Oh, no -indicó la recepcionista-. Sam Scott es el padre de Darcy. Darcy no está casada -unos momentos después, le entregó la llave-. Le he asignado la Suite Bennington. Dispone de una terraza preciosa que da al lago. Sólo suba hasta la segunda planta y siga los letreros. El botones le llevará las maletas, y si no le importa, haré que nuestra directora de servicios para los huéspedes vaya a verlo por si quiere encargar algún servicio especial.

Aunque un masaje sería estupendo para aliviar el dolor constante en el hombro y un prolongado baño en el jacuzzi sonaba a gloria celestial, tenía otras prioridades. No estaba allí para cuidar su salud; sino para obtener paz mental. Y la única persona que podía proporcionársela era Darcy Scott.

– Estoy seguro de que disfrutaré de mi estancia aquí -comentó con una sonrisa…

Capítulo Dos

Darcy entró en la página web de Inmobiliaria Lake Country y navegó hasta las fotografías de la casa de cuatro dormitorios y tres cuartos de baño junto al Crystal Lake. Releyó la descripción como había hecho tantas veces en las últimas semanas. Un porche ancho que rodeaba toda la casa, un mirador victoriano que daba al lago, un cobertizo para botes original. Pero ni siquiera los pensamientos de comprar su hogar de ensueño podían desterrar de su cabeza a Kel Martin.

En el momento en que la había tocado, se había dado cuenta de que nunca lo había olvidado. Para ella no era más que un desconocido, pero si la tomaba de la mano y la conducía al dormitorio, le costaría mucho negarle algo.

¿Cómo un hombre podía tener un ascendente tan increíble sobre ella? ¿Era por Kel Martin o por la soledad? Mientras estuvo prometida, apenas había pensado en él.

Se pasó una mano por el pelo y tuvo que reconocer que no era del todo cierto. Había habido más de una ocasión en que se había sorprendido reviviendo aquella noche.

Con un suspiro frustrado, volvió a dedicar su atención a la inmobiliaria. Kel Martin era parte de su pasado. Esa casa representaba su futuro.

Se hallaba casi frente al Delaford, al otro lado del lago.

– West Blueberry Lane -musitó. En unos meses, esa dirección podía ser suya… si hacía acopio de valor para realizar una oferta por la propiedad.

Los dos años que llevaba en el hotel, había estado viviendo en una suite, sin saber jamás el tiempo que iba a quedarse. Pero había llegado el momento de forzar la mano de su padre. O bien el trabajo en el Delaford era definitivamente para ella o bien no lo era… y en el primer caso, iba a realizar algunos cambios importantes en su vida. Pensaba comprar una casa y echar raíces.

Se acabó pensar que el Príncipe Encantado la esperaba a la vuelta de la esquina y supeditar sus esperanzas a eso. Cerró los ojos y pensó en Kel Martin.

Sí, era atractivo y habían pasado juntos una noche increíble e inolvidable. Pero ya era cinco años mayor y mucho más lista. Una noche de pasión jamás podría garantizar una vida de felicidad, sin importar lo tentadora que fuera la fantasía.

La puerta de su despacho se abrió y giró en el sillón. Amanda estaba en el umbral, jadeante. Cerró a su espalda y se apoyó contra la superficie de la puerta. Se abanicó la cara con la mano y respiró hondo.

– Adivina quién está en la recepción.

– ¿Mi padre? -sintió un nudo nervioso en el estómago. Aún no estaba preparada para él.

– ¡No! -exclamó Amanda-. ¡Inténtalo de nuevo!

Se sintió aliviada.

– No lo sé. ¿Arnold?¿J.Lo.? ¿Madonna? Recibimos a demasiados famosos. Las celebridades ya no me impresionan. Lo sabes.

– Kel Martin. Ya sabes, el chico que vimos hoy en la chocolatería. Planea quedarse una semana.

Darcy se levantó casi de un salto.

– No le habrás dado una habitación.

– Claro que no. Lo hizo Olivia. Está en la recepción.

– No, no, no -gritó, retorciéndose las manos-. No puede quedarse aquí. Tienes que volver y decirle a Olivia que ha cometido un error. No hay habitaciones; esperamos un grupo enorme. Tendrá que encontrar otro sitio en el que quedarse.

– ¿Y por qué voy a hacer eso? Esta semana tenemos dos bonitas suites vacías. Su dinero es tan bueno como el de cualquiera. Además, tendremos el placer de volver a mirar esa cara magnífica durante siete días y siete noches.