En los brazos del deseo

En los brazos del deseo (1993)

Título Original: A rising passion (1990)

Capítulo 1

Eran más de las ocho de la noche cuando Kasey se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta del apartamento en el que vivía con una amiga. ¿Quién podría ir a verla a esa hora un sábado por la noche? Todos los conocidos que tenía en Sydney estarían en ese momento disfrutando del fin de semana.

Se retiró del rostro un mechón de pelo y miró desalentada su vieja camiseta y los raídos pantalones vaqueros. Aquella Kasey Beazleigh no tenía mucho que ver con la prometedora joven modelo Katherine Claire Beazleigh.

Atravesó la habitación y se asomó por la mirilla; al ver quién era, casi se le doblaron las piernas. Abrió la puerta rápidamente.

– ¡Hola Kasey! No esperaba encontrarte en casa un sábado por la noche -el visitante parecía nervioso-. Iba a esperar hasta mañana, pero… ¿Puedo pasar?

Kasey se apartó para dejarlo entrar, convencida de que estaba soñando.

– ¿Cómo estás? -la miró con atención mientras ella cerraba la puerta.

– Bien.

Kasey no podía dar crédito a lo que veía. Greg estaba allí. Por fin había ido a verla. Debía haber ido a decirle que había roto su compromiso con Paula. Eso debía ser.

Una oleada de alborozo la invadió mientras le tendía la mano.

– ¿Qué estás haciendo en Sydney?

Greg le estrechó la mano efusivamente.

– ¡Ah, Kasey, no sabes cuánto me alegro de verte! Ha sido un infierno estar sin ti todos estos meses -sacudió la cabeza y se sonrojó-. Tenía que venir… tenía que verte otra vez. He estado sentado en el bar de aquí abajo desde las seis, tratando de hacer acopio de valor para venir a verte. Me siento tan culpable por la forma en que nos separamos -tragó saliva-. ¡Pero, por Dios, Kasey, no me mires así!

La atrajo hacia él y la estrechó en sus brazos; buscó con sus labios los de ella y la besó con desesperación.

A Greg le sabía la boca a cerveza y Kasey retrocedió. Había soñado con ese momento durante tres largos meses. Tres miserables, solitarios meses. Desde que Greg le había dicho que se había comprometido con Paula Wherry.

Al principio, cuando se lo había dicho, Kasey había pensado que era una broma y entre risas había expresado su incredulidad. Paula sólo tenía dieciocho años, cuatro menos que Kasey, y por lo que ésta sabía, Greg apenas la conocía.

Pero Greg se lo había explicado todo. Era un hombre ambicioso y algún día le gustaría ser propietario de una granja. No podría lograrlo si seguía trabajando en Akoonah Downs, la propiedad del padre de Kasey. No era que no agradeciera todo lo que aquel hombre había hecho por él, pero sabía que Akoonah Downs pertenecería a la larga al hermano de Kasey, Peter, de modo que no había sitio en la granja para él. Sin embargo, Henry Wherry, el dueño de Winterwood, tenía setenta años y Paula era su única hija.

Kasey había recibido la noticia, consternada. Su vida siempre había estado vinculada a la de Greg Parker. Herida y desconcertada, le había costado creer que su felicidad se hubiera roto en mil pedazos en tan poco tiempo.

Lo peor de todo había sido tener que guardarse todo el dolor, ya que su orgullo le había impedido confesarle a su familia lo mal que se encontraba.

Claro que había notado que su padre y Jessie, el ama de llaves que había hecho las veces de madre de Kasey, la miraban con preocupación, pero ella había conseguido aparentar indiferencia. Sin embargo, desde el primer momento, había sabido que no era capaz de soportar de manera indefinida la tensión de fingir alegría.

De modo que había tenido que escapar a la ciudad, diciéndole a su padre que había decidido aceptar la oferta de empleo que había recibido unos meses antes. La madre de una compañera de colegio dirigía una agencia de modelos y siempre le había dicho a Kasey que sería una modelo perfecta, por su estatura y su aspecto.

Kasey era alta; sabía que su melena rojiza y sedosa era un marco excelente para su rostro impecable, cuya tez marfileña era la envidia de todas sus amigas. Sus ojos verdes armonizaban a la perfección con el color de su pelo.

– Oh, Kasey, es maravilloso tenerte en mis brazos -susurró Greg, acariciándole la espalda por debajo de la camiseta.

– Greg -musitó Kasey.

– Déjame abrazarte, mi amor. He estado pensando en ti todos estos meses. ¿Por qué te fuiste sin despedirte de mí?

– ¿Por qué? Pero, Greg, ¿cómo podía quedarme después de lo que me dijiste?

– Kasey, cariño, no quería hacerte daño -la miró con sus enormes ojos azules-. Sé que no debería estar aquí. Todo el mundo cree que estoy en la feria de ganado. Pero te he echado de menos terriblemente. Tenía que verte.

– ¡Oh, Greg! Yo también te he echado de menos. Abrázame fuerte.

Greg volvió a besar a la joven en los labios. Kasey le devolvió el beso con todo el ardor de sus tres meses de soledad, con toda su ansiedad y su nostalgia.

La pasión iba en aumento y aunque algo le advertía a Kasey que no debía dejarse llevar por aquel sentimiento, se negaba a ser prudente. Estaba con Greg, el hombre al que había amado toda su vida.

Sin saber cómo, llegaron a la habitación, sin embargo, en cuanto se tumbó en la cama, recobró algo de cordura.

– Greg… no, no podemos… -susurró con voz trémula.

Greg le quitó la camiseta y trazó un camino de besos por la cremosa piel de Kasey.

– Qué piel tan suave, Kasey. ¡He soñado tantas veces con este momento! -buscó con ansiedad el broche del sostén.

– Yo también -murmuró ella, se incorporó un poco y dejó sus senos al descubierto.

Greg se apoderó de uno de sus senos y la miró con ojos encendidos de pasión.

– ¿De verdad?

– Ya sabes que desde niña he deseado casarme contigo -dijo ella con una lánguida sonrisa, hundiendo los dedos en los cabellos rubios de su compañero.

Greg desvió rápidamente la mirada.

– ¿Grez? -Kasey frunció el ceño-. ¿Qué te pasa? Me… me quieres, ¿no?

– Lo sabes. Siempre te he querido.

Kasey se tranquilizó y cogió el rostro de Greg entre las manos.

– ¿Cuánto tiempo puedes quedarte? -Hizo una pausa y volvió a fruncir el ceño-. ¿Por qué le has dicho a todo el mundo que ibas a la feria de ganado? Sin duda…

Un frío terrible se apoderó de su corazón cuando Greg volvió a desviar la mirada, con expresión de culpabilidad.

– ¿Greg?

– Dejemos de hablar, Kasey -murmuró él-. Te deseo tanto…

Exploró con los labios los pechos femeninos y un relámpago de deseo sacudió a la joven; un relámpago de deseo que se desvaneció de inmediato cuando comprendió el significado del carácter furtivo de su visita.

– Greg… ¿qué…? -estaba asqueada-. ¿Tú y Paula estáis…? No has roto el compromiso con Paula, ¿verdad? -logró decir por fin, suplicándole con los ojos que desmintiera sus sospechas.

Greg no contestó; el sonido distante de un claxon en la calle pareció ensordecedor en el silencio reinante.

– ¿Has roto con ella, Greg?

Greg lo negó con la cabeza.

– Pero… -Kasey suspiró-, no entiendo nada.

– Kasey, tengo que casarme con Paula.

Kasey volvió a ponerse la camiseta para ocultar su desnudez.

– ¿Entonces a qué has venido, Greg? -logró preguntar con voz trémula por el dolor y la indignación.

– Porque tenía que verte; porque…

Kasey se levantó, se paró delante de Greg y le dirigió una mirada acusadora.

Greg se sentó lentamente y apoyó la cabeza entre las manos.

– Sigues comprometido con Paula… -Kasey se abrazó en un gesto de autoprotección instintiva-. ¡Pero has venido aquí y hemos estado a punto de hacer el amor!

– Perdóname, Kasey -Greg se levantó de la cama e intentó acercarse a ella, pero Kasey lo apartó.

– ¿Y si hubiéramos llegado a hacer el amor? -preguntó la joven con voz glacial.

– Kasey…

– ¿Cuándo te vas a casar con Paula?

– A finales de noviembre.

Kasey sabía que su expresión delataba su dolor y su humillación, pero era incapaz de disfrazarla.

Greg se apartó de ella con un movimiento brusco.

– Kasey, lo siento. No debería haber venido. Pensaba que podía visitarte, verte y sólo… he sido un estúpido -dio un par de pasos y exhaló un suspiro desgarrador-. Kasey…

Kasey se apartó de él; Greg salió de la habitación y después de unos segundos interminables la joven oyó que abría la puerta del apartamento y la volvía a cerrar. Greg se había ido para siempre.

Durante un largo y angustioso momento, Kasey permaneció inmóvil; luego corrió hacia el cuarto de baño con unas ganas terribles de vomitar. Se refrescó la cara y se dirigió tambaleante a la sala, agotada y, sin embargo, extrañamente serena.

Permaneció parada en medio de la habitación. Tenía el rostro bañado en lágrimas. Había visto renacer sus esperanzas, y las había visto también morir en cuestión de segundos. ¿Cómo podía haberle hecho eso Greg?

Kasey se había enamorado de Greg desde la primera vez que se habían visto, cuando ella era una tierna criatura de ocho años y él ya un joven de dieciséis. Llamar su atención había sido el primer objetivo de su joven vida.

Greg había ido a Akoonah Downs, la granja del padre de Kasey, en busca de trabajo. Era de la misma edad de Peter, el hermano de la chica, y el señor Beazleigh tenía necesidad de trabajadores, de modo que le había contratado. Kasey se dedicaba a seguir a Peter y a Greg por toda la granja, cabalgando, reuniendo el ganado, reparando cercados… había llegado a ser tan eficiente como Peter y Greg, para disgusto de Peter y orgullo del padre.

Greg y Peter se habían hecho amigos, y el amor de Kasey por el primero había crecido con ella. Kasey siempre había pensado que se casaría con Greg, vivirían en Akoonah Downs, tendrían muchos hijos y serían eternamente felices.

Se desplomó en un sillón. Greg había sido su vida entera. A Kasey nunca le había interesado otro hombre, ni siquiera cuando estaba en la escuela lejos de la granja.

Eternamente felices. Todo parecía tan fácil cuando tenía diecisiete años.

El dolor le atenazó el corazón. Con paso vacilante, fue hacia el armario en el que su compañera de apartamento guardaba una botella de whisky.

Kasey rara vez bebía. Levantó la botella y la miró. Con actitud desafiante, cogió un vaso, echó dos cubos de hielo y luego vertió el líquido ámbar.

Dio un sorbo al fuerte licor y estuvo a punto de atragantarse. ¡Ugh, sabía horrible! Se enjugó las lágrimas. ¿Y si lo bebía a sorbos pequeños? No, no tenía sentido. Era incapaz de beberse aquel brebaje.

Estaba un poco mareada. Hizo una mueca de fastidio y dejó el vaso en una mesa. Ya había vomitado una vez ese día y obligarse a beber no le serviría de nada.

¿Qué podía hacer, entonces? No podía quedarse allí, encerrada entre las cuatro paredes de su apartamento. Casi sin darse cuenta de lo que hacía, cogió una cazadora y salió a la calle.

Estuvo paseando durante un rato que le pareció interminable, pero cuando consultó el reloj se dio cuenta de que sólo eran las nueve y media. No se había preocupado de adónde la llevaban sus pasos, pero al mirar a su alrededor se dio cuenta de que la calle le resultaba conocida.

Por supuesto. Allí en la esquina estaba el bar de un hotel en el que solía reunirse su compañera de apartamento con su grupo de amigos. Cathy no estaba en la ciudad, pero era posible que alguno de sus amigos estuviera allí. Sin darse tiempo para cambiar de idea, abrió la puerta del bar y entró.

Una vez dentro, Kasey miró a su alrededor en busca de alguna cara conocida.

– ¡Hola! -la saludó una chica de larga melena rubia.

Kasey la reconoció. Era Anna, la prima de su compañera de apartamento. Se abrió paso entre las mesas. Le señalaron una silla vacía y alguien le ofreció una copa, que aceptó con una sonrisa. Con la música y la conversación de las siete personas que estaban reunidas alrededor de la mesa, Kasey no tuvo necesidad de hablar.

Dio otro sorbo a su bebida, disfrutando del sabor dulzón del vino.

El ruido la envolvía como un capullo protector y hasta que no transcurrió un buen rato, no volvió a ser otra vez consciente de sí misma. Miró la bebida que tenía en la mano. ¿Era la primera copa o la segunda? No se acordaba. Lo cierto era que sabía mejor que el whisky.

Observó a la gente que la rodeaba. Anna y su novio. El hermano del novio y una chica morena y otra pareja a la que nunca había visto con el grupo.

Al seguir su recorrido con la mirada, sus ojos se encontraron con otros ojos, muy azules, que la miraban con atención. El corazón le dio un vuelco. Tuvo la sensación de que la habían estado mirando fijamente durante largo rato. Bajó la mirada y después, recobrando su aplomo, la volvió a levantar para observar con más atención al hombre que estaba sentado frente a ella.