Le pareció vagamente conocido. Pero sin duda recordaría su nombre si alguna vez le habían presentado a un hombre tan atractivo.

Tenía el pelo negro. Su barbilla era firme y aunque estaba sentado, Kasey podía adivinar que era alto.

Volvió a levantar los ojos para encontrarse con la mirada del atractivo desconocido y se sonrojó cuando le vio arquear una ceja. Se había dado cuenta del escrutinio al que le había sometido la joven y era evidente que le divertía.

Deliberadamente, Kasey volvió a la contemplación de su bebida. Estaba segura de que el desconocido pensaba que estaba coqueteando con él, provocándolo. ¡Pues le esperaba un gran desengaño! Que pensara lo que le viniera en gana. Ella no tenía ganas de hablar con nadie.

Dio vueltas a su copa y observó el juego de la luz sobre el líquido rosado. Y el rostro de Greg apareció borroso ante sus ojos, recordándole su insultante actitud. ¿Cómo había podido hacerle eso? Greg había sido todo para ella. Había compartido sus años de crecimiento con él, incluso para él había sido su primer beso.

Fue arrastrada por una oleada de tristes recuerdos y la escena, los ruidos del bar se desvanecieron, transportándola a Akoonah Downs, a su lugar favorito: al estanque en el que ella y Greg solían bañarse.


Considerando que estaban en una zona semidesértica, el estanque alimentado por un manantial en medio de altos árboles frondosos parecía una especie de milagro.

Kasey estaba allí con Greg. Habían estado nadando y en ese momento tomaban el sol encima de una roca plana que sobresalía del agua.

– ¿Os lo pasasteis bien en el baile? -preguntó Kasey.

– ¿El baile? Oh, sí, estuvo bien. Como de costumbre.

Kasey se abrazó las largas y delgadas piernas. Había sido un fastidio en su adolescencia ser tan alta y delgada y tener el pelo tan rojo.

Era una joven de rostro alargado, su nariz, salpicada de pecas, era pequeña y un poco respingona. Pestañas oscuras, no demasiado largas, rodeaban sus grandes ojos y sus labios se curvaban en una expresión de regocijo permanente.

Pero Kasey era totalmente inconsciente de su hermosura; en ningún momento habría podido imaginar que su tez y sus facciones conformaban una combinación llamativa que le permitiría alcanzar un éxito casi meteórico en el mundo de la moda.

– ¿Por qué no volvisteis anoche a la granja?

– Bebimos algunas copas, por eso decidimos quedarnos en el pueblo.

– ¿Dónde os quedasteis? ¿En el hotel?

– Pues… no. Con unos amigos.

Kasey alzó la mirada.

– ¿Amigos… o amigas?

Greg pareció turbarse.

– Nos quedamos con… con los Carson. Ya sabes, los de la tienda de comestibles -dijo en tono gruñón.

Los Carson tenían un hijo de la edad de Peter y Greg, y cuatro hijas, todas mayores que Kasey. Ninguna de ellas era pelirroja.

– Han sido muy amables dejándonos dormir allí -añadió Greg, y Kasey asintió con desgana.

– Lo que pasa es que las chicas Carson son todas tan… bien… tan…

Greg soltó una carcajada.

– Sí, ¿verdad? Creo que Peter está medio enamorado de Jenny.

– No pensará casarse con ella, ¿verdad? -preguntó Kasey, consternada.

– No creo que Peter esté dispuesto a sentar cabeza todavía -la tranquilizó Greg-. A Peter le gusta demasiado flirtear con las chicas.

– ¿Y a ti? ¿No te gusta?

Greg se encogió de hombros.

– A veces.

– ¿Haces el amor con esas chicas?

– ¡Por Dios, Kasey, haces cada pregunta!

– Bien… ¿y las besas?

– Sólo responderé en presencia de mi abogado -bromeó Greg, para ocultar su turbación. Kasey guardó silencio y se mordió el labio.

– Greg, ¿te gustaría besarme? -preguntó por fin y él la miró escandalizado.

– Kasey, una chica no puede pedir eso.

– ¿Por qué no?

– Porque no. Al menos no con palabras. ¿Nadie te lo ha dicho?

– No -Kasey se encogió de hombros-. Nunca me han besado y me gustaría saber lo que se siente. Quiero que tú seas el primero en besarme, Greg.

– Kasey… No se hace así. Debes querer besar a alguien porque es especial. No sólo porque…

– Tú eres especial, Greg. Ya deberías saberlo.

Kasey se inclinó hacia él, apoyó las manos en sus hombros y posó su boca en la suya.

Los labios de Greg eran frescos, recordó. Había deseado besarlo durante tanto tiempo que la realización del deseo fue casi una decepción. Pero, a fin de cuentas, la inexperiencia de ella era absoluta.

– ¿Te ha gustado? -preguntó la chica con inquietud y él se sonrojó.

– Kasey, yo… pues… no sé qué decir, excepto que no debes besar a un chico sólo porque te apetezca. Pueden malinterpretarte.

– No te preocupes, sólo me apetece besarte a ti.

Greg masculló algo ininteligible.

– ¿Podemos hacerlo otra vez? -Greg retrocedió.

– ¡Kasey esto es una locura! Tu padre me torcería el cuello si se enterara.

– No tiene por qué enterarse -dijo Kasey con suavidad, al advertir un cambio en el tono de voz del joven y dándose cuenta de que comenzaba a ceder.

La segunda vez fue él quien la besó, movió los labios sobre los de ella con suavidad, con la lengua instó a la joven a que abriera la boca. Kasey se tensó antes de ceder con un suspiro. Aquello se parecía más al beso que había soñado y una deliciosa excitación aleteó en su estómago.

De repente, la intensidad del beso se tomó amedrentadora para la inexperta chica y Greg lo advirtió y se apartó.

– ¿Lo ves, Kasey? No puedes participar en juegos de adultos. Tienes que entenderlo -dijo él con tono de fastidio.

– Lo siento -murmuró la joven-. No es que no me haya gustado. Lo que pasa es que me he asustado. No estaba preparada -se sentía como una estúpida-. Supongo que no soy como el tipo de chicas a los que sueles besar, ¿verdad?

Greg la alzó la barbilla con un dedo.

– No pienses eso. Eres la chica ideal. Pero no adelantes los acontecimientos. Espera a crecer un poco más.

– ¡Pero se tarda tanto en crecer! -suspiró ella.

Greg sonrió.

– No tanto; ya verás -se puso de pie y le ofreció una mano para ayudarla a incorporarse-. Ya es hora de que volvamos. Y lo mejor será que olvidemos lo sucedido, ¿de acuerdo?

Ella lo miró a los ojos, diciéndole en silencio que eso sería imposible.

– A tu padre no le gustaría enterarse de lo que ha pasado -le dijo Greg-. De modo que nos controlaremos al menos durante unos años -le acarició la mejilla y ella no pudo descifrar la expresión de sus ojos-. Delante de los demás nos comportaremos como si no hubiera pasado nada. ¿Me entiendes?


Greg la siguió tratándola como a una hermana menor, aunque en ocasiones, ella lo descubría mirándola con cierta intensidad y Kasey temblaba de felicidad, resignada a dejar que él marcara el ritmo de su relación.

¡Relación! ¿Qué relación?, se dijo Kasey con desdeñosa ironía. Había ido a la escuela superior que su padre le había indicado, convencida de que al volver, adulta ya, Greg admitiría que la amaba y le pediría que se casaran.

Pero nunca había sospechado que durante todo aquel tiempo Greg había estado pensando en casarse con Paula.

Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Suspiró y volvió a ser consciente del lugar en el que se encontraba. El desconocido que estaba frente a ella continuaba mirándola. ¿La había estado observando durante todo aquel tiempo? ¿Se habría dado cuenta del dolor que la embargaba?

Se obligó a volverse hacia el joven que estaba a su lado para entablar conversación. Pero por el rabillo del ojo observó que el hombre que estaba sentado frente a ella se levantaba y se dirigía hacia la barra.

En efecto era alto, observó al seguirle con la mirada.

Al poco rato, volvió a la mesa con dos copas y dejó una delante de Kasey. Ella lo miró, deseando poder rechazar la copa, pero no deseaba crear una situación molesta. Además, el resto del grupo les estaba observando con curiosidad.

Kasey dio un sorbo a la bebida y luego miró asombrada al desconocido. El líquido incoloro, efervescente, era una simple limonada. ¿Pensaría aquel tipo que había bebido demasiado? ¡Qué insolente!

– Nos vamos a conocer la discoteca que acaban de inaugurar -dijo Anna, apartando su silla-. ¿Quieres acompañarnos? -le preguntó a Kasey.

Kasey estaba terriblemente cansada. En aquel momento lo único que le apetecía era el olvido que le proporcionaría el sueño. Se puso de pie y tuvo la desagradable sensación de que todo le daba vueltas.

– ¿Vienes con nosotros? -insistió Anna, mirando a Kasey.

– No, esta noche no, gracias -Kasey sacudió la cabeza y al momento se arrepintió de haberlo hecho. Volvió a sentarse lentamente-. Me terminaré el refresco y me iré a casa. Gracias de cualquier manera.

– Está bien -los demás comenzaron a irse.

– ¿Y tú, Jordan? -preguntó alguien.

– Esta noche no -contestó y se sentó al lado de Kasey-. Te llevaré a tu casa -dijo con una voz profunda y seductora.

– No hace falta. Y puedes estar seguro de que no estoy borracha -Kasey lo miró y tuvo que admitir que de cerca aquel hombre era más atractivo. Dio otro sorbo a su limonada para disimular su turbación.

Limonada. Odiaba su sabor dulzón. Además, aquel hombre ni siquiera le había preguntado si era eso lo que le apetecía. Pasó un camarero cerca de la mesa y le pidió un whisky.

– ¿No crees que ya has bebido demasiado? -preguntó Jordan.

– No -replicó Kasey-. Y no me gusta la limonada.

Miró de soslayo a Jordan. Este mantenía fija la mirada en la copa medio llena que sostenía en la mano. Era una mano fuerte, morena, con largos dedos vigorosos.

– Supongo que ahora me saldrás con el sermón de que el alcohol mata las neuronas y destroza el hígado.

– No. Parece que eso ya lo sabes.

Llegó la bebida de la joven y Jordan la pagó antes de que Kasey encontrara el dinero en su bolso.

Kasey dio un trago al whisky y se atragantó. ¡Ugh! ¡Qué brebaje infame! ¿Cómo podía beber esas cosas la gente?

– Si lo que estás intentando es ahogar tus penas, puedo asegurarte que mañana tendrás que enfrentarte otra vez a ellas, pero además, con resaca -dijo Jordan.

¿Penas? Jordan no tenía ni idea de lo que ella sufría. ¿Cómo se sentiría él si su vida se hubiera reducido a cero? Los hombres eran todos iguales; egoístas, fríos y crueles. Y además condescendientes, se dijo la joven.

– Esa pócima no disuelve las penas -insistió el hombre, señalando el whisky.

– Por… por lo menos no pensaré en ellas esta noche -replicó Kasey con estudiado cinismo y se obligó a beber otro trago.

– Quizá te aliviaría hablar sobre el asunto.

Kasey soltó una carcajada amarga.

– Lo dudo. Además, no necesito un paño de lágrimas.

– ¿Qué te ha hecho tu novio? ¿Se ha olvidado de llamarte por teléfono?

Kasey se volvió hacia Jordan y abrió la boca, dispuesta a confiar sus cuitas al atractivo desconocido, pero todo le daba vueltas y cerró los ojos.

¿Qué sentido tendría confesarle su problema? ¿Qué podía hacer aquel desconocido? De nada serviría hablar de lo ocurrido. Greg había estado dispuesto a utilizarla para aliviar su deseo. Nada podía evitar que se casara con Paula.

Y de repente comprendió que se esperaría que ella asistiera a la boda. A finales de noviembre, según había indicado Greg. Las bodas eran todo un acontecimiento social en Akoonah Downs. ¿Cómo podría soportarlo? Todo el mundo sabía lo que sentía por Greg. No toleraría las miradas de compasión de sus familiares y vecinos.

Si al menos pudiera aparecer del brazo de un hombre. No cualquiera, ¡sino de su esposo! ¡Sí… un esposo!

Eso le demostraría a todo el mundo lo poco que le importaba la traición de Greg. Al menos así rescataría parte de su abatido orgullo.

– Háblame de tus problemas -la profunda voz de su acompañante irrumpió en los pensamientos de la joven-. Quizá yo podría ayudarte.

– No puedes. Nadie podría. A menos que conozcas a alguien que esté buscando esposa.

Miró al hombre que estaba a su lado. Sus ojos se encontraron y durante algunos segundos se observaron en silencio.

– Curiosamente, yo estoy buscando una -dijo Jordan tranquilamente, sosteniéndole la mirada-. ¿Qué te parezco como candidato?

Capítulo 2

Kasey despertó y dio media vuelta en la cama. Tenía un fuerte dolor de cabeza y un terrible malestar en el estómago.

Abrió los ojos y comprobó horrorizada que aquella no era su cama, ni tampoco eran suyas las sábanas de color salmón que cubrían su cuerpo semidesnudo. Se tapó con la sábana hasta el cuello. Sólo llevaba puestas unas bragas de fino encaje.

Observó azorada la habitación. Paredes de color crema. Una gruesa alfombra ocre. Cortinas grises y lujosos muebles de madera fina.