– Estás bien -le recordó Stevie.

Le dio un abrazo y luego le puso en la mano un pañuelo de papel para que se sonase.

– Lo siento. Creo que no me daba cuenta de lo alterada que estaba. Y luego lo de Matthieu… Estoy muy conmovida…

– Estás en tu derecho -le recordó Stevie-. Ponte a gritar si quieres. Te lo has ganado.

La enfermera se llevó los platos del almuerzo y ellas se quedaron un rato sentadas a la mesa de la cocina. Y luego Stevie le preparó una taza de té de vainilla y se la dio.

– Deberías irte a casa -le recordó Carole-. Alan debe de estar ansioso por verte.

– Vendrá a buscarme dentro de media hora. Te llamaré para hacerte saber lo que ocurre -respondió Stevie nerviosa e ilusionada.

– Disfruta de él. Puedes contármelo mañana.

Carole se sentía culpable por haberse apropiado de una parte tan grande de su tiempo y su vida. Stevie siempre le había dado muchísimo más de lo que era normal o podía considerarse «obligación». Se entregaba en cuerpo y alma a su jefa y a su trabajo, más allá de lo que haría cualquier ser humano.

Stevie se marchó media hora después, al oír que Alan tocaba la bocina dos veces. Mientras salía corriendo por la puerta, Carole le deseó suerte. Tras deshacer la maleta con ayuda de la enfermera, fue a sentarse en su despacho y se puso a mirar por la ventana. El ordenador la esperaba, pero estaba demasiado cansada para tocarlo. Para entonces eran las tres, y en París era medianoche. Estaba molida.

Esa tarde salió al jardín y llamó a sus dos hijos. Chloe, que llegaría al día siguiente, dijo que estaba deseando ver a su madre. Carole pensó que debía descansar esa noche, pero quería adaptarse a la hora de Los Ángeles, así que no se acostó hasta casi las once; para entonces amanecía en París. Carole se durmió tan pronto como su cabeza tocó la almohada. Se quedó atónita al ver que Stevie estaba ya allí a las diez y media del día siguiente. Se despertó cuando ella echó un vistazo en su habitación con una gran sonrisa.

– ¿Estás despierta?

– ¿Qué hora es? Debo de haber dormido doce o trece horas -dijo Carole, desperezándose en la cama.

– Lo necesitabas -dijo Stevie mientras abría las cortinas.

Carole vio al instante que había un diamante en su mano izquierda.

– ¿Y qué? -dijo, incorporándose con una sonrisa adormilada.

Le dolía la cabeza y esa mañana tenía cita tanto con el neurólogo como con una neuropsicóloga. Trabajaban en equipo con pacientes que habían sufrido lesiones cerebrales. Carole suponía que el dolor de cabeza debía de ser normal tras el cambio de hora y el vuelo. No estaba preocupada.

– ¿Sigues estando libre en Nochevieja? -preguntó Stevie, casi balbuceando de emoción.

– ¿Vas a hacerlo? -preguntó Carole, sonriendo.

– Sí, aunque estoy algo asustada -reconoció Stevie.

Le tendió el anillo para que lo viese. Era una joya antigua con un pequeño y exquisito diamante que le sentaba muy bien. Stevie estaba encantada y Carole se alegraba por ella. Merecía toda la dicha que la vida le diese después de ofrecer tanto amor y consuelo a los demás, en particular a su amiga.

– Iremos a Las Vegas el treinta y uno por la mañana. Alan ya ha hecho una reserva en el Bellagio para nosotros, y también otra para ti.

– Allí estaré impaciente. Oh, Dios mío, tenemos que ir de compras. Necesitas un vestido -dijo Carole, animada e ilusionada.

– Podemos ir con Chloe. Hoy deberías descansar. Ayer tuviste un día muy largo.

Carole se levantó despacio de la cama y se sintió mejor después de tomar una taza de té y unas tostadas. Stevie fue al médico con ella y por el camino hablaron de la boda. El neurólogo dijo que Carole estaba muy bien y le aconsejó que se lo tomara con calma. Se quedó atónito al darle un vistazo a su historial y leer el informe de la doctora de París, que había hecho un resumen final en inglés para él.

– Es usted una mujer afortunada -le dijo.

Le pronosticó que tendría fallos de memoria durante un período de entre seis meses y un año, que era lo que le habían dicho también en París. El médico no la entusiasmó; prefería a la doctora de París. Sin embargo, no tenía que volver a visitarle hasta un mes después, solo para una revisión. Entonces harían otro TAC como simple medida de control. Además, continuaría haciendo rehabilitación.

El médico que impresionó favorablemente tanto a Carole como a Stevie fue la neuropsicóloga a la que Carole visitó en la misma consulta justo después del neurólogo, un hombre metódico, preciso y muy seco. La neuropsicóloga entró en la sala de exploración para visitar a Carole con la energía de un rayo de sol. Era menuda y delicada. Tenía unos grandes ojos azules, pecas y el pelo de color rojo intenso. Parecía un duendecillo y era muy despierta.

Al entrar se presentó sonriente como la doctora Oona O'Rourke. Era una irlandesa de pura cepa y se notaba en su acento. Carole sonrió al mirar a la doctora, que se subió de un salto a la mesa con su bata blanca y miró a las dos mujeres sentadas frente a ella. Stevie había entrado en la sala de exploración con Carole para prestarle apoyo moral y aportar datos que pudiese haber olvidado o ignorase.

– Bueno, tengo entendido que echó a volar por un túnel de París. Estoy impresionada. ¿Cómo fue?

– No demasiado divertido -comentó Carole-. No era precisamente lo que tenía pensado para mi viaje a París.

Entonces la doctora O'Rourke echó un vistazo a sus gráficas de evolución, comentó la pérdida de memoria y quiso saber cómo iba.

– Mucho mejor -dijo Carole abiertamente-. Al principio fue bastante raro. No tenía ni idea de quién era yo ni de quiénes eran los demás. Mi memoria había desaparecido por completo.

– ¿Y ahora?

Los brillantes ojos azules lo veían todo y su sonrisa era cálida. La doctora era un elemento añadido que no habían tenido en París, pero el nuevo neurólogo de Carole en Los Ángeles opinaba que el factor psicológico era importante y se requerían como mínimo tres o cuatro visitas con ella, aunque Carole se estaba recuperando.

– Mi memoria ha mejorado mucho. Aún tengo lagunas, pero no son nada comparadas con la amnesia que tenía cuando desperté.

– ¿Ha sufrido ataques de ansiedad? ¿Tiene dificultades para conciliar el sueño? ¿Dolores de cabeza? ¿Comportamiento extraño? ¿Depresión?

Carole respondió de forma negativa a todo, a excepción del leve dolor de cabeza que había tenido ese día al despertar. La doctora O'Rourke coincidió con Carole en que se estaba recuperando sumamente bien.

– Parece que tuvo mucha suerte, si puede llamarse así. Esa clase de lesión cerebral puede ser muy difícil de pronosticar. La mente es algo extraño y maravilloso, y en ocasiones pienso que lo que hacemos es más arte que ciencia. ¿Tiene previsto volver a trabajar?

– Durante un tiempo no. Estoy trabajando en un libro y pensaba empezar a mirar guiones en primavera.

– Yo no me precipitaría. Puede que se sienta cansada durante un tiempo. No se pase con el esfuerzo. Su cuerpo le dirá qué está preparado para hacer y puede que se vuelva en su contra si usted se pasa. Podría volver a tener fallos de memoria si trabaja demasiado.

Esa perspectiva impresionó a Carole y Stevie le dedicó una mirada de advertencia.

– ¿Le preocupa algo más? -preguntó.

– La verdad es que no -respondió Carole después de pensarlo un poco-. A veces me asusta lo cerca que estuve de morir. Aún tengo pesadillas.

– Eso me resulta lógico.

Entonces Carole le contó el ataque en el hospital por parte del terrorista suicida superviviente, que había vuelto para matarla.

– Me parece que lo ha pasado muy mal, Carole. Creo que debería tomárselo con calma durante un tiempo. Dese la oportunidad de recuperarse tanto del shock emocional como del traumatismo físico. Lo ha pasado fatal. ¿Está casada?

– No, soy viuda. Mis hijos y mi ex marido vendrán a pasar la Navidad -dijo contenta, y la doctora sonrió.

– ¿Alguien más?

Carole sonrió.

– Recuperé un antiguo amor en París. Vendrá justo después de las fiestas.

– Estupendo. Diviértase, se lo ha ganado.

Charlaron durante un rato más y luego la doctora le recomendó algunos ejercicios para mejorar su memoria que parecían interesantes y divertidos. Cuando salieron de la consulta Stevie y Carole comentaron lo alegre, animada y llena de vida que resultaba la neuropsicóloga.

– Es guapa -comentó Stevie.

– Y lista -añadió Carole-. Me cae bien.

Le daba la impresión de que podía preguntarle o decirle cualquier cosa si ocurría algo raro. Incluso había preguntado si podía hacer el amor con Matthieu. La doctora O'Rourke dijo que no había problema y luego le advirtió que debía utilizar preservativos, por lo que Carole se ruborizó. Hacía mucho tiempo que no tenía que preocuparse por eso. La doctora O'Rourke comentó con su traviesa sonrisa que solo le faltaba coger una enfermedad de transmisión sexual después de lo mal que lo había pasado. Carole estuvo de acuerdo y se echó a reír, sintiéndose casi una cría de nuevo.

Al salir de la consulta se sintió aliviada de tener una doctora a la que acudir si acusaba los efectos del accidente de forma distinta ahora que estaba en casa. Sin embargo, hasta el momento se estaba recuperando y se encontraba bien. Tenía muchas ganas de pasar las fiestas con su familia y de asistir a la boda de Stevie, dos acontecimientos que prometían ser divertidos.

Cuando regresaban de la consulta, Carole insistió en parar en Barney's para mirar el vestido de novia de Stevie. Esta se probó tres y se enamoró del primero. Carole se lo compró como regalo de boda, y encontraron unos Manolo Blahnik de raso blanco en la planta principal. El vestido era largo y realzaba la escultural figura de Stevie. Se casaría de blanco. Habían encontrado un vestido verde oscuro para Carole. Era corto, sin tirantes y del color de las esmeraldas. Dijo que se sentía como la madre de la novia.

Chloe no llegaría hasta las siete de la tarde, así que disponían de unas horas para prepararlo todo. En el último momento, cuando Stevie ya salía a buscarla, Carole decidió ir con ella. Se marcharon a las seis. La floristería había entregado a las cinco un árbol de Navidad, decorado por completo, y de pronto el ambiente de la casa se había vuelto navideño.

De camino hacia el aeropuerto volvieron a hablar de la boda. Stevie estaba muy ilusionada, y también Carole.

– No puedo creer que esté haciendo esto -dijo Stevie por enésima vez ese día.

Carole le sonrió. Ambas sabían que era lo correcto y Carole volvió a decirlo.

– No estoy loca, ¿verdad? ¿Y si al cabo de cinco años no lo soporto?

Stevie era una vorágine de emociones.

– No será así y, si ocurriera, hablaremos de ello entonces.

Y no, no creo que estés loca. Es un buen hombre y te quiere y tú le quieres a él. ¿Se toma bien lo de no tener críos? -preguntó Carole preocupada.

– Dice que sí. Dice que conmigo tiene bastante.

– Todo saldrá bien -dijo Carole.

Cuando bajaban del coche sonó su teléfono móvil. Era Matthieu.

– ¿Qué haces? -preguntó en tono alegre.

– Estoy en el aeropuerto para recoger a Chloe. Hoy he visto al médico y dice que estoy muy bien. Además, de camino a casa hemos encontrado un vestido de boda para Stevie.

Resultaba divertido compartir sus actividades con él. Después de la pesadilla de París, cada minuto parecía un regalo.

– Me estás preocupando. Haces demasiadas cosas. ¿Te ha dicho el doctor que podías o tienes que descansar?

En París eran casi las cuatro de la mañana. Matthieu se había despertado y decidió llamarla. Carole parecía estar demasiado lejos. Le encantaba oír su voz. Sonaba ilusionada y joven.

– Ha dicho que no tengo que visitarle de nuevo hasta dentro de un mes.

Carole se acordó de pronto de cuando estaba embarazada y apartó el pensamiento de su mente. La entristecía demasiado. Por aquel entonces Matthieu solía besar el vientre de Carole a medida que crecía y le preguntaba siempre lo que le había dicho el médico. Incluso la acompañó a una de las visitas para escuchar el latido del bebé. Juntos habían sufrido mucho, en especial después del aborto y cuando murió la hija de él. Matthieu y ella tenían una historia que les unía incluso ahora.

– Te echo de menos -le dijo él de nuevo, como el día anterior.

Carole había permanecido quince años ausente de la vida de Matthieu y, ahora que había vuelto, cada día se le hacía interminable sin ella. Tenía unas ganas enormes de ir a verla. Al día siguiente se marcharía a esquiar con sus hijos y prometió llamarla desde allí. Le habría gustado que Carole pudiese acompañarles, aunque no estuviese en condiciones de esquiar. Ella nunca llegó a conocer a sus hijos y Matthieu quería que lo hiciese ahora. Para Carole sería una experiencia agridulce. Mientras tanto, estaba deseando pasar más tiempo con sus propios hijos.