Stevie y ella esperaron a que Chloe pasase por la aduana. La joven sabía que Stevie acudiría al aeropuerto, pero se quedó atónita al ver a su madre.

– ¡Has venido! -dijo pasmada, echándole los brazos al cuello-. ¿No es una imprudencia? ¿Te encuentras bien?

Chloe parecía preocupada pero encantada, por lo que Carole se sintió doblemente satisfecha de haber acudido. El esfuerzo ciertamente mereció la pena para ver esa expresión de Chloe de sorpresa, alegría y gratitud. La muchacha disfrutaba plenamente del amor de su madre, que era justo lo que Carole había querido.

– Estoy perfectamente. Hoy he visitado al médico. Puedo hacer lo que quiera, dentro de lo razonable, y me ha parecido que venir aquí lo era. Estaba impaciente por verte -dijo mientras rodeaba la cintura de su hija con el brazo.

Stevie fue a buscar el coche. Carole aún no conducía ni tenía previsto hacerlo durante algún tiempo. Los médicos no querían que lo hiciese y ella tampoco se sentía con ánimos de afrontar el difícil tráfico de Los Ángeles.

En el camino de regreso desde el aeropuerto las tres mujeres se pusieron al día y Carole le contó a Chloe los planes de boda de Stevie. La chica se alegró mucho por ella. Conocía a Stevie desde hacía muchos años y la quería como si fuese una hermana mayor.

Cuando llegaron a casa Stevie las dejó a solas. Chloe y su madre se sentaron en la cocina. La joven había dormido en el avión, así que estaba completamente despierta. Carole le preparó unos huevos revueltos y después tomaron helado. Cuando se acostaron era casi medianoche. Al día siguiente salieron de compras. Carole aún no tenía ningún regalo para nadie. Disponía de dos días para comprarlos. Ese año la Navidad iba a ser parca, aunque buena.

Al final del día había comprado todo lo que necesitaba en Barney's y Neiman's, para Jason, Stevie y sus dos hijos. Acababan de cruzar la puerta cuando la llamó Mike Appelsohn.

– ¡Has vuelto! ¿Por qué no me llamaste? -preguntó dolido.

– Solo llevo aquí dos días -se disculpó ella-, y Chloe llegó anoche.

– He llamado al Ritz y me han dicho que habías dejado el hotel. ¿Cómo te sientes?

Todavía estaba preocupado por ella. No podía olvidar que solo un mes atrás se hallaba a las puertas de la muerte.

– ¡Estupendamente! Un poco cansada, aunque lo estaría de todos modos por el desfase horario. ¿Cómo estás tú, Mike?

– Ocupado. No me gusta nada esta época del año.

Mike le dio conversación durante unos minutos y luego abordó el motivo de su llamada:

– ¿Qué haces en septiembre del año que viene?

– Ir a la universidad. ¿Por qué? -bromeó ella.

– ¿De verdad? -preguntó él sorprendido.

– No. ¿Cómo voy a saber lo que haré en septiembre? Ya estoy contenta de estar aquí ahora. Casi no lo cuento.

Ambos sabían lo cierto que era eso.

– No me lo digas. Ya lo sé -dijo él.

Carole aún se sentía conmovida por el viaje de Mike a París para verla. Nadie más que él habría viajado desde Los Ángeles para pasar solo unas horas con ella.

– Bueno, niña, tengo un papel fantástico para ti. Te lo advierto: si no haces esta película, abandono.

Mike le dijo quién la hacía y quiénes eran los actores. Ella tenía un papel protagonista con dos actores importantes y una actriz más joven. Carole encabezaría el reparto. Era una película fabulosa con un gran presupuesto y un director con el que ya había trabajado y que le encantaba. Carole no daba crédito a sus oídos.

– ¿Hablas en serio?

– Pues claro que sí. El director empieza a rodar otra película en Europa en febrero. Estará allí hasta julio y no puede empezar esta hasta septiembre. En agosto tiene que poner punto final a la posproducción de la otra, así que tendrías tiempo libre hasta entonces para escribir tu libro, si sigues haciéndolo.

– Sí, ya estoy trabajando en él -dijo ella, encantada por lo que oía.

– Una parte de la película se rodará en Europa, en Londres y París. El resto en Los Ángeles. ¿Qué te parece?

– Hecho a medida para mí.

Carole aún no le había contado lo de Matthieu. Sin embargo, lo que Mike acababa de decir encajaba a la perfección con sus planes actuales de pasar tiempo con Matthieu en París y Los Ángeles. Además, durante el rodaje en Londres podría ver a Chloe.

– Te enviaré el guión. Quieren una respuesta para finales de la semana que viene. Tienen otras dos candidatas por detrás de ti que matarían por hacer la película. Mañana te enviaré el guión por mensajero. Lo leí anoche y es genial.

Carole confiaba en él. Siempre le decía la verdad y, además, tenían gustos parecidos para los guiones. Solían gustarles los mismos.

– Lo leeré enseguida -prometió Carole.

– En serio, ¿cómo te encuentras? ¿Crees que estarás en condiciones de hacerlo para entonces? -preguntó él, aún preocupado.

– Creo que sí. Cada día me encuentro mejor y el médico de aquí me ha declarado sana.

– No te esfuerces demasiado o lo lamentarás -quiso recordarle Mike Appelsohn.

La conocía demasiado bien. Siempre se esforzaba demasiado; ella era así. Se mataba a trabajar desde el principio de su carrera, aunque en los últimos años se tomaba las cosas con más calma. Sin embargo, sentía que sus motores volvían a acelerarse. Ya se había tomado un descanso bastante largo.

– Lo sé. No soy tan estúpida.

Carole era muy consciente de lo que había pasado y de lo difícil que había sido. Aún estaría convaleciente durante un tiempo, pero de momento no tenía grandes planes. Matthieu y ella podían tomárselo con calma. Además, iba a escribir el libro a su propio ritmo. Ahora contaba con ocho meses antes de tener que volver al trabajo.

– Bueno, niña, con esta película vas a estar otra vez en marcha -dijo él, encantado por ella.

– Eso parece. Estoy impaciente por leer el guión.

– Te va a volver loca -prometió él-. Si no, me comeré mis zapatos.

Eso era mucho decir. Mike era un hombre corpulento y tenía unos pies enormes.

– Te llamaré el día veintiséis.

El día siguiente era Nochebuena, y Jason y Anthony llegarían procedentes de Nueva York.

– Feliz Navidad, Carole -dijo Mike, conmovido.

Ni siquiera podía imaginarse que ella ya no estuviese allí, que todos hubiesen llorado su muerte. No quería ni pensarlo. Habría sido una tragedia para él y para muchos otros.

– Feliz Navidad también para ti, Mike -dijo ella, y colgó.

Durante la cena Carole le contó a Chloe lo del guión y vio que su rostro se ensombrecía. Era la primera vez que se daba cuenta de hasta qué punto le molestaba su carrera a su hija.

– Si hago la película, rodaremos en Londres. Eso sería genial; podría pasar ese tiempo contigo. Además, puedes escaparte a París mientras estemos allí.

El rostro de Chloe se iluminó al oír esas palabras. La joven sabía cuánto se esforzaba su madre y eso significaba mucho para ella. Fueran cuales fuesen los pecados que Chloe le atribuía, ahora Carole los estaba expiando.

– Gracias, mamá. Sería divertido.

Esa noche cenaron solas. Encargaron comida china y la enfermera fue a buscarla. Carole no quería desperdiciar ni un minuto con su hija. Esa noche Chloe durmió en su cama y se estuvieron riendo como dos crías. Al día siguiente Chloe y su madre fueron a recoger a Jason y Anthony al aeropuerto. Afortunadamente, Stevie no había ido a trabajar. Era el día de Nochebuena y se lo había ganado. No volvería al trabajo hasta el día veintiséis.

El guión que Mike le había comentado llegó por la tarde. Carole le echó un vistazo y a primera vista le pareció estupendo, tanto como su representante le había prometido. Trataría de leerlo por la noche, cuando todo el mundo se fuese a la cama. Sin embargo, ya estaba casi segura de que le agradaría. Así pues, Mike no estaba equivocado; el papel que le ofrecían era fantástico. Se lo había contado por teléfono a Matthieu, que se mostró ilusionado por ella. Sabía que Carole quería volver a trabajar y aquel parecía un papel a su medida.

Anthony y Jason fueron de los primeros en bajar del avión y Chloe les acompañó a casa. En el camino de regreso todos hablaban al mismo tiempo. Hubo risitas y carcajadas, así como anécdotas embarazosas de otras Navidades. Hablaron de la vez que Anthony derribó accidentalmente el árbol cuando tenía cinco años, tratando de atrapar a Papá Noel cuando se deslizase por su chimenea en Nueva York. Había docenas de anécdotas como esa que conmovían a Carole y divertían a los demás. Ya recordaba casi todas las anécdotas.

Al llegar a la casa encargaron pizzas. Cuando los chicos se fueron a sus habitaciones Jason entró en la cocina en busca de algo que beber y encontró a Carole allí.

– De verdad, ¿cómo te encuentras? -le preguntó él en tono muy serio.

Aunque Carole tenía un aspecto más saludable que la última vez que la vio en París, aún estaba pálida. Desde su regreso había hecho muchas cosas. Conociéndola como la conocía, Jason pensó que seguramente se habría excedido.

– Lo cierto es que me encuentro bien -dijo Carole. Ella era la primera sorprendida.

– Desde luego, nos diste a todos un susto de muerte -comentó Jason.

Por supuesto, se refería al atentado y a todo lo que sucedió a continuación.

Su ex marido se había portado de maravilla con ella en aquellos días y Carole todavía se sentía conmovida por todo lo que él le había dicho.

– Yo también me llevé un susto de muerte. Tuve muy mala suerte, pero al final todo salió bien.

– Así es -dijo él, sonriéndole.

Hablaron durante un rato y luego Jason se fue a la cama. Antes de irse a dormir Carole se entretuvo unos minutos en su despacho. Le gustaba esa hora de la noche en la que todo permanecía en silencio a su alrededor. Siempre le había encantado ese instante, sobre todo cuando sus hijos eran pequeños. Necesitaba aquel momento de intimidad.

Echó un vistazo a su reloj y vio que acababan de dar las doce de la noche. Eran las nueve de la mañana en Francia. Habría podido llamar a Matthieu, y quería hacerlo en algún momento, para desearle Feliz Navidad. Pero decidió no llamarlo. Ahora tenían tiempo, mucho tiempo, y él no tardaría en estar en Los Ángeles junto a ella. Se alegraba de volver a tenerle en su vida. Era como un regalo inesperado. Carole se sentó delante de su escritorio, echó una ojeada a su ordenador y vio las últimas anotaciones que había hecho en su libro. Ahora lo tenía ordenado en su cabeza y sabía qué quería escribir.

Miró hacia el jardín, con la fuente iluminada y el estanque. Sus hijos estaban en casa, en sus habitaciones. Jason estaba también allí, como el amigo y hermano afectuoso que era ahora. Entre ellos, la transición del presente al pasado se había efectuado sin contratiempos. Participaría en una película. Además de sobrevivir a un atentado terrorista, había recuperado la memoria. Stevie se casaría al cabo de una semana. Carole cerró los ojos y en silencio dio gracias a Dios por las bendiciones que le concedía. Luego los abrió con una sonrisa. Tenía todo lo que siempre había querido y más. Y lo mejor de todo era que se tenía a sí misma. No se había traicionado en el proceso ni en el transcurso de su vida. Nunca renunció a sus ideales ni a sus valores, ni tampoco a las cosas que le importaban. Era fiel a sí misma y a las personas que amaba. Miró la pulsera que Matthieu le había regalado y volvió a leer la inscripción: «Sé fiel a ti misma». Que ella supiera, lo había sido. Aún no le había contado a su familia lo de Matthieu. Sin embargo, lo haría cuando llegase el momento. Sabía que Anthony seguramente pondría pegas al principio, pero con un poco de suerte se tranquilizaría con el tiempo. El tenía derecho a opinar y a preocuparse por ella, y ella tenía derecho a su propia vida y a tomar las decisiones que le pareciesen más acertadas.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó una voz detrás de ella.

Era Chloe en camisón, de pie en el umbral del despacho. Quería dormir otra vez en la cama de su madre y a Carole también le apetecía. Le recordaba la infancia de su hija. Ya entonces le gustaba mucho dormir con ella.

– Solo estoy pensando -dijo Carole, volviéndose con una sonrisa.

– ¿En qué?

– En lo mucho que tengo que agradecer este año.

– Yo también -dijo Chloe en voz baja, y luego se acercó.a abrazar a su madre-. Me alegro mucho de que estés aquí.

Luego salió al pasillo dando brincos sobre sus largas y elegantes piernas.

– Venga, mamá, vámonos a la cama.

– Vale, jefa -dijo Carole.

Apagó las luces de su despacho y siguió a su hija por el pasillo hasta su propia habitación.

– Gracias -susurró Carole, levantando los ojos hacia el cielo con una sonrisa.

No cabía duda de que estaban pasando una feliz Navidad.

Danielle Steel