– Me atrevería a decir que se imaginaría que el jardinero se había dedicado a divertirse un poco -dijo él con una mueca burlona.

Yvonne se echó a reír con tanta fuerza que volvió a dejarse caer sobre la hierba, rodando por ella, atrayéndole con sus largos y esbeltos muslos, y él volvió a poseerla sin vacilación.

– Creo que ahora deberíamos regresar -dijo él finalmente, con expresión apenada. Pero durante las dos últimas horas parecía haber cambiado toda su vida-. ¿Crees que podrías separarte de él esta noche, durante un rato? -preguntó, pensando por un momento a dónde podrían ir.

Quizás a un hotel cercano. Y entonces se le ocurrió una idea mejor. A los viejos barracones que había en el establo. Todavía se guardaban allí docenas de colchones y las mantas que utilizaban para los caballos. Pero no podía soportar la idea de pasar una noche sin ella, y lo arriesgado del encuentro hacía que éste fuera todavía más excitante.

– Puedo intentarlo -dijo ella insinuante.

Era lo más divertido que ella había hecho desde que contrajo matrimonio… lo más divertido… esta vez. Y ésa era su especialidad: «la doble entente extraordinaria». Le encantaba. Su primer esposo había tenido un hermano gemelo, y ella se había acostado con su hermano y con su padre antes de abandonarlo. Klaus había sido más complicado, pero muy divertido. Y Julian era tierno, pero tan ingenuo… Ella se aburría desde mayo. Y Phillip era lo mejor que le había sucedido durante todo el año… y posiblemente en toda su vida.

Regresaron al camino, uno al lado del otro, rozándose las manos, aparentemente enfrascados en una conversación normal, aunque en voz baja ella le decía lo mucho que lo amaba, lo bueno que había sido, lo húmeda que estaba y cómo apenas si podía esperar a que llegara la noche. Cuando llegaron a la casa ya había vuelto a ponerlo fuera de sí. Estaba sonrojado e ido cuando Julian llegó conduciendo el Jaguar.

– ¡Eh, hola! -gritó-. ¿Dónde os habíais metido?

– Estábamos admirando los rosales -contestó ella con dulzura.

– ¿Con este calor? Pues sí que tenéis ánimos.

Los jóvenes bajaron del coche y él observó lo acalorado y cansado que parecía su hermano, y casi se echó a reír, aunque no lo hizo.

– Pobre, ¿no te ha aburrido mortalmente? -le preguntó a Yvonne una vez que Phillip se hubo marchado-. Es muy propio de él arrastrarte por toda la finca para contemplar los jardines, en un día tan caluroso.

– Tenía buenas intenciones -dijo ella, y subieron a su habitación para hacer el amor antes de cenar.

Aquella noche, la cena fue muy alegre. Todos habían pasado un buen día y estaban muy animados. Cecily se las había arreglado para encontrar unas sillas militares alemanas en el cobertizo y estaba fascinada con su descubrimiento, hasta el punto que le preguntó a Sarah si podía llevarse una a Inglaterra. Sarah le contestó que podía llevarse lo que quisiera. Xavier había obtenido permiso para conducir el coche de Julian; los niños más pequeños se lo habían pasado muy bien e Isabelle parecía estar relajada y feliz, a pesar de la presencia de Lorenzo. Los recién casados también parecían muy animados, y Phillip se mostraba bastante amable, lo que era un tanto insólito en él. Hasta Sarah daba la impresión de haberse reconciliado, en el día de su cumpleaños, con lo que ella denominaba «esas cifras apabullantes». Pero también se sentía feliz de verlos a todos, hasta el punto de que el día del cumpleaños le parecía menos importante. Y lamentaba que todos tuvieran que marcharse a la tarde siguiente. Sus visitas siempre eran muy cortas pero al menos eran bastante agradables, sobre todo después del regreso de Isabelle al rebaño.

Aquella noche, permanecieron sentados en el salón durante largo rato, Julian haciendo preguntas sobre la ocupación alemana, fascinado con alguna de las historias que ella contaba. Cecily quiso saber cuántos caballos habían alojado allí, y de qué clase. Yvonne se había quedado de pie detrás de Julian, frotándole los hombros. Enzo cabeceaba en un cómodo sillón e Isabelle jugaba a las cartas con su hermano menor, mientras Phillip tomaba un coñac, fumaba un puro y miraba por la ventana hacia los establos.

Y entonces Julian comprendió en qué pensaba Yvonne y ambos desaparecieron discretamente en dirección a su habitación, después de darle un beso de despedida a su madre. Cecily fue la que se marchó a continuación. Dijo sentirse todavía muy cansada después del reciente viaje a Escocia. Al poco, Phillip también desapareció. Enzo continuó dormitando e Isabelle y Sarah charlaron durante largo rato, mientras que Xavier subía a acostarse. La casa quedó en silencio y había una Luna casi llena. Hacía una noche muy hermosa para el cumpleaños de Sarah. Habían comido pastel y tomado champaña y a ella le encantaba verse rodeada de sus hijos.

Mientras tanto, en una de las habitaciones, Yvonne utilizaba sus trucos más exóticos para dar placer a su marido. Había cosas que ella había aprendido en Alemania que le encantaba hacerle y que a él le enloquecían. Media hora más tarde estaba tan agotado y saciado que se quedó profundamente dormido, ante lo que ella se deslizó a hurtadillas fuera de la habitación, con una sonrisa. Se había puesto unos pantalones vaqueros y una vieja camiseta y echó a correr hacia los establos.

Para entonces, Cecily también se había quedado dormida. Había tomado pastillas para dormir, algo que le gustaba hacer para asegurarse una buena noche de sueño. Creía que valía la pena soportar la resaca momentánea que experimentaba por la mañana. Roncaba plácidamente cuando Phillip abandonó el dormitorio. Llevaba todavía las mismas ropas que se había puesto para la cena. Conocía bien los caminos posteriores de la casa, y sólo unas pocas ramitas crujieron bajo sus pies, pero no había nadie que pudiera oírlo. Entró en los establos por la puerta del fondo, tras detenerse un instante para adaptar su visión a la oscuridad.

Entonces la vio, a sólo unos pocos pasos de distancia, hermosa y temblorosamente pálida bajo la luz de la luna, como un fantasma, totalmente desnuda, sentada a horcajadas sobre una de las sillas alemanas. Se colocó de pie detrás de ella y la apretó contra sí, manteniéndose de ese modo durante un rato, sintiendo el tacto satinado de su carne y el aumento del deseo en su interior. Luego la levantó de la silla y la llevó hasta uno de los colchones que había en el establo. Allí era donde habían vivido los soldados alemanes y donde ahora le hacía el amor, penetrándola y rogándole que nunca le abandonara. Permanecieron juntos durante horas, y mientras la sostenía entre sus brazos, Phillip sabía que su vida ya no volvería a ser igual. No podía serlo. No podía dejarla marchar… Era tan extraordinaria, tan rara, tan poderosa…, como si fuera una nueva droga que ahora necesitaba para seguir existiendo.


Isabelle fue a acostarse después de la una, tras haber despertado a Lorenzo, que seguía durmiendo en el salón, y que se disculpó, mientras subía la escalera, soñoliento, y Sarah se quedaba a solas, preguntándose qué iba a hacer con él.

No podían seguir así para siempre. Tarde o temprano tendría que aceptar que ella lo abandonara. La tenía como rehén, y Sarah no tenía la intención de permitirle seguir haciéndolo durante mucho tiempo. Se enfurecía sólo de pensarlo. Isabelle era una mujer muy hermosa y tenía derecho a esperar de la vida algo más de lo que él le ofrecía. Había sido para ella tan malo como todos habían temido, e incluso peor.

Sumida en estos pensamientos, Sarah salió al patio, bajo la luz de la luna. Le recordó algunas de las noches de verano, durante la guerra, cuando Joachim todavía estaba allí y habían hablado hasta últimas horas de la noche de Rilke, Schiller y Thomas Mann, tratando de no pensar en la guerra, en los heridos o en si William vivía o había muerto. Al recordar ahora todo aquello empezó a caminar instintivamente hacia la casa del guarda. Ya no vivía nadie en ella y permanecía sin utilizar desde hacía tiempo. Ahora se había construido una nueva casita cerca de la verja de entrada, bastante más moderna. Pero había conservado la antigua por sentimentalismo. Allí habían vivido ella y William al principio de llegar, mientras trabajaban en el château, y Lizzie había nacido y muerto allí.

Todavía estaba pensando en aquella época, mientras daba un pequeño paseo antes de irse a dormir, cuando oyó un ruido al pasar junto a los establos. Fue un gemido, y por un momento se preguntó si algún animal se habría hecho daño. Conservaban allí media docena de caballos, por si alguien quería montar, aunque la mayoría eran viejos y no invitaban a montar. Abrió la puerta sin hacer ruido y parecía que no había nadie allí. Los animales daban la impresión de estar tranquilos. Entonces percibió de nuevo un sonido, procedente de los antiguos barracones. Parecían sonidos extraños y no podía imaginarse de qué se trataba. Avanzó lentamente hacia el lugar de donde procedían. Ni siquiera se le ocurrió tener miedo, o coger una horca o algo con lo que protegerse por si se trataba de un intruso o de un animal rabioso. Simplemente, entró en el establo de donde procedían, encendió la luz y se encontró con los cuerpos entrelazados de Phillip e Yvonne, ambos completamente desnudos, sin dejar el menor lugar a dudas sobre lo que estaban haciendo. Los miró fijamente, muda por un instante y vio la mirada de horror en el rostro de Phillip, antes de volverse, dándoles tiempo para que se vistieran, pero luego se giró de nuevo hacia ellos hecha una furia.

Primero se dirigió a Yvonne, sin la menor vacilación.

– ¿Cómo te atreves a hacerle esto a Julian? ¿Cómo te atreves, furcia, con su propio hermano, en su propia casa, bajo mi techo? ¿Cómo has osado?

Pero Yvonne se limitó a echarse hacia atrás el cabello largo y se quedó donde estaba. Ni siquiera se había molestado en vestirse de nuevo, y permaneció allí, sin vergüenza, con toda su desnuda belleza.

– ¡Y tú! -exclamó Sarah volviéndose entonces hacia Phillip -. Siempre moviéndote a hurtadillas, siempre engañando a tu esposa, consumido de celos por tu hermano. Me das náuseas. Me avergüenzo de ti, Phillip. -Luego los miró a los dos, temblando de ira, por Julian, por sí misma, por lo que hacían con sus vidas y su falta de respeto por todos aquellos que les rodeaban-. Si descubro que esto continúa, que vuelve a suceder, en cualquier parte, se lo diré inmediatamente a Cecily y a Julian. Y mientras tanto os habré hecho seguir.

No tenía la intención de hacerlo así, pero tampoco quería pasar por alto sus infidelidades, y mucho menos en su propia casa y a expensas de Julian, que no se lo merecía.

– Madre…, lo siento mucho -dijo Phillip, que se las había arreglado para cubrirse con una manta de caballo y se sentía mortificado por haber sido descubierto-. Fue una de esas cosas insólitas… No sé lo que ocurrió -balbuceó a punto de echarse a llorar.

– Ella sí lo sabe -dijo Sarah brutalmente, mirándola directamente a los ojos-. No se te ocurra hacerlo de nuevo -añadió observándola intensamente-. Te lo advierto.

Luego se dio medía vuelta y se marchó. Y en cuanto se hubo alejado un poco, ya en el exterior, tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol y se echó a llorar, de dolor, de vergüenza y de desconcierto por ellos y por sí misma. Pero mientras regresaba lentamente hacia el château no podía dejar de pensar en Julian y en el dolor que le esperaba. Qué estúpidos eran sus hijos. ¿Y por qué ella nunca había podido ayudarles?


29