– Tendré que pensármelo.

Él se levantó de la cama, cruzó la habitación hacia ella, sintiéndose violento con una mujer por primera vez en su vida, la agarró por el cabello rubio y tiró de él, echándole la cabeza hacia atrás.

– Pues será mejor que te lo pienses rápido, porque si te libras de mi bebé te juro que te mato.

La arrojó lejos de sí, con un empujón, y luego abandonó la casa. Estuvo fuera durante muchas horas, bebiendo y llorando, y cuando regresó estaba tan borracho que casi se había olvidado de la rabia que sentía, aunque no del todo. A la mañana siguiente, ella le dijo que seguiría adelante y tendría el niño. Pero que antes quería llegar con él a un acuerdo por escrito. Le dijo que llamaría a sus abogados en cuanto llegara a su despacho, pero le dejó bien claro que tenía que vivir con él. Podía instalarse si quería en la habitación de los invitados, pero deseaba saber si cuidaba de sí misma y quería estar presente cuando tuviera el niño.

Ella le miró con expresión venenosa y luego dijo algo con un tono de voz duro y maligno que no dejó en su mente la menor duda acerca de lo que sentía por él o por su bebé.

– Te odio.

Y odió también cada instante de su embarazo. Phillip acudió a visitarla por primera vez desde hacía varios meses, pero finalmente, después de Navidades, resultó demasiado violento. Había dejado de ser una diversión para él, y la situación era demasiado complicada. No le importó saber que Julian estaba enterado de todo; antes al contrario, eso le agradó. Pero sabía que su madre también estaba enterada, y no quería tener que enfrentarse con ella. Le dijo a Yvonne que se marcharían juntos de vacaciones en el mes de junio, una vez que hubiera dado a luz. Después de eso, ella odió todavía más a Julian. En su opinión, él lo había echado todo a perder, y le impedía conseguir todo lo que deseaba. Deseaba a Phillip más que a nada en la vida y quería ser su duquesa. Él le había dicho que finalmente abandonaría a su esposa, pero que en aquellos momentos no era oportuno pues su madre se encontraba muy enferma y estaba terriblemente alterada, y con el bebé en camino… Le dijo que esperara y que mantuviera la calma, y el oírle decir eso no hizo sino ponerla más histérica y enojada con Julian. Luego empezó a llamar a Phillip casi a diario, bromeando con él, burlándose. Lo llamaba al despacho, a casa, y en los momentos más incómodos posible le recordaba las cosas que habían hecho juntos y, de nuevo, él volvía a rogarle, palpitante, anhelante y apenas sí podía esperar a que llegara el mes de junio. Yvonne había logrado volverle loco de nuevo, y ahora la espera hasta junio ya no le parecía a ella tan dolorosa. Hablaban por teléfono a diario, a veces incluso en varias ocasiones, y siempre de sexo, mientras ella le decía las cosas que le haría cuando se marcharan juntos, una vez que tuviera el niño. Eso era lo que Phillip quería de ella, y le encantaba.

Ella y Julian apenas se dirigían la palabra. Yvonne se instaló en otra habitación y se sentía tan mal como indicaba su aspecto. Estuvo vomitando durante seis meses, y al cabo de dos meses volvió a sentir arcadas. Julian estaba convencido de que ello se debía al resentimiento y a la cólera. Veía en la cuenta telefónica las constantes llamadas que hacía a Phillip, pero no decía nada. No tenía ni la menor idea de lo que ocurriría entre ellos y trataba de decirse a sí mismo que no le importaba, pero en el fondo sí le importaba. Toda aquella experiencia había sido increíblemente dolorosa. Y lo único que le consolaba era saber que el niño iba a nacer y que sería suyo. Ella no deseaba la custodia del niño, ni derechos de visita, ni que se le garantizara ningún derecho sobre él. El bebé sería por completo de Julian. A cambio de un millón de dólares. O lo tomas o lo dejas. Y Julian aceptó pagarlos, aunque después de que ella hubiera dado a luz.

Sólo mantuvo una conversación con su madre acerca de todo el asunto. Tuvo que hacerlo, aunque sólo fuera para explicarle por qué vendería algunas de las acciones que poseía de la compañía. Pagarle a Yvonne agotaría por completo todos sus ahorros, pero sabía que valía la pena.

– Siento haberme metido en este jaleo -se disculpó un día ante Sarah.

Ella le dijo que eso era absurdo, que se trataba de su vida y que no tenía que disculparse ni justificarse ante nadie.

– Tú eres el único que ha salido herido con todo esto. Y lo único que siento es que haya ocurrido -le dijo.

– Yo también…, pero al menos tendré a mi hijo -dijo, sonriendo con tristeza y regresando a la guerra fría que se desarrollaba en su apartamento.

Ya había contratado a una niñera para el bebé, había dispuesto a tal fin una habitación, e Isabelle le había prometido venir desde Roma para ayudarle. No sabía cómo cuidar a un niño, pero estaba dispuesta a aprender. Yvonne ya había dicho que, cuando saliera del hospital, iría directamente a su propio apartamento. El trato se cerraría entonces, y en su cuenta bancaria habría un millón de dólares más.

No esperaban al niño hasta el mes de mayo, pero a finales de abril ella empezó a preparar sus cosas, como si ya no pudiera esperar más a marcharse. Julian la observó, desconcertado.

– ¿Es que no sientes nada por este niño? -preguntó tristemente, si bien lo que quería preguntar era sí no sentía nada por él mismo.

Pero ya hacía tiempo que sabía la respuesta a esa pregunta. Lo único que a ella le preocupaba era Phillip.

– ¿Y por qué iba a sentirlo? Nunca lo he visto.

No tenía instintos maternales, ni remordimientos por lo que le había hecho a él. Ahora sólo le interesaba continuar su relación con Phillip, quien le dijo que había hecho reservas en Mallorca para la primera semana de junio. A ella no le importaba a dónde irían, siempre y cuando estuviera con él. Iba a procurar conseguir todo aquello que deseaba.

El primero de mayo, Julian recibió una llamada en su despacho. Lady Whitfield acababa de ingresar en la clínica de Neuilly, la misma en la que él había nacido, a diferencia de su hermano más emprendedor y de su hermana, que nacieron con ayuda de su padre en el château.

Emanuelle le vio marchar y le preguntó si deseaba que lo acompañara, pero él negó con un gesto de la cabeza y salió presuroso hacia su coche. Media hora más tarde ya estaba en el hospital, paseando arriba y abajo, esperando a que le permitieran la entrada en la sala de partos aunque, por un momento, temió que Yvonne no se lo permitiera. Pero una enfermera se le acercó minutos después, le entregó una bata de algodón verde y lo que parecía un gorro de ducha, le indicó dónde podía ponérselo y después lo condujo a la sala de partos, donde Yvonne lo miró con abierta expresión de odio, entre los dolores de las contracciones.

– Lo siento…

Experimentó una pena momentánea por ella e intentó tomarla de la mano, pero ella la retiró y se agarró a la mesa. Las contracciones eran terribles, pero la enfermera dijo que todo iba bien y con rapidez, a pesar de ser su primer hijo.

– Espero que sea rápido -le susurró a Yvonne, sin saber qué otra cosa decirle.

– Te odio -le espetó ella entre los dientes apretados, tratando de recordar que le pagarían un millón de dólares por esto, y que valía la pena.

Era una forma infernal de hacerse con una fortuna.

Las cosas se hicieron más lentas durante un rato, le pusieron una inyección y el parto se prolongó mientras Julian permanecía sentado, nervioso, preguntándose si todo estaba saliendo bien. Le parecía tan extraño estar allí, con esta mujer a la que ya no amaba, que sin duda alguna le odiaba, mientras ambos esperaban el nacimiento de su hijo. Era algo surrealista, y lamentó entonces no haberle pedido a nadie que le acompañara. De repente, se sintió muy solo.

El parto se reanudó y Julian tuvo que admitir que se sentía desconsolado por ella, que ofrecía un aspecto horrible. La naturaleza desconocía la indiferencia que ella sentía por este niño, o el hecho de que no fuera a tenerlo a su lado, a pesar de lo cual le estaba haciendo pagar un precio por ello. El parto se prolongó dolorosamente y durante un tiempo ella olvidó incluso el odio que sentía por Julian y le permitió que la ayudara. Le sostuvo las manos, y todos los presentes en la sala de partos la animaron hasta el anochecer. Entonces, de repente, se oyó un largo y tenue lloriqueo y un diminuto rostro rojo apareció crispado, mientras el médico lo extraía. Los ojos de Yvonne se llenaron de lágrimas al mirarlo y sonrió por un instante. Después volvió la cabeza, para apartar la mirada, y el médico le entregó el niño a Julian, que lloraba abiertamente, sin vergüenza alguna. Julian se puso a acunar al pequeño con el rostro muy cerca del suyo, y el recién nacido dejó de llorar en cuanto oyó su voz.

– ¡Oh, Dios, es tan hermoso! -dijo contemplando con asombro a su hijo.

Luego, dulcemente, se lo entregó a Yvonne, pero ella sacudió la cabeza y la giró hacia otro lado. No quería ver al pequeño.

Permitieron a Julian llevarse al niño a la habitación, y lo sostuvo allí entre sus brazos, durante horas, hasta que trajeron a Yvonne. Ella le pidió que saliera para poder llamar a Phillip. Le dijo a la enfermera que llevara a la criatura a la sala de recién nacidos y que no se lo volvieran a traer. Miró después al hombre cuyo hijo acababa de dar a luz, y con el que se había casado, pero en su rostro no se reflejó ninguna emoción.

– Supongo que esto es el adiós -dijo ella tranquilamente.

No le tendió la mano, ni le echó los brazos al cuello; no había ninguna esperanza y Julian se sintió triste por ambos, a pesar de la llegada del bebé. Había sido un día muy intenso para él, y lloraba sin remilgos, mirándola.

– Siento mucho que las cosas hayan salido así -dijo apesadumbrado-. El niño es tan hermoso, ¿no te parece…?

– Supongo que sí -dijo ella encogiéndose de hombros.

– Cuidaré mucho de él -le susurró Julian.

Se acercó y la besó en la mejilla. Había tenido un parto doloroso y prolongado, y ahora abandonaba a su hijo. Eso le desgarraba el corazón a Julian, pero no a Yvonne. El único que lloraba era él. Ella le miró sin ningún sentimiento antes de que Julian se marchara.

– Gracias por el dinero.

Eso era todo lo que él había significado para ella. Se marchó entonces, dejándola para que siguiera su propia vida.

Yvonne abandonó el hospital al día siguiente. El dinero ya había sido depositado en su cuenta bancaria esa mañana. Fiel a su palabra, le había pagado un millón de dólares por traer al mundo a su hijo.

Julian se llevó al pequeño a casa, donde estaba ya la enfermera. Le llamó Maximillian, o Max. Sarah acudió desde el château, acompañada por Xavier, para conocerlo, e Isabelle voló desde Roma esa noche, y lo sostuvo en brazos durante horas en la mecedora. En su corta vida ya había perdido a su madre, pero había ganado una familia que lo adoraba y que lo había esperado amorosamente. A Isabelle se le desgarró el corazón de anhelo mientras lo sostenía.

– Tienes mucha suerte -le susurró a su hermano esa noche, mientras ambos contemplaban a Max, que dormía plácidamente.

– No lo habría pensado así hace seis meses -le dijo Julian-, pero ahora sí lo creo. Me parece que todo ha valido la pena.

Se preguntaba a dónde habría ido Yvonne, cómo estaría, si lo lamentaba, pero no creía que fuera así. Esa noche, tumbado en la cama, no podía dejar de pensar en su hijo y en lo afortunado que había sido al tenerlo.


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