Ese año, la familia volvió a reunirse para el cumpleaños de Sarah, aunque no estuvieron presentes todos. Yvonne se había marchado, claro está, y Phillip se mantuvo discretamente alejado, tras excusar su asistencia, diciendo que estaba muy ocupado en Londres. Sarah había recibido de Nigel, que seguía trabajando, el rumor de que Phillip y Cecily habían iniciado el proceso de separación, pero no le dijo nada a Julian.

Julian acudió con Max, acompañado por una enfermera, aunque él mismo se encargaba de realizar la mayor parte del trabajo de cuidarlo. Admirada, Sarah le vio cambiarle los pañales, bañarlo, alimentarlo y vestirlo. Lo único doloroso era ver cómo lo observaba Isabelle. En sus ojos aún había aquella mirada de anhelo que a Sarah le llegaba hasta el fondo del alma. Pero ahora tenían más libertad para hablar, puesto que ese verano había venido sin Lorenzo. También fue un verano especial para todos ellos, porque era el último que Xavier pasaría en casa. Empezaría a estudiar en Yale con un año de antelación, en otoño, a los diecisiete años, y Sarah se sentía muy orgullosa de él. Se licenciaría en ciencias políticas y, al mismo tiempo, se diplomaría en geología. Y ya hablaba de pasar su año de prácticas en alguna parte de África, dedicado a trabajar en un proyecto interesante.

– Te vamos a echar mucho de menos -le dijo Sarah, y todos se mostraron de acuerdo con ella.

Sarah ya había decidido que pasaría más tiempo en París y menos en el château, por lo que no estaría tan sola… A los 66 años, le gustaba afirmar que ellos ya dirigían por completo los negocios, a pesar de lo cual seguía ejerciendo un fuerte control, igual que Emanuelle, que acababa de cumplir 60, algo que a Sarah le resultaba incluso más difícil de creer que su propia edad.

Xavier estaba entusiasmado con la perspectiva de estudiar en Yale, y Sarah no podía culparle por ello. Estaría en casa por Navidades, y Julian le había prometido visitarlo cuando tuviera que ir a Nueva York por negocios. Los dos hablaban de ello, mientras Sarah e Isabelle paseaban por el jardín y charlaban un rato. Isabelle le preguntó discretamente qué ocurría con Phillip. Había oído el rumor de su separación y el verano anterior también habían llegado a ella, a través de Emanuelle, rumores sobre su relación con Yvonne.

– Es un asunto muy feo -dijo Sarah con un suspiro, todavía conmocionada por lo ocurrido.

Pero Julian parecía haber salido bastante entero de la situación, sobre todo ahora que tenía al bebé.

– No te hemos hecho la vida fácil, ¿verdad, mamá? -preguntó Isabelle apesadumbrada, ante lo que su madre sonrió.

– Tampoco habéis dejado que la vida sea fácil para vosotros -dijo haciendo reír a Isabelle.

– Hay algo que quiero decirte.

– ¿De veras? ¿Acaso Enzo está por fin de acuerdo en dejarte libre?

– No -contestó Isabelle negando con la cabeza mirando a su madre a los ojos. Sarah observó que su mirada parecía más serena de lo que había estado en mucho tiempo-. Estoy embarazada.

– ¿Que estás qué? -Esta vez, Sarah se quedó desconectada. Creía que no había la menor esperanza-. ¿De veras? -Pareció extrañarse y luego entusiasmarse. La rodeó con sus brazos-. ¡Oh, cariño, eso es maravilloso! -Luego, apartándose de ella, la miró un tanto intrigada-. Creía…, ¿qué ha dicho Lorenzo? Debe de estar fuera de sí.

Pero la perspectiva de cimentar el matrimonio no representaba una buena noticia para Sarah.

Isabelle se echó a reír de nuevo, a pesar de sí misma, ante lo absurdo de la situación.

– Mamá, no es suyo.

– Oh, querida. -Las cosas volvían a complicarse. Se sentó sobre un pequeño muro de piedra y miró a Isabelle-. ¿Qué has hecho últimamente?

– Él es un hombre maravilloso. Llevamos saliendo juntos desde hace un año. Mamá…, no puedo evitarlo. Tengo 26 años y no puedo seguir llevando esta vida vacía… Necesito a alguien a quien amar, alguien con quien hablar.

– Comprendo -dijo ella con serenidad. Y, en efecto, la comprendía. A ella misma le disgustaba saber lo sola que se encontraba Isabelle y la poca esperanza que había para ella-. Pero ¿un niño? ¿Lo sabe Enzo?

– Se lo dije. Esperaba que eso le enfurecería lo suficiente como para marcharse, pero dice que no le importa. Todo el mundo pensará que es suyo. De hecho, la semana pasada se lo dijo a unos amigos, que lo felicitaron. Está loco.

– No, loco no, sino avaricioso -dijo Sarah con naturalidad-. ¿Y el padre de la criatura? ¿Qué dice él? ¿Quién es?

– Es un alemán, de Munich. Es el director de una importante fundación y su esposa es una persona importante que no quiere divorciarse. Él tiene 36 años y tuvieron que casarse cuando él tenía diecinueve. Llevan vidas totalmente separadas, pero ella no quiere pasar por una situación embarazosa como un divorcio. Al menos por el momento.

– ¿Y qué le parece a él la embarazosa situación de tener un hijo ilegítimo? -preguntó Sarah con franqueza.

– No le hace mucha gracia, como a mí tampoco. Pero ¿qué otra cosa puedo hacer? ¿Crees acaso que Lorenzo se irá alguna vez?

– Podemos intentarlo. ¿Y qué me dices de ti? -preguntó, mirando inquisitivamente a su hija-. ¿Eres feliz? ¿Es esto lo que quieres?

– Sí, realmente lo amo. Se llama Lukas von Ausbach.

– He oído hablar de su familia, aunque eso no significa nada. ¿Crees que se casará contigo algún día?

– Si puede, sí -contestó, siendo sincera con su madre.

– ¿Y si no puede? ¿Y si su esposa no le da su libertad? ¿Qué harás entonces?

– Entonces, al menos, tendré un hijo.

Lo había deseado tanto… sobre todo después de haber visto a Julian con Max.

– Y a propósito, ¿para cuándo lo esperas?

– Para febrero. ¿Vendrás? -preguntó Isabelle con suavidad y su madre asintió.

– Desde luego. -Le conmovió que se lo pidiera. Entonces se preguntó algo, y lo expresó en voz alta-: ¿Está enterado Julian de esto? -Los dos siempre habían estado muy unidos. Era difícil creer que no lo supiera. Isabelle dijo que se lo había comunicado esa misma mañana-. ¿Yqué dice?

– Que estoy tan loca como él -contestó Isabelle sonriendo.

– Debe de ser algo genético -dijo Sarah volviendo a levantarse.

Regresaron dando un paseo por el parque del château. Desde luego, de una cosa podía estar segura: sus hijos nunca se aburrirían.


En septiembre, Xavier se marchó a Yale, tal y como estaba planeado, y Julian fue a verle a New Haven en octubre. Le iban bien las cosas, le gustaba la universidad, tenía dos compañeros de cuarto muy agradables y una novia muy atractiva. Julian los invitó a cenar y se lo pasaron bien. A Xavier le encantaba vivir en Estados Unidos, y tenía la intención de ir a California a visitar a su tía para el día de Acción de Gracias.

Cuando Julian regresó a París se enteró de que Phillip y Cecily se divorciaban, y en Navidades vio una fotografía de su hermano y de su ex esposa en el Tatler. Se la mostró a Sarah cuando ella pasó por la joyería, y ella frunció el ceño. No le agradó nada verla.

– ¿Supones que se casará con ella? -le preguntó a Emanuelle cuando hablaron más tarde del asunto.

– Es posible. -Ya no tenía en él la fe que había tenido en otros tiempos, sobre todo a la vista de lo ocurrido últimamente-. Incluso es posible que lo haga para perturbar a Julian.

Los celos que sentía por su hermano nunca disminuían; antes al contrario, habían ido en aumento con el transcurso de los años.

Xavier vino por Navidades y los días parecieron pasar volando, como siempre por esas fechas. Al marcharse para regresar a la universidad, Sarah se trasladó a Roma, para cuidar de la joyería y ayudar a Isabelle a prepararse para el parto.

Marcello todavía estaba allí, trabajando muy duro, mientras Isabelle se preparaba para irse. Tal y como había sucedido desde el principio, el negocio seguía una trayectoria floreciente. Sarah sonrió al ver a su hija, y dio instrucciones a todo el mundo, ¡en italiano! Estaba muy hermosa y más bonita de lo que la había visto en mucho tiempo, aunque absolutamente enorme. Le hizo pensar en sí misma cuando estaba embarazada de sus propios hijos, que siempre fueron muy grandes. Pero Isabelle parecía sentirse extraordinariamente feliz.

Poco después de llegar, Sarah invitó a su yerno a almorzar. Acudieron a El Toulà, y poco después del primer plato abordó el tema que le interesaba. En esta ocasión, no se mordió la lengua con Lorenzo.

– Mira, Lorenzo, tú y yo ya somos bastante maduros. -Él tenía una edad cercana a la de ella, e Isabelle se había casado nueve años antes. Parecía un alto precio a pagar por un error de juventud, y estaba ansiosa por ayudar a poner fin a la situación-. Tú e Isabelle no habéis sido felices desde hace mucho tiempo. Este hijo es…, bueno, los dos conocemos muy bien la situación. Ya va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre, ¿no te parece?

– Mi amor por Isabelle no terminará nunca -dijo él con expresión melodramática, ante lo que Sarah tuvo que hacer un esfuerzo supremo para no perder la paciencia.

– Estoy segura de ello. Pero debe de ser bastante doloroso para los dos, y, desde luego, para ti. -Decidió cambiar de táctica y tratarlo como la parte herida-. Y ahora esta situación embarazosa para ti, con la llegada del pequeño. ¿No crees que ha llegado el momento de hacer una buena inversión y permitir que Isabelle lleve una nueva vida?

No sabía qué otra cosa podía decirle. Preguntarle «cuánto» habría sido demasiado burdo, aunque tentador. Lamentaba más que nunca que William no estuviera allí para ayudarla, pero Enzo comprendió la cuestión sin mayores dificultades.

– ¿Inversión? -preguntó, mirándola esperanzado.

– Sí, pensaba que, teniendo en cuenta tu posición, sería bueno que dispusieras de algunas acciones inglesas o italianas, si lo prefieres así.

– ¿Acciones? ¿Cuántas?

Había dejado de comer para no perderse ni una palabra de lo que ella le estaba diciendo.

– ¿En cuántas estás pensando tú?

Sin dejar de mirarla, hizo un vago gesto italiano.

– Ma… No lo sé… ¿Cinco…, diez millones de dólares?

La estaba tanteando, pero ella negó con la cabeza.

– Me temo que no. Uno o dos, quizá. Pero, desde luego, no más.

Se habían iniciado las negociaciones y a Sarah le gustaba cómo se desarrollaban las cosas. Lorenzo era caro, pero también lo bastante codicioso como para hacer lo que ella deseaba.

– ¿Y la casa en Roma?

– Eso tendré que discutirlo con Isabelle, claro está, pero estoy segura de que ella podrá encontrar otra.

– ¿Y la casa de Umbría?

Por lo visto, lo quería todo.

– Pues, no lo sé, Lorenzo. Tendremos que discutir todo eso con Isabelle.

Él asintió, sin mostrarse en desacuerdo con ella.

– Ya sabes que el negocio, quiero decir, la joyería, está funcionando muy bien aquí.

– Así es -dijo ella sin entrar en detalles.

– Me interesaría mucho convertirme en socio vuestro.

Sarah hubiera querido levantarse en ese momento y abofetearlo allí mismo, pero no lo hizo.

– Eso no será posible. Estamos hablando de una inversión en efectivo, no de formar parte de una sociedad.

– Entiendo. Tendré que pensármelo.

– Espero que lo hagas -dijo Sarah con serenidad.

Al recibir la cuenta, él no hizo ningún ademán de hacerse cargo de ella. Sarah no le comentó a Isabelle nada sobre ese almuerzo. No quería despertar falsas esperanzas por si acaso él decidía no aceptar la oferta y mantener el statu quo. Pero esperaba fervientemente que lo aceptara.

Todavía faltaba un mes para que naciera el niño, e Isabelle ya estaba ansiosa por presentarle a Lukas, que había alquilado un apartamento en Roma durante dos meses, dedicado a supervisar un proyecto allí, para poder estar con ella cuando diera a luz. Sarah no pudo por menos que mostrarse de acuerdo con ella. Esta vez había elegido bien. El único inconveniente que tenía Lukas era su esposa y su familia en Munich.

Era un hombre alto, de rasgos angulosos, con aspecto joven y el cabello negro como el de Isabelle; le encantaba vivir al aire libre, esquiar y los niños, el arte y la música, y poseía un maravilloso sentido del humor. Trató de convencer a Sarah para que abriera una tienda en Munich.

– Eso ya no depende de mí -dijo ella echándose a reír, aunque Isabelle la amonestó con un dedo levantado.

– Oh, sí, claro que depende de ti, mamá, y no finjas que no es así.

– Bueno, al menos no depende sólo de mí.

– ¿Qué te parece entonces la idea? -insistió su hija.