Se le llenaron los ojos de lágrimas y se ahogó con las palabras.

Scott le cubrió los labios con el índice.

– ¿Y qué me dices de mí? ¿Qué obtengo yo con este matrimonio? Déjame decirte algo. Cuando te vi salir del dormitorio con Willy, fue como si…

Le apoyó el mentón en la cabeza, buscando las palabras.

– ¿Qué?

– No lo sé. -Fijó la vista en los ojos de Agatha otra vez, con la mejilla de ella en su palma-. Fue demasiado grande para describirlo. Tú, hermosa como una magnolia, con ese vestido blanco. Y Willy ahí contigo, y todos los que amo esperándonos abajo, la casa otra vez llena de gente. Me sentí como si hubiese renacido, Gussie. Anduve sin rumbo durante mucho tiempo. Vagando, buscando mi lugar en el mundo. Todos estos años aposté en los barcos fluviales, después en las tabernas, una tras otra. No te imaginas lo vacío que me sentía. Pienso que si no te hubiese conocido seguiría vagando, buscando, sin saber qué. Tú eres la que me hizo entender que tenía que regresar aquí para poder ser feliz otra vez. Tú eres la que hizo posible que Willy estuviese en mi vida, y la que me hizo prestar atención a lo que tenía con Jube, que no era más que una imitación de lo que tenemos tú y yo. Hablas de regalos… ¿crees que no me diste ninguno?

Se acurrucó de nuevo contra él, la mejilla sobre el pecho duro, cerró los ojos, sintiendo que una sola palabra más le haría estallar el corazón rebosante.

– Te amo -dijo uno de los dos.

– Te amo -replicó el otro.

No importaba quién lo dijera, pues era una verdad absoluta.

Scott la besó, y cuando los labios se separaron, la miró a los ojos con expresión seria.

– Para siempre.

– Para siempre -repitió Agatha.

Scott se levantó para apagar las luces. La mujer contempló las sombras enrejadas del mosquitero sobre la piel del hombre, lo vio desaparecer. Las sombras se lo robaron, pero se lo devolvieron en la carne, firme y tibia.

En la oscuridad, los labios se encontraron. El anhelo retornó, y lo aceptaron, lo nutrieron e hicieron el amor una vez más, en los pliegues blandos y furtivos de la noche. Y mientras alrededor Waverley extendía sus alas protectoras, y los fantasmas del pasado se mezclaban con las promesas del futuro, y Willy dormía al otro lado del pasillo, y el ciervo se alimentaba de las hojas de boj… L. Scott Gandy plantó dentro de su esposa el regalo más maravilloso de todos.

Lavyrle Spencer

Vive en Plymouth, Minnesota, EE.UU. Nació en 1943 y comenzó trabajando como profesora, pero su pasión por la novela le hizo volcarse por entero en su trabajo como escritora. Publicó su primera novela en 1979 y desde entonces ha cosechado éxito tras éxito.