Capítulo Dos

Lily adelantó al increíblemente guapo hombre de negro y siguió esquiando por aquella pista que era como una montaña rusa y que siempre la llenaba de satisfacción.

A media pista, se paró en seco y, tal y como le gustaba hacer, miró hacia atrás para deleitarse ante lo que acababa de bajar.

El desconocido se paró a su lado.

– ¿Preocupada por mí?

– No me habías dicho que eras todo un experto.

– No. Tampoco me lo has preguntado -sonrió el desconocido.

Era cierto.

– ¿Hacemos una carrera hasta el final? -propuso él.

Lily se moría por decir que sí, pero sabía que no debía hacerlo.

– Hacer una carrera fuera de pista no es una buena idea.

El desconocido rió.

– Y yo que creía que eras una chica dura.

– Soy una chica dura, pero no soy estúpida.

– Estoy seguro de que te mueres por echar una carrera -insistió el desconocido acercándose a ella-. Te desafío.

Lo que más le gustaba a Lily en el mundo eran los desafíos y jamás había dicho que no a uno. Aunque muchas veces se había metido en líos por dejarse llevar, había aprendido hacía mucho tiempo a no reprimirse.

– Te vas a enterar -contestó mirando a su alrededor para cerciorarse de que estaban solos.

El desconocido sonrió encantado.

– ¿Eso es un sí?

– Por supuesto -contestó Lily lanzándole un beso al aire y avanzando sobre la nieve.

Iba esquiando a toda velocidad y lo oía justo detrás de ella. En un abrir y cerrar de ojos, el desconocido se situó a su lado y juntos se deslizaron sobre la nieve blanca a toda velocidad durante un buen rato.

Por fin, Lily consiguió despegarse un poco y decidió apretar en la última curva para ganarle.

«Es mío, ya es mío».

En aquel momento, sonó su radio y, con un gran suspiro, no tuvo más remedio que pararse a contestar.

– Adelante -le dijo a la base.

– Un esquiador ha desaparecido fuera de pista en la cara norte, entre Surprise y la Endiablada. Sus amigos dicen que no tiene suficiente nivel como para estar fuera de pista y no responde a sus gritos. Danny me ha dicho que estás por ahí.

– Sí, estoy en la Endiablada. Me voy a dar una vuelta entre los árboles para ver si lo veo.

– Chris también va para allá.

Chris ocupaba actualmente su antiguo puesto, el de director de la patrulla, y amaba la montaña tanto como ella.

Lily volvió a guardarse la radio en el cinturón y miró hacia los árboles haciéndose un esquema mental de por dónde podía buscar al chico. Al instante, recordó que no estaba sola y se giró hacia el guapísimo desconocido.

– Lo siento mucho, pero tengo que ir a buscar a un esquiador. Dejamos la carrera para otro momento.

El desconocido de negro asintió y, muy a su pesar, Lily se adentró en los árboles, una zona extremadamente peligrosa porque los troncos estaban muy juntos unos de otros y había más de treinta centímetros de nieve virgen.

Lily conocía la montaña como la palma de su mano y consiguió salir del bosque sin problema. Ahora se encontraba en la cara norte de la montaña, junto a un cortado que daba a un valle, en un terreno en el que no se podía esquiar.

A pesar de la dificultad del terreno y de que había letreros en los que se advertía del peligro, todos los años había unos cuantos descerebrados que se metían por allí.

No le costó mucho encontrar las huellas de unos esquís. El esquiador perdido había pasado por allí a pesar del gran cartel en el que se leía Fuera de pista, peligro.

– Idiota -murmuró poniéndose en contacto con la base para informar.

Estaba colgándose de nuevo la radio en el cinturón cuando escuchó que alguien se acercaba y se giró sorprendida.

– Te he seguido -le dijo el guapo desconocido de negro-. ¿Vas a bajar por ahí?

– Sí.

El desconocido dejó de sonreír y se puso muy serio.

– Ten cuidado.

– Tú, también. Anda, vete de aquí.

Lily se deslizó por la ladera, mucho más escarpada que la Endiablada, mucho más peligrosa porque allí había riesgo de avalancha. Por supuesto, aquella mañana antes de las cinco había ido por allí una patrulla precisamente a evaluar el riesgo de avalancha, pero nunca se sabía.

Lily siguió las huellas del esquiador desaparecido, maldiciéndolo por poner en peligro a otras personas con su estupidez.

Al llegar frente a un barranco, suspiró aliviada al ver que las huellas giraban a la izquierda.

– Me parece que lo he visto -le dijo a base.

De nuevo, oyó a otro esquiador tras ella y se giró.

– ¿Se puede saber qué haces aquí? -se sorprendió al ver otra vez al desconocido de negro.

– Ayudar.

– Mira, yo no tengo más remedio que ir a buscar al idiota ése porque soy miembro del equipo de salvamento de esta estación de esquí, pero tú no tienes por qué hacerlo. De verdad, quédate aquí. No quiero tener que preocuparme también por ti.

– Sé perfectamente lo que hago. Soy del Servicio de Búsqueda y Salvamento de Ohio.

– Ah.

Lily sintió que el corazón se le aceleraba.

– Te puedo ayudar.

– Está bien, obviamente sabes lo que hay que hacer, pero este salvamento…

– Mira -la interrumpió el desconocido pasando a su lado hacia un esquiador solitario sentado en una roca.

Lily suspiró y lo siguió.

El salvamento se realizó sin problema y, después de echarle un buen sermón al esquiador desaparecido y de haber rellenado los informes, Lily se dio cuenta de que el misterioso hombre que la había ayudado había desaparecido.

Ni siquiera sabía su nombre.

Por lo visto, el desconocido no había sentido la necesidad de preguntarle el suyo; sin embargo, Lily tenía muy claro que, cada vez que la miraba, lo hacía con deseo, así que, si era lo suficientemente idiota como para dejarla ir, peor para él.

Una vez de vuelta en el despacho, Lily se concentró en el trabajo burocrático, lo que menos de gustaba, durante varias horas.

Cuando levantó la cabeza eran las tres de la tarde y decidió que era un buen momento para salir con la excusa de comer algo.

– ¿Vas a comer? -le preguntó Carrie cuando la vio salir.

Carrie también había nacido allí y había esquiado toda su vida hasta que hacía dos años se había lesionado gravemente la espalda y ahora se conformaba con ver la nieve de lejos.

Lily siempre pensaba que, si a ella le sucediera algo parecido, se moriría.

– Sí.

– A ver si lo adivino. Seguro que vas por una hamburguesa a la cabaña de mitad de pista -sonrió la secretaria.

– Bueno, voy a la cabaña, sí, pero…

– Está nevando otra vez -la informó Carrie.

¿Cuándo había sido eso un impedimento? Lily volvió a su oficina, dejó las gafas de sol y las reemplazó por las de ventisca.

– Haz una bajadita por mí -sonrió Carrie al verla aparecer de nuevo.

– Eso está hecho -sonrió Lily saliendo.

Lily estaba llegando a la cabaña cuando vio un círculo de gente y en medio a dos personas que se estaban peleando.

Al acercarse, comprobó que eran dos hermanos gemelos que estaban discutiendo porque cada uno quería bajar por una pista.

– A ver -dijo metiéndose en medio y llevándose un codazo en el proceso-. ¡Quietos inmediatamente!

Los gemelos se quedaron quietos y la miraron confusos. No debían de tener más de veinte años.

– Tú vas a bajar por Calamita -le dijo a uno de ellos.

– ¿Calamita? ¡Eso es para niñas! -se mofó el aludido.

– Haz lo que te digo o te quito el pase de temporada -le advirtió Lily.

– ¿Cómo? ¡No me puedes quitar el pase de temporada! ¡Me ha costado una fortuna!

– Si no obedeces, te quito el pase de temporada -insistió Lily-. ¿Ha quedado claro? Tú por Calamita y tú por Abby.

Ninguno de los dos interpelados se movió y Lily se preguntó si iba a tener que pedir refuerzos por radio.

En aquel momento, un desconocido salió de la multitud y se situó a su lado. Sin decir nada, consiguió, con su mirada, que los dos chicos se giraran y se alejaran.

Era su guapísimo desconocido de negro.

Lily se relajó y lo miró a los ojos.

– Madre mía, qué dos -sonrió el desconocido.

– Sí, a veces, esto se convierte en un centro de idiotas.

– Pero te has hecho muy bien con la situación.

A Lily le encantó que se lo reconociera.

– ¿Estás teniendo un buen día?

– Sí -contestó el desconocido-. Volver a verte lo ha mejorado.

Lily se inclinó para atarse las ataduras de las botas y para darse un respiro porque aquel hombre la descontrolaba. Sobre todo ahora que sabía que no sólo era una cara bonita y un buen cuerpo.

Saber que era miembro del Servicio de Búsqueda y Salvamento de Ohio no hacía sino excitarla sobremanera porque no había nada que le gustara más en un hombre que saber que arriesgaba su vida por los demás.

Lily oyó cómo sus esquís se desplazaban sobre la nieve y, cuando se irguió, se lo encontró justo frente a ella.

El desconocido se quitó el guante y le tocó la mejilla, allí donde la habían golpeado.

– Estoy bien -le aseguró Lily.

El desconocido le quitó las gafas.

– ¿Qué pasa? -se extrañó Lily.

– Nada, que me apetecía verte los ojos.

Ya.

Lily hizo lo mismo.

El ambiente estaba tan cargado entre ellos que saltaban chispas.

– Vaya, no sabía si habían sido imaginaciones mías -comentó el desconocido mirándola a los ojos.

– ¿A qué te refieres?

– A esto -contestó el desconocido tocándole la base de la garganta con un dedo aprovechando que Lily llevaba la cazadora desabrochada.

Capítulo Tres

Lily oía el latido de su corazón por dentro. Fuerte, potente, alto. De repente, se le antojó que la ropa le apretaba. ¿O sería la piel que le tiraba?

El hombre volvió a acariciarle la base de la garganta con la yema del dedo y Lily se fijó en que él parecía tan agitado como ella.

– ¿Esto… qué?

El desconocido la miró con un brillo especial en los ojos.

¿Impaciencia?

– No sé si voy a poder explicarlo con palabras sin ponerme demasiado gráfico.

Lily sintió que se estremecía de pies a cabeza.

– Comprendo -contestó Lily-. ¿Te sucede a menudo?

– No. ¿Y a ti?

¿El qué? ¿Mirarse en sus ojos y sentir como si se estuviera ahogando de felicidad? ¿Querer desnudarse allí mismo para sentir sus manos por todas partes?

– No -consiguió contestar-. No demasiado a menudo.

El desconocido se quedó mirándola a los ojos con intensidad.

– Esta mañana, durante el salvamento, he oído que tus compañeros te llamaban «Slim», pero supongo que no te llamas así -comentó acariciándole la mandíbula.

– No, me llamo Lily Harmon.

– Logan White -se presentó el desconocido acariciándole la coleta en la que Lily llevaba el pelo recogido-. ¿Sigues de servicio?

– En realidad, hoy no estoy de servicio -contestó Lily-. Trabajo en el hotel.

Lily no solía decir que era la propietaria porque, entonces, la gente la miraba de otra manera y eso a ella no le gustaba.

– Me había tomado un descanso para comer algo.

– Perfecto.

Sí, perfecto para hacer unas cuantas cosas juntos.

– ¿Perfecto para qué?

– Para terminar la carrera. ¿Todavía te crees capaz de ganarme?

– Sé que soy capaz de ganarte.

Logan la miró desafiante.

– Vamos -lo animó Lily avanzando hacia la Endiablada.

– ¿Lista? -le preguntó Logan una vez allí.

– Espero que el que esté listo para perder seas tú -contestó ella.

Logan se rió de manera sensual.

– Eso ya lo veremos…

Lily no esperó. ¿Trampa? Bueno, sólo un poco. Después de haber visto cómo esquiaba aquel hombre, lo cierto era que no estaba tan segura de poder ganarlo a no ser que lo tomara por sorpresa.

Lily sentía el viento en la cara y, con la emoción de la carrera, su ritmo cardiaco se aceleró. Logan se puso a su altura rápidamente y durante un buen rato se deslizaron sobre la nieve en paralelo.

«Vamos a la par», pensó Lily sin poder evitar preguntarse si en la cama les iría igual de bien.

En aquel momento, se cruzó un esquiador. El hombre no los había visto y había un barranco muy cerca, así que Lily le gritó que se apartara. Al oír voces, el hombre se giró hacia ellos y, al comprender el peligro, se tiró al suelo.

Al hacerlo, se llevó a Lily por delante.

– ¿Estás bien? -le preguntó Logan.

«No, por supuesto que no estoy bien», pensó Lily.

Se había caído y ella jamás se caía.

Maldición.

Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que lo que había pasado en realidad había sido que Logan la había tirado adrede al suelo para evitar que cayera por el barranco. Al imaginarse el daño que podría haberse hecho, sintió náuseas.