– Menuda caída -comentó Logan poniéndole la mano en el brazo.

– Estoy bien -le aseguró Lily.

En realidad, lo único que le dolía era el orgullo.

– Menudo desagradecido -comentó Logan al ver que el esquiador que había provocado todo aquello se largaba sin decir nada.

– Ya ves -contestó Lily encogiéndose de hombros-. Vaya -se lamentó al ver que se le había roto una de las ataduras de la tabla.

– Espera -le dijo Logan abriendo su mochila y rebuscando en el interior.

– ¿Cinta americana? -se sorprendió Lily.

– Mira -contestó Logan atándole la bota a la tabla.

– Vamos -propuso Lily incorporándose.

Al hacerlo, sintió una punzada de dolor en la rodilla izquierda. Era una vieja lesión por la que había tenido que pasar dos veces por quirófano y que ahora le estaba molestando bastante.

– ¿Por qué no descansamos un poco? -propuso Logan observándola atentamente.

– ¿Por qué? ¿Estás cansado?

– Lily…

Sonó una voz por su radio.

Era su hermana Sara, dos años más joven que Gwyneth. En lugar de seria, cínica y marimandona, era maternal, cotilla y marimandona también.

– Lily Rose, estoy en tu mesa y no estás.

– Increíbles dotes de deducción -murmuró Lily.

– ¿Lily Rose? ¿Me oyes?

– ¿Qué pasa?

– Madre mía, menuda mesa tienes. Qué desastre.

– Gracias. Ahora mismo voy para allá -contestó Lily interrumpiendo la comunicación abruptamente.

Cinco segundos después, sonó su teléfono móvil. Lily sabía que era Sara de nuevo.

– ¿Qué quieres ahora? -le espetó dando al manos libres en lugar de quitarse el casco para hablar de forma normal.

– Mira, ha llegado la tía Debbie hace un rato y se ha enfadado mucho porque dice que habló contigo para que le reservaras una suite y no tenemos ninguna libre.

La tía Debbie era la hermana pequeña de su madre, una «sorpresa» de su abuela, una hija que no esperaban, tan sólo unos años mayor que Gwyneth. Era una esnob que vivía en Nueva York y solía ir por allí una o dos veces al año vestida con los monos de esquí más fashion del momento, entregando carísimos regalos y abrazos falsos a diestro y siniestro.

Siempre que iba por allí, se liaba con algún esquiador increíblemente guapo, estaba con él una semana y luego se largaba.

– A mí no me ha dicho nada, así que dale la mejor habitación que tengas por ahí y listo.

– Eso es lo que iba a hacer, pero a ver si la próxima vez te acuerdas de comentar este tipo de cosas.

Lily puso los ojos en blanco. Hablar con sus hermanas era como hablar con una pared.

– Ah, por cierto, Leah me ha comentado que va a venir un amigo suyo para quedarse una semana y que viene con un Jeep nuevo -rió Sara-. No se lo robes, ¿eh?

– ¿Todavía no te has enterado de que yo no robo Jeeps nuevos? Sólo me gustan los viejos -contestó Lily.

– Perdón, pero no he podido vencer la tentación -bromeó su hermana.

Lily colgó el teléfono.

– Pero qué graciosa…

– ¿Tu hermana mayor?

Lily flexionó las rodillas unas cuantas veces para ver si se le había ido el dolor, pero no había sido así.

– Sí, todavía no se ha enterado de que ya no soy la salvaje que era de adolescente y de que robar el precioso Jeep Laredo de mi padre para ir a fumar marihuana a la colina ya no me hace gracia.

Aquello hizo reír a Logan.

– Bueno, las estupideces que se hacen cuando uno es joven.

Lily se sorprendió de que no le hiciera mil y una preguntas.

– Sí, lo que pasa es que, por lo visto, yo era más estúpida que los demás.

– ¿Por qué dices eso?

– Bueno, para empezar eran momentos estúpidos porque casi siempre me pillaban. En aquella ocasión, claro, no fue difícil porque se me olvidó poner el freno de mano y, cuando salí del coche y me senté para fumarme un porro a la luz de la luna, el coche se fue cuesta abajo.

– Vaya.

– Sí -suspiró Lily-. Todavía se creen que soy aquella estúpida adolescente, da igual el tiempo que haya pasado.

– ¿Eres la hermana pequeña?

– Por desgracia, sí. ¿Y tú?

– Soy el mayor.

– Ah -sonrió Lily-. Entonces, ¿eres imposible, frío y sabelotodo?

– Por supuesto.

– Puede que seas imposible y lo de sabelotodo todavía no lo sé, pero de frío no tienes nada.

Logan no contestó.

– ¿Qué tal la rodilla?

– ¿Lo ves? Si fueras un hombre frío, ni siquiera te habrías dado cuenta de que me duele -contestó Lily-. No te preocupes, es una vieja lesión.

Logan se arrodilló ante ella, le levantó el pantalón hasta por encima de la rodilla y se quedó mirando la cicatriz.

– Llevo una venda elástica en la mochila. ¿La quieres?

– Sí -contestó Lily consciente de que la ayudaría a bajar la pista sin dolor.

A continuación, Logan le vendó la rodilla.

– ¿Los empleados pueden utilizar el jacuzzi?

– Bueno, la verdad es que… no soy una empleada del hotel -contestó Lily.

Quería decirle la verdad, quería que la conociera.

– ¿Ah, no? -dijo Logan poniéndose en pie.

– No, soy… la dueña -le explicó Lily-. Lo he heredado de mi abuela -sonrió.

Logan ni parpadeó.

– Entonces, seguro que puedes utilizar el jacuzzi.

Lily se quedó mirándolo y se rió.

De nuevo, la había sorprendido. De nuevo, no le había hecho ninguna pregunta.

– ¿Vas a poder bajar esquiando tú sola?

Lily asintió e inició el descenso. Logan la siguió por si necesitaba algo. Lily había esquiado con muchos hombres a lo largo de los años con los que tenía pensado acostarse, pero jamás la experiencia le había resultado tan excitante.

Cuando estaban llegando al hotel, volvió a sonar la radio. En aquella ocasión era Chris.

Otra emergencia.

Un esquiador se había salido de pista. No se había hecho nada, pero no era capaz de trepar por las rocas para volver a la pista.

– Lo que me faltaba -se lamentó Lily-. Lo siento, pero me tengo que ir.

– La persona con la que hablabas parecía muy preocupada -contestó Logan.

– Sí, es que este salvamento no va a ser fácil. Está anocheciendo y el lugar en el que el esquiador se ha salido de pista es muy rocoso y está cubierto de hielo y de nieve polvo.

– En otras palabras, hay riesgo de avalancha.

– Exacto.

– Os puedo ayudar.

– No.

– Llevo diez años escalando.

Lily suspiró.

Lo cierto era que aquel hombre le había arreglado la atadura de la bota con cinta americana y le había vendado la rodilla cuando casi nadie se había dado cuenta de que se había hecho daño.

– Está bien, vamos.

– Vamos, Lily Rose.

– Como me vuelvas a llamar Lily Rose, vas a ser tú el que se salga de pista.

Aquello hizo reír a Logan.

Capítulo Cuatro

Logan observó esquiar a Lily.

Iba mucho más despacio y con mucha más prudencia que antes, lo que lo llevó a preguntarse si no se habría hecho mucho más daño del que quería admitir.

Lo cierto era que después de toda la vida cuidando de sus dos hermanos pequeños porque su padre tenía mucho trabajo y de llevar él unos cuantos años en el equipo de búsqueda y salvamento, hacerse cargo de los demás era puro instinto para él.

Era cierto que Lily parecía perfectamente capaz de cuidarse ella sólita, pero, aun así, Logan sentía la necesidad de protegerla.

Era cierto que no era una mujer despampanante, no, no era ningún bellezón, pero era puro desafío y eso la convertía en la mujer más atractiva que Logan había tenido cerca hacía mucho tiempo.

En menos de diez minutos, llegaron al lugar donde el esquiador se había caído. Allí había otros cuatro patrulleros, que estaban intentando tranquilizar a los amigos de la víctima, que había caído unos diez metros hacia abajo, y preguntándose dónde estaban los letreros que avisaban de que ese territorio era fuera de pista.

– Esta mañana había tres -les aseguró Lily.

– No me extraña que el pobre hombre se haya salido de pista si no sabía el peligro que corría -se lamentó Chris.

– ¿Cómo lo hacemos? ¿Lo bajamos o lo subimos? -preguntó Lily.

– De una u otra manera, va a ser un salvamento complicado.

Logan se dijo que aquella gente sabía lo que estaba haciendo y se mantuvo en un discreto segundo plano.

Al cabo de unos minutos, la radio de Lily volvió a interrumpirlos. En aquella ocasión, para informarlos de que los gemelos a los que la propia Lily había echado de las pistas se estaban volviendo a pegar enfrente del hotel.

Increíblemente enfadada, Lily indicó a tres miembros del equipo que fueran a disolver la pelea, que, por lo visto, estaba adquiriendo dimensiones insospechadas. Se quedaron solamente Chris y ella.

No paraba de nevar y se estaba haciendo de noche.

– Voy a bajar por él -anunció Lily.

– No, déjame que baje yo -intervino Logan.

– Logan…

– Tú no tienes bien la rodilla y yo he hecho esto miles de veces.

– ¿En la nieve? ¿Con hielo?

– Sí, en la nieve y con hielo -le aseguró Logan.

– Chris, te presento a Logan, miembro del Servicio de Búsqueda y Salvamento de Ohio, experto esquiador, montañero y piloto de helicópteros. ¿Tú crees que nos sería de alguna ayuda?

– ¡Por supuesto que sí!

En aquel momento, volvió a sonar la radio. Un niño se había roto la muñeca en la última bajada del día y requería un enfermero.

– Chris…

– Si me voy yo, no vas a poder con Logan, así que tendrás que bajar tú.

– No me importa -le aseguró Lily-. Por fin solos -añadió girándose hacia Logan cuando su amigo se hubo marchado-. Por favor, no me dejes caer -bromeó colocándose el arnés y comenzando a descender.

– Por supuesto que no -sonrió Logan.

Y así fue cómo Lily se dejó caer por la pared, confiando completamente de él, muy segura de sí misma. Desde luego, aquella mujer era la mujer más increíble que Logan había conocido jamás.

Al poco tiempo, Lily le indicó que estaba junto a la víctima y Logan recogió el equipo. Al asomarse al barranco, comprobó que Lily y el esquiador ya se habían ido.

«Espero que estén bien», pensó Logan sabiendo que el terreno por el que tenían que esquiar era realmente dificultoso.

Mientras bajaba hacia el hotel, encontró y recogió los tres letreros que los enfermeros estaban buscando.

Una vez en el hotel, le dijeron que Lily y el esquiador estaban bien, que los había recogido una oruga, pero tuvo que esperar un cuarto de hora para poder comprobarlo con sus propios ojos.

– Hola -lo saludó Lily al llegar-. Vaya, los letreros…

– Sí, me parece que alguien los ha cambiado de sitio.

Aquello hizo maldecir a Lily.

– ¿Estás bien?

– Sí, claro que sí -contestó Lily llamando por radio a un compañero y dándole instrucciones para que colocara los carteles en su lugar a la mañana siguiente antes de que las pistas abrieran-. No hace falta que te preocupes por mí.

¿Acaso nadie se había preocupado por ella jamás?

– Sólo quería asegurarme de que tenías bien la rodilla…

– Ya soy mayorcita.

Sí, era mayorcita, inteligente, rápida y fuerte.

Lily abrió la boca, sacó la lengua y dejó que un poco de nieve le cayera en ella. Al instante, Logan deseó tener aquella lengua en su boca.

– ¿Seguro que no te duele nada? -insistió acercándose a ella.

– ¿Y si me duele qué vas a hacer? ¿Darme un beso y decirme eso de «sana, sana, culito de rana»? -lo desafió.

– Puede ser.

– Seguro que no te atreves.

Sin pensarlo dos veces, Logan la tomó entre sus brazos y la besó, haciéndola murmurar sorprendida. La pasión del encuentro lo excitó sobremanera, haciendo que se apretara contra ella, momento que Lily aprovechó para abrir la boca y besarlo.

Aunque ambos iban ataviados con trajes de esquí, el calor que emanaba de sus cuerpos era evidente.

Logan era consciente de que jamás lo habían besado así y también era consciente de que no podían seguir aquella interesante exploración en público, así que, haciendo un esfuerzo, dio un paso atrás y se separó de ella, no sin antes permitir que Lily le succionara el labio inferior.

Con los labios húmedos, se quedó mirándolo a los ojos, evidentemente excitada, como si ella también supiera que aquello era diferente y, por eso mismo, aterrador.

– Muchas gracias por toda la ayuda que me has brindado hoy -sonrió-. Siempre es un placer trabajar con otro adicto a la adrenalina. Si algún día quieres venirte a trabajar aquí, estás contratado.

– Yo no soy adicto a la adrenalina -protestó Logan.

Lily se rió.

– Claro que lo eres, exactamente igual que yo, no podemos remediarlo -insistió Lily besándolo rápidamente-. Me voy.

– La rodilla…

– Ya la tengo mucho mejor. Pásatelo bien esta noche.