La canción terminó y ellas gritaron y aplaudieron como si estuvieran saliendo de una pista de baile.
Kenny llamó a la puerta y dijo:
– ¿Es una fiesta privada o puede entrar cualquiera? Las oí desde el otro lado del callejón.
Tess, en un estado de ánimo curiosamente entre alegre y efusivo, respondió:
– Pasa, Kenny. Sólo estamos estirando nuestras cuerdas vocales.
Abrió la puerta, entró y se detuvo en el umbral de la cocina, mirándolas.
– Toma -Tess arrastró una silla con el pie y la empujó hacia atrás-. Siéntate con nosotras.
Colocó la silla frente a ella y recordó que le había ordenado a Casey que se alejara de ahí. Pero reprenderla era lo último que tenía en mente mientras se acomodaba.
– Adivina qué, papá -dijo Casey-. A Mac le gusta la canción que le he estado ayudando a escribir. Va a grabarla en su próximo álbum y dice que me dará crédito como coautora.
– ¿De veras? -su mirada pasó de Casey a Tess.
– Por supuesto, si no te molesta -añadió Tess.
– Si así fuera, no serviría de mucho, ¿verdad?
– Probablemente no.
Tess se levantó y sacó una lata de Coca-Cola del refrigerador. Cuando puso la gaseosa frente a Kenny, él alzó la mirada hacia ella.
– Gracias -dijo él. Las piernas desnudas y una mancha en su camiseta la colocaban al nivel del resto de los mortales; esa idea le produjo una sonrisa, pero la escondió tras su bebida. Por una vez, Tess se había quitado sus largos aretes de plata y turquesas. Se veía mejor sin ellos. De hecho, a él le parecía que se veía demasiado bien esa noche. Tuvo que obligarse a ponerle atención a Casey, que seguía hablando.
– Mac y yo trabajaremos en la canción mañana otra vez, papá. ¡Vaya! ¡Estoy tan emocionada! No puedo creer que esto me esté pasando -sin detenerse a tomar aliento, Casey se levantó de un salto y dijo-. Voy a pasar a tu baño, ¿sí?
Se marchó a toda prisa sin esperar una respuesta, dejando a los dos sentados en la cocina iluminada con luz fluorescente, tratando de fingir desinterés el uno por el otro y de sostener una conversación neutral.
– ¿Sabes? Estaba pensando -dijo Tess-. En realidad sí tengo deseos de cantar con el coro de la iglesia, después de todo. ¿Estás seguro que no te molesta?
El ocultó su sorpresa y respondió:
– No, en absoluto.
– El ensayo es el martes, ¿verdad? -continuó ella.
– Sí. A las siete de la noche. ¿Te gustaría cantar un solo?
– Eso depende de ti. No quiero robar el éxito de tu coro.
– Mi coro no es tan bueno. No hay éxito qué robar. Si quieres hacer un solo, te escogeré una pieza -Kenny se aclaró la garganta-. Así que conociste a Faith hoy.
– Sí. Es muy dulce.
– ¡Ah! Ella dijo lo mismo de ti.
– No le creas -pidió Tess con una sonrisilla.
– No te preocupes -replicó él, y aunque trató de reprimir su sonrisa, se le dibujó en los labios.
– Así que… ¿qué pasa entre ustedes dos? ¿Están comprometidos o algo así? -preguntó Tess.
– No. Sólo somos amigos.
– ¡Ah, bien! Amigos -ella asintió como si lo estuviera pensando-. ¿Desde hace cuánto? ¿Ocho años? Es lo que Casey me dijo.
– Y es correcto.
– Mmm. ¿Y qué le pasó a la madre de Casey?
– Se cansó de nosotros y se marchó a París.
– ¿Se cansó de ustedes? ¿Así nada más?
– Eso fue lo que dijo.
– ¡Ah! -entrelazó los dedos y los colocó debajo de la barbilla. Por fin continuó-. Pero Casey y tú se llevan de maravilla. Eso puedo verlo.
– Yo diría que sí.
– Y ella está loca por Faith. Eso me ha dicho.
– Bueno, ustedes dos han tenido una larga conversación. ¿Qué más te dijo?
– Que tú no quieres que crezca y sea como yo.
Él no dijo nada; sólo la miró.
– Es comprensible -prosiguió ella-. Este tipo de vida no deja mucho tiempo para las relaciones personales.
– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no tienes novio?
Ella lo pensó antes de decidir qué le respondería.
– De hecho, sí tengo. Está de gira en este momento, en Texas.
No estaba muy claro por qué estaban delimitando sus territorios, pero antes de que pudieran evaluar sus motivos, Casey regresó, y con ella, el sentido común. Despuiés de eso la conversación fue superficial y Kenny y Casey se marcharon al poco rato. En los escalones de la puerta trasera, Casey le dio a Tess otro de sus impulsivos abrazos.
– Gracias, Mac. Estás haciendo que todos mis sueños se hagan realidad.
– Y además me divierto mucho -le aseguró Tess, y era cierto.
– Te veré mañana.
Mientras Casey se alejaba con su padre, Tess vio contra la luz lejana del porche que iban tomados de la mano. Imaginó que en la actualidad pocos adolescentes caminan tomados de la mano de sus padres. Algo en su interior se renovó al verlos alejarse.
Después de que se marcharon, Tess se quedó pensativa, mirando por la ventana, sintiéndose sola y alejada de su vida cotidiana. Pensó en lo que le había dicho a Kenny acerca de Burt. ¡Ay, bueno!… suspiró y se alejó de la ventana.
Ya en la cama, permaneció despierta. Pensaba en Burt y en ella, sabiendo que hacían falta más de un par de días de vez en cuando para forjar algo importante.
Tenía más significado el breve tiempo que había pasado esa noche con Casey y Kenny que cualquiera de las relaciones que hubiera intentado tener en los últimos siete años.
¡Oh! ¿Por qué pensar en eso? Pero cuando se colocó boca abajo y trató de alejar sus pensamientos para conciliar el sueño, no fue la imagen de Burt la que vio con los párpados cerrados, sino la de Kenny Kronek.
TESS Y CASEY terminaron la canción el sábado por la noche. La cantaron juntas tantas veces que se sabían al dedillo, al derecho y al revés, cada una de las armonías. Sus tonalidades vocales eran completamente diferentes: Tess tenía una resonante voz de soprano, y Casey era una contralto con un tono áspero, pero la combinación resultaba cautivante.
Cuando Casey se marchó, Tess tenía una grabación de prueba de sus voces.
Llamó a Jack Greaves y le dijo:
– Ya terminé la canción. Te la enviaré el lunes. Presta atención a la voz que canta los coros para que me digas qué opinas de ella.
Después de llamar a Jack se quedó en la cocina con una sensación de desarraigo. La tarde del sábado en un pueblo pequeño todos tenían planes. Casey había salido con sus amigas. Renee y Jim iban a cenar con su grupo de gourmets. Judy… bueno, Tess en realidad no quería estar con Judy. Así que… ¿qué iba a hacer? Limpiaría la casa porque Mary saldría del hospital al día siguiente. Sin embargo, era una hermosa tarde de primavera, y la idea de hacer limpieza le pareció de pronto una actividad muy triste. Se preparó un sándwich de pavo ahumado y germinados de soya y estaba comiéndolo de pie frente al fregadero de la cocina cuando vio que Kenny y Faith salían de la casa y se dirigían al auto de ella. Iban muy elegantes: ella llevaba un vestido color rosa y él un saco deportivo y corbata. Probablemente iban a cenar fuera. Tess se preguntó si él miraría hacia donde ella estaba, pero no lo hizo. Los dos subieron al auto y se fueron.
¿Qué era aquella extraña opresión en el pecho que sentía Tess? ¿Decepción? ¿Qué era lo que andaba mal con ella? ¿Acaso estaba tan acostumbrada a que la idolatraran que tenía que conquistar a Kenny Kronek? ¿Otra vez?
Tratando de sacarse esa idea de la cabeza, decidió realizar la limpieza de la casa con toda el alma. Cambió las sábanas de la cama de su madre, sacudió, aspiró y limpió el baño. Hizo a un lado cualquier obstáculo con el que pudiera atorarse la pata de la andadera. Después encontró varias cosas que Mary iba a necesitar durante su periodo de recuperación y que le había pedido que buscara: una banca para el baño, un adaptador para el inodoro, una esponja con mango largo. Ya estaba oscuro cuando encendió la luz exterior y salió al jardín para recoger algunos tulipanes y guirnaldas. Puso las flores en un jarrón, arrojó a la basura el horroroso tapete de plástico amarillento con las orillas dobladas y colocó el arreglo floral en el centro de una linda bandeja de bordes festonados que encontró en una de las alacenas.
Agotada por el desacostumbrado trabajo físico, Tess se durmió en el sofá de la sala mientras veía las noticias de las diez en el televisor. Cuando despertó ya era muy tarde y, dando tumbos, fue escaleras arriba, como zombi, para dejarse caer en la cama y dormir como lirón hasta el amanecer.
Se despertó muy sorprendida. El reloj indicaba que eran las seis y diez y se sentía estupendamente. Saltó de la cama y salió a regar el jardín de su madre.
Aquel era un momento del día que Tess casi nunca veía. Se detuvo en los escalones del porche para ajustarse el cinturón de un corto kimono de raso color jade, disfrutando de la resplandeciente explosión de colores en el veteado cielo del este. Luego se dirigió a la manguera, la desenrolló y la arrastró sobre el césped húmedo y crujiente hasta el jardín, entre las hileras de remolachas y quimbombós, colocó el aspersor y después regresó con pasos amortiguados hasta la casa para abrir el grifo.
Estaba de pie al lado del jardín, viendo distraída el aspersor, cuando oyó que una puerta se cerraba en la casa de enfrente. Se volvió para mirar.
Kenny estaba de pie en su porche trasero bebiendo una taza de café. Estaba vestido igual que el día en que había llevado a su madre al hospital: una camiseta blanca y pantalones deportivos grises… sólo que esta vez estaba descalzo. Bebió un largo sorbo de la humeante taza, observando a Tess con desconcertante franqueza. Por fin, levantó la mano en silencioso saludo. Ella también levantó la suya y sintió un vuelco peculiar en su interior, una advertencia. "No con San Kenny", se dijo. "Ni siquiera lo pienses."
Su manera de mirarla hizo que cobrara conciencia de sus largas piernas desnudas, de su breve atuendo de seda y lo poco que llevaba debajo.
Se volvió hacia el aspersor, que no estaba en el lugar correcto. Tuvo que correr entre los surcos antes de colocarlo donde quería, dando zancadas entre las plantas húmedas, mientras Kenny la observaba. El aspersor regresó y le roció el trasero con agua fría. Ella gritó y le pareció oírlo reír… no estaba segura. Tal vez fue sólo su imaginación.
Tess se detuvo, esperando a que el aspersor diera dos vueltas para asegurarse de que estaba regando todo el jardín. Por fin se dirigió hacia el sendero, dejando huellas húmedas tras ella. Sintió que los ojos de Kenny la seguían y, cuando llegó a lo alto del escalón trasero, se volvió para verlo. Ahí estaba él, de pie como antes, sosteniendo la taza de café, sin pretender siquiera disfrazar su interés.
No se movía; no hacía nada más que mirarla y lograr que el corazón se agitara como no lo había hecho en años.
"Eres una tonta", se dijo; pero cuando se dio vuelta y entró en la casa, el corazón aún latía con fuerza.
AL DÍA SIGUIENTE, Tess asistió al servicio de las diez de la mañana de la Primera Iglesia Metodista y escuchó el coro de Kenny.
Eran aceptablemente buenos, y la voz de Casey destacaba como si estuviera cantando sola. El reverendo Sam Giddings anunció desde el púlpito que Tess cantaría con el coro el domingo siguiente y varias personas se volvieron a sonreírle. Cuando comenzó el himno de clausura, ella salió al pasillo con los demás y la gente le hizo comentarios amables acerca de lo bueno que era tenerla de vuelta en casa. A algunos los conocía; a otros no. Las familias de Judy y Renee habían asistido al servicio anterior, así que Tess esperó afuera a Casey y a Kenny.
Salieron cuando la multitud disminuyó, y aunque Tess los vio a los dos, su mirada se fijó en Kenny. Él caminó directo hacia ella y preguntó con ansiedad.
– Bueno, ¿qué opinas?
– Es muy respetable. Disfruté mucho de la música. Estoy ansiosa porque llegue el ensayo del martes.
– Hola, Mac -la saludó Casey, y se abrazaron. Luego la chica se alejó, dejando a Tess con Kenny.
– Así que hoy vas a traer a Mary a casa.
– Ya tengo las almohadas en el asiento de su auto -respondió Tess al tiempo que consultaba su reloj-. Es mejor que me marche ya. Puedo recogerla a partir del mediodía.
Había un estacionamiento atrás de la iglesia. Cuando Tess se dirigió hacia allá, él la siguió y caminó a su lado, con las manos en los bolsillos del pantalón. La acompañó hasta el Ford de Mary y le abrió la puerta, sin prisa; era un hombre acostumbrado a ser cortés con las mujeres. Tess subió al auto, metió la llave en el encendido, lo miró y le dio las gracias.
Echó a andar el motor y, con asombro, descubrió que se sentía renuente a dejarlo.
Él actuaba como si se sintiera del mismo modo. Empujó la puerta del auto con las manos y dijo en voz baja:
– Hasta luego.
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