– De veras quieres ser cantante, como Tess McPhail, ¿no es así?

Casey miró a Falth.

– ¿Crees que estoy loca?

– Por supuesto que no. Y tal vez no sea la más capacitada para decirlo, pero creo que eres muy buena.

– Pero papá no, ¿verdad?

Faith avanzó por el cuarto y se sentó en la orilla de la cama.

– Tal vez tu padre tenga un poco de miedo de que llegues a triunfar. ¿Lo has pensado?

– ¿Por qué le asustaría algo como eso?

– Porque hará que te alejes de su lado. Porque es un estilo de vida difícil. Porque muchos músicos toman drogas y llevan una vida desordenada y disoluta… o al menos eso se dice.

– Pero él sabe lo que la música significa para mí.

– Mmm… -dijo Faith-. Y tú sabes lo que significas para él.

Casey se quedó callada. Luego se inclinó hacia el frente.

– Oye, Faith, ¿Puedo preguntarte algo?

– Por supuesto.

– Cuando me vaya, ¿crees que algún día te casarás con papá?

– No lo sé -respondió Faith mirando a Casey a los ojos.

– Sin embargo, papá y tú se ven a diario. ¿Qué cambiaría si estuvieran casados?

– Sé que esto no tendrá mucho sentido para ti, pero tu papá y yo tenemos lo mejor de ambos mundos. Tenemos compañía y al mismo tiempo conservamos nuestra independencia. En realidad me agrada regresar a mi pequeña casa y no tener que responder; ante nadie más que a mí misma.

– ¿Alguna vez te lo ha propuesto papá…? Me refiero a si te ha pedido que te cases con él.

– No desde hace mucho tiempo.

– ¡Oh! -la habitación quedó en silencio mientras Casey observaba a Faith y trataba de encontrar alguna explicación a su noviazgo con Kenny.

– Bueno -dijo Faith aspirando profundamente-. Creo que es hora de que me marche. Toma un largo y placentero baño y cuando termines todo te parecerá menos importante -se levantó y se quedó delante de la silla de Casey, con la mano sobre el libro de la chica-. Como padre, es muy bueno.

Casey asintió con los ojos filos en el piso.

– ¿Quieres venir a cenar con nosotros? -preguntó Faith con una serenidad impresionante.

Eso era lo que le gustaba a Casey de Faith. Ella comprendía que algunas veces uno necesita tiempo para estar a solas.

– No. Ustedes comiencen sin mí.

Faith y Kenny cenaron solos esa noche. Cuando ella se marchó eran más de las ocho y media y ya estaba oscuro. Kenny la acompañó hasta su auto. Salieron a la noche de primavera lentamente, sin ánimo, todavía deprimidos por la discusión con Casey.

Él abrió la puerta del conductor y ella se volvió antes de subir.

– Creo que vas a tener que dejar que intente lo que ella quiera hacer con su música.

Él suspiró y bajó la mirada.

– Bueno, debo irme -dijo Faith-. Buenas noches -lo besó en la mejilla y subió al vehículo. Las luces delanteras lo iluminaron y Kenny levantó la mano en una despedida inconsciente. Cuando las luces traseras del auto de Faith se perdieron de vista, la mirada de Kenny recorrió el callejón hasta la casa de Mary. La planta baja no estaba iluminada, y la única ventana del piso de arriba, debajo del pico del techo, tenía un resplandor dorado. En tanto la partida de Faith lo había dejado indiferente, la cercanía de Tess le provocaba una reacción aguda y viril. Se quedó de pie, mirando su ventana, recordando el enfrentamiento que tuvieron hacía algunas horas y preguntándose cómo podía ella seguir siendo así después de tantos años. Cuando terminó su discusión en el jardín, ya estaban coqueteando. Era una tontería, pero eso fue exactamente lo que hicieron. ¿Por qué?

Él había construido una vida idónea para Casey y para sí mismo. Tenía lo que deseaba, ni más ni menos: un pequeño y agradable negocio, una vida cómoda, un círculo de viejos amigos y una amiga muy especial en Faith. Entonces, Tess regresó y todo comenzó a cambiar. Casey era demasiado impresionable y los artistas la embebían para que la educara una mujer como Tess. Y en cuanto a él, era mejor que comenzara a actuar como el tipo de hombre que Faith se merecía.


AL DÍA siguiente, cuando Tess salió para encender el auto, encontró una nota metida bajo el limpiador del parabrisas. Decía:

“Mac: tengo un segundo verso que pienso que podría funcionar. A ver si te gusta."


Mamá está en casa, nada ha cambiado,

la casa se ve vieja y abandonada,

el mismo reloj en la cocina antigua y destartalada,

mamá no quiere reemplazar nada.


Mamá está bien.

No puede cambiar.


Tess se detuvo en el callejón y se puso a leer el verso, cantándolo para sí.

Le encantó. Era sorprendente que una chica de diecisiete años tuviera la perspicacia necesaria para escribir algo tan bueno.

Llamó a su productor y dijo:

– Jack, escucha, quiero que reserves espacio en el álbum para una canción nueva que estoy escribiendo aquí. Todavía no la termino, pero pronto lo haré. Me está ayudando una joven de bachillerato que vive al otro lado del callejón y… no vas a creerlo, Jack, la canción es buena. Y la chica también.

– ¡Una niña de bachillerato! Tess, ¿estás loca?

– Lo sé, lo sé, pero ella es especial; es brillante y tiene talento. Es sólo una canción, ¿de acuerdo? Y si no resulta usaremos cualquiera que hayas escogido de las cintas de demostración.

Él suspiró.

– De acuerdo, Tess. ¿Cómo se llama?

– Una chíca de pueblo. Te avisaré en cuanto la termine.

– Muy bien, Mac. Tú eres la estrella. Tú sabrás lo que haces.


LA RECUPERACIÓN de Mary era normal, lo que en el caso de una prótesis de cadera significaba que era lenta. El tercer día le quitaron el catéter y cuando Tess llegó, un ayudante y Virginia, la terapeuta, ayudaban a Mary a levantarse para usar la andadera.

Cuando la levantaron y la enderezaron, ella se mareó. Cerró los ojos y apretó los brazos que la sujetaban.

– Tómese su tiempo -Virginia le dio un minuto y dijo-: ¿Está bien? ¿Siente náuseas?

– Yo… estoy bien -respondió Mary sin aliento.

Tess era muy mala enfermera. Caminar junto a su madre durante sus primeros y titubeantes pasos con el aparato fue un trauma para ella. Cayó en la cuenta de que contenía el aliento mientras observaba los nudillos blancos, el rostro agobiado y el brillo de las lágrimas que Mary no podía evitar que brotaran de los ojos llenos de determinación. Tess estaba sorprendida por el valor de su madre para enfrentarse a ese dolor por segunda vez y se sentía afligida por ser tan cobarde.

Pocas horas después, esa misma mañana, llegó Renee acompañada de su hija Rachel.

– ¿Cómo estás hoy, mamá? -saludó Renee inclinándose sobre la cama para besar a su madre.

Rachel se acercó.

– Hola, abuela. Mamá y yo te hicimos unas galletas. Las que tanto te gustan, de chocolate y espolvoreadas con azúcar glass.

– ¡Querida Rachel! ¿No serán las famosas "Cimas de montaña?" -Mary hizo un esfuerzo por incorporarse para ver las galletas.

Mientras Renee abría la lata, Rachel tuvo la oportunidad de saludar a su tía.

– Hola, tía Tess. No te había visto.

– Qué tal, Rachel. ¿Cómo van los preparativos para tu boda?

– Muy bien. ¡Me da tanto gusto que vayas a estar aquí ese día!

Entre más tiempo pasaba en casa, más comprendía Tess que quizá sus hermanas tuvieran razón. Había perdido el contacto con su familia. Era poco lo que sabía de Rachel como para mantener una conversación con ella.

Minutos después de la llegada de Rachel y Renee, entró Faith Oxbury, con un vestido estampado en tonos pastel y un gran florero con lirios.

– ¡Hola! -dijo alegremente desde la puerta-. ¿Hay alguien aquí con una cadera nueva?

– Faith -dijeron todas a coro-. ¡Hola!

– Mary, querida, ¿cómo estás? Las enfermeras me dijeron que ya diste algunos pasos -dejó las flores y besó a la paciente en la mejilla. Luego se detuvo al lado de la cama, apretándole ambas manos a Mary-. Estoy muy contenta de que lo peor ya haya pasado. No puedo decirte cuántas veces pensé en ti anteayer.

– ¡Ay, gracias Faith! Eso significa mucho para mí.

– Mary, todavía no conozco a tu otra hija -dijo Faith. Se acercó a Tess y le tomó las manos, como había hecho con Mary-. Soy Faith Oxbury.

Tess le devolvió el apretón de manos.

– Hola Faith. Soy Tess.

– Y eres tan hermosa como en las fotografías.

– Muchas gracias.

– Y muy agradable, a juzgar por lo que dice Casey. Lo único que hemos oído desde que regresaste a casa es Mac, Mac, Mac. Tienes a esa chica absolutamente fascinada.

– Bueno, pues no sé por qué. No he hecho gran cosa.

– Respetaste su música. Eso fue suficiente. Creo que tienes a una discípula de por vida -Faith soltó las manos de Tess.

A Tess le agradó Faith. No había nada en ella que le disgustara. Era muy sincera, caritativa, amable con Mary y obviamente amiga querida de toda la familia, y era más que probable que fuera una maravillosa influencia para Casey.

Lo que le molestaba a Tess era que de pronto, y sin pensarlo, se encontró analizando a Faith no a la luz de todo eso, sino por el hecho de que ella era, al parecer, la amante de Kenny Kronek desde hacía mucho tiempo.

Capítulo cinco

Esa noche, a las nueve, Tess apenas estaba cenando: pan sin levadura con tomates sazonados con hierbas de olor y queso de cabra. Estaba sentada a la mesa de la cocina, descalza, con su gorra de béisbol y una enorme camiseta blanca de los Garth Brooks, hojeando un catálogo de JC Penney que ese día le había llegado a su madre por correo. La radio que estaba sobre el refrigerador tenía sintonizada la estación KKLR de Poplar Bluff, y Trishe Yearwood cantaba Pensando en ti.

Afuera, frente a la casa de Kenny, Casey estacionó su camioneta pick up en el lugar de siempre, a la orilla de la acera, se dirigió a la puerta del porche trasero y llamó:

– ¡Oye, papá! ¿Estás en casa? -como no obtuvo respuesta, miró la casa de enfrente. La luz de la cocina de Mary estaba encendida y la puerta posterior estaba abierta. La invitación resultaba irresistible para la chica.

Subió a saltos los escalones y apoyó la cabeza contra la malla de la puerta.

– Hola, Mac. Soy yo, Casey.

Mac se inclinó hacia el frente y la llamó.

– ¡Hola, Casey! Pasa.

Casey entró.

– Vi las luces encendidas y vine. Acabo de regresar de visitar a tu mamá en el hospital.

– ¿Cómo está?

– La levantaron para que caminara un poco mientras yo estaba ahí -Casey entrecerró los ojos en un gesto de dolor, como si la estuviera viendo en ese momento-. ¡Ay!

– Te comprendo; pero ella es muy valiente. Siéntate. ¿Quieres un poco de pan sin levadura?

Casey tomó un trozo y le dio una mordida.

– ¿Qué es esa cosa blanca?

– Queso de cabra.

Casey dejó de masticar e hizo un gesto de repulsión.

– ¿Queso de cabra?

– ¿No lo habías probado? -preguntó Tess-. Es bueno.

– Apuesto que sí -pero Casey perseveró y le dio una segunda mordida-. No es tan malo cuando lo pruebas bien. ¿Puedo tomar otro poco?

– Claro. Prepararé más.

Tess se levantó para hacerlo, pero antes le sirvió una Coca-Cola a Casey y dijo:

– Tu segundo verso es bueno. Voy a usarlo.

Casey se sorprendió.

– ¡Debes estar bromeando!

– No. Tal vez puedas venir mañana a trabajar en la canción un poco más, para ver si podemos terminarla juntas. ¿Sabes?, cuando se publique tendrás crédito como una de las autoras.

– ¿En verdad? ¿Yo? ¡Oh, Mac! ¿Hablas en serio?

– Por supuesto. Llamé a mi productor y le dije que reservara un sitio en el nuevo álbum para esta canción. Entre más pronto la terminemos, mejor.

Casey dejó escapar un grito de alegría al tiempo que Tess llevaba más pan sin levadura a la mesa. Mientras comían, Tess cautivó a la chica con anécdotas de sus giras y de conciertos con otros artistas famosos.

Luego Travis Tritt y Marty Stuart comenzaron a cantar en la radio una vieja canción: El whisky ya no me sirve. Tess y Casey aullaron la canción como un par de borrachines en un bar.

Así fue como las encontró Kenny.

Eran poco más de las diez cuando metió su auto a la cochera. Podía oír sus voces desde el callejón. Había luz en la cocina de Mary cuando atravesó el jardín y se detuvo al pie de los escalones.

A voz en cuello cantaban su necesidad de un ángel del honkytonk, esa música precursora del jazz, cuando Kenny subió los escalones y se asomó. Casey llevaba sus pantalones vaqueros y las viejas botas de montar; Tess, hasta donde podía ver, no llevaba otra cosa que una camiseta muy amplia. Estaban golpeando la mesa con sus bebidas y la maceta de Mary temblaba al ritmo de la música.