Había veces, durante la Feria de los admiradores, en las que Tess daba hasta diez entrevistas en un día. También tenía que dar autógrafos en las tiendas de discos, reunirse con los presidentes de los clubes de admiradores de todo el país, cenar con disc jockeys y, además, sostener reuniones especiales con los directivos de las tiendas de discos.
Era una semana terrible; sin embargo, para Casey era algo nuevo y emocionante. Estaba viendo muy de cerca el duro trabajo que implicaba ser una estrella de la música country y decidió que era, definitivamente, lo que quería ser.
Cuando terminó la Feria de los admiradores, comenzaron los ensayos para el concierto.
El espectáculo de Mac en escena era una extravagancia de luces, vestuarios y equipo, que requería de una docena de minitráilers para transportarse, además de cincuenta empleados. Todos trabajaban duro a fin de preparar la gira, y Casey no era la excepción. Como no tenían mucho tiempo y las jornadas de trabajo eran largas, la joven seguía viviendo con Tess.
Casey llamaba a su padre todas las noches y, al final de cada conversación, él le pedía que lo comunicara con Tess.
Ella le dijo a Kenny que había ordenado a su administrador que le reservara tres boletos en el círculo dorado del concierto de Anaheim para él, Faith y su madre, aunque Mary aún no se había comprometido a asistir. Luego ella le preguntó:
– Asistirás, ¿no es así?
Por un revelador instante, él no dijo nada.
– Iré.
– ¿Y Faith?
– No se lo he pedido.
– ¿Por qué?
– Creo que lo sabes, Tess -respondió Kenny.
– Me alegra -admitió ella-. Reservaré sus habitaciones en el Beverly Wilshire, donde nos hospedaremos Casey y yo. ¡Kenny, estoy tan contenta!
– También yo -aseguró él.
Los días pasaron volando entre ese momento y el concierto de Anaheim. Tess hablaba con su madre casi todos los días para tratar de convencerla de que fuera con Kenny, pero ella insistía:
– Bueno, veré cómo se comporta mi cadera. Es un vuelo muy largo, ¿sabes?
Seguía con la misma respuesta el día en que Tess salió para Los Ángeles en su jet Hawker Siddeley privado, acompañada por Casey.
LA NOCHE ANTES de que Kenny volara a Los Ángeles, él y Faith se reunieron para jugar a las cartas. El grupo de bridge se reunía en la casa de Faith y, a las diez, ella sirvió tarta caliente de durazno à la mode. A las once menos cinco todos se habían marchado menos Kenny. Él la ayudó a limpiar la cocina y a guardar la mesa de juego. Metió las cuatro sillas metálicas plegadizas detrás de los abrigos en el clóset de la entrada y regresó a la cocina, donde la encontró guardando los tenedores y las cucharas de lujo en la alacena.
– Kenny -dijo ella, examinando cada utensilio antes de colocarlo en el interior de una caja forrada con terciopelo rojo-, tal vez debamos hablar acerca del error que estás cometiendo.
– ¿Error?
– No nací ayer, Kenny. Sé bien por qué no me pediste que te acompañe a Los Ángeles -cerró la caja y permaneció de pie, mirándolo-. Me di cuenta en el momento en que comenzaste a enamorarte de ella; pero, Kenny, piénsalo. ¿Qué hará contigo una vez que todo termine?
El reflexionó un momento y luego respondió con sinceridad.
– No lo sé.
El hecho de que admitiera su culpa tan pronto, sorprendió mucho a Faith. Ella más bien esperaba que negara cualquier relación con Tess.
– ¿Estás dispuesto a dejar todo lo que tenemos para continuar esa relación sin esperanza? -preguntó.
– ¿Todo lo que tenemos? ¿Qué tenemos Faith?
– Tenemos ocho años de fidelidad -replicó con cierto temor en la voz-. Al menos yo te he sido fiel.
– ¿Y cuántas veces hemos hablado de casarnos y hemos decidido que es mejor no hacerlo?
– Pensé que te gustaba nuestra situación tal como está -ella dio un paso para acercarse a él-. No quiero perderte Kenny. Y es lo que sucederá si vas a Los Ángeles.
Él mostró la primera señal de que estaba molesto.
– Faith, nos hemos convertido en algo conveniente el uno para el otro. Nos hemos estado encaminando hacia este día desde hace ocho años. No quiero ser un anciano de setenta que haya estado saliendo contigo durante la mitad de su vida.
Ella se irguió.
– Bueno, me doy cuenta de que no cambiarás de opinión.
– No -respondió él en voz baja-. Creo que la amo, Faith.
– ¡Oh, no seas ridículo! -replicó ella en el tono más despreciable que hubiera empleado con él.
– ¿Crees que soy ridículo?
– ¿Piensas que una mujer como ésa se enamoraría de un hombre como tú? ¿No te parece un poco ridículo, Kenny? ¿Y te has detenido a pensar por qué de pronto se ha interesado tanto por Casey? ¿No crees que tal vez la esté usando para atraparte? -se detuvo un momento para darle dramatismo a sus palabras-. Así que cuando termine contigo, también habrá terminado con Casey.
Kenny mantuvo su furia bajo un rígido control.
– ¿Sabes, Faith? Tú y yo casi nunca hemos discutido, pero en este momento en verdad me estás enfureciendo. Así que antes de que diga algo que luego lamente, me marcho de aquí -se dirigió a la puerta y le dijo por encima del hombro-: Me iré a Los Ángeles mañana. Estaré allá tres días. Tal vez mientras estoy fuera debas ir a buscar tu ropa, sacarla de mi casa y dejarme la llave en la mesa de la cocina.
Ella miró estupefacta cómo él empujaba la protección de la puerta con las manos y la dejaba cerrarse de golpe a las espaldas.
– Kenny -lo llamó al tiempo que corría tras él-. ¡Kenny, espera! ¡No te vayas!
– Tengo que hacerlo, Faith -respondió él sin volverse.
Capítulo diez
El concierto de Anaheim comenzaría a las ocho de la noche. A las siete, la parte posterior del escenario en Arrowhead parecía la plataforma de lanzamiento en la NASA: un caos para quien no sabía cómo funcionaba aquello, pero orden para el ojo entrenado. Por todas partes había técnicos que tendían cables y hablaban con sus walki-talkies. El telón estaba cerrado. A los lados del escenario había inmensas bocinas negras apiladas una sobre otra, como un edificio alto, y en cada punto de la oscuridad, pequeñas luces rojas salpicaban la escena.
A la derecha del escenario, entre los telones, había un corredor que llevaba a una habitación grande sin ventanas, totalmente cubierta con cortinajes blancos. Junto a una pared había una larga mesa con un arreglo de enormes azucenas blancas. También había bebidas heladas y una docena de bocadillos distintos, fruta fresca y café caliente.
Media docena de reporteros pululaban en un rincón. Dos largos sofás blancos estaban vacíos, pero de pie, cerca de ellos, se encontraban los ejecutivos de la compañía disquera MCA y sus esposas. Una mujer que llevaba una tablilla con sujetapapeles entró, miró a su alrededor y volvió a salir. Una chica diferente… más joven, que llevaba un vestido negro de cuero, tacones altos de aguja y un cinto de diamantes de imitación que le caía por debajo de la cadera, se acercó a la mujer con el sujetapapeles y la saludó.
– Hola, Casey -sonrió la mujer-. Pasa.
Las cortinas de las paredes sólo se veían interrumpidas por una puerta. En ella había una pequeña placa de latón que decía MAC. Casey llamó y metió la cabeza.
– ¿Me permites entrar?
Tess estaba sentada al tocador mientras le hacían los últimos arreglos a su peinado. Tenía el rostro maquillado para el escenario: una aplicación con brochas y diferentes colores que había tardado treinta y cinco minutos. Las pecas habían desaparecido, cubiertas por una base color alabastro. La línea de los labios era perfecta: ligeramente alargada y favorecedora. Los ojos, sombreados y delineados, adquirieron un brillo de bienvenida al ver la imagen de Casey en el espejo.
– Por supuesto. ¡Oye, luces sensacional!
– También tú.
Tess siguió a Casey con la mirada.
– ¿Tienes miedo? -le preguntó y sonrió un poco.
– Muchísimo.
Tess rió y eso alivió un poco la tensión.
– Está bien. Cuando estés en el escenario lo olvidarás.
– Lo sé. ¿Ya supiste algo de papá?
– Todavía no -"¿Dónde estás Kenny? ¿Dónde estás?", pensó.
– ¿Crees que Mary venga con él?
– No tengo la menor idea. Ella se negó rotundamente a comprometerse.
Por fin, Cathy, la artista del maquillaje, dijo:
– Ya está listo el maquillaje, y el peinado también. Ahora sólo falta el traje.
Tess se levantó y Cathy retiró de una percha un traje de pantalón de raso blanco. Se quitó la bata y se lo puso. Estaba adornado con una línea de lentejuelas claras a los lados de las perneras. La chaqueta estaba cubierta por completo con el mismo tipo de lentejuelas y lanzaba destellos cada vez que Tess se movía.
– Aretes -dijo Cathy, y le entregó a Tess un par elaborado con plumas blancas salpicadas con las mismas lentejuelas iridiscentes.
Luego Cathy sacó un par de zapatillas que hacía juego con el traje. También brillaban cuando Tess caminaba.
La mujer del sujetapapeles asomó la cabeza.
– Veinte minutos -dijo.
"Veinte minutos. ¿Dónde podrá estar?," se preguntó Tess. Luego pareció como si todos entraran al mismo tiempo: las otras cantantes del coro, todas con vestidos negros de cuero:
– Sólo queríamos desearte que te rompas una pierna, querida Mac -que es la manera de desearse buena suerte entre la gente de teatro de Estados Unidos.
Y el publicista de Tess también llegó:
– Tenemos afuera a la prensa y a algunas personas de la MCA que están esperándote, así que cuando estés lista…
– Muy bien, allá voy. Cathy, hay algo que me raspa en la nuca. ¿Quieres ver qué es?
Cathy estaba revisando el cuello de la chaqueta en el momento en que le anunciaron:
– Hay alguien especial que vino a verte, Mac.
Y Kenny y su madre entraron en el vestidor.
No fue como lo había imaginado. Había pensado que estaría lista y sonriente. En vez de ello sólo podía estar de pie con la cabeza baja, mientras Cathy cortaba la etiqueta con unas tijeras; sólo podía ver la rayada seda negra del pantalón del traje de Kenny al lado de las perneras de seda verde del de su madre.
– Ya está -dijo Cathy por fin, y Tess quedó libre.
Levantó la mirada y sintió una emoción generalizada. Una descarga en todo el cuerpo; un estremecimiento de alegría, alivio y promesa. Luego avanzó hacia él… hacia ellos. "Mamá primero", recordó de pronto.
– ¡Mamá! ¡Viniste!
– Kenny no me dejó opción.
– ¡Y te ves tan hermosa!
Apenas notó que la gente daba un paso atrás mientras ella abrazaba a su madre, y también Kenny estrechaba a Casey; pero todo aquello era secundario al hombre al que se moría por tocar.
Por fin le tendió las manos.
– Hola, Tess -dijo él sencillamente, aunque estuvo a punto de romperle los nudillos con el apretón tan fuerte que le dio. Bajó la cabeza, y las mejillas se tocaron con precaución para no estropear el maquillaje, el peinado y las lentejuelas.
– Gracias por traerla -susurró ella.
– Gracias por arreglarlo. Te ves hermosa.
– También tú te ves muy bien. Ese traje es elegantísimo. Ella dio un paso atrás, como se esperaba, y dijo:
– Cuando termine el espectáculo, alguien irá a buscarlos a sus lugares y los traerá aquí. Sólo esperen en sus asientos.
– Faltan diez minutos -advirtió una voz; Tess le dio un apretón de manos a él y luego lo soltó.
Se llevaron a Kenny y a Mary, y Tess fue conducida hasta la antesala, donde la esperaban la prensa y los altos funcionarios de su compañía disquera para una conferencia de prensa de cinco minutos. Ella estrechó cada mano que le tendieron, les dirigió su famosa sonrisa y se preguntó cómo iba a ser capaz de cantar con aquel nudo en la garganta.
A su lado, alguien murmuró:
– Tres minutos.
El productor de sus giras, Ralph, siempre la acompañaba hasta el escenario. Cuando llegaron a un costado, Tess puso la mente en blanco y trató de relajarse.
Sólo había algo que tenía que hacer. Caminó entre los cubos negros y plateados que sostenían a los miembros de su banda en diferentes niveles, hasta llegar a donde se encontraban las tres cantantes del coro, un poco por encima de ella. Apretó con emoción la mano de Casey y le dijo:
– Sólo tienes que hacerlo como en la sala de mamá, ¿de acuerdo? -le guiñó un ojo y regresó por detrás del escenario.
Una voz calmada y tranquila dijo:
– Muy bien… cuando quieras.
Tess aspiró profundo. El percusionista estaba esperando. Vio cuando ella asintió, marcó un toc, toc, toc en el borde de su tambor y, desde atrás de las cortinas, la música invadió el escenario. El telón subió al tiempo que una voz masculina anunciaba:
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