"Siempre que sea hombre", pensó, aunque, por supuesto, no lo dijo. Se dijeron adiós, y Linnea vio cómo el señor Dahí volvía a montar en el coche. Pero, antes de que llegara, se protegió los ojos con la mano y lo llamó:
– Oh, señor Dahí.
– ¿Sí?
El hombre se detuvo y se volvió.
– ¿Qué les pasó a los maestros y a los alumnos que se quedaron sin combustible durante la nevisca de 1888?
Bajo el sol benévolo de comienzos del otoño, el inspector la miró a los ojos.
– ¿Cómo, no lo sabía? Muchos de ellos se congelaron y murieron, antes de que pudiese llegar el auxilio.
La sacudió un estremecimiento y recordó la advertencia de Theodore cuando se enfrentaron en la estación del tren.
– ¡Enseñar en una escuela no es sólo garabatear números en una pizarra, señorita! ¡Hay que caminar más de un kilómetro y medio y por aquí los inviernos son duros!
De modo que no había tratado de asustarla. La advertencia tenía fundamento. Dejó vagar la vista por las espigas que se mecían, tratando de imaginarse esas planicies cubiertas de nieve, el viento del Ártico silbando desde el Noroeste y a catorce niños cuyas vidas dependían de ella hasta que les llegase ayuda.
En tal situación, no podría buscar refugio en la fantasía. Tendría que apelar a toda su lucidez y mantener la cabeza calma si eso sucedía. Pero era difícil imaginarlo, de pie sobre los escalones, con el sol calentándole el cabello mientras las ardillas listadas jugaban al escondite en sus agujeros, los pájaros trigueros cantaban, los pinzones se alimentaban con semillas de cardo y las espigas se mecían lentamente.
Con todo, decidió hablar de inmediato con Theodore acerca del carbón y pedirle a Nissa algunas raciones de emergencia para almacenar en la escuela… por si acaso.
4
En ocasiones, Linnea recordaba que había guerra, pero la irritación o la fantasía romántica solían teñir esos pensamientos. La irritación sobrevenía cuando tenía que prescindir de las cosas que más le gustaban: azúcar, pan, carne asada y la fantasía romántica cada vez que pensaba en soldados despidiéndose con besos de sus amadas mientras el tren iba saliendo de la estación… en esas novias que recibían cartas arrugadas, manchadas, que desbordaban palabras de amor perenne… en enfermeras con cruces rojas en los chales, sentadas junto a los lechos de los heridos, sosteniéndoles las manos.
Ese día, cuando volvía caminando desde la escuela, recordó el conflicto que se desarrollaba en Europa. El presidente Wilson había instado a los norteamericanos a pasar "sin trigo y sin carne" un día por semana para contribuir a que las provisiones fluyesen hacia Francia. Mirando alrededor a las infinitas hectáreas de trigo y los grandes rebaños de vacas que veía a lo lejos, pensó: "¡Qué estupidez, nunca se nos acabará!"
Como siempre, hasta una reflexión tan breve con respecto a la guerra era demasiado inquietante, de modo que la apartó de su cabeza dejando lugar para ideas más gratas.
Las ardillas y los perros de la pradera se dedicaban con entusiasmo a sus juegos y era un deleite observar sus retozos y verlos escabullirse con gran barullo. Andando a paso vivaz, examinó la lista de clase que halló dentro del registro. Kristian no exageraba cuando le decía que la mayoría eran primos suyos. ¡De los catorce que integraban la lista, ocho eran Westgaard! Estaba impaciente por interrogar a Nissa acerca de cada uno de ellos y quiso llegar pronto a la casa.
Antes de cubrir la mitad de la distancia, comprendió que los zapatos nuevos eran bastante menos prácticos que elegantes. Le parecía sentir cada guijarro del camino a través de las suelas y los tacones le hacían torcer los tobillos cuando pisaba piedras.
Cuando al fin entró en el sendero de la casa, no sólo le dolían los píes sino que le había salido una ampolla en el izquierdo, donde la costura de unión del elástico y el cuero le rozaba el hueso del tobillo. Nissa la vio cojear y se asomó a la puerta de la cocina.
– ¿La caminata fue un poco más larga de lo que pensabas?
– Son los zapatos nuevos, que todavía me aprietan un poco.
La mujer los observó mientras Linnea subía los escalones y entraba en la cocina.
– Está bien que sean elegantes, pero aquí es preferible que sean fuertes.
– Empiezo a entenderlo -reconoció ella, derrumbándose en una silla con un suspiro de alivio.
Apoyó el tobillo sobre la rodilla e hizo una mueca. Nissa puso los brazos en jarras y sacudió la cabeza.
– Se te ha hecho una ampolla, ¿eh? -La muchacha levantó la cabeza y asintió, abatida-. Bueno, quítatelos y te echaré un vistazo.
Era difícil quitárselos, pues ajustaban más en el tobillo que botas nuevas de vaquero. Cuando terminó de forcejear y retorcer tos pies para descalzarse, Nissa reía, divertida.
– No sé cómo harías si tuvieses que quitártelos deprisa. ¿Tienes otros?
En el rostro de la muchacha apareció una expresión de pesar.
– Me temo que no.
– Bueno, me parece que será conveniente conseguir un par para ti.
Se apresuró a ir a su propio dormitorio y volvió con un par de gruesas zapatillas tejidas con lana negra y un catálogo de la compañía Sears Roebuck.
– Bien, veamos esa ampolla.
Para mortificación de la chica, los hombres volvieron del ordeñe justo cuando Nissa había ido a buscar gasa y ungüento para ponerle en la ampolla. Linnea estaba sentada con el pie descalzo apoyado en el regazo, examinando con cuidado la gruesa ampolla, cuando notó que alguien la observaba.
Al levantar la vista, se encontró con Theodore en la puerta, y vio que una de las comisuras de su boca se alzaba en un atisbo de diversión. Bajó el pie tan rápido que se le enredó en la falda larga, y oyó que se rompía la costura. La sangre se le agolpó en la cara y, cubriéndose un pie con el otro, miró desafiante al hombre.
– Vengo a buscar los cubos para la leche -fue lo único que dijo para luego entrar en la cocina y dirigirse a la despensa.
Llegó Nissa desde el dormitorio con un bote de ungüento, y se apoyó en una rodilla delante de Linnea. Theodore preguntó, saliendo de la despensa:
– ¿Qué le pasa?
– Se le ha hecho…
– ¡los zapatos nuevos me han hecho una ampolla! -replicó Linnea, va sin importarle que su cara estuviese roja y dirigiendo a Theodore una mirada furibunda-. i Y tengo un diploma de maestra de la Escueta Normal de Fargo, donde se afirma que soy perfectamente capaz de interpretar preguntas y responderlas yo misma, en caso de que le interese! -Irritada, arrebató el ungüento y la gasa de las manos de Nissa-. Yo puedo hacerlo sola, Nissa, gracias.
Con movimientos exasperados, quitó la tapa del bote, levantó la planta del pie y, sin hacer caso de testigos, se aplicó el ungüento.
Theodore y Nissa intercambiaron miradas sorprendidas. Luego la mujer se puso de pie, le entregó una aguja y le aconsejó, con sequedad:
– Ya que estás, convendría que la revientes antes de taparla.
Linnea aceptó la aguja sin levantar la vista más que hasta las manos de la anciana y luego se ocupó de la desagradable tarea. Nissa miró a su hijo y vio que observaba a Linnea con un sesgo divertido en la boca. Cuando Theodore alzó la vista, se topó con la de la madre y sacudió la cabeza como diciendo: "es un caso perdido", y salió de la casa balanceando los baldes a los costados.
Cuando se fue, el talón de la joven golpeó el suelo con ruido y su mirada furiosa se clavó en la puerta.
– ¡Ese hombre me irrita mucho! -De repente, advirtió que estaba hablando con su madre y se ablandó un poco-. Lo siento, Nissa, no debí haberlo dicho, pero es… ¡a veces es tan exasperante! ¡Yo sería capaz de… de…!
– No me ofendes. Di lo que tengas que decir.
– ¡Me hace sentir como si aún fuese una colegiala! -Abrió los brazos, expresando su enfado-. Es así desde el mismo momento en que me recogió en la estación y casi se burló de mi sombrero y mis zapatos. Me di cuenta de que me veía casi como a una niña vestida con ropa de mayor. ¡Bueno, pues no lo soy!
– Claro que no. Esto es sólo un infortunio, nada más. A cualquiera podría salirle una ampolla- No hagas caso de Teddy. ¿Recuerdas lo que te dije con respecto a lo tercos que son los noruegos y cómo debes tratarlos? Bueno, hazlo, Teddy lo necesita.
– Pero ¿por qué está siempre… de tan mal humor?
– Viene de hace mucho. No tiene nada que ver contigo. Es así, sencillamente. Y ahora, ponte esa venda acolchada y deja que yo vaya a preparar unos emparedados para esos dos. Cuando vienen, no les gusta perder tiempo.
Mientras Nissa preparaba los emparedados, Linnea le contó la visita del inspector Dahí y le leyó la lista de nombres del libro de tapas rojas, y la anciana le daba información sobre cada uno.
El primer nombre de la lista era Kristian Westgaard, de dieciséis años.
– A Kristian ya lo conozco -dijo Linnea-. ¿Qué me dice del siguiente… Raymond Westgaard de dieciséis?
– Es el hijo de Ulmer, mi hijo mayor. Et y Kristian son muy amigos. Mañana, en la iglesia, conocerás a Ulmer y a su esposa Helen, así como a todos los demás. Viven cerca del ayuntamiento,
Linnea leyó los dos nombres que seguían:
– Patricia y Paúl Lommen, quince años.
– Son los mellizos Lommen. Viven al otro lado de la propiedad de Ulmer. Esos dos son muy inteligentes. Siempre están compitiendo, cosa natural siendo mellizos. El año pasado. Patricia ganó el concurso de ortografía.
La muchacha anotó el comentario junto al nombre y siguió leyendo,
– Antón Westgaard, catorce años.
– Es el pequeño Tony. También es de Ulmer y Helen. Es tímido como el tío John, pero tiene un corazón inmenso. Sufrió fiebre reumática cuando era más pequeño y quedó un poco débil, pero de todos modos tiene una buena cabeza sobre los hombros.
Linnea anotó el nombre familiar y la información sobre la salud del niño,
– Alien Severt, quince años.
– Alien es el hijo del ministro. Vigílalo, es un pendenciero,
La maestra alzó la vista, con el entrecejo fruncido.
– ¿Pendenciero?
– A veces creo que está convencido de que puede salirse con la suya porque la única persona que aquí respetan más que al maestro es el ministro. Si los maestros que hemos tenido durante años le hubiesen dado su merecido y contado al reverendo Severt algunas de las diabluras de Alien, tal vez no se hubiese convertido en semejante problema.
– ¿Qué clase de diabluras?
– Oh, empujar a los más chicos, burlarse de las niñas de manera nada divertida… nada que se pudiese considerar grave. En lo que se refiere a cosas graves, es lo bastante hábil para borrar sus huellas de modo que no se le pueda acusar de nada. Pero conviene que lo vigiles. Es respondón y atrevido. A mí nunca me ha gustado mucho, pero ya te formarás tu propia opinión cuando lo conozcas.
Linnea le aseguró que lo haría y siguió con otro nombre:
– Libby Severt, once años.
– Es la hermana de Alien. Es bastante ignorada, porque Alien se encarga de atraer toda la atención de la familia. Parece una chica bastante agradable.
– Francés Westgaard, diez años.
– También es de Ulmer y Helen. Ella tiene un lugar especial en mi corazón y creo que es porque es más lenta que los demás. Pero jamás conocerás a una niña mejor dispuesta ni más cariñosa. Espera a que llegue la época de Navidad: será la primera en hacerte un regalo y será un regalo muy pensado.
Linnea sonrió y dibujó una flor junto al nombre.
– Norma Westgaard, diez años.
– Norma es hija de mi hijo Lars y de su esposa Evie. Es la mayor de los cinco y siempre está cuidando a los más pequeños como una madre. Más adelante, hallarás en la lista a Skipp y Roseanne, que son los hermanos menores de Norma.
Se quedó pensativa un momento y luego prosiguió, como respondiendo a una pregunta tácita.
– Creo que Roseanne comenzará la escuela este año. Todos son buenos chicos. Lars y Evie los criaron bien. como todos mis hijos.
La subjetividad de la abuela la hizo sonreír y bajó la cara para que no la viese. El siguiente nombre de la lista era Skipp, cuyo nombre unió con córcheles a los de los hermanos y comprobó que, además de Skipp, había otros dos de ocho años en la lista: los de tercer grado serían sus alumnos mayores.
– Bent Linder y Jeannette Knutson.
– Bent es hijo de mi hija Clara, la menor. Está casada con un buen muchacho llamado Trígg Linder y tienen dos más pequeños. Esperan el tercero para febrero. -La mirada de Nissa se volvió remota y sus manos se aquietaron un instante-. ¡Dios, cómo se va el tiempo! Me parece que fue ayer cuando la propia Clara terminó la escuela. -Suspiró-. Ah, bueno- ¿Quién sigue?
– Jeannette Knutson.
– Es hija de Oscar e Hilda… ¿los conoces? Él es el presidente del consejo escolar.
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