– Señoras y señores del jurado, ¿han llegado a un veredicto?

– Sí, señoría.

– ¿Podrían dárselo al alguacil, por favor?

El alguacil lo recogió y se lo entregó a Murdoch, que desdobló la hojita de papel blanco y la leyó en silencio antes de devolvérsela al presidente del jurado.

– Puede leer el veredicto a la sala.

Las manos de Elly aferraron las de Lydia y las de la señorita Beasley. Will contuvo la respiración.

– Nosotros, los miembros del jurado, encontramos al acusado, William Lee Parker, inocente.

Fue un caos. Will se dio la vuelta. Elly se llevó las manos a la boca y se echó a llorar. La señorita Beasley y Lydia intentaron abrazarla. Collins intentó felicitar a Will, pero tanto éste como Elly tenían una única idea en la cabeza: reunirse. Se abrieron paso entre la gente mientras les daban palmaditas en la espalda, pero no las notaban. Distintas voces los felicitaban, pero no las oían. Les dirigían un montón de sonrisas, pero ellos sólo se veían el uno a la otra… Will… y Elly. Chocaron y se enlazaron en medio de la multitud. Se besaron apasionada y precipitadamente. Hundieron la cara en el cuello del otro, donde se refugiaron y se sostuvieron mutuamente.

– Elly… ¡Oh, Dios mío…!

– Will… Mi querido Will…

Will la oyó sollozar.

Elly lo oyó tragar saliva con fuerza.

Con los ojos cerrados, mecieron sus cuerpos, se olieron, se sintieron, se aislaron de todo lo demás.

– Te amo -logró decirle Will al oído-. Nunca dejé de amarte.

– Ya lo sé. -Le besó la mandíbula.

– Y siento mucho lo que pasó.

– También lo sé -aseguró Elly, y soltó una carcajada que un sollozo entrecortó.

La gente chocaba con ellos. Un reportero llamó a Will. Los testigos esperaban para felicitarlos.

– No te alejes de mí -ordenó Will con firmeza a Elly en el oído antes de atraerla hacia sí. Ella le rodeó la cintura con los brazos y se apretujó contra su cuerpo mientras Will hacía lo que se esperaba de él.

Estrechó la mano de Collins y recibió una fuerte palmada en la espalda.

– Bueno, joven, ha sido un placer de principio a fin.

– Eso será para usted -rio Will.

– No dudé ni un instante que usted iba a ganar.

– Querrá decir que íbamos a ganar.

– Sí -afirmó Collins poniendo la mano libre en el hombro de Elly para incluirla-, supongo que tiene razón: «Que íbamos a ganar.» -Soltó una risita y añadió-: Si alguna vez busca trabajo, jovencita, conozco a unos cuantos buenos abogados que le pagarían un buen sueldo para que empleara sus artimañas para ayudar a sus clientes. Tiene intuición y habilidad.

Elly rio y separó la mejilla de la solapa de Will el tiempo suficiente para mirarle los felices ojos castaños.

– Lo siento, señor Collins, pero ya tengo trabajo, y no lo cambiaría por nada del mundo.

Will le besó la nariz y los tres compartieron un montón de manos entusiasmadas que querían estrechar las suyas, hasta que Lydia Marsh los interrumpió rodeando el cuello de Elly.

– ¡Oh, Elly, me alegro tanto por ti! -Le puso una mejilla en la de ella-. Y por usted también, Will -dijo, antes de ponerse de puntillas para darle un abrazo impulsivo.

– No sé cómo darle las gracias, señora Marsh -aseguró Will con el corazón a punto de estallarle.

Lydia sacudió la cabeza conteniendo las lágrimas, incapaz de expresar su cariño de otra forma que no fuera tocándole la mejilla. Después, dio un beso a Elly.

– Nos veremos pronto -prometió, y se marchó.

– Señor Parker -lo llamó un segundo reportero-, ¿podría hablar con usted un minuto?

Pero ahí estaban Nat y Norris MacReady, sonriendo como un par de sujetalibros añejos, luciendo orgullosos sus uniformes militares que olían a bolas de naftalina.

– Nat… Norris… -Will les estrechó con ímpetu la mano y les dio una palmadita campechana en el cuello a ambos-. ¡No saben lo contento que he estado de tenerlos a mi lado! ¿Qué puedo decir? Sin ustedes, puede que todo hubiera terminado de otra forma.

– Lo que sea por un veterano -respondió Nat.

– Díganos que seguiremos teniendo miel -intervino Norris.

Mientras reían, la señora Gaultier y el doctor Kendall se les acercaron y tocaron los hombros de Will con una sonrisa en los labios.

– Felicidades, señor Parker.

El reportero sacó una fotografía mientras Will les estrechaba la mano y les daba las gracias.

Con la impresión de estar atrapado en una vorágine, Will se vio obligado a entregarse a desconocidos y a amigos por igual mientras los reporteros le seguían disparando preguntas.

– Señor Parker, ¿es verdad que Harley Overmire lo había despedido del aserradero tiempo atrás?

– Sí.

– ¿Porque había estado en la cárcel?

– Sí.

– ¿Es verdad que se cortó el dedo para evitar incorporarse al ejército?

– No puedo especular sobre eso. Escuchen, ha sido un día muy largo y…

Trató de acercarse a la puerta, pero la multitud bienintencionada pululaba a su alrededor como las polillas alrededor de la luz.

– Señor Parker…

– Felicidades, Will…

– Y a ti también, Eleanor…

– Enhorabuena, joven. Usted no me conoce pero soy…

– Señor Parker, ¿podría firmarme un autógrafo? -dijo un muchacho que llevaba una gorra de béisbol.

– Muy bien, Will…

– Nos alegramos tanto por los dos, Elly…

– Felicidades, Parker. Venga con la parienta al café y los invitaré a comer…

Will no deseaba ser la actuación principal de un circo de tres pistas, pero aquellas personas eran vecinos del pueblo que por fin los acogían a él y a Elly en su seno. Les estrechó la mano, les devolvió la sonrisa y se mostró debidamente agradecido. Hasta que ya no pudo más y tuvo que escaparse para estar a solas con Elly. Como respuesta a las bromas de alguien, estrechó con más fuerza a Elly contra su cuerpo, la levantó hasta que uno de sus pies dejó de tocar el suelo y le besó la sien.

– Marchémonos de aquí -le susurró entonces, y ella le abrazó la cintura para dirigirse con él hacia la puerta.

Y allí estaba la señorita Beasley, esperando pacientemente su turno.

El reportero persiguió a Will y a Elly cuando se acercaron a la bibliotecaria.

– Señor Parker, señora Parker, ¿podría alguno de los dos hacer un comentario sobre la detención de Harley Overmire?

Ignoraron la pregunta.

La señorita Beasley llevaba un vestido de color verde apagado y tenía las manos cruzadas bajo sus abundantes pechos, con el bolso colgado de una muñeca. Will empujó ligeramente a Elly hacia delante, hasta que los dos estuvieron a medio metro de la bibliotecaria. Entonces soltó a su mujer.

– Señor Parker -lo importunó una voz de hombre-, soy del Atlanta Constitution. ¿Podría…?

Elly combatió la intromisión por él.

– Ahora mismo está ocupado. ¿Por qué no espera fuera?

Sí, Will estaba ocupado. Luchando una batalla perdida contra las intensas emociones que lo inundaban mientras estrechaba a Gladys Beasley entre sus brazos con el mentón apoyado en sus rizos azulados y la sujetaba con fuerza, medio asfixiado por la fragancia de rosas pero disfrutando hasta el último segundo.

Increíblemente, la señorita Beasley le devolvió el gesto afectuoso y le puso las palmas de las manos en la espalda.

– Me dejó helado, ¿sabe? -comentó Will con la voz ronca de emoción.

– Necesitaba una reprimenda por ser tan obstinado.

– Ya lo sé. Pero creí que la había perdido, y también a Elly.

– Oh, tonterías, señor Parker. Tendrá que hacer mucho más que portarse como un auténtico imbécil para perdernos a ninguna de las dos.

Will soltó una risita, que se le escapó a regañadientes de la garganta tensa. Se mecieron abrazados unos segundos.

– Gracias -susurró Will, y le besó la oreja.

La señorita Beasley le dio unas palmaditas en la espalda de modo que el bolso chocaba suavemente en la cadera de Will. Después parpadeó enérgicamente, se separó de él y adoptó de nuevo su actitud didáctica.

– Le espero de vuelta en el trabajo el próximo lunes, como de costumbre.

Con las manos apoyadas en los hombros de la mujer, Will posó los atractivos ojos castaños en su cara.

– Sí, señorita Beasley -soltó con una sonrisa torcida.

Collins lo interrumpió.

– ¿Va a sujetarla todo el día o va a dejar que alguien más intente algo con ella?

– Toda suya -respondió Will, que retrocedió, sorprendido.

– Bueno, menos mal, porque había pensado que podría llevarla a mi casa para ofrecerle una copita de brandy y ver qué pasa. ¿Qué me dices, Gladys? -preguntó Collins, y se la llevó, ruborizada como un tomate, sin dejar de hablar-. ¿Sabes qué? Cuando íbamos al instituto siempre quise pedirte que saliéramos, pero eras tan inteligente que me imponías mucho. ¿Recuerdas cuando…?

Su voz se fue apagando mientras la conducía hacia la puerta. Elly tomó a Will del brazo y, juntos, contemplaron cómo se iba la pareja.

– Parece que la señorita Beasley ha conseguido por fin un admirador.

– Dos -sonrió Elly.

Will puso una mano sobre la de ella y la estrechó con fuerza contra su brazo sin dejar de mirarla a los ojos.

– Tres -sentenció.

– Señor Parker, soy del Atlanta Constitution…

– Atiéndelo, por favor -le susurró Elly, de puntillas, al oído-. Así podremos librarnos de él. Te esperaré en el coche.

– ¡No, ni hablar! -La sujetó con más fuerza-. Tú te quedas aquí conmigo.

Se enfrentaron juntos a las preguntas, lamentando cada instante que éstas les impedían estar a solas, pero se enteraron así de que ya se había ordenado y llevado a cabo la detención de Harley Overmire.

– Necesitará un buen abogado, y yo podría recomendarle a uno buenísimo -fue lo único que comentó Will cuando le pidieron su opinión al respecto.

Cuando él y Elly pudieron finalmente ir hacia su coche, ya oscurecía. El sol brillaba a poca altura sobre el edificio de piedra que dejaban atrás y le confería un color cobrizo. En los jardines del juzgado, las camelias estaban en plena floración, aunque las ramas de los fresnos estaban peladas y proyectaban unas sombras largas y finas sobre el capó de su destartalado automóvil, que tenía el parachoques delantero abollado y un guardabarros azul que contrastaba con la carrocería negra.

Cuando Elly se dirigió al asiento del copiloto, Will la empujó en dirección contraria.

– Conduce tú -ordenó.

– ¡Yo!

– Según dicen, ya sabes.

– No sé si la señorita Beasley estaría de acuerdo con eso.

– Le has dado algún que otro golpe, ¿no? -comentó Will mientras echaba un vistazo al parachoques y al guardabarros.

– Sí.

– ¿Quién le cambió el guardabarros?

– Yo, con la ayuda de Donald Wade.

– Eres una mujer increíble, ¿lo sabías? -le dijo, con los ojos brillantes.

– Lo soy desde que te conocí -respondió en voz baja Elly, radiante de felicidad.

– Sube -ordenó Will después de habérsela quedado mirando con devoción otro instante-. Enséñame lo que has aprendido.

Se sentó en el asiento del copiloto y no le dio opción. Una vez hubo acelerado el motor, Elly se aferró al volante, puso con dificultad la primera e inspiró hondo.

– Bueno…, allá vamos.

Subió inmediatamente a la acera, y pisó el freno a fondo, asustada. El coche se zarandeó de tal modo que ambos golpearon el techo con la cabeza y rebotaron hacia el parabrisas.

– ¡Maldita sea, Will, este trasto me da pánico! -exclamó arreando un porrazo al volante-. ¡Nunca va por donde yo quiero!

Will soltó una carcajada frotándose la coronilla.

– Te llevó a Calhoun a contratar un abogado, ¿no?

Elly se sonrojó. Quería parecer competente y demostrarle lo sofisticada que se había vuelto durante su ausencia.

– No te burles, Will. No mientras este… este pedazo de chatarra hace de las suyas.

La voz de Will se suavizó y perdió el tono burlón al volver a hablar.

– Y te llevó a Calhoun a visitar a tu marido.

Sus miradas se encontraron: miradas discretas, anhelantes. Will puso una mano sobre la que ella tenía en el volante y le acarició los nudillos con el pulgar.

– ¿Es cierto, Elly? -preguntó entonces-. ¿Estás embarazada?

Asintió con una sonrisa temblorosa en los labios.

– Vamos a tener un hijo, Will. Esta vez tuyo y mío.

Las palabras le eludieron. La emoción le ocluyó la garganta. Estiró los brazos y puso una mano en la nuca y otra en el vientre de Elly, y la acercó hacia sí para darle un beso en la frente. Elly cerró los ojos y cubrió con ambas manos la que él tenía extendida sobre su tripa, sobre la vida que llevaba en sus entrañas.

– Un hijo -soltó Will por fin-. Figúrate.

Elly se separó un poco para verle los ojos. Se miraron unos segundos infinitos y, de repente, ambos se echaron a reír.