– Yo trato de venir la mayoría de los sábados por la tarde.
Marcus se alegró de ver que ella no intentaba soltarse de él ni que hacía como si le molestara el contacto.
– ¿No sales con nadie?
– No con frecuencia. En realidad, no he tenido mucho tiempo para dedicárselo a los hombres a lo largo de mi vida.
– ¿Y ahora?
– ¿Y ahora qué?
– Ahora tienes un hombre en tu vida -susurró él, acariciándole suavemente los labios con un dedo.
Deseaba tanto besarla, pero aquel no era el momento ni el lugar. El recuerdo de los besos que habían compartido todavía tenía el poder de alterarlo y tenía miedo de perder el sentido común si la besaba allí mismo.
De repente, una voz de hombre resonó en la pequeña cafetería.
– ¿Marcus? ¿Marcus Grey?
Él se puso de pie automáticamente y se volvió para mirar a un hombre de pelo gris, que se había acercado hasta ellos.
– Hola, lo siento. No creo… ¡Dios santo! ¡Han pasado muchos años! ¿Cómo estás?
– Bien -respondió el hombre-. Te vi sentado. Al principio, no estaba seguro de que fueras tú.
– Pues lo soy. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Es que has empezado a esquiar?
– Ni hablar. Estoy aquí esperando a que mi nieta y a sus amigas terminen de esquiar. Desde que me jubilé, me he convertido en el chófer de la familia Sollinger.
– ¿Está bien tu familia?
– Mis hijas se casaron y nos han dado cuatro nietos. Mi esposa también está jubilada.
– Y me apuesto algo a que te mantiene bien ocupado -comentó Marcus. Los dos hombres se echaron a reír-. Sylvie -añadió, volviéndose hacia la mesa-. Este es Earl Sollinger. Solly, te presento a Sylvie Bennett.
– Me alegro de conocerlo, señor Sollinger -dijo Sylvie, al tiempo que se ponía de pie y extendía una mano.
– Lo mismo digo, señorita -comentó Solly-. No he interrumpido nada importante, ¿verdad?
– Claro que no -respondió Sylvie, ruborizándose-. ¿Le gustaría sentarse con nosotros?
– No, no. Solo quería saludar a Marcus. Hace mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
La mirada de Solly le catapultó a los años de su infancia, años en los que los sólidos cimientos de su familia se habían puesto a prueba.
– Efectivamente -observó Marcus. De repente, el placer que había sentido ante aquel encuentro inesperado se había ido disipando-. Me alegro de verte, Solly.
– Yo también. Saluda a tu madre de mi parte.
Mientras Solly se alejaba, Marcus se sentó de nuevo y agarró con las dos manos la taza de chocolate caliente, como si el calor pudiera disipar el frío que había invadido su corazón.
– ¿Marcus? ¿Te encuentras bien? -le preguntó Sylvie.
– Sí.
– Pues no lo parece. ¿Es que te ha molestado ver al señor Sollinger?
– No.
Sylvie calló. Sin embargo, el silencio que reinaba entre ellos resultaba muy incómodo. La conversación que provenía de otras mesas solo parecía exacerbar aquel sentimiento. Fuera en las montañas, bajo las enormes luces de los focos, los esquiadores parecían muñecos que se deslizaban por las laderas.
Sylvie le colocó la mano suavemente sobre el cuello y le dio un masaje.
– ¿Quieres marcharte? -le preguntó ella.
– Sí -contestó Marcus-. Si tú estás lista.
El trayecto de vuelta a Youngsville se efectuó en silencio, que, de nuevo, resultó muy incómodo. Marcus parecía preocupado, distraído, desde que aquel hombre, el señor Sollinger, se había acercado para saludarlos. Y no solo era preocupación. Era tristeza Sylvie lo sabía aunque él no quisiera admitirlo.
Tal vez ni siquiera pudiera admitirlo consigo mismo. Tal vez necesitaba alguien con quien hablar, alguien a quien contarle sus sentimientos. Y Sylvie quería ser ese alguien. ¿Querría Marcus compartir aquella parte de sí mismo?
Le había dejado bien claro que quería acostarse con ella. Tragó saliva al recordar los apasionados besos que habían compartido, pero se había olvidado de ella rápidamente cuando no había estado cerca. Sabía que le había dicho que había pensado constantemente en ella y Sylvie había querido creerlo. Suponía que lo creía, pero… Ya se habían olvidado de ella en otras ocasiones. Para siempre. Aunque sabía que era injusto juzgar a todo el mundo por lo que había sufrido en su infancia, no podía evitarlo.
No estaba segura de que Marcus quisiera una relación con ella. Estaba segura de que ni siquiera él mismo lo sabía, si el tono de voz en el que había admitido que no había podido dejar de pensar en ella era algo de lo que se podía fiar. Entonces, sonrió. ¿Que no se la podía sacar de la cabeza? Aquello le iba a las mil maravillas, porque Marcus había empezado a ocuparle todos sus pensamientos. Quería conocerlo mejor. Nunca había habido un hombre al que no pudiera rechazar y, hasta entonces, todas sus energías se habían concentrado en su profesión. Su estrategia había dado frutos y había conseguido ocupar un buen puesto en Colette Inc.
Pero quería más. Quería a Marcus. La pregunta del millón era para qué lo quería. Tal vez no tuviera mucha experiencia, pero si quería tener una relación sexual ardiente y apasionada, estaba segura de que él era el hombre adecuado para ello.
Efectivamente, el sexo era un componente fundamental. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, tenía miedo de reconocer que había algo más. No iba a pensar en palabras que empezaran con A, porque las posibilidades que había de que un hombre como Marcus Grey se enamo… se implicara sentimentalmente con alguien como ella eran casi nulas. A pesar de lo que Lila y las demás pensaran de aquel broche, estaba segura de que, en su caso, solo había sido una coincidencia.
No obstante, decidió que iba siendo hora de que empezara a pensar en el lado personal de su vida en vez de solo en el laboral. Aquella relación con Marcus sería un buen comienzo. No dejaría que le hiciera pedazos cuando todo se acabara, porque sabía desde el principio que él no era el hombre adecuado para ella.
– Estás muy callada. ¿En qué estás pensando?
– Solo en por qué pareces estar tan triste de repente.
Se produjo un largo silencio. Finalmente, Marcus se decidió a hablar.
– Solly era el mejor amigo de mi padre.
– Y eso te ha hecho pensar en él -replicó ella, alegre de que hubiera decidido confiar en ella-. Supongo que si yo hubiera conocido a mis padres, los echaría muchísimo de menos cuando murieran. Lo siento.
– No se trata de eso. Bueno… claro que lo echo de menos, pero… Me gustaría que él pudiera ver lo que he conseguido hacer con mi vida, ¿sabes?
– Puedes estar seguro de que has tenido mucho éxito en tu profesión.
– Sí, ya lo sé. ¿Quieres saber lo que me ha ocurrido hoy?
– ¿Qué?
– Se me acercó una persona, cuyo nombre no mencionaré porque lo reconocerías inmediatamente, y me propuso la posibilidad de unirme a su familia a través del matrimonio.
– ¿Quién? ¡Dios mío! -exclamó, al comprender-. ¿Quieres decir que alguien como Rockefeller o Hearst quería que te casaras con su hija?
– Con su nieta -replicó él, sin sonreír.
– ¡Dios santo! Yo creía que los matrimonios de conveniencia eran cosas del pasado.
– Sí, claro. Por eso el príncipe Carlos se habría casado con Diana Spencer aunque ella hubiera sido una camarera.
– Tienes razón, pero esos forman parte de la monarquía británica. Nosotros somos norteamericanos. Libres, independientes… -añadió. Marcus no contestó-. Bueno, entonces, te propusieron eso hoy. ¿Y qué tiene eso que ver con tu padre?
– Siempre consigues poner las cosas en perspectiva, Sylvie -susurró él, con una leve sonrisa.
De repente, Marcus apagó el motor del coche. Sylvie se quedó atónita al darse cuenta de que estaban frente a su casa. Había estado tan pendiente de lo que él le decía que no se había dado cuenta de dónde estaban.
– ¿Quieres subir? -preguntó ella-. Me gustaría terminar esta conversación.
Marcus la miró. A pesar de la penumbra que reinaba en el interior del coche, Sylvie tembló al notar el seductor tono de voz con el que le respondió.
– Me encantaría.
Cinco
Sylvie pensó que tal vez había sido un error invitarle a que subiera. Llevó dos copas de vino al pequeño salón, donde Marcus ya se había acomodado en el sofá.
– Toma -dijo ella entregándole una de las copas-. Es un vino de California que mi jefe me regaló por mi cumpleaños. Él sabe mucho de vinos y dice que es buenísimo.
– ¿Y qué dices tú? -preguntó él, mientras aspiraba el aroma del caldo color rubí.
– Sé casi lo mismo sobre vinos que sobre niños -admitió, con una sonrisa.
– Ah. Entonces, recuérdame que no te deje elegir el vino cuando salgamos a cenar.
Sylvie se echó a reír y, mientras hacía girar el vino en la copa, observaba su delicado color.
– No te preocupes. Sé muy bien cuáles son mis debilidades.
– ¿Podría convertirme yo en una de ella, Sylvie?
– Posiblemente -confesó ella, sin poder apartar los ojos de los de él-, aunque te lo advierto. No soy de las mujeres que se dejan llevar por sus deseos.
– No importa -replicó Marcus, con una sonrisa en los labios-. Me gustan los desafíos.
– Marcus, yo no quiero que me consideres un desafío -afirmó ella, alarmada por aquellas palabras. Entonces, se acercó hasta la ventana-. ¿Es así como ves tus relaciones con las mujeres? ¿Cómo desafíos que se han de conquistar?
Marcus se levantó y se colocó detrás de ella.
– No pienso en ti como en un desafío -susurró. Su aliento le rozó el cabello y le hizo echarse a temblar-. Para mí, tú eres una mujer hermosa y deseable, que me está gustando mucho conocer. Y a la que me gustaría conocer aún mejor -añadió, colocándole las manos sobre los hombros-. No trates de hacerlo demasiado complicado.
– Pero es complicado -dijo ella, apasionadamente, tras volverse para mirarlo-. Vas a cerrar las puertas de una empresa a la que yo adoro.
– Eso está dentro del mundo de los negocios. Esto no -musitó, colocándole las manos en la cintura. Entonces, la estrechó contra su cuerpo y buscó sus labios.
– Todo está muy mezclado -dijo ella, antes de que pudiera hacerlo.
El beso que se dieron a continuación fue una batalla, una tierna persuasión que minó todos sus esfuerzos y su determinación para no dejar que él la llevara a su terreno.
Sylvie no podía resistirse. Aquel fue el último pensamiento que ella tuvo antes de rendirse a la pasión de su beso. Mientras Marcus la besaba más profundamente, deslizando la lengua entre los labios de Sylvie como si de una erótica danza se tratara, ella gemía de placer y se abría a él para permitir que el contacto fuera más íntimo.
Unos sentimientos muy complejos se abrieron paso en su interior. Sería demasiado fácil hacerse adicta a aquel hombre, despertarse una mañana y encontrar que lo necesitaba, que su vida estaría incompleta sin él.
Aquel pensamiento la dejó tan atónita que luchó por soltarse de él, por apartar la boca de la suya. Entonces, giró la cabeza, aunque solo consiguió que él empezara a besarla en la mandíbula y sobre la sensible piel del cuello.
– Espera, Marcus -susurró. Entonces, consiguió soltarse y le colocó una palma de la mano sobre el pecho-. Espera.
– De acuerdo, estoy esperando -respondió él, cuando consiguió sobreponerse a la excitación que se había apoderado de él-. ¿Y ahora qué?
– Sentémonos.
En silencio, Marcus volvió al sofá y esperó hasta que ella estuvo sentada a su lado.
– Marcus -prosiguió ella, eligiendo sus palabras con mucho cuidado-. No es que no me guste cuando… nos besamos. Me gusta. Tal vez demasiado. Ya te he dicho que no soy la clase de chica que quieres para una relación fácil y… rápida. Para mí, es muy importante que nos conozcamos antes de… antes de…
– ¿Acostarnos?
– Antes de que hagamos el amor -le corrigió ella, con una mirada de reprobación.
– Sylvie, quiero hacerte el amor -afirmó Marcus, tomándole las manos entre las suyas-. Eso no es ningún secreto, pero no quiero presionarte. Dime lo que tú crees que quieres. Lo que necesitas de mí.
– Tiempo. No puedo precipitarme, por mucho que lo desee, y te puedo asegurar que es así.
– Tiempo… ¿Una hora? ¿Un día? -preguntó él, con una sonrisa.
– Sabré cuando sea el momento adecuado. Tendrás que confiar en mí.
– Hablando de confianza -dijo Marcus, mientras se ponía de pie-. Es mejor que me vaya de aquí mientras todavía se pueda confiar en mí -añadió. Entonces, la agarró de la mano y la puso de pie. Juntos, se dirigieron a la puerta-. ¿Qué te parece si cenamos juntos mañana?
– ¿Después de las seis? Antes tengo otras cosas que hacer.
– Después de las seis. Y espero que me cuentes lo que has estado haciendo durante el día.
– Lo haré si lo haces tú también.
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