Marcus le entrelazó los dedos entre el cabello y le agarró la cabeza, sujetándosela mientras le devolvía el beso con uno mucho más apasionado, que hizo que ella gimiera de placer. Entonces, él la tomó en brazos.
Sin detenerse, la llevó hasta el dormitorio. Recordó que él había dormido allí una vez y pensó que, aquella vez, sería ella la que permanecería sola. Únicamente le quedarían los recuerdos de aquella tarde. No serian suficientes, pero tendría que conformarse.
Aquel pensamiento hizo que Sylvie lo besara con urgencia, mientras él la deslizaba poco a poco hasta quedar de pie al lado de la cama. La desnudó con manos competentes y seguras, acariciándola posesivamente antes de tumbarla en la cama y de despojarse él mismo de sus ropas. Se alegró de que él tuviera un preservativo, porque nunca se le había pasado por la cabeza que debía tomar precauciones.
Fue muy tierno con ella. Sylvie le estuvo agradecida por creerla cuando le dijo que no tenía mucha experiencia. La trató como si de verdad hubiera sido virgen, besándola constantemente, dándole tanto placer que ella terminó aferrándose a él, pidiéndole más. Cuando la penetró, no hubo dolor, solo una ligera presión que avivó aún más las llamas de su deseo. Lo rodeó con las piernas, agarrándose á él, gimiendo de placer a medida que su recio cuerpo la llevaba poco a poco hasta la cima del placer. Cuando, minutos más tarde, se tumbó de lado y la tomó entre sus brazos, Sylvie sintió que el corazón le estallaba con una mezcla de amor y felicidad… y también una profunda desolación al darse cuenta de lo efímeros que habían sido aquellos momentos.
Hasta la mañana siguiente, no se dio cuenta de que algo iba mal. Sylvie se había despertado entre sus brazos. La había llevado a la ducha y había vuelto a hacerle el amor, mientras la sujetaba contra la pared y el agua le caía a raudales por la espalda. Le había acariciado los pechos y ella le había rodeado con las piernas. Marcus recordó lo mucho que la había deseado desde el primer día, cuando vio cómo se contoneaban aquellas caderas. Cuanto más la había conocido, más interés había sentido por ella.
Y ya estaba… Eran amantes…
Sin embargo, algo no iba bien. Tenía una nube cerniéndosele encima de la cabeza, que conseguía apagar un poco su felicidad. Sylvie parecía estar contenta, como había esperado, pero, en un par de ocasiones la había sorprendido mirándolo de un modo extraño. Cerraba los ojos brevemente y los volvía a abrir, casi como si estuviera tratando de memorizar sus rasgos.
Había llamado a su mayordomo y le había pedido que le llevara ropa limpia. Entonces, había empezado a preparar el desayuno mientras ella se secaba el cabello. Como tenía huevos y beicon, había dado por sentado que aquello era lo que desayunaba y eso era lo que le había preparado.
Ella entró en la cocina en el momento en que echaba los huevos a la sartén.
– ¡Qué a tiempo!
– Nunca antes había cocinado un hombre para mí -comentó Sylvie, mientras se sentaba a la mesa.
– Bien. Entonces, nunca olvidarás esta ocasión -afirmó Marcus, con satisfacción, mientras se sentaba frente a ella.
– No. Nunca te olvidaré.
Marcus se quedó inmóvil, con el tenedor en la mano. Aquello había sonado demasiado definitivo. Él había hecho el comentario a la ligera, sin darle importancia.
– Sylvie…
En aquel momento, sonó el timbre. Marcus soltó una maldición, con tanto sentimiento que hizo que Sylvie levantara la cabeza, atónita.
– Debe de ser mi mayordomo -comentó él, antes de salir de la cocina.
Bajó a la entrada principal, dado que la puerta estaba todavía cerrada con llave. Cuando regresó, Sylvie estaba enjuagando su plato y colocando cosas en el lavavajillas.
– Siento meterte prisa, pero tengo mucho trabajo esperándome -dijo ella-. Desayuna tranquilamente y quédate el tiempo que quieras, pero cierra la puerta antes de marcharte.
– ¿Qué clase de trabajo?
– Estamos planeando una nueva campaña. Estaré trabajando en ello toda la semana. ¿Por qué?
Marcus no sabía por qué. Sin embargo, por alguna extraña razón, quiso imaginársela trabajando en su despacho.
– Me gustaría verlo -comentó Marcus-. No para hacer cambios -añadió rápidamente, al ver que la alarma se reflejaba en sus ojos-, sino solo para ver lo que haces.
Una sonrisa floreció en los labios de Sylvie. Entonces, como si alguien le hubiera susurrado algo desagradable al oído, esta se le heló en los labios. Se acercó a él y, tras ponerse de puntillas, le dio un beso.
– Eso sería estupendo. Ven cuando quieras.
A Marcus le hubiera gustado acudir aquel mismo día, pero, cuando llegó a su despacho, tenía un montón de mensajes urgentes que lo tuvieron ocupado todo el lunes. Además, aquella noche tenía una cena de trabajo. Cerca de las cinco, llamó a Sylvie.
– Esta noche tengo una cena de negocios -le dijo-. Como seguramente terminará tarde, no creo que pueda ir a verte -añadió. Ella no respondió, pero Marcus sintió un interrogante en el aire-. Pensé que… deberías saberlo.
– Gracias -replicó ella, tras una pausa, con una nota de sorpresa en la voz, como si no hubiera esperado que Marcus pensara en ella-. Ha sido muy considerado por tu parte.
Aquello lo molestó, aunque había sido él el que había insistido en que solo se iba a implicar con ella a nivel físico. «Me lo merezco».
– Mañana tengo que irme de viaje. Volveré el jueves. ¿Te gustaría que quedáramos para cenar el jueves por la noche?
– Bueno… supongo que sí -musitó ella, haciéndole sudar.
– No pareces estar muy segura.
Todos sus instintos le decía que se olvidara del trabajo y que fuera con ella, que le dejara una huella que no pudiera olvidar y que le hiciera comprender que le pertenecía completamente a él.
– Sí. Me gustaría mucho -replicó ella, con voz algo más afectuosa-. ¿Te gustaría venir a cenar a casa? Creo que me toca a mí cocinar.
– Eso sería estupendo. Cuídate mucho, cielo. Te veré dentro de dos días.
– De acuerdo.
– ¿Me echarás de menos?
Oyó que Sylvie contenía el aliento, pero no pudo decidir si era por la emoción del momento o por lo mucho que estaba interrumpiendo su día. Entonces, ella dijo:
– Te echaré mucho de menos.
El anhelo que notó en su voz le hizo relajarse, lleno de satisfacción.
– Bien. Yo también te echaré de menos.
Llamó a su despacho cuando llegó a Toledo y se sintió mucho mejor al escuchar su dulce voz. El miércoles, se dijo que no iba a llamarla. Aquella vez no le había hecho promesa alguna que pudiera interpretar mal. Sin embargo, a las nueve de aquella noche, mientras estaba tumbado sobre la cama del hotel, deseando que ella estuviera a su lado, o mejor aún, debajo de él, cedió a los pensamientos que le recordaban a Sylvie constantemente.
Cuando ella contestó, la tensión que había sentido hasta entonces se relajó tan rápidamente que le pareció que tenía las piernas de plomo.
– Hola.
– ¡Marcus! -exclamó ella, encantada. Entonces, moderó rápidamente el tono de voz-. ¿Va bien tu viaje?
– Sí. Vuelvo a casa mañana y… mañana a estas horas te tendré entre mis brazos.
– Ven corriendo -ronroneó ella.
– Ojalá estuviera ahora allí contigo.
– A mí también me gustaría.
Entonces, le dijo, con todo detalle, lo que le gustaría estar haciendo, hasta que su propio cuerpo empezó a palpitar de necesidad y oyó que la respiración de Sylvie se aceleraba.
– Y cuando nos recuperemos, volveremos a empezar…
– Tú eres un hombre muy malo. ¿Cómo voy a poder dormir después de eso?
– Tan mal como yo sin tenerte entre mis brazos…
El silencio que se produjo fue tan inmediato que Marcus no supo cuál de los dos se había sorprendido más, si él o ella. Entonces, volvió a escuchar la voz de Sylvie.
– Hasta mañana…
Su avión aterrizó a las tres y media de la tarde del día siguiente. Marcus había pensado pasar por su despacho, pero cuando se montó en el coche que le estaba esperando, le dijo que fuera a Colette. No podía esperar hasta la tarde para verla.
Cuando llegó allí, dejó a las recepcionistas completamente sorprendidas. Sin embargo, no les dijo adonde se dirigía, dado que sabía más o menos dónde estaba el despacho de Sylvie. Quería sorprenderla.
– ¡Marcus!
Estaba sentada delante de su escritorio. Al verlo, se levantó de la silla rápidamente y se arrojó a sus brazos. Cuando recordó dónde estaba, trató de recuperar la compostura, pero Marcus no estaba dispuesto a permitírselo.
– Bésame.
Ella emitió un sonido extraño, pero se entregó a él, llena de gozo, dejando que la besara tan profundamente como quisiera y cómo se atreviera en un lugar público. Sylvie le acariciaba la espalda y los hombros y su cuerpo se amoldaba tan perfectamente al suyo que Marcus deseó poder chascar los dedos y transportarlos a un lugar más privado.
– ¡Me alegro tanto de que estés de vuelta! -exclamó ella. Por primera vez en su vida, Marcus sintió que el mundo era perfecto.
– Yo también me alegro -respondió, mientras trataba de controlar la erección que Sylvie le había producido-. ¿Puedes marcharte ahora?
– No -contestó ella, muy triste, mientras se recomponía vestido y cabello.
– ¿Estás segura de que tu trabajo no puede esperar hasta mañana?
– No es trabajo. Es qué mi amiga Maeve está aquí.
– ¿Y?
– ¡Oh! Se me había olvidado que no conoces a Maeve -dijo ella, tirando de él al tiempo que atravesaba la sala-. La prometí que la ayudaría en el cuarto de baño antes de que Wil y ella se marcharan hoy.
Marcus no comprendía. Sabía que Wil era su jefe. Sin embargo, cuando abrió la puerta que comunicaba su despacho con el de al lado, lo entendió todo.
Maeve Hughes estaba en una silla de ruedas. Se mostró cálida y afectuosa cuando Sylvie se la presentó. Su marido le resultaba algo familiar, por lo que supuso que había estado en las reuniones a las que había asistido.
– Sylvie me ha dicho que has estado fuera de la ciudad -comentó Maeve.
– Sí, y me alegro mucho de estar de vuelta -replicó Marcus, sonriendo a Sylvie.
Cuando volvió a mirar a Maeve, vio que la mujer estaba intercambiando una mirada muy significativa con su marido. Ya no le importaba quién supiera lo suyo con Sylvie. De hecho, quería que todo el mundo lo supiera. Sentía que era suya.
Muy pronto, estarían en su apartamento, en su enorme cama de hierro, haciendo el amor como había soñado en los tres días qué había estado alejado de ella.
Tras unos minutos de charla cortés, Sylvie y Maeve se excusaron y salieron del despacho.
– Según tengo entendido, Sylvie ha creado una nueva campaña -comentó Marcus, para romper el silencio.
– Sí -respondió Wil-. Ha hecho un trabajo estupendo. ¿Te gustaría verlo?
Marcus siguió a Wil cuando este entró en el despacho de Sylvie y se dirigió a un caballete que había en un rincón.
– Esta es la presentación que ha hecho hoy mismo para todo el departamento. Es para la colección Everlasting, nuestra nueva línea de anillos de compromiso y de alianzas de boda. Cuando pregunté quién quería este proyecto, Sylvie se empeñó en conseguirlo. Una de sus mejores amigas, Meredith, la diseñó. Sylvie cree que los anillos son preciosos y su admiración se nota en esta campaña.
– No sabía que ella estaba tan íntimamente relacionada con las campañas publicitarias. Di por sentado, que, como ayudante tuya, se encargaría de supervisar al resto del departamento -comentó Marcus, mientras admiraba los anuncios que había diseñado. Había utilizado rosas rosas y una mujer con un hermoso vestido de novia y un hombre muy guapo como motivos centrales de la campaña.
– No siempre se ocupa de los procesos creativos, pero, si conoces a Sylvie, sabrás que no es mujer que se conforme con mirar desde la barrera. De vez en cuando, tengo que dejarla que pase a la acción o hace que mi vida sea miserable…
– Lo entiendo perfectamente.
Entonces, el teléfono empezó a sonar en el despacho de Wil.
– Perdóname, por favor -dijo, antes de volver a su despacho.
Marcus permaneció al lado del caballete, contemplando los diseños de Sylvie. Tenía mucho talento. Evidentemente, era un genio en su trabajo.
En aquel momento, una pelirroja entró corriendo en el despacho.
– ¡Eh, Sylvie! ¿Sabes qué…?
Al ver a Marcus, se detuvo en seco. Después de lo que pareció ser una eternidad, la mujer recuperó la compostura. Entonces, dio un paso al frente y extendió la mano.
– Hola, señor Grey. Siento haberle molestado. Estaba buscando a Sylvie.
– Hola -respondió Marcus, algo molesto de que todo el mundo lo reconociera.
– ¿Sabe dónde está Sylvie?
– En estos momentos está con la esposa de Wil. Estoy seguro de que regresará enseguida, si quiere esperar.
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