– ¿Por qué me dices esto, Wil? Yo ya no soy empleada de Colette.

– Legalmente sí. Estoy tratando tu ausencia como vacaciones pagadas hasta que se te terminen los días que todavía no te has tomado. Por cierto, ¿es que no te tomas vacaciones nunca?

– No muy a menudo. Mira, Wil, aprecio mucho el gesto, pero…

– Colette te necesita. Has sido el líder de todos nosotros durante meses. Lo has organizado todo y has mantenido la moral alta. ¿Qué sería esto si tú no estás aquí?

– No creo que se me eche de menos.

– No te infravalores. Al menos, piénsatelo. Eres la persona perfecta para liderar nuestras protestas en esos instantes. Como has decidido irte y ya has presentado tu carta de dimisión, no te pueden echar. Se lo debes a tus amigos de Colette, Sylvie…

A pesar de que sabía que la estaba manipulando, Sylvie reconocía que Wil tenía razón. No podía zafarse de sus responsabilidades con todos sus amigos de la empresa. Aquella fue la única razón por la que decidió asistir. ¿Qué importaba que Marcus estuviera allí? No era que necesitara verlo por última vez, a pesar de que una parte de ella volvió a la vida al pensar que podría estar con él. Marcus pertenecía ya a su pasado.

– De acuerdo. Allí estaré.

Cuando empezó de nuevo a recoger sus cosas, volvió a sonar el teléfono. Aquella vez era Rose.

– ¿Te viene bien el lunes por la tarde para cenar juntas? A Lila, Jayne y Meredith sí.

– ¿Ya no trabajas en el albergue los lunes? -preguntó ella. No había nada que le apeteciera menos que enfrentarse a sus inquisitivas amigas.

– Esta semana no.

– Claro. En ese caso, de acuerdo.

Temía decirle a Rose y a sus amigas que se iba. Sin duda las tres más jóvenes se enterarían en los mentideros de la empresa de su decisión antes de que pudiera decírselo personalmente. Aunque le resultara muy difícil, aquella comida sería un buen momento para decírselo a Rose y explicárselo a todas. Así, solo tendría que repetirlo una vez.

El domingo pasó muy lentamente. Fue a la iglesia y luego siguió con la tediosa tarea de empaquetar sus cosas. Para cuando llegó el lunes a las cuatro de la tarde, estaba deseando terminar con su última reunión en Colette. Estaba algo nerviosa por tener que volver a ver a Marcus y, en cierto modo, lo temía, dado que dudaba mucho que hubiera decidido no tratar de hacerla cambiar de opinión.

Sin embargo, por otro lado, no la había llamado ni había ido a verla. Tal vez había aceptado su decisión. Tal vez incluso se alegraba por ello.

Se vistió con cuidado para su reunión de despedida con el traje azul marino con una fina raya blanca que resaltaba espléndidamente su figura. Si iba a hacer aquello, iba a hacerlo bien.

Tenía todavía el broche de Rose sobre la cómoda y tuvo dudas. Rose solo había acertado en parte sobre su magia. Efectivamente, había conocido al único hombre que podría amar mientras lo llevaba puesto, pero, al contrario de sus tres amigas, no había final feliz a la vista.

Se mordió el labio para que le dejara de temblar. Aquella no era la imagen que quería proyectar. Apartó la mano del broche y se marchó andando a Colette.

Antes de entrar en la sala de reuniones, se retocó el maquillaje y el cabello en el cuarto de baño. Casi llegaba tarde, tal y como había planeado. Así, no había tenido tiempo de hablar con nadie.

Al verla, todos sus compañeros sonrieron. Se produjeron también algunos murmullos. Para entonces, la noticia de su marcha se habría extendido por todos los departamentos. Esperaba que nadie creyera que su presencia significaba que había cambiado de opinión.

Deliberadamente, no miró a la parte delantera de la sala. Se sentó en la parte de atrás, al lado de Meredith, que le había indicado por señas que le había reservado un asiento. Cuando hubo tomado asiento, escuchó la profunda voz de Marcus, dando a todos la bienvenida. Entonces, levantó la vista y fingió interés. Él la estaba mirando. Durante un momento, sintió que el mundo se ponía a dar vueltas sin control al sentir que aquellos ojos verdes se posaban sobre ella. ¿Cómo podía dejarle? Rápidamente, apretó los puños y se clavó las uñas en las manos hasta que el dolor fue lo suficientemente fuerte para apoderarse de ella. Entonces, apartó la mirada. Mientras Marcus hablaba, se pasaría el tiempo mirándose los zapatos…

– … sé que habéis oído muchos rumores sobre lo que iba a pasarle a esta empresa bajo mi dirección. Hoy, tengo la intención de compartir la verdad con todos vosotros, pero, primero, me gustaría presentaros a la persona que tiene el resto de las acciones de esta empresa. Es la única superviviente de la familia Colette.

Entonces, Marcus se dirigió a una puerta lateral y la abrió, para dar paso a una mujer.

– Os presento a Rose Colette Carson -añadió.

Rose Colette Carson. A su lado, Meredith lanzó una exclamación de sorpresa y empezó a tirar a Sylvie de la manga. Entonces, levantó la mirada y vio que su querida amiga avanzaba hacia el estrado del brazo de Marcus. ¿Rose era Rose Colette? Sylvie sacudió la cabeza con incredulidad.

– Buenas tarde, amigos -comentó Rose-. Estoy segura de que esto es una sorpresa para todos vosotros. También es una sorpresa para mí. Me marché de Youngsville, y de esta empresa, hace muchos años. Después de que mi padre muriera, no pude negarme cuando mi madre me pidió que regresara, aunque no tenía interés alguno en implicarme de nuevo en la dirección de la empresa. Como vosotros, me preocupé mucho cuando supe que Empresas Grey había adquirido las acciones suficientes para controlar la empresa y, como vosotros, he tenido miedo sobre el futuro. Sin embargo, hoy estoy aquí para daros muy buenas noticias -añadió, lanzando una fulgurante sonrisa a Marcus-. El señor Grey tiene la intención de que Colette siga ocupando su condición actual como diseñador de joyas finas…

La sala estalló en vítores. Rose quedó en silencio y sonrió, esperando a que el ruido fuera remitiendo poco a poco.

– No obstante, también planeamos añadir una rama, que ofrecerá hermosas joyas, más asequibles, para el público en general. Mi filosofía es muy diferente de la de mi padre. Creo que todo el mundo debería poder disfrutar de las joyas y nuestra nueva línea se ocupará de fomentar ese hecho.

Para cuando terminó su discurso, todos los empleados estaban de pie, aplaudiendo y silbando de alegría mientras Rose y Marcus sellaban aquellas palabras dándose la mano.

Cuando todo el mundo volvió a sentarse, Marcus retomó la palabra y explicó con más detalle el concepto que habían creado y respondió a las preguntas que los empleados quisieron hacer sobre aquel plan. Sylvie, de nuevo, evitó mirarlo. Afortunadamente, había una mujer con una larga melena rubia que la ayudaba a ocultarse. Decidió concentrar su energía en otras cosas, como las características de su nuevo trabajo. Le resultaba muy difícil creer que Rose fuera una de las dueñas de Colette, que Rose fuera una Colette. Sylvie recordó, divertida, que había llegado a pensar que Rose atravesaba dificultades económicas, cuando tal vez podría comprar varias empresas si quería. Sin embargo, conociéndola, seguro que canalizaba gran parte de sus ingresos a obras benéficas.

Sylvie se quedó helada. Por supuesto. Aquello era exactamente lo que Rose había hecho, y una de esas obras benéficas se llamaba Sylvie Bennett. Comprendió que su beca para la universidad no había sido casualidad, como tampoco que Colette la hubiera aceptado inmediatamente ni que hubiera encontrado un hermoso apartamento por el que pagaba una módica renta… Rose era una mujer maravillosa.

La reunión terminó poco antes de las cinco. En el momento en que Marcus terminó su discurso, todos los empleados se acercaron para hablar con Rose o con él. Entonces, Sylvie se volvió a Meredith.

– Te veré a la hora de cenar.

– Me he enterado que has dimitido. No me lo creía hasta ahora, pero es cierto, ¿verdad? -dijo su amiga. Sylvie asintió-. ¿Por qué? Creía que Marcus y tú…

– No, por favor -le suplicó Sylvie, levantando una mano-. No lo hagas.

Antes de que su amiga pudiera decir nada más, se marchó de la sala.


Acudió al apartamento de Rose a las seis, tal y como se había decidido. Cuando Rose le abrió la puerta, Sylvie se acercó a ella y la abrazó. Al sentir que la mujer la rodeaba con sus brazos, sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

– Gracias -susurró Sylvie-. Por todo.

– Gracias a ti, querida niña -replicó Rose-. Una de mis mayores penas fue que Mitch y yo no pudiéramos tener hijos. Desde que tú y yo nos encontramos, me he dado cuenta de que la biología cuenta muy poco a la hora de amar a un niño. Verte progresar en la vida ha sido una de las mayores alegrías de mi vida.

Sylvie trató de hablar, pero le resultó imposible. Tenía miedo de desmoronarse y echarse a llorar como una niña. Finalmente, Rose la abrazó y la llevó al comedor.

– Vamos con las otras. Ya tendremos tiempo de hablar después.

Lila, Meredith y Jayne ya estaban allí. Cuando Rose y Sylvie entraron en la habitación, las tres quedaron en silencio.

– Dejadme adivinar -dijo Sylvie, tratando de bromear-. No estabais hablando del tiempo, ¿verdad?

Lila se sonrojó y Meredith pareció muy apenada. Sin embargo, Jayne le sonrió.

– Estábamos compartiendo lo que sabemos sobre ti. Dado que no nos has dicho nada, nos vemos reducidas a intercambiar rumores.

– Prometo explicároslo todo, pero, en estos momentos, me muero por escuchar la verdadera historia de Rose Carson.

– Apoyo la moción -afirmó Meredith, levantando la copa en su honor.

Sylvie se relajó un poco. Lo último que quería era contarles a sus amigas los acontecimientos que la iban a llevar a California. No sentía entusiasmo alguno por su nuevo puesto y tenía miedo de que se le notara. Con suerte, se podría escapar de contarlo todo aquella noche.

Mientras cenaban, admiraron el árbol de Navidad de Rose, que estaba adornado con unas figuras de frutas muy antiguas.

– Llevan muchas generaciones en mi familia -les explicó Rose.

Entonces, les habló de su infancia. Había sido hija única, inmersa en el negocio de joyas de su familia.

– Sabía que, algún día, la empresa sería mía, aunque yo era una niña algo difícil. No siempre aprecié las oportunidades que se me daban, pero al fin, senté la cabeza y empecé a trabajar en los puestos más inferiores de la empresa, tal y como creía mi padre que debería hacer. No mucho tiempo después, empecé a trabajar en el departamento de diseño, y creé un broche realizado con ámbar y varios metales preciosos…

– ¿Nuestro broche? -preguntó Lila.

– El mismo -respondió Rose-. A mi padre no le gustó. Dijo que no encajaba con el estilo de Colette. El diseñador jefe fue un poco más amable conmigo. Me dijo que mi trabajo estaba por delante de su tiempo. Yo discutí con mi padre y tuvimos una fuerte confrontación. Me sentí como lo había hecho cuando era una niña rebelde, siempre desilusionando a todos, sobre todo a mis padres, y me marché del despacho. Me fui andando a mi casa, pero, cuando salía de la empresa, me encontré con un joven que había empezado a trabajar hacía poco en la sección de ventas -añadió, con una dulce sonrisa, que revelaba la belleza que Rose debía haber tenido veinte años atrás-. De hecho, me choqué con él y los dos caímos al suelo…

– ¿Fue amor a primera vista? -quiso saber Meredith.

– Sí. Se llamaba Mitch Carson. Lo primero que hizo cuando me ayudó a ponerme de pie fue alabar el broche que yo llevaba puesto. Supe enseguida que cualquier hombre que pudiera ver el valor de mi diseño era un hombre especial. Además, a mí Mitch me pareció el hombre más sexy que había conocido hasta entonces. ¡Quise arrojarme entre sus brazos y pedirle que me besara!

– ¡Qué romántico! -suspiró Lila.

– Efectivamente, era el hombre más romántico que he conocido nunca -susurró Rose, mirando los anillos de diamantes que llevaba puestos-, pero a mis padres no les gustó. Él me animaba a experimentar con mis diseños. Me llevaba a navegar, a bailar y a las carreras, actividades que mis padres no aprobaban.

– ¿Por qué? -preguntó Sylvie, pensando en los momentos que había pasado bailando con Marcus. Aquellos recuerdos le durarían a ella también toda la vida.

– Creo que tenían miedo de que me divirtiera demasiado -respondió Rose-. Mis padres eran muy estrictos y anticuados.

– Es increíble -apostilló Jayne-. Tú no eres así.

– De eso puedes darle las gracias a Mitch. Mis padres amenazaron con desheredarme si seguía con él. Sabía que si los escuchaba me convertiría en una mujer conservadora y gruñona como ellos, así que nos fugamos. Cuando mi padre se enteró, amenazó de nuevo con desheredarme, pero Mitch y yo nos mudamos a California. Nunca volví a tener noticias de mi padre, aunque mi madre me dijo años después que había lamentado mucho no volver a verme. Sin embargo, era demasiado orgulloso para admitir que se había equivocado.