Tampoco era su compañía, porque, aunque quisiera fingir otra cosa, le gustaba; lo veía en sus ojos y lo saboreaba en sus besos.

Y aunque no quisiera admitirlo, confiaba en él. Le había contado la verdad. Confiaba en él para ayudarla.

No había dejado que nadie más hiciera aquellas cosas.

Pero no quería confiar en él. No quería dejarle entrar.

Y sin eso, no tenían nada.

La pelirroja de los pechos generosos se movía en la tumbona, buscando acomodarse mejor, mientras lo observaba entre las pestañas para asegurarse de que él no se lo perdía.

– Lo siento, señoritas -dijo Nick, consciente de que estaba loco.

Pero algo en su interior le indicaba que se avecinaban problemas y su instinto no se equivocaba nunca. Se volvió y siguió a Danielle.

No estaba en el sendero. No estaba en los jardines. No estaba en ninguna parte.

Había desaparecido.

Capítulo Trece

Danielle renunció al paseo andando en favor del coche. Maureen había sido muy amable al ofrecerle todo lo que necesitara, y el hecho de haber aceptado su hospitalidad y tomado prestado su coche le resultaba una carga abrumadora.

Se dirigía con Sadie a la exhibición canina para buscar a Laura Lyn.

Y no dejaba de repetirse que hacía lo correcto al no querer mezclar más a Nick. Ya había hecho bastante, le debía mucho y…

¿A quién pretendía engañar?

Necesitaba desesperadamente recordar lo que era estar sola, sin la presencia increíble y dinámica de Nick Cooper, el único hombre que había conseguido que se pusiera a soñar con el futuro.

Y esos sueños eran inútiles. Y peligrosos.

Detuvo el coche cerca del lugar de la competición y se permitió un momento para mirar con nostalgia el caos controlado que la rodeaba. En el aparcamiento predominaban las caravanas y furgonetas. Se habían levantado dos carpas enormes para la exhibición y a su alrededor había puestos de vendedores donde se vendían desde jerséis para perros hasta utensilios para recoger excrementos.

El ruido, la competición amistosa aunque dura, la locura general de todo aquello había sido su vida durante años. Se sentía como en casa, y sin embargo, curiosamente, también como un sueño al que no perteneciera.

Por suerte, no le costó mucho encontrar a Laura Lyn, quien la había contratado en ocasiones para ocuparse de sus perros. Después de un abrazo rápido de saludo, Danielle se apartó.

– No me has visto aquí -dijo.

– De acuerdo -Laura movió el chicle que masticaba continuamente de una mejilla a la otra-. No te veo aquí, agotada y con mal aspecto. ¿Tiene que ver con la llamada que me hizo Ted hace unos días?

A Danielle se le encogió el estómago. Se aferró a la correa de Sadie con dedos tensos. Miró a su alrededor, pero no lo vio.

– Esto no ha sido buena idea.

– ¿El qué? -movió de nuevo el chicle y apareció un bulto en una de las mejillas-. ¿Por qué?

Danielle dejó de buscar a Ted el tiempo suficiente para mirarla a los ojos.

– Necesito papeles.

– Ted dijo que me los pedirías. Y que tenía que llamarlo en cuanto te viera -enarcó una ceja-. Difícil de hacer si no te estoy viendo.

Danielle respiró hondo.

– Laura…

– ¿Has robado a Sadie?

– Más bien le he ofrecido protección.

Laura Lyn hizo una pompa gigantesca.

– Ah.

– Quiero probar en los tribunales que Sadie es mía.

– Probar su propiedad.

– Sí. Así podrá quedarse conmigo.

– ¿Porque Ted rompió contigo? ¿O porque Sadie es la mejor campeona que ha dado esa raza en décadas?

Al parecer la historia ahora era que Ted había roto con ella. Fantástico. Así encontraría aún más comprensión entre los jueces.

– No, por nada de eso -Danielle la miró a los ojos-. Porque había que apartar a Sadie de Ted. Y a mí también. Lo dejé yo. Tenía buenos motivos, y ahora necesito probar que Sadie no le pertenece -respiró hondo-. ¿Puedes ayudarme a hacerlo?

– ¡Danielle!

Las dos mujeres se quedaron inmóviles. Gail Winters, la ayudante de Laura, se acercó a ellas.

– No pensaba encontrarte aquí -dijo con una mirada de curiosidad.

Gail apenas tenía veinte años; manejaba dinero, era hermosa y demasiado elegante para la vida canina, pero había demostrado ser una buena ayudante para Laura.

Además de todo lo cual, se creía enamorada de Ted. Y dado el modo en que miraba en ese momento a Danielle, sin duda sabía muchas cosas.

Laura le volvió la espalda con la excusa de apartarse del sol. Se inclinó hacia Danielle.

– ¿Adónde debo enviar los papeles?

– Eso es… complicado.

Laura Lyn la miró un instante.

– ¿Gail? -dijo por encima del hombro-. ¿Puedes ir a cepillar a Max? Es el siguiente en salir.

– Pero…

– Por favor, Gail.

Hasta que su ayudante no se alejó, no volvió a hablar.

– ¿Complicado?

– Quiero ir a buscarlos yo.

– Ir a mi casa no sería buena idea.

– ¿Por Ted?

– Sí. ¿Por qué no te envío los papeles cuando vuelva dentro de unos días?

Danielle vaciló, porque aquello requería mucha confianza, algo de lo que no andaba sobrada en ese momento.

– Puedo hacértelos llegar a finales de esta semana -prometió la otra.

A finales de semana. Seguramente podía esperar hasta entonces para empezar una nueva vida.

– La posada Twin Oaks, en Cooper's Corner -dijo con suavidad.

Y pidió en su interior que no acabara de cometer el mayor error de todos hasta la fecha.


Danielle regresó a la posada. Dentro se oían martillazos, el susurro de una sierra… pero al subir las escaleras no vio a nadie.

Tal vez no la hubieran echado de menos.

Cuando entró en la habitación, le quitó la correa a Sadie. Se incorporó y respiró hondo. Quizá Nick se hubiera marchado ya, después de decidir que ya se había molestado bastante por ella. A lo mejor en aquel momento daba gracias a las estrellas por haberse librado tan fácilmente de ella. Tal vez…

– Hola -dijo él con suavidad.

La joven se volvió con un sobresalto y lo vio sentado en el sillón cerca de la ventana, con las piernas extendidas ante sí y las manos apoyadas en los muslos.

Tranquilo y relajado.

Excepto por las chispas que salían de sus ojos.

– No te había visto -dijo ella, llevándose una mano al corazón.

– Sí -repuso él-. Ese es un gran problema entre nosotros.

No estaba contento. De hecho, parecía furioso.

– Nick…

– Tú no me ves.

Se acercó lo suficiente para que ella pudiera ver que no había solo furia en sus ojos, sino también algo más profundo. Miedo. Ansiedad.

Y la causante era ella.

– Primero de todo -dijo él, apartándole el pelo de la cara con una gentileza sorprendente-. ¿Estás bien?

– Sí.

– Me alegro -la miró un momento-. ¡Maldita sea! Estoy tan furioso, que he olvidado qué era lo segundo.

– Nick…

– Has ido a la exhibición canina. Te has puesto en peligro. Lo has hecho sola porque eso era lo que querías.

– ¡Tenía que hacerlo! -gritó ella-. Nick, me estoy volviendo loca esperando que ocurra algo. No puedo seguir así. Tengo que actuar, asumir el control. Necesito esos papeles de Laura y ha prometido enviármelos.

– Yo también necesito algo y voy a tomarlo ahora mismo.

La hizo ponerse de puntillas y la besó. El beso sabía a rabia y frustración, pero también a algo más: afecto y necesidad. Una mezcla intoxicante que hizo que Danielle tuviera que admitir que allí había algo más que un intento vago de recuperar los días del instituto con emociones baratas.

– Nick…

– Mírame, Danielle. Óyeme. Deja de gritarme que me vaya y siénteme -llevó las manos a las caderas de ella y la atrajo hacia sí, besándola con ternura a pesar de la pasión.

La joven respondió al beso entregándole también su frustración y rabia, y de repente sintió el anhelo de acercarse más, de sentirlo mejor.

– Tú querías que me hubiera ido cuando volvieras -dijo él; se apartó para mordisquearle la oreja-. Ahora quieres que me vaya.

– Nick…

¿Cómo explicárselo cuando ella misma no lo entendía? Solo sabía que el único lugar donde se había sentido sana y salva era allí en sus brazos.

¿Cómo era eso posible?

– Sé que hemos empezado deprisa -murmuró él-. Pero no quiero terminar deprisa -subió las manos por las costillas de ella, hasta colocar los pulgares en la parte baja de los pechos.

Danielle abrió la boca para decir que le gustaba deprisa, pero solo le salió un gemido. Nick, alentado, le acarició los pezones hasta que ella se estremeció y se apretó desvergonzadamente contra él. Nadie la había tocado nunca como aquel hombre. Fascinada, lo exploró a su vez con las manos, que introdujo bajo la camisa para sentir endurecerse los músculos de su espalda ante su contacto.

– Quiero más -dijo él.

Bajó las manos hasta las bragas de ella. Danielle se movió para facilitarle el acceso; y le gustó el sonido que salió de su garganta cuando la encontró húmeda para él.

– No puedo irme -dijo Nick con voz ronca. Le besó el cuello, con las manos aún en sus bragas y las caderas apretando las de ella-. Ya deberías saberlo.

– Sí… -apenas podía tenerse en pie-. Y tú deberías saber que me das muchísimo miedo.

Al oír aquello, Nick apartó las manos de ella y se quedó completamente inmóvil.

– Físicamente no -se apresuró a añadir ella; le echó los brazos al cuello y lo atrajo hacia sí-. Pero Nick… -consiguió mirarlo a los ojos-. Eres una amenaza para mi corazón. Supongo que lo sabes.

– Solo sé que tú eres un peligro para el mío.

– Por eso esto no saldrá bien. No…

– Bésame, Danielle -dijo él con voz ronca de deseo-. Cállate y bésame.

– Eso puedo hacerlo.

Acercó su boca a la de él y lo besó con fiereza. Cuando ya no podían respirar pero tampoco deseaban apartarse, Nick apoyó la mejilla en su pelo. Danielle percibió que sus corazones latían al unísono.

Podía amarlo.

Podía enamorarse sin ningún esfuerzo. Con un suspiro leve por lo que podía haber sido y que tal vez fuera solo su última noche con él, se dejó llevar hasta la cama.


Nick se perdió en el momento, concentrándose en abrazar a Danielle con tanta fuerza que por una vez ella no pudiera reconstruir después el muro que rodeaba su corazón. Para ello utilizaba la lengua, los dientes, la hacía temblar y arquearse bajo él.

– Me cuesta trabajo respirar -le dijo ella.

Mejor. A él le ocurría lo mismo.

La noche se había echado encima. La lámpara de la mesilla de noche arrancaba brillos a la piel de ella, volvía sus ojos suaves y soñadores, y él sabía que no olvidaría nunca el aspecto que tenía en aquel momento, suspirando del placer que él le daba. Quería darse una sobredosis de ese placer, mantenerla entregada y débil de deseo.

Por él.

Estaban en ropa interior, arrodillados en la cama, con las bocas unidas. El plan de Nick era volverla loca, pero ella volvió las tornas y lo enloqueció a él con caricias.

– ¡Estás tan bien hecho!

– Mmmm, no como tú -inclinó la cabeza y lamió la parte de seno que el sujetador dejaba al descubierto, inhalando su aroma femenino al tiempo que le desabrochaba el sujetador para dejar caer los pechos encima de sus manos extendidas.

– Todavía necesito más -decidió. Y terminó de desnudarla y desnudarse antes de tumbarla sobre el lecho y colocarse sobre ella.

Cuerpo contra cuerpo. Moviéndose, tocando, acariciando, probando con lentitud y erotismo, regodeándose en su placer mutuo. En su alegría mutua.

Definitivamente, encontró más de lo que buscaba. Encontró algo que inundó sus sentidos e hizo abrirse su corazón.

– Nick -susurró ella, cuando él la penetró, con la voz impregnada de una admiración que él ya conocía.

– Lo sé.

Comenzó a moverse y ella le siguió el ritmo, y la pasión se elevó, tomándolo por sorpresa. El deseo se volvió más intoxicante porque lo acompañaba el miedo de que aquello era único. Suyo.

Para siempre.


Fuera había oscurecido, pero a Ted aquella oscuridad le llegaba hasta el alma.

Estaba en el exterior de una posada olvidada de Dios llamada Twin Oaks.

Él la habría llamado Infierno. Los había visto. Había permanecido fuera, oculto por la noche, y los había visto abrazarse a través del cristal de la ventana.

Danielle y su nuevo novio. Había encontrado otro hombre.

Y sería castigada por ello.

Hasta la luna se había retirado mientras él seguía allí en el bosque. Mirando. La ventana se oscureció.

Lo que implicaba que, en ese momento, Danielle yacía con otro hombre.

La furia casi lo cegaba, pero se esforzó por respirar hondo. Nada había cambiado. Ella volvería con él.

Él la obligaría.