– Inocente -juró este, levantando las manos-. ¿Pero quién querría asomarse a las ventanas…?

¡Ah, maldición!

Ted, asalto con agravantes, maltratador de perros e imbécil integral.

Y Danielle estaba por allí sola.

Capítulo Quince

Danielle subió corriendo un sendero en cuesta con el afán de liberar parte de la tensión acumulada. Los papeles de Laura Lyn llegarían ese día.

Entonces sería libre de marcharse. De huir.

Que era exactamente lo que quería.

Más o menos.

¡Maldito Nick Cooper! ¿Por qué tenía que hacerle anhelar lo que no podía tener?

Se había adiestrado para estar sola, para no depender de nadie ni confiar en nadie. Pero su amor brillaba como un rayo de luz, provocándole tentaciones que no había sentido nunca.

Nick era muy distinto a la gente que había habido en su vida. No era egoísta, no miraba solo por sí mismo.

¿Cómo sería tener a alguien así en su mundo? ¿Alguien a quien le importaban sus esperanzas y sueños y que estaba a su lado mientras los hacía realidad?

¿Pero qué derecho tenía ella a pensar en romance y amor cuando su vida era tan desastrosa? Antes tenía que arreglar las cosas porque solo entonces sería libre de buscar lo que la satisfacía.

Y Nick Cooper la satisfacía, de eso no había duda. Se sentó en una piedra grande y se llevó la mano al corazón, que se había desbocado de pronto. Si pudiera…

No. Acabaría con aquello. En cuanto recibiera los papeles iría directamente a la policía. Si todo salía bien, pronto podía estar empezando una vida nueva. Trabajaría y esa vez haría que valiera la pena. Iría a la universidad. Se haría veterinaria. Haría…

– Danielle.

Al oír aquella voz familiar, respiró hondo y se volvió. Era Nick, por supuesto, que jadeaba como si hubiera ido corriendo desesperadamente desde la posada.

La rodeó con sus brazos y la estrechó contra sí. Con tanta fuerza que ella sintió los latidos de su corazón.

O quizá era el de ella.

– ¡Dios mío! -exclamó él-. No podía encontrarte. Pensaba…

– ¿Nick? -sorprendida por el modo en que la abrazaba, como si hubiera temido no volver a verla, lo abrazó a su vez, encantada con las sensaciones que eso le provocaba.

El hombre frotó la mejilla de ella con la suya; en su expresión había una mezcla de miedo y alivio.

– Tengo lo que necesitas -dijo-. Puedo ayudarte a volver.

– ¿Los papeles de Laura Lyn? ¿Han llegado ya? -Se apartó con una sonrisa, que borró de su rostro al ver la expresión seria de él-. Dime lo que ocurre.

– No son los papeles -le acarició los brazos-. No han llegado todavía.

– ¿Entonces qué es? -la miraba con tal seriedad, que no supo qué pensar-. Nick, me estás asustando.

– Le pedí a Maureen que investigara un poco a Ted.

– ¿Qué?

– Encontró asalto con agravantes. Lo despidieron de dos empresas distintas por eso. Danielle, es lo que necesitas para dar peso a tu testimonio.

– ¡Oh, Dios mío! -La opresión que sentía en el pecho se relajó un tanto por primera vez en mucho tiempo-. Estaba aquí sentada, tomando la decisión de volver a toda costa. Pasara lo que pasara. Multas. Cárcel. Quería recuperar mi vida a cualquier precio.

Los ojos de él brillaron con fiereza.

– Las multas podemos pagarlas.

Otra vez hablaba en plural. Y curiosamente, ella se relajó aún más.

– Y no irás a la cárcel -siguió él con decisión.

– Nick…

– Te quiero, Danielle. No lo olvides -le acarició la barbilla con el pulgar-. Y creo que tú me quieres a mí.

La joven no podía respirar.

– Solo hace una semana que te conozco.

– Una vida entera -corrigió él-. En esa semana hemos vivido una vida entera.

– Pero hay cosas que no sé de ti -podía oír el miedo en su voz-. Cosas que tú no sabes de mí.

– Sé lo suficiente -se apartó, partiéndole el corazón con aquel movimiento-. Pero al parecer tú no.

– Lo siento, yo…

– Ya -la miró con rostro inexpresivo-. Había huellas de pies en el huerto de Maureen, al lado de la casa. Como si alguien la hubiera estado vigilando desde fuera.

Danielle lo miró y se apartó.

– Le di a Laura Lyn la dirección para que enviara los papeles. Otro error, ¿eh? No debí confiar en…

– Danielle -empezó a acercarse de nuevo con un suspiro, pero en ese momento sonó la radio que llevaba en la cadera-. Me la ha dado Maureen. Ha insistido -se la acercó a la boca-. La tengo. Sana y salva.

– Bien -la voz de Maureen llenó el claro; una voz donde se leía la preocupación-. Sadie está con vosotros, ¿verdad?

– Está dormida en el jardín al lado de los girasoles.

– No, no está.

Nick miró a Danielle con ojos llenos de tensión.

– ¿Y en el huerto? ¿Está allí?

– No. Nick, no la encontramos por ninguna parte. Ha desaparecido.

– Enseguida vamos -colocó la radio en el cinturón y tiró de la mano de Danielle-. La encontraremos.

La joven pensó en Sadie en manos de Ted y apenas sintió los dedos de Nick en los suyos.

– Al final le he fallado.

– Todavía no. Esto no ha terminado. Vamos.

A pesar de su tristeza, pudo captar también la de él, y lo miró sorprendida. Sus sentimientos por Sadie no eran fingidos. Ni tenían nada que ver con el valor que tuviera la perra o los premios que pudiera ganar. Simplemente la quería. Y por ello haría todo lo posible por ayudarla, por recuperarla.

Se preguntó si el amor que afirmaba sentir por ella significaba lo mismo.

Se preguntó si alguna vez podría estar la mitad de segura de ese amor de lo que estaba él.


Nick miró a Danielle desde el porche. La joven, un poco más allá, miraba las colinas y llamaba a Sadie. El viento le apartaba el pelo de la cara, que había tomado color con el sol. Sus piernas y sus brazos estaban desnudos.

Nick suponía que no se cansaría nunca de mirarla. De desearla. Pero desearla iba mucho más allá de lo físico. Ansiaba su voz, su risa. Sus pensamientos. Y quería que ella sintiera lo mismo.

– ¡Oh, Dios mío, ahí está! -gritó Danielle señalando con el dedo.

Sadie surgió de repente de entre la nada, se detuvo al verlos e inclinó la cabeza, como si quisiera averiguar a qué se debía tanto jaleo.

Pero veinte minutos después, dentro de la casa, seguía jadeando, cubierta todavía de sudor y cansada.

Sin mencionar la soga que le colgaba del cuello, y con la que alguien había tratado claramente de sujetarla.

– Los cruces de mastines y bulldogs son increíblemente fuertes -dijo Danielle-. Puede romper una soga si alguien intenta retenerla.

– Y es evidente que alguien lo ha intentado -Nick se arrodilló al lado del animal e intentó examinarle el cuello. Sadie lo lamió desde la barbilla hasta la frente.

Danielle la tocaba con cautela, y cuando llegó al pecho, el animal aulló y se volvió. Cuando la joven insistió, Sadie empezó a gruñir.

Nick probó y obtuvo la misma reacción.

– ¡Oh, vaya! -exclamó la joven.

– ¿Qué?

– No es una herida lo que oculta.

– ¿Qué es?

– Parece que tiene los pezones doloridos.

– Hmmm… de acuerdo.

Danielle se mordió el labio inferior y miró a Sadie. Le tapó las orejas a la perra y se inclinó hacia Nick.

– Creo que es señal de que está en la primera fase del embarazo.

– ¿Qué? ¿Cómo puedes saberlo?

– Tú también lo notarás pronto. El periodo de gestación de un perro es de solo dos meses. Pero eso enloquecerá a Ted. Los cachorros, hijos de ese Terranova del hotel, no valdrán nada.

– ¡Eh! -Esa vez fue él el que le tapó las orejas-. No dejes que oiga eso.

– Esto no es ninguna broma -la joven frotó su mejilla contra la de Sadie-. Yo no tengo dinero para mantenerme, y menos a unos cachorros. Pero no puedo permitir que nadie lo sepa. No puedo dejar que vuelva con Ted por una cuestión de dinero. Mira lo que le ha hecho en el cuello.

– Sí, tendremos que informar de eso -Nick miró a Maureen y Clint, que asintieron.

– Ya he llamado a la policía -dijo la primera-. Les he dicho lo de las huellas.

Clint acarició a Sadie.

– Parece que es hora de hacer algo, ¿eh, muchacha?

Danielle miró a Nick.

– Sí -dijo-. Es hora de hacer algo.

– Y luego está la boda -añadió Clint-. Tendremos que aclararlo todo antes.

Danielle abrió mucho los ojos. Había olvidado que se suponía que estaba prometida con Nick.

– La boda -forzó una sonrisa-. Respecto a eso…

Sadie se incorporó, lanzó una serie de ladridos y saltó sobre el respaldo de un sillón para pegar su enorme cara a la ventana. Siguió ladrando con fuerza.

– Está ahí fuera -adivinó Nick.

– ¿El ex? -preguntó Maureen.

– Sí -Danielle se puso en pie y se acercó a la perra-. Pero esto termina aquí y ahora. Saldré ahí y haré algo que no he hecho nunca. Le diré lo que pienso y cómo va a terminar esto. Ya es hora de que lo haga.

– No lo harás sola -Nick la apartó con firmeza de la ventana.

– Nick…

– Sí, sí, ya sé que odias los plurales -dijo él, sin importarle que Maureen y Clint estuvieran presentes-. A la porra con eso. No estás sola, así que olvídalo. Cuando termine esto, haz lo que quieras. Quédate sola. Y mejor para ti si puedes hacerlo sin lamentar nada.

– Nick…

– Recuperarás tu dichosa vida y…

– ¡Nick! -Danielle tragó saliva y le tocó el brazo-. Quería decir juntos. Actuaremos juntos.

– ¿Ted va armado? -preguntó Maureen.

– No, le preocupa su imagen -Danielle seguía mirando a Nick a los ojos, como si intentara decirle algo-. No lleva armas. Solo quiere a Sadie. Podemos ponerle una trampa, dejar a Sadie fuera con una soga. Vendrá, la amenazará y esta vez tendré testigos.

Miró a su alrededor esperanzada, apelando a Nick con aquellos ojos hermosos a los que él nunca podía resistirse.

– Ya lo verás -le dijo-. Saldrá bien porque la policía os creerá a vosotros.

El hombre movió la cabeza.

– Hablas como si quisieras que nos quedemos atrás mientras tú lo afrontas sola.

– Sí. Exacto.

– No.

– Estaréis muy cerca. Esperando. ¿Qué puede pasar?

– Danielle…

– Quiero hacer esto -dijo ella con firmeza-. Pienso hacerlo. Me sentaré ahí fuera con ella. Esperaremos juntas y luego todo habrá acabado.


Nick estaba sentado en el porche en penumbra viendo cómo el atardecer convertía a Danielle y Sadie, solas y vulnerables en la zona abierta, en sombras.

La joven estaba sentada en un banco a unos siete metros de distancia, en medio del huerto recién plantado que era el orgullo de Maureen.

Sabía que sus primos estaban justo al otro lado de la casa, vigilantes. Esperando. Ayudándolo a proteger a su «prometida». Sabía que Danielle no sufriría ningún daño, que aquello era algo que había que hacer.

Racionalmente sabía todo eso, pero al verla abrazar a la perra a la que tanto había llegado a apreciar no podía evitar la sensación de que aquel era el principio del fin.

Pronto acabaría todo. Estaría segura y sola. Y él también estaría solo.

Mejor. Estupendo. Podía volver a casa y ponerse al día con las citas que había programado. Podía salir cada noche con una mujer si quería.

Pero en ese momento solo le importaba una y estaba…

Estaba viendo acercarse a un hombre desde el sendero de más abajo.

Capítulo Dieciséis

– Hola, Ted -dijo Danielle cuando se acercó a ella.

El hombre al que había mirado en otro tiempo con el corazón en los ojos le mostró un sobre.

– Los papeles de Laura Lyn -dijo.

A Danielle se le encogió el estómago al pensar en una traición más.

– Entiendo.

– Lo dudo -se detuvo a unos dos metros de Sadie, que no se había movido, pero había empezado a gruñir-. Me ha ayudado Gail Winters. Te acuerdas de ella, ¿verdad?

Saber que Nick estaba cerca y no dejaría que les ocurriera nada ni a Sadie ni a ella le permitía hablar con tranquilidad.

– Siempre le pareciste encantador.

– A ti en otro tiempo también.

– En otro tiempo.

Los ojos de él se oscurecieron, no por pasión, como hacían los de Nick cuando la miraban, sino con una expresión peligrosa que le hizo sentirse agradecida de no estar sola.

Curiosamente, lo de estar sola ya no resultaba tan atractivo. Tal vez nunca volviera a parecérselo.

Se sentía segura, incluso con Ted delante. Y comprendió que no se había sentido así muchas veces en su vida. Pero cuando estaba con Nick sí. Con él estaba segura y lo había estado desde el principio.

– Tienes buen aspecto -dijo Ted.

Danielle no podía decir lo mismo de él. Siempre le había parecido cautivador y sofisticado. Ahora, con la camisa arrugada, los pantalones sucios y los zapatos llenos de barro, parecía un hombre que se enfadaba cuando no conseguía lo que quería.