No se sintió sola, se dijo Devon esa noche cuando se acostó, aunque pensó que a él no le habría costado ningún trabajo hacerle una rápida llamada… incluso sabiendo que ella no contestaría el teléfono. ¡No se dio cuenta de que esa forma de pensar era realmente ilógica!

El jueves parecía no terminar nunca; no sonó el teléfono, la casa estaba tranquila y por lo tanto no era de extrañar que se sintiera aburrida. Se dijo, recordando su comentario antes de partir, que no era posible que lo estuviera extrañando.

La noche anterior no había dormido bien, pero esa noche, cuando intentó hacerlo, fueron tantas las cosas en que pensó que apenas pudo dormir.

Comprendía muy bien por qué Grant no tenía tiempo para llamarla, pero le molestaba pensar que fuera por la compañía de alguna mujer atractiva y experimentada. Después de todo, ¿qué le importaba a ella con quién estuviera? ¿Qué le importaba quién fuera la que lo tuviera tan ocupado, que se había olvidado por completo de la mujer menos experimentada que estaba en su casa? Una mujer a quien le había dicho con dureza antes de irse: "procura estar aquí cuando regrese".

¡Al demonio, no estaré aquí cuando regrese! se dijo furiosa… pero, después, una avalancha de pensamientos le impidió dormir. ¿Cómo podría irse? ¡Tenía que pensar en su padre! ¡Oh, cielos, su cita con el doctor McAllen era para el próximo lunes… y si su padre decidía venir para acompañarla!…

Poco después de quedarse dormida, o al menos así le pareció, Devon abrió los ojos, comprendiendo que ya era hora de levantarse. Podía haberse quedado acostada unas cuantas horas más para reponerse del sueño que le había faltado esa noche, pero, al pensar en la señora Podmore, se levantó con trabajo. Con toda seguridad pensaría que estaba enferma si no estaba levantada a su llegada.

Sin embargo, mientras se bañó, se vistió y bajó la escalera, siguieron dándole vuelta en la mente aquellos pensamientos que la habían mantenido despierta toda la noche.

– Buenos días, señora Podmore -la saludó alegremente a su llegada a las nueve.

– Buenos días señorita Johnston -le contestó la señora Podmore, mirándola con fijeza-. Parece un poco cansada esta mañana. ¿Se siente bien?

Pensando que con toda seguridad tenía unas ojeras enormes, Devon le sonrió.

– Estoy bien, muy bien -antes de que la señora Podmore le sugiriera que se sentara a descansar, mientras le preparaba una taza de té, añadió-: El señor Harrington regresa hoy.

La señora Podmore le sonrió.

– Me imagino que ya lo está deseando, aunque pienso que el señor Harrington la habrá llamado todas las noches, para asegurarse de que sigue bien.

Devon le sonrió, como indicándole que Grant había llamado continuamente, aunque para la señora Podmore eso le pareció lo más normal. ¡Bueno, si no se había molestado en llamarla, se podía ir al diablo! Por el simple hecho que le había quitado las llaves de su casa comprendió que no quería que fuera allá. Mala suerte para él, pensó, pues si a su padre se le ocurría regresar no iba a permitir que, cuando llegara a la casa, se diera cuenta de que había estado abandonada durante tanto tiempo.

– El doctor me dijo que me ayudaría a hacer un poco de ejercicio, así que voy a dar un paseo esta mañana -viendo la preocupación en el rostro de la señora Podmore, añadió-: Por supuesto que si me fatigo tomaré un taxi, aunque lo más seguro es que me quede a comer en la ciudad.

A las diez y media llegó al cobertizo del jardín de su casa y, con satisfacción, sacó la llave que tenía escondida.

Burlándose en su mente de Grant Harrington, entró en la casa y abrió todas las ventanas antes de comenzar a trabajar. Primero hizo un pastel de frutas, pastas y, por último, limpió la cocina antes de reunir los objetos de bronce de todas las habitaciones y pulirlos a conciencia.

Quedaban pocos comestibles en la despensa por lo que, confiando en que su padre no vendría ese fin de semana, decidió que, por si acaso, lo mejor era comprar algunos.

Las compras le tomaron más tiempo del que había pensado y ya eran las cuatro de la tarde cuando logró guardar todo y se sentó a comer.

Otra vez Devon limpió la cocina y poniendo a enfriar el pastel decidió dar una rápida sacudida a todos los muebles para quitarles el polvo. Una vez que terminó en el piso superior cerró todas las ventanas y bajó, pero al llegar a la sala se sentó un momento en el sofá ya que se sentía muy cansada. Pero había algo que la hacía sentirse feliz, algo que no había sentido desde aquel día de su llegada a Suecia; había recorrido las tiendas, había subido y bajado muchas veces las escaleras y ¡oh, maravilla… a pesar de lo cansada que estaba, no había sentido la menor molestia en la cadera!

Se recostó en el sofá y, sonriente, se acomodó… cerrando los ojos.

En el momento en que se despertó y abrió los ojos recordó que cuando se había recostado era pleno día, y precisamente la luz eléctrica era lo que la había despertado. Parpadeando, dejó escapar una exclamación al ver, más furioso que nunca, a Grant Harrington de pie junto a la puerta, con la mano aún sobre el interruptor de la luz.

En ese instante comprendió que había estado dormida durante horas e hizo un esfuerzo para no parecer asustada al verlo acercarse y le preguntó:

– ¿Qué… qué hora es?

– ¡Hora de que tengas un poco de sentido común! -fue su respuesta no muy agradable.

Sus largos brazos la tomaron y la hicieron levantarse y sin esperar a que ella lo hiciera, le desabotonó y le quitó la bata que se había puesto encima de la ropa, comprendiendo de inmediato qué era lo que había estado haciendo.

– Ponte los zapatos -le ordenó.

Devon obedeció las instrucciones que le daba entre gruñidos, comprendiendo, cada vez con más claridad, lo que había sucedido. Era evidente que acababa de llegar a la casa cansado y se puso furioso al ver que tenía que salir de nuevo a buscarla.

– ¡Estuvieron bien los negocios? -se atrevió a preguntarle… y, sintiendo que de nuevo aumentaba el enfado que sentía hacia él por no haberla llamado por teléfono, añadió-: «¡O llegas tarde debido a otra clase de negocios?

Durante un momento pensó que iba a callarla con una de sus respuestas breves y secas, pero en vez de ello vio un brillo en sus ojos que no pudo comprender y le dijo:

– No estoy de humor para hacer caso de tus pequeños comentarios celosos. Son casi las once, así que vámonos.

– ¡Celosa yo! -ante su acusación se negó a moverse-. ¡Dios mío, debes haber trabajado en exceso!

Al decirle eso observó que había terminado de agotar su paciencia.

– ¡Vamos -replicó él-, o puedes estar segura de que te cargaré!

Ante el tono de su voz, Devon se movió con rapidez, pero en ese momento recordó algo y regresó a la cocina.

– Hice un pastel.

Mientras lo guardaba, Grant se enfureció aún más y escuchó que le decía con violencia:

– No me extraña que estuvieras dormida cuando llegué. ¡Has estado de pie todo el día!

– No soy una inválida -le replicó.

Apenas le dio tiempo a cubrir el pastel y dejarlo sobre la mesa de la cocina, pues en ese momento Grant Harrington explotó.

Como si no pesara nada, la alzó en sus brazos y, apagando las luces a su paso, salió con ella al exterior. No la bajó cuando llegaron al coche, sino que abrió la puerta de su lado y, sin decir una sola palabra, la dejó en el asiento… de inmediato Devon se sintió asustada.

El regreso a la casa fue en medio de un silencio total y Devon pensó que cuanto más pronto se acostara, sería mejor para ella. Quizá por la mañana, cuando él hubiera recuperado la calma, podría decirle que no había trabajado tanto ese día. Tal vez después de una noche de descanso, se le calmaría la tensión nerviosa.

Cuando llegaron a la casa, él continuó con la misma calma amenazadora. Devon no esperó a que diera la vuelta para ayudarla a bajar, pensando que si no lo hacía con rapidez era capaz de cargarla de nuevo y lanzarla hacia el interior de la casa.

Antes de que la alcanzara ya había abierto la puerta y estaba entrando en el vestíbulo. Él encendió la luz y pensando que lo mejor sería no hacer comentario alguno y acostarse, miró hacia la escalera. Ya había avanzado un par de pasos hacia ella cuando escuchó la voz de Grant a sus espaldas.

– ¿Comiste?

Comprendió que, a pesar de lo furioso que estaba, se preocupaba por su bienestar.

– Sí, gracias -contestó con sequedad-. Buenas noches, me voy a acostar.

Había llegado justo al pie de la escalera cuando su voz, desde el mismo lugar exacto de la vez anterior, le indicó que no se había movido.

– Devon.

¡No le gustó la amenaza en su voz! Sin embargo, se detuvo y, comprendiendo que tenía algo más que decirle, se dio vuelta para mirarlo.

Vio en su rostro todavía esa expresión tranquila, pero algo en su mirada le hizo sentir que era capaz de cobrarse una deuda sin necesidad de dinero y se sintió atemorizada.

Tenía razón al asustarse, y la causa la descubrió muy pronto. Su voz fría la dejó paralizada al escuchar que le decía.

– El hecho de que no seas una inválida hace que ya puedas dormir… en la cama grande.

¡La sonrisa que le dirigió en respuesta a su mirada atónita, le dijo todo lo que necesitaba saber! En ese momento comprendió que debería sentirse feliz de que al fin algo sucedería, para liberar a su padre de la suerte que le esperaba.

Se lavó y se puso la ropa de dormir en la habitación que había usado siempre, menos aquella noche. Ahora comprendía por qué Grant estaba tan furioso con ella; no era sólo porque lo hubiera desobedecido y no se encontraba en la casa a su regreso. En ese momento comprendió, con toda claridad, mientras dejaba su habitación y entraba en el dormitorio de la gran cama, que la había hecho descansar, que no la había tomado durante esas semanas que él consideró como un período de convalecencia, preparándola para que estuviera lista para pagar la deuda de su padre.

Grant no había querido correr el riesgo de que lo desilusionara de nuevo con algún gemido de dolor, pero era evidente que esa noche ningún gemido o cualquier otro contratiempo le importaría. Estaba tan furioso con ella por haberse cansado haciendo el trabajo de la casa y cocinando… sin saber que en realidad se había quedado dormida en el sofá porque apenas pudo dormir la noche anterior… esta noche estaba tan furioso con ella, que la haría suya sin importarle la operación.

El decirse que debería sentirse contenta, porque al fin había llegado el momento, no la ayudó a tranquilizar el nerviosismo que sentía, mientras se quitaba la bata y se acostaba en la gran cama. Al igual que la vez anterior, apagó la lámpara junto a la cama dejando oscura la habitación. Comenzó a rezar, pero con poca esperanza de que, a pesar de lo enfadado que estaba, no la tratara con brusquedad. Y, al igual que la vez anterior, esperó con paciencia y resignación.

Pasaron lo que a ella le parecieron siglos, antes de que el ruido de la puerta del dormitorio, abriéndose, hiciera presurosos los latidos del corazón. De nuevo Grant no encendió la luz, se movió con rapidez en la oscuridad y pronto estaba junto a la gran cama, acostándose, pero sin tocarla.

Esperando que en cualquier momento él la tomaría en sus brazos, Devon permaneció tensa. Más tarde lo escuchó preguntarle con voz en la que no se reflejaba enfado alguno.

– ¿Estás despierta?

Durante un instante se preguntó si al no contestarle, la dejaría tranquila pensando que estaba dormida. Apartó de su mente ese pensamiento loco; ¿qué otra alternativa tenía más que contestarle? Su padre podía regresar en cualquier momento.

– Sí… sí -le contestó con voz ronca y comenzando a temblar, pensando que en cualquier momento la tomaría en sus brazos.

Sintió agitarse las sábanas mientras se movía, pero, atontada, oyó que le decía.

– Entonces, duérmete.

Sin poder creerlo, se dio cuenta de que ¡se había vuelto de espaldas a ella!

¡Estaba jugando con ella! ¡No había pensado hacerlo! ¿Qué hacía en esta cama si no?… ¿Habría cambiado de idea? ¿Habría desechado por completo su propósito? Su padre…

El ruido de su respiración tranquila le indicó que Grant no había estado jugando con ella. ¡Con toda seguridad había trabajado en exceso y se encontraba agotado! De inmediato, le vino a la mente otro pensamiento: se había agotado, pero no de trabajar. El que hubiera saciado sus deseos con otra mujer la hizo sentirse enfadada. ¿Cómo se atrevía a hacer esto? pensó, furiosa contra él y recordando con un estremecimiento, su comentario de que estaba celosa.

Tonterías, se dijo, sabiendo perfectamente bien que no estaba nada celosa. Era sólo por la amenaza que aún pendía sobre su padre el que se sentía tan enfadada.

Sus pensamientos comenzaron a desvanecerse y se le cerraron los ojos. La cama estaba cálida y cómoda y en unos pocos minutos más se olvidó de que la compartía con Grant.