– ¿Preocuparlo? -le preguntó molesto-. ¿Es que todavía no me conoces? Cielos, mujer, hemos vivido juntos…

– ¡Cállate! -le replicó-. No quiero que mi padre…

El escuchar que se abría la puerta del comedor, hizo que se callara. Era su padre que venía hacia el vestíbulo con la mano extendida, mientras decía:

– Me pareció haber escuchado su voz, Grant -al ver cómo le estrechaba la mano, Devon se sintió tranquila, pues sí su padre hubiera escuchado el comentario de Grant, nunca lo habría hecho.

– ¿Cómo va ese estudio? -le preguntó a su padre.

– Estoy trabajando en él.

– Si no le importa, quisiera verlo -le dijo Grant y los dos hombres entraron en el comedor, sin hacerle caso a ella. Grant regresó y cerró la puerta.

¡Canalla, cerdo! pensó, regresando a la sala, pero dejando la puerta abierta, mientras se sentía bañada en sudor. Una parte de su ser deseaba entrar y hacer que Grant Harrington dijera lo que tuviera que decir, frente a ella, mientras que la otra parte le recordaba que él le había dicho: "¿Es que todavía no me conoces?" En ese momento pensó: ¿cómo podría vivir con este hombre, reír con él, amarlo, si al final privaría a su padre de su libertad?

Tenía que haber algo en Grant que no fuera duro, agresivo y brusco, para que ella lo amara. Recordó sus tiernas caricias, pero no era sólo eso. Era sarcástico, pero también bondadoso. Había insistido en comprarle un traje de baño para que pudiera solearse. También fue considerado con ella, pero al mismo tiempo recordó que en dos ocasiones pensó que lo había olvidado todo y perdonado a su padre, sólo para percatarse de que no era cierto.

Le pareció que había transcurrido una hora antes de que oyera abrirse la puerta del comedor y cuando Grant salió, ya estaba allí, esperándolo y mirándolo furiosa.

– ¿Has estado escuchando junto a la puerta, Devon? -le preguntó frunciendo el ceño.

Ella pasó por alto su sarcasmo y le preguntó:

– ¿Qué le has dicho? -sin esperar su respuesta, intentó entrar, diciéndole-: Tengo que ir con él.

Una mano firme evitó que entrara, obligándola a acompañarlo hasta la puerta principal; allí se quedó parado, mirándole el rostro, serio y hostil. Era evidente que no pensaba contarle lo que habían hablado; en vez de ello, le preguntó:

– ¿Es para mañana tu cita con el médico?

¡Ya esto era intolerable! se dijo Devon, haciendo un tremendo esfuerzo para contener la furia que sentía al ver que la obligaba a quedarse allí con él, cuando lo que deseaba era ir a ver a su padre.

– ¿No me digas que lo has olvidado? -le replicó con tono lleno de sarcasmo.

– ¿A qué hora es la cita?

Furiosa, pero aparentando calma, Devon comprendió que cuanto más pronto le contestara la pregunta más rápido la dejaría ir.

– A las cuatro -le dijo con sequedad… y escuchó sorprendida cómo él, después de pensarlo un rato, le respondía:

– Tal vez exista la posibilidad de que a esa hora me encuentre libre para que te lleve en mi auto al consultorio.

– ¿Que tú me… -sin poder creerlo, lo contempló; después, recuperándose le recriminó de inmediato con firmeza-. ¡No quiero nada de ti, Grant Harrington!

Ahora que ya conocía su forma de mirar, comprendió que lo que le iba a decir no le gustaría.

– No me pareció que opinaras así, ayer por la mañana.

– ¡Canalla! -le dijo con violencia, pero sonrojándose la mismo tiempo.

– Cuando te veo así -le respondió Grant, arrastrando las palabras y con una mirada maliciosa, al observar su intenso sonrojo-, me siento inclinado a olvidar mis principios.

Ella había visto antes esa mirada, esa mirada diabólica en sus ojos que le decía que, sin importar si en aquellos momentos lo había desilusionado, en este instante volvía la necesidad que sentía de poseerla. Sin embargo, estaba segura de que había destruido a su padre con lo que le mencionó, estaba convencida de ello y por ese motivo le dijo con frialdad:

– Mi padre me llevará a la cita -y sin poder evitarlo le replicó con amargura-. Ya debe estar bastante molesto con lo que le has hecho, sin que yo añada a ello el quitarle el placer de acompañarme a mi última cita -al ver cómo Grant alzaba la vista hacia el techo, añadió-: Mi padre ha estado esperando tanto por esta última visita al médico como yo.

De pronto él le soltó el brazo.

– Está muy lejos de mi deseo el privarlo de cualquier anhelo -le declaró y se dio vuelta para abrir la puerta.

Mientras cerraba la puerta, una vez que él salió, Devon pensó que ése había sido el momento más sarcástico de Grant; no sólo estaba lejos de no desear privarlo de nada, sino que, además, estaba a punto de privarlo de su libertad.

Pero al regresar al comedor comprendió que nunca había estado más equivocada.

– Pensé que preferirías que te dejara acompañar a Grant hasta la puerta -le dijo Charles Johnston sonriendo feliz, al ver cómo se sonrojaba.

Aquí hay algo raro, pensó. No parecía deprimido en lo más mínimo.

– Este… ¿Grant estuvo contigo mucho tiempo? -le preguntó, esperando su respuesta.

– Estaba revisando el trabajo que hice -le respondió, después de un rato. Entonces su sonrisa se hizo todavía más amplia, estaba bastante feliz para no contárselo todo-. Tan pronto como haya terminado este trabajo regresaré a mi viejo empleo.

Esa noche, en la cama, Devon lloró. Se dijo que no era más que el alivio que sentía de la tensión que la había dominado desde el regreso de Suecia, pero sabía bien que no era cierto. Grant había sido mucho más generoso de lo que pudo pensar; sin hacerle pagar la deuda que tenía con él, le dijo a su padre que terminara el proyecto en el cual estaba trabajando y que, aunque posiblemente en estos momentos no hicieran la planta nueva, le interesaba mucho su opinión sobre ese asunto.

Lloró de nuevo al recordar lo que su padre le había mencionado, con esa mirada llena de felicidad.

– Le dije a Grant que esperaba terminar los cálculos durante el fin de semana y él me contestó, como si fuera la cosa más natural del mundo: "Entonces, dentro de una semana, a partir del lunes, espero verlo de nuevo en su escritorio, Charles". Cuando lo miré sorprendido, me estrechó la mano y me dijo: "Ya ha sufrido bastante, hombre".

¡Oh, Grant! se dijo llorando y sintiendo que lo amaba aún más. Debió haberlo conocido mejor y no lo había hecho. Debió darse cuenta de la forma en que la trató, cómo la había hecho descansar, incluso en contra de su voluntad, a pesar de lo mucho que le dolió que su padre rompiera la confianza que él y su padre le habían depositado; existía una bondad en él que compensaba su dureza.

Esa noche, su mente estaba tan llena de Grant que, al levantarse la mañana siguiente, se dio cuenta sorprendida de que, aunque le pareciera imposible, ni en un solo momento había recordado que hoy tenía que ir a la consulta del doctor McAllen.

En ocasiones anteriores, cuando tenía que ir al médico, siempre pasaba la noche sin dormir, pero ahora tuvo que reconocer que la noche anterior la había dedicado por completo a Grant, sin haber tenido tiempo de recordar su cita de las cuatro de la tarde.

Su padre se reunió con ella en la cocina a la hora de la comida y, cuando se levantó para regresar al trabajo, esperó que le mencionara si él pensaba acompañarla a la clínica; al ver que no lo hacía tuvo la impresión de que, a pesar de lo mucho que la quería, se había olvidado de ella.

– Me iré a las tres y cuarto -le comentó, para recordárselo. Hubo un momento en que le pareció que se sentía incómodo y añadió-: Ya soy una persona mayor, papá, ¿te importaría que fuera sola?

Él la miró con seriedad y después le dijo con tono sincero.

– Quiero lo que tú desees, Devon.

Lo besó, diciéndole que regresara a trabajar, comprendiendo que el motivo por el que prefería quedarse trabajando en vez de acompañarla a su última cita era que como no podía pagar a Grant lo que le debía, deseaba demostrarle el interés que ponía en el trabajo.

Mientras esperaba su turno para ver al doctor McAllen, no podía dejar de pensar en aquella palabra: "pagarle". Cada vez se sentía más preocupada por lo que le debían a Grant.

– Hola, Devon -le dijo el doctor McAllen cuando, apretando nerviosa el bolso de mano, entró a verlo-. Vamos a revisarte, ¿quieres?

Al salir del consultorio se sentía llena de felicidad y aún recordaba lo que el doctor McAllen le había dicho.

– Me imagino que no lamentarán no tener que volver a verme.

– ¿Quiere decir que no tengo que volver de nuevo? -le preguntó con voz entrecortada.

Consciente de su nerviosismo, le había sonreído.

– Estás completamente sana -le aseguró-. El doctor Henekssen te realizó una magnífica operación, Devon… tienes que estarle muy agradecida.

Lo primero que tendría que hacer sería escribir al doctor Henekssen la mejor carta de agradecimiento que nunca hubiera recibido. El doctor McAllen tenía razón, tenía mucho que agradecerle, pensó al llegar a un parque lleno de flores de colores brillantes y alegres, tal como se sentía ella.

Y no sólo a él, pensó, mientras se sentaba en un banco; también al doctor McAllen. Y a su padre… nunca podría pagarle lo que había hecho por ella, no sólo por todos esos años de cuidados, mimos, comprensión y felicidad, sino ese último y enorme gesto que había tenido hacia ella… el sacrificio de su integridad.

Sentía amor por su padre, pero también gratitud y admiración, pues había demostrado valor para hacer lo que hizo, aunque para los ojos del mundo fuera incorrecto. Tuvo que costarle mucho hacerlo, pero si no hubiera sido por Grant le habría costado aún mucho más.

Sabía que no podría transcurrir mucho tiempo sin pensar en Grant, pero al enterarse por medio de las palabras del doctor McAllen que estaba completamente sana, comprendió que tenía que darle las "gracias" a Grant. Era su obligación, sin embargo él no quería su pago. Sus palabras, rechazándola por haberse lanzado a sus brazos todavía la lastimaban. Y, sin embargo, la noche anterior observó de nuevo esa mirada de fuego en sus ojos cuando le comentó: "Cuando te veo así me siento inclinado a olvidar mis principios".

¿De qué principios hablaba? ¿Era, como le había dicho en una ocasión, que no estaba dispuesto a exigirle el cumplimiento de su compromiso hasta que hubiera visto al doctor McAllen?

No tuvo idea del tiempo que permaneció allí sentada. Estaba envuelta en una confusión que no le permitía pensar con claridad. Comprendía que le debía un acto de agradecimiento a Grant, pero esa gratitud estaba mezclada con pensamientos relacionados con su integridad, pensamientos de que le debía algo más que un agradecimiento, contradichos por otros que le indicaban que su compromiso había quedado cancelado por lo que le había dicho. De todas formas, al recordar la forma en que lo maltrató se dijo: "¿Cómo ir a donde estaba él para decirle que los Johnston siempre pagaban sus deudas?" ¿Y quería hacerlo? Temblorosa, se levantó del banco y se retiró del parque, aún pensando en Grant y en lo que le debía. En ese instante se dio cuenta de que se encontraba en una zona de la ciudad en la que si se dirigía hacia un rumbo iría directamente a su casa, mientras que si tomaba el otro llegaría a la casa que había compartido con Grant.

Lo amo, se dijo y, sin pensarlo más, se dirigió hacía su casa. Durante el resto del camino Devon trató de no pensar. Ya se sentía lo bastante confundida, sin tener que meditar en lo que le diría cuando lo viera. En realidad, no sabía por qué iba a su casa, aunque algo en su interior la obligaba a hacerlo.

Contempló su reloj al llegar a la avenida en donde vivía Grant y se sorprendió al ver que eran las seis y media. El doctor McAllen, como siempre, se había retrasado, pero ¿era posible que hubiera estado sentada en el parque todo ese tiempo?

Al acercarse a la casa, pensó que esa hora con seguridad Grant se encontraría de regreso de la oficina, pero al llegar frente a la misma observó que su coche no estaba… Grant no estaba en casa.

No pudo explicarse por qué siguió caminando, estaba bastante confundida para pensar en nada; incluso tocó el timbre de la puerta una vez que subió los escalones.

Era evidente que nadie le abriría, pero, a pesar de todo, no pudo moverse de allí. Su terquedad no le permitía reconocer su derrota, no después de haber llegado tan lejos, pues sabía con seguridad que si no veía hoy a Grant, no lo vería nunca más, y nunca tendría el valor para visitarlo de nuevo.

Cuando estaba allí parada, recordó de repente que tenía en el bolso la llave de la casa. Al mismo tiempo, pensó que su padre estaría en casa y que tal vez estaría preocupado por su tardanza.

Eso pareció decidirla. Dependiendo del tránsito, todavía le quedaban a su padre otros cuarenta y cinco minutos para empezar a preocuparse por ella porque no regresaba.