– Fue el día que fui a casa…

– Y estaba tan furioso contigo, conmigo mismo, que te exigí que me dieras la llave de tu casa -de nuevo pudo ver dolor en sus ojos al continuar-, sin saber que tenías otra llave escondida en algún sitio. Dios, debo de haber sido insoportable, pero no quería que estuvieras en otro lugar que no fuera aquí.

– ¿Porque querías… tenerme disponible en cualquier momento que decidieras… este… hacerme cumplir las condiciones de nuestro convenio? -le preguntó, deseando que fuera algo más que eso, pero sin poder esperarlo.

– Seguía preguntándome eso -le contestó con voz baja; se le acercó y le dio un beso en el rostro antes de continuar-. A pesar de que para entonces, y para mi sorpresa, ya me había dado cuenta de que no era sólo el deseo de tu cuerpo lo que sentía.

Devon se acordó con dolor, de ese momento.

– Lo recuerdo -le dijo, conteniendo las lágrimas-. Me acuerdo que me dijiste… que preferías… en ocasiones una mujer más experimentada, ¿no es así?

Le pasó un brazo por los hombros y le dijo con tono lleno de sinceridad.

– Querida, no he mirado a otra mujer desde aquel día en que llegaste con las maletas de la parada del autobús.

– Pero tú me dijiste… -comenzó a decirle, temblorosa al escuchar lo que le había dicho: "querida".

– Te dije que no siempre te deseaba y eso es cierto -la interrumpió-. Fueron muchas las ocasiones en que en lo único en que podía pensar era que deseaba con desesperación proteger ese cuerpo que había conocido el dolor y que todavía estaba convaleciente de la operación. Pero… hubo otros momentos, momentos en los cuales… perdóname que te lo diga… me estabas evitando a que te tomara. Eran esos los momentos en que tenía que salir de la casa, no para ir con otra mujer, como te hice creer, sino porque te deseaba con tanta desesperación, que me sentía seguro de que si me quedaba en casa perdería el control y te haría mía.

Devon pensó en lo que le acababa de decir. Tenía que quererla un poco, ¿no era cierto? le dijo su corazón. Tonterías, contestó la razón… No deseaba escuchar a la razón pero no era fácil de lograrlo.

– Dices que no miraste a ninguna mujer, pero, sin embargo… -¡Oh, Dios, estaba hablando como una mujer celosa! decidió callar.

– ¿Y sin embargo? -le preguntó Grant-. Sigue, Devon.

– Bien -le dijo, escogiendo con cuidado cada palabra-, aquella noche, aquella última noche, cuando me dijiste que me acostara en tu cama… bueno -casi no podía continuar-, te… te quedaste dormido. Pen… pensé -tartamudeó-, que era debido a que… habías… utilizado… tus energías en otro lugar.

El brazo que la rodeaba la apretó con más fuerza y vio una expresión de agrado en sus ojos.

– Estaba enfadado contigo porque no estabas aquí. Estaba muy furioso cuando llegué a tu casa y te encontré, agotada, en el sofá, por trabajar en la casa de tu padre, con una bata, con la cocina llena de comida que acababas de hacer… estaba tan furioso que sentí deseos de golpearte.

– Pero… eso aún no explica por qué… te quedaste dormido.

– No me quedé dormido -le dijo con voz muy baja-. Te hice creer que lo estaba; cuando me acosté ya me había calmado. Antes de entrar en el dormitorio estuve un rato sin decidirme, sabiendo que debería acostarme en el otro cuarto, pero no pude hacerlo. Entré y, al ver que estabas dormida, me acosté con cuidado para no despertarte, te tomé en mis brazos y me sentí feliz. Entonces me quedé dormido y no me desperté hasta que te moviste.

– Estabas despierto antes de que yo… -exclamó, sonrojándose.

– Antes de que comenzaras a besarme ya yo me había dado cuenta de que me iba a resultar difícil -le contestó, añadiendo que se había despertado cuando su mano le había tocado el pecho desnudo y sonrió al verla sonrojarse, al recordar cómo lo había besado no una vez, sino dos-. Pero, a pesar de ello, aún pensaba que era lo suficientemente fuerte para no hacerte el amor… no era mi intención… sólo quería tocarte. Tus besos me excitaron, Devon.

– Pero no me… no me hiciste el amor -le dijo con voz ronca de nuevo-. Me dijiste que ya no tenías interés en mí, porque me había lanzado a tus brazos.

La breve carcajada que lanzó le demostró que no lo había comprendido bien aquel día.

– Eso demuestra que soy mejor mentiroso de lo que dicen -le contestó, sin que en apariencia estuviera avergonzado-. El único motivo por el que te dije eso, Devon Johnston, fue debido a que, después de lo que ocurrió en aquel dormitorio, de nuevo te deseaba con pasión, pero al mismo tiempo no tenía la menor idea del diagnóstico de tu médico, pues tal vez el te diría que fuese necesario dar otras dos semanas de descanso a la cadera. Tú me habías demostrado que me deseabas tanto como yo a ti, y en aquel instante me sentí convencido de que habíamos llegado bastante lejos. Me sentía desesperado, mandé a buscar a tu padre y en ese momento bajaste la escalera y comenzaste a discutir conmigo. Otros minutos más de discusión sobre aquel tema y no estoy seguro de que no te hubiera llevado a mi cama.

Sentía la garganta totalmente seca, pero cuando él terminó de hablar Devon le dijo:

– Así que… lastimaste mi orgullo diciéndome que… que ya no te interesaba.

– Lo cual dio resultado -le contestó, añadiendo con una sonrisa encantadora-. Aunque pronto podrás demostrar que soy un mentiroso.

Pero Devon no se sintió conquistada por su sonrisa. Tuvo que reconocer que se sentía confundida, pues hasta ese momento había pensado que Grant sentía cierto cariño hacia ella, pero lo que acababa de decir le demostraba lo equivocada que había estado.

– Tú… -empezó sin aliento y la mirada sorprendida en sus ojos hizo que se endureciera la expresión de Grant-. Aún quieres que yo… ahora que sabes que la cadera está… por completo sana, estás diciéndome que quieres que… cumpla con lo prometido… -se detuvo al ver la ira que había provocado en él.

– ¡Oh, por todos los…! -comenzó a decir furioso, pero de inmediato se controló y le preguntó-: ¿Es que no has escuchado una sola palabra de lo que dije? ¿No me oíste decir que te olvidaras del dinero? ¿No comprendiste que te dije que ya no me debes nada?

Insistió con terquedad; había dejado que su corazón le hiciera pensar que le interesaba, pero ya no debería escuchar más a su corazón, sólo quería ubicarse en la realidad.

– ¿Quieres que regrese a tu casa contigo? -le preguntó con tono de reto.

– Sí, lo deseo -reconoció-. Yo…

– Lo cual es lo mismo. Lo mismo -repitió-; que decir que la deuda aún está en pie…

– ¡Cállate! -Devon parpadeó ante la violencia con la cual le replicó-. ¡Cállate y escucha! -continuó algo más tranquilo y esperó sólo un momento para asegurarse de que ella no iba a hablar y que estaba lista para escucharlo; entonces la sorprendió por completo al decirle-: Eres la primera mujer a quien alguna vez le haya dicho "te amo"… así que quizá no he sabido hacerlo bien. Te amo más de lo que nunca pensé que se pudiera amar a alguien, Devon Johnston. El pensar en ti me consume día y noche; tanto que en ocasiones he pensado que estaba a punto de volverme loco.

– ¡Que tú… me amas! -exclamó, olvidándose en su sorpresa de que él había dicho que se callara.

– ¡Cielos! -exclamó desesperado-, ¿qué demonios piensas que he estado diciéndote en esta última media hora?

– Yo… este… -se pasó la lengua por los labios secos-. Estaba… confiando… que lo que habías dicho… significaba que tú… sentías algo por mí.

– ¿Confiando? -le preguntó él y de repente la expresión dura en el rostro desapareció dando lugar a una amplia sonrisa, mientras le preguntaba-: ¿Estaba en lo cierto cuando creí ver una mirada de amor en tus ojos? ¿Estaba en lo cierto cuando pensé que había escuchado un tono celoso en tu voz?

Le duró muy poco la sonrisa, mirándola tenso al ver que Devon no le contestaba, dominada por una inesperada timidez. Pero, al fin, al observar que había desaparecido la sonrisa de su rostro y que la expresión era tensa, como la de un hombre preparado para escuchar lo peor, pudo contestarle.

– No, Grant, no estabas equivocado.

De inmediato la abrazó.

– ¿Y me amas? -le preguntó-. ¿Aun cuando sólo te he dado motivo para odiarme?

Le hablaba con voz tan baja que casi no pudo escucharle.

– Te amo, Grant -le dijo sin aliento.

Su nombre fue la última palabra que se escuchó en la habitación durante largo rato, mientras Grant la atraía hacia él. Después, la miró a los ojos llenos de amor, observándola como si no pudiera creerlo y, por último, la besó.

Juntos se reclinaron en el sofá intercambiando besos y caricias.

– Mi querida y dulce Devon -murmuró al fin, mientras su mano la acariciaba desde el cuello hasta el rostro-. No es de extrañar que te ame, eres todo lo dulce e inocente que nunca creí que fueras.

Sus caricias habían sido ardientes, sentía tantos deseos como él de apretarse contra su cuerpo; tenía el vestido desabotonado, al igual que la camisa de él.

– Cada momento que pasa me siento menos y menos inocente -le dijo con voz muy baja y escuchó cómo reía encantado.

– Aún nos falta mucho -le contestó, mientras con la otra mano recorría la curva desnuda del seno.

– Oh, Grant -dejó escapar un suspiro tembloroso-. Cuando me tocas así dejo de pensar.

– Por lo cual tengo que hacerlo yo -le respondió él, obligándose a retirar la mano de su seno, tomándole el rostro entre las dos manos-. Tengo que pensar por los dos. Por lo tanto, creo que será mejor que nos sentemos para que pueda pensar con calma.

Con su ayuda, Devon se sentó a su lado y, a su pesar, Grant le arregló el vestido y después su propia ropa.

– Ahora -le dijo él, incapaz de soportar otro beso más de sus labios tentadores-, ¿qué te estaba diciendo?

– Este… creo que me dijiste que ibas a pensar con calma. Él le sonrió y Devon sintió que la sangre le corría agitada por las venas, sonriéndole a su vez y alzando hacia él los labios entreabiertos.

– Basta -replicó él, pero se veía tan feliz que Devon se rió a carcajadas. Apartó la vista de ella para poder recuperar la calma, pero no le quitó el brazo que tenía sobre sus hombros-. Aunque preferiría mucho más que pasaras la noche en mi casa, creo que tenemos que ir a tu casa para que le acuestes temprano.

– Sí, Grant -le contestó, enamorada de él, segura de que él también la amaba, para protestar de cualquier cosa que dijera o hiciera. Sin embargo, como el médico acababa de darla de alta, le preguntó-: ¿Por qué acostarme temprano esta noche en particular? Sé que no es lo normal que a una joven se le concedan en un día los dos deseos que tiene su corazón… uno de ellos: estar tan sana como cualquier otra joven y el otro que el hombre que ama la ame a ella -le dijo mirándolo con timidez-, pero…

– Tampoco es normal para una joven comprometerse un día y casarse al siguiente.

– ¿Casarme?

– Espero que no tengas objeción alguna en casarte conmigo mañana.

Enseguida ella hizo un ademán negativo con la cabeza.

– No, pero… pero… ¿no se necesitan tres días para obtener… un permiso matrimonial?

– Hace ya mucho que yo tengo el permiso -le dijo, observando cómo abría enormemente los ojos por la sorpresa-. Pero al verte tan terca y decidida a no casarte hasta que te dieran de alta por completo y amándote como te amo, decidí esperar hasta este día para hacerte saber lo mucho que te amo.

– Oh, Grant -susurró y se inclinó hacia él para besarlo.

El beso se alargó y amenazó con dejarlos fuera de control, hasta que de repente Grant se apartó de ella, diciéndole con tono de burla, intentando recuperar parte del control perdido.

– Bésame así mañana y verás las consecuencias -le dijo haciéndola levantar y dirigiéndola hacia la puerta.

– Vámonos, querida -le dijo-, vámonos de aquí, de regreso a dónde nos espera tu padre.

– ¿Mi padre? -exclamó Devon sintiéndose de repente culpable por haberse olvidado de él durante tanto tiempo-. No tengo la menor idea de lo que me dirá…

– Nos dirá -la interrumpió Grant sonriéndole-. No creo que lo encuentres muy sorprendido, pues anoche le dije que hoy te iba a pedir que te casaras conmigo.

Él había bajado los escalones, pero regresó de nuevo a su lado al ver que se había quedado inmóvil, mirándolo.

– ¡No lo hiciste! -exclamó.

– ¿Por qué crees que no te acompañó hoy? -le preguntó. Se rió divertido al ver la expresión de aturdimiento en su rostro y la besó. Él estaba seguro de que yo iría a esperarte a la salida del consultorio y que en ese mismo momento me declararía -al ver que ella seguía inmóvil y mirándolo con los ojos muy abiertos, la tomó del brazo diciéndole-: ¿Vamos a darle las buenas noticias, querida?

– ¿Buenas noticias? -repitió aún aturdida.

– Te casarás conmigo mañana, ¿no es cierto?